David se puso de pie, tembloroso, y menó la cabeza. Los saludó con la mano y se fue a dormir.
La gente seguía yendo a trabajar. Las fábricas seguían produciendo, no tanto, y nada que no fuera esencial, y se pasaban al carbón en cuanto podían. Pensó en las ciudades oscuras, las flotas de camiones oxidados, el maíz y el trigo pudriéndose en los campos. Y los comités de prioridades que discutían, luchaban y hacían campañas por esta o aquella causa. Pasó mucho tiempo antes de que sus músculos contraídos, se aflojaran lo suficiente para que pudiera descansar tranquilo, y mucho más tiempo antes de que pudiera aflojar su mente como para poder dormir.
La construcción del hospital progresaba más rápido de lo que parecía posible. Había dos turnos trabajando; a nadie le preocupaba el coste. Cajas y jaulas de equipo para el laboratorio aguardaban en un largo cobertizo construido para contenerlas hasta que fueran necesarias. David comenzó a trabajar en un laboratorio improvisado, tratando de reproducir las pruebas de Frerrer y Semple. Y a principios de julio Harry Vlasic llegó a la granja. Era bajo, gordo, miope y tenía mal carácter. David lo contemplaba con tanto temor y respeto como un estudiante de física podía haber mirado a Einstein.
—Bien —dijo Vlasic—. La cosecha de maíz ha fracasado, de acuerdo a las previsiones. ¡Monocultivos! ¡Bah! Salvarán el sesenta por ciento del trigo, no más que eso. Este invierno, ja, ¡ya veréis cómo será este invierno! ¿Dónde está la cueva?
Lo llevaron hasta la entrada de la cueva, que estaba a unos cien metros del hospital. Dentro de la gruta usaban linternas. La cueva tenía un kilómetro y medio de longitud en el eje principal y varios ramales más pequeños. En lo más profundo de uno de los ramales menores corría un río negro y silencioso. Agua de manantial, agua buena. Vlasic asentía una y otra vez. Cuando terminaron de recorrer la cueva, seguía asintiendo.
—Está bien —dijo—; servirá. Los laboratorios estarán allí, un pasaje subterráneo desde el hospital, a salvo de la contaminación. Está bien.
Trabajaron dieciséis horas diarias durante el verano y el otoño. En octubre la primera ola de gripe barrió el país; fue peor que el brote de 1917-18. En noviembre apareció una nueva enfermedad y en muchos sitios se susurró que era la peste, pero el Buró de Información dijo que era gripe. El abuelo Sumner murió en noviembre. David se enteró de que él y Walt eran los únicos beneficiarios de bienes mucho mayores de lo que había soñado. Y la herencia era en efectivo. El abuelo Sumner había convertido en efectivo todo lo posible durante los dos últimos años.
En diciembre empezaron a llegar los miembros de la familia, dejando los pueblos y aldeas y ciudades esparcidos por el valle para establecer su residencia en el hospital y el edificio del personal. El racionamiento, el mercado negro, la inflación y los saqueos habían transformado las ciudades en campos de batalla. Y el gobierno estaba congelando los valores disponibles de todos los negocios… no se podía comprar ni vender nada sin autorización. El ejército ocupaba los edificios y los empleados de la administración supervisaban el estricto racionamiento.
La familia trajo sus provisiones. Jeremy Streit trajo todo lo que quedaba en su ferretería en cuatro camiones. Eddie Beauchamp, su equipo odontológico. El padre de David, todo lo que pudo de su gran almacén. La familia se había diversificado y había suministros de todas las áreas posibles de negocios y actividades profesionales.
Con el derrumbe de las comunicaciones radiofónicas y televisivas, el gobierno no pudo controlar el creciente pánico. Se decretó la ley marcial el 28 de diciembre. Seis meses demasiado tarde.
No quedaba ningún niño de menos de ocho años cuando llegaron las lluvias de primavera, y de las 319 personas que habían llegado a la parte alta del valle sólo quedaban 201. En las ciudades, la proporción de muertos fue mucho mayor.
David observó el feto de cerdo que iba a diseccionar. Estaba arrugado y reseco, sus huesos eran demasiado blandos, sus glándulas linfáticas estaban duras y llenas de bultos. ¿Por qué? ¿Por qué decaía la cuarta generación? Harry Vlasic acercóse un momento a observar y luego se alejó, meditando con la cabeza gacha. Ni siquiera él encontraba respuestas, pensó David, casi con satisfacción.
Esa noche, David, Walt y Vlasic se reunieron y volvieron a repasar todo. Tenían suficiente ganado para alimentar a doscientas personas durante bastante tiempo, clonando y reproduciendo sexualmente a la tercera generación. Podían clonar hasta cuatrocientos animales al mismo tiempo. Pollos, cerdos, vacunos. Pero si todo el ganado se volvía estéril, como parecía, entonces los suministros de alimentos quedarían limitados.
Observando a los dos hombres mayores, David supo que estaban evitando deliberadamente la otra cuestión. Si la gente también se volvía estéril, ¿por cuánto tiempo necesitarían un suministro de alimentos? Dijo: —Tendríamos que aislar a un grupo de ratones estériles, clonarlos y comprobar la reaparición de la fertilidad en cada nueva generación de clones. Vlasic frunció el ceño y meneó la cabeza. —Si dispusiéramos de una docena de estudiantes, quizá —dijo secamente.
—Tenemos que saberlo —dijo David sintiendo calor súbitamente—. Vosotros actuáis como si esto fuera un plan de emergencia para cinco años, para sobrevivir a unos años malos. Pero ¿y si no fuera así? Lo que causa la esterilidad está presente en todos los animales. Tenemos que saber.
Walt echó una mirada a David y dijo: —No tenemos ni el tiempo ni las posibilidades para hacer una investigación de ese tipo.
—Eso no es cierto —dijo David—. Podemos generar toda la electricidad necesaria, energía más que suficiente… Tenemos equipo que ni siquiera hemos descargado…
—Porque no hay nadie que pueda usarlo —dijo pacientemente Walt.
—Yo puedo. Lo haré en mi tiempo libre. — ¿Qué tiempo libre? —Lo encontraré.
Miró fijamente a su tío hasta que éste se encogió de hombros, autorizándolo.
En junio, David tenía las respuestas preliminares. —La generación A-4 —dijo— tiene un veinticinco por ciento de fertilidad.
Vlasic había estado siguiendo atentamente su trabajo durante las tres o cuatro últimas semanas y no se sorprendió.
Walt lo miró, incrédulo.
— ¿Estás seguro? —murmuró, después de un momento.
—La cuarta generación de ratas clónicas estériles mostraba la misma degeneración que todos los clones —dijo David fatigado—. Pero también tiene un porcentaje de fertilidad del veinticinco por ciento. Las crías viven menos, pero su porcentaje de fertilidad aumenta. Esa tendencia continúa hasta la sexta generación, donde la fertilidad llega al noventa y cuatro por ciento y las esperanzas de vida vuelven a crecer. Después, la tendencia a la normalidad sigue aumentando.
Todo estaba en los diagramas que Walt estudiaba ahora. A, A1, A2, A3, A4 y sus descendientes por reproducción sexual, a, a1, a2… No había más generaciones clónicas después de A4; ninguna había sobrevivido hasta la madurez.
David se recostó y cerró los ojos y pensó en la cama y en una manta cubriéndolo hasta el cuello y en un negro, negro, sueño.
—Los organismos superiores deben reproducirse sexualmente o desaparecer, y tienen la posibilidad de hacerlo. Hay algo que recuerda y se cura a sí mismo —dijo con tono soñador.
—Cuando publiques esto serás un gran hombre —dijo Vlasic con una mano en el hombro de David. Luego se sentó junto a Walt para señalarle algunos detalles que podía haber pasado por alto.
—Ha sido un trabajo maravilloso —dijo suavemente, y sus ojos brillaban mientras recorría las páginas—. Maravilloso.
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