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Kate Wilhelm: Donde solían cantar los dulces pájaros

Здесь есть возможность читать онлайн «Kate Wilhelm: Donde solían cantar los dulces pájaros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, год выпуска: 1979, ISBN: 84-02-06211-3, издательство: Bruguera, категория: Фантастика и фэнтези / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

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Kate Wilhelm Donde solían cantar los dulces pájaros

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La posibilidad de producir un gran número de individuos a partir de un mismo material genético (clonación) no es nueva ni en el campo de la investigación científica ni en el de la ciencia ficción. Pero faltaba una obra que hiciera con el tema de los clones lo que un Asimov y un Lem con la robótica o un Van Vogt y un Kuttner con la telepatía: llevar a cabo su sociología novelada, analizar con detalle la nueva cultura a la que podrían dar lugar. Y eso es precisamente lo que hace Kate Wilhelm en , premio Hugo a la mejor novela de 1977, y llamada a convertirse en un clásico del género, en la medida en que da cumplida expresión, consolidando, a uno de sus temas más inquietantes.

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De pronto calló y observó a David con los ojos entrecerrados.

—Dije que te marcharías de aquí convencido de que nos hemos vuelto locos. Pero volverás, David, hijo. Volverás antes de que florezcan los cornejos porque verás los signos.

David volvió a la universidad y a su tesis y al trabajo rutinario que le daba Selnick. Celia no escribió y él no tenía su dirección. Respondiendo a sus preguntas, su madre admitió que nadie sabía nada de ella. En febrero, como represalia al embargo de alimentos, Japón aprobó restricciones comerciales que volvían imposible el comercio con Estados Unidos. Japón y China firmaron un tratado de ayuda mutua. En marzo, Japón ocupó las Filipinas, con sus ricos campos de arroz, y China reanudó su viejo fideicomiso en la península de Indochina, con los arrozales de Camboya y Vietnam.

El cólera se propagó en Roma, Los Ángeles, Galveston y Savannah. Arabia Saudita, Jordania, Kuwait y otros estados del bloque árabe emitieron un ultimátum: Estados Unidos debía asegurar una ración anual de trigo al bloque árabe e interrumpir toda ayuda al estado de Israel, o no habría petróleo para Estados Unidos y Europa. Se negaron a creer que Estados Unidos no podía satisfacer sus exigencias. Las restricciones a los viajes internacionales se impusieron inmediatamente y el gobierno, por decreto presidencial, creó un nuevo departamento, a nivel ministerial: el Buró de Información.

Los saúcos eran borrosas manchas de color rosa contra el claro y suave cielo de mayo cuando David volvió a casa. Se detuvo allí sólo el tiempo necesario para cambiarse de ropa y depositar las cajas llenas de recuerdos de la universidad, antes de ir en el coche hasta la granja Sumner, donde se alojaba Walt mientras supervisaba la construcción del hospital.

Walt tenía una oficina abajo. Era un amontonamiento de libros, cuadernos de notas, planos, correspondencia. Saludó a David como si no hubiese estado ausente.

—Mira —le dijo—. Esta investigación de Semple y Frerrer, ¿qué sabes de ella? La primera generación de ratas clónicas no mostró desviaciones, ni variaciones en cuanto a vitalidad o fecundidad; la segunda y la tercera tampoco, pero en la cuarta, la viabilidad disminuyó marcadamente. Y hubo una tendencia firme e irreversible a la extinción. ¿Por qué?

David se dejó caer en una silla y miró fijamente a Walt.

— ¿Cómo supiste eso?

—Vlasic —dijo Walt—. Fuimos juntos a la escuela de medicina. El fue en una dirección, yo en otra. Pero siempre nos escribimos. Se lo pregunté. — ¿Conoces sus trabajos?

—Sí. Sus monos muestran la misma decadencia durante la cuarta generación y después se extinguen.

—No es exactamente así —dijo David—. Tuvo que interrumpir su trabajo el año pasado… no había fondos. De modo que no conocemos las esperanzas de vida de las últimas generaciones. Pero la decadencia empieza en la tercera generación clónica; disminuye la fecundidad. Estaba reproduciendo sexualmente cada generación clónica, investigando la normalidad de la prole. La tercera generación clónica sólo tenía un 25 % de fecundidad. La prole reproducida sexualmente empezaba con ese mismo porcentaje y, en la práctica, la fecundidad seguía disminuyendo hasta la quinta generación de prole reproducida sexualmente; luego empezaba a aumentar y, presumiblemente, hubiese vuelto a la normalidad.

Walt lo observaba cuidadosamente, asintiendo de vez en cuando. David continuó:

—Eso sucedió con la tercera generación clónica. En la cuarta hubo un cambio drástico. Había algunas anormalidades y las esperanzas de vida disminuyeron un 17 %. Los anormales eran todos estériles. La fecundidad disminuyó al 48 %. Y siguió disminuyendo con cada generación reproducida sexualmente. Cuando se llegó a la quinta generación, ningún descendiente sobrevivió más de un par de horas. Eso pasó con la cuarta generación clónica. Pero la quinta fue peor; presentaba grandes anormalidades y todos eran estériles. Las cifras de esperanzas de vida no fueron completadas… y no hubo sexta generación clónica. Ningún sobreviviente.

—Un callejón sin salida —dijo Walt. Señaló un montón de revistas y extractos—. Confiaba en que estuvieran pasadas de moda, en que hubiera métodos nuevos, quizá, o algún error en las cifras. ¿Entonces el problema se plantea en la tercera generación?

David se encogió de hombros.

—Mi información puede ser anticuada. Sé que Vlasic se detuvo el año pasado, pero Semple y Frerrer siguen trabajando, o seguían, hasta el mes pasado. Pueden tener algo nuevo. ¿Estás pensando en el ganado?

—Desde luego. ¿Has oído los rumores? Simplemente, no se reproduce bien. No tenemos cifras pero, demonios, tenemos nuestro propio ganado. Ha disminuido a la mitad.

—Había oído algo. Pero creo que el Buró de Información lo ha negado.

—Es verdad —dijo Walt sobriamente.

—Deben de estar trabajando en eso —dijo David—. Alguien debe de estar trabajando en eso.

—Si es así, nadie nos ha dicho nada —dijo Walt. Rió amargamente y se puso de pie.

— ¿Puedes conseguir materiales para el hospital? —preguntó David.

—Por ahora. Estamos apresurándonos como si no hubiese mañana, naturalmente. Y por el momento no tenemos problemas de dinero. Tendremos cosas con las que no sabremos qué hacer, pero pensé que sería mejor pedir todo lo que se me ocurre que descubrir, el año próximo, que lo que necesitamos ya no existe.

David fue hacia la ventana y observó la granja; ya se veía bastante verde; la primavera dejaría paso pronto al verano y el maíz estaría brillante, verde y sedoso en los campos. Como siempre.

—Déjame echar una mirada a tus pedidos para el equipamiento del laboratorio y a lo que ya te han entregado —dijo—. Después, veremos si podemos obtener una autorización de viaje hasta la costa. Hablare con Semple; lo he visto varias veces. Si alguien esta haciendo algo, es su equipo.

— ¿En qué está trabajando Selnick?

—En nada. Perdió su beca y a sus estudiantes los mandaron a freír espárragos. —Súbitamente, David sonrió a su tío—. Mira allá, en la colina. Hay un cornejo a punto de florecer. Algunos pimpollos ya se están abriendo.

CAPITULO III

David estaba hecho polvo; le dolía cada uno de sus músculos y su cabeza latía. Durante nueve días había estado en movimiento hacia la costa, hacia Harvard, hacia Washington, y ahora sólo quería dormir, aunque el mundo se detuviera mientras él estaba inconsciente. Había tomado un tren de Washington a Richmond y allí, sin posibilidad de alquilar un coche, o de comprar gasolina aunque el coche hubiese estado disponible, había robado una bicicleta y había pedaleado el resto del camino. Nunca hubiese imaginado que las piernas podían hacerle tanto daño.

— ¿Estás seguro de que ese grupo de Washington no conseguirá audiencia? —preguntó el abuelo Sumner.

—Nadie quiere oír a los Jeremías —dijo David. Selnick estaba en ese grupo y había hablado brevemente con David. El gobierno tenía que admitir la gravedad de la catástrofe que se acercaba, tenía que tomar medidas estrictas para evitarla o por lo menos para aliviarla, pero, en cambio, el gobierno había decidido pintar hermosos cuadros de la próxima mejoría, que sería notoria en otoño. Durante los próximos seis meses aquellos que tenían dinero y sentido común comprarían todo lo posible para sobrevivir, porque después de ese período de gracia ya no habría nada para comprar.

—Selnick dice que tenemos que comprar su equipo. La escuela estará encantada de deshacerse de él, ahora mismo. Barato. —David rió—. Barato, posiblemente un cuarto de millón.

—Haz la oferta —dijo secamente el abuelo Sumner. Y Walt asintió, pensativo.

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