Larry Niven - El martillo de Lucifer

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El martillo de Lucifer: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando EL MARTILLO DE LUCIFER, el cometa gigante, chocó contra la Tierra, hizo pedazos la civilización. Los días felices habían terminado. Estaban viviendo el fin del mundo. Los terremotos eran tan fuertes que no podían medirse con la escala de Ritcher. Las olas marinas alcanzaban alturas incalculables. Las ciudades se convirtieron en océanos, y los océanos en nubes. Era el principio de la nueva Edad del Hielo. Y el final de los gobiernos, los planes, los hospitales y el derecho. Y sobre ellos, igual que otro martillo del demonio, la más terrible selección del hombre hecha por el hombre que jamás se había producido.

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—¡Espera! —exclamó Mark—. ¿Has dicho carpas?

—Eso parecen, pero son mayores que las carpas doradas corrientes. Es lo que estás comiendo ahora. Gary Fisher dice que la carpa puede alcanzar cualquier tamaño. Los barbos siempre estuvieron ahí, en los arroyos. Anda, pásame esa bolsa de tortas.

Cumplieron los deseos de Horrie, y Tim comió con entusiasmo. Hacía mucho tiempo que no probaba pescado, y era bueno, aunque estuviera seco. Se preguntó por qué de repente había tanto pescado, pero pronto cayó en la cuenta de que las fuentes alimenticias de los peces habían aumentado considerablemente con tantos cuerpos muertos que flotaban en el agua. Aquel pensamiento sólo le molestó un instante.

—¿Pero por qué hay tantas carpas doradas? —quiso saber Mark Czescu.

Gillcuddy se echó a reír.

—No es difícil imaginarlo. Tenemos un mar de agua dulce cuyo caudal va en aumento. Por otra parte, tenemos una sala de estar con una pecera que contiene una carpa dorada. El agua sube, entra por las ventanas y, de repente, el más dócil de los animalitos domésticos es expulsado de su encierro y va a parar al ancho mundo. «¡Al fin libre!», grita. —Gillcuddy mordió un filete de carpa y añadió—: La libertad tiene su precio, naturalmente.

Horrie comía tortas de maíz sin decir nada.

Mark rebuscó en sus bolsillos y sacó un pequeño fragmento de puro. Se lo metió en la boca y lo masticó.

—Sería capaz de matar a alguien por un Lucky Strike —dijo.

—Puede que tengas la oportunidad de hacerlo —comentó Jason Gillcuddy.

Mark sonrió en la oscuridad.

—Así lo espero. Por eso me ofrecí voluntario.

—¿De veras? —le preguntó Tim.

—No, no fue por eso, sino porque cualquier cosa es mejor que partir rocas.

Algo pasó por la mente de Gillcuddy que le hizo reír.

—Veamos —dijo—. Serías capaz de matar por un cigarrillo Lucky. ¿Mutilarías a alguien por un Tareyton?

—¡Desde luego! —exclamó Mark.

—Y supongo que llenarías a uno de insultos por un Carlton —dijo Hugo Beck. Todos rieron, pero brevemente. Hugo Beck todavía les ponía nerviosos.

—Ahora ya sabéis por qué estoy aquí —dijo Mark—. Pero, ¿y tú, Tim?

Tim meneó la cabeza.

—En su momento me pareció una buena idea. No, olvidad que he dicho eso. Parece como si debiera algo a alguien... —La gente a la que había dejado atrás cuando escapaba del desastre en el coche, los policías que se esforzaban para limpiar de escombros un hospital mientras una ola inmensa avanzaba hacia ellos... —Y Eileen está embarazada.

No dijo más, y al cabo de un momento Horrie Jackson le preguntó sin mirarle.

—¿Y qué vas a hacer?

—Tendré un niño. ¿Te das cuenta?

Hugo Beck intervino aunque nadie le había preguntado.

—Yo estoy aquí porque nadie se digna mirarme en la fortaleza.

—Me alegro de que estés aquí —le dijo Tim—. Si alguien quiere rendirse, le dirás lo que eso significa.

Beck reflexionó en aquellas palabras.

—No es necesario que sepan nada de mí, ¿verdad?

Los demás intercambiaron miradas.

—No, hasta que sea inevitable —dijo Tim rápidamente, y se volvió a Jason—. Tu caso no lo comprendo. Eres amigo de Harry. No creo que te hayan obligado a venir.

Jason rió entre dientes.

—No, soy un auténtico voluntario. Tenía que hacerlo. ¿No habéis leído ninguno de mis libros? —Prosiguió antes de que ninguno pudiera responder—: Están llenos de las maravillas de la civilización, las grandes cosas que la ciencia hace por nosotros. Decidme, ¿cómo podía negarme a ir voluntario en esta loca misión? —Gillcuddy miró la oscuridad del agua y la noche—. Pero hay lugares en los que preferiría estar.

—Claro —dijo Tim—. El hotel Savoy de Londres, con Eileen. Ahí es donde quiero estar.

—Y Hugo quiere tener el Shire de nuevo —añadió Mark.

—No —negó Hugo Beck con voz firme—. No, yo quiero la civilización. —Como nadie le interrumpió siguió hablando con vehemencia—: Quiero un coche con calefacción, y hablar con los guardias para que no pongan multas. Quiero ver Lo que el viento se llevó en un canal no comercial, sin interrupciones. Quiero cenar en el restaurante Mon Grenier con una mujer que no sepa deletrear la palabra «ecología» pero que haya leído el Kama Sutra.

—Y haya descubierto los errores —dijo Mark.

—¿Conoces Mon Grenier? —le preguntó Gillcuddy.

—Claro. Vivía en Tarzana. ¿Has estado allí?

—Tenían una estupenda ensalada de setas —replicó Gillcuddy.

—Y bullabesa, con un Mosela helado —añadió Tim. Hablaban de cosas que nunca habían probado y que ahora nunca probarían.

—Y perdí la mayor parte de mis oportunidades —dijo Hugo Beck—. Tenía que poner en marcha una maldita comuna. Amigos, dejadme que os diga que eso no funciona.

—Nunca lo hubiera dicho —dijo Jason. Hugo Beck se replegó ante la ironía en el tono de Gillcuddy, y éste añadió rápidamente—. De todos modos, aquí tenemos milagros. —Golpeó con el pie un gran saco que yacía en el fondo del bote—. ¿Funcionará esto?

—Forrester dice que sí —dijo Mark—, sobre todo si le das una buena patada. Pero no tenemos demasiado. Hardy regatea mucho.

Desde su puesto ante el timón, Horrie Jackson se volvió hacia los otros.

—Eso es verdad. La prueba es que estoy aquí.

La cortina gris de la lluvia fue aclarándose. A ciento cincuenta millones de kilómetros hacia el este el Sol debía seguir inmutable ante el mayor desastre registrado por la historia escrita. Los botes flotaban en un mar interminable salpicado de escombros. Los cadáveres de seres humanos y animales ya habían desaparecido. Horrie Jackson aumentó un poco la velocidad, pero siguieron avanzando con precaución, pues había troncos, fragmentos de casas, neumáticos hinchados, los despojos de la civilización. Las copas de los árboles parecían conjuntos rectangulares de abultados arbustos, pero había también árboles aislados y algunos estaban apenas sumergidos. Cualquiera de ellos podía rasgar el fondo del bote.

—Eh, Mark —dijo Hugo Beck—. ¿Qué harías por un cigarrillo Silva?

—Quítame la mano de la rodilla y te lo diré.

Jackson condujo la embarcación guiado por la brújula, mientras el alba despuntaba con una luz sombría. En el lago no había más que la flotilla. Cindy Lu avanzaba penosamente detrás, arrastrando una gran carga. Horrie gritó por encima del ruido de su propio motor:

—Volveré con un bote cargado de pescado, suficiente para alimentar a todo el mundo en esa central nuclear. A cambio quiero bastantes tortas de maíz para llenar el saco que contenía el pescado. No es un saco muy grande...

Tim Hamner escudriñó a través de la lluvia. Parecía haber algo delante. Primero vio una isla con formas rectangulares enhiestas. Pero a medida que se acercaban vio que algunas de las formas eran cilindros, y muy grandes. Trató de ver movimiento, formas humanas. Tenían que haber oído el rugido del motor de la Cindy Lu.

Alim Nassor encontró a Hooker y Jerry Owen en el puesto de mando. Había mapas desplegados sobre la mesa, y Hooker movía pequeñas fichas de cartón sobre ellos. Una voz atravesó la pared de tela de la tienda y atronó en los oídos de Alim.

—Pues su orgullo es el orgullo de los magos antiguos, quienes pensaron en someter toda la naturaleza a su mandato. Pero el nuestro es el orgullo de los que confían en el Señor. No necesitamos las armas de los magos, sino el favor del Señor...

Hooker alzó la vista, disgustado.

—Loco hijo de perra.

Alim se encogió de hombros.

Necesitaban a Armitage, y a pesar de la forma cínica de hablar que usaban cuando Armitage no estaba presente, la mayoría de ellos creían al menos parcialmente en el mensaje del predicador.

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