—Ya ves, no estoy mejor que una tortuga vieja —dijo, sonriendo—. Me gusta llevar la casa a cuestas. Cuesta dinero, pero para mí vale la pena. Ven y siéntate, Merlin. Y bienvenido a Atlantis.
Rob se dirigió a la silla que le indicaba el anciano y se sentó. Su peso sobre la silla era apenas perceptible, poco más que una fracción de kilo. Miró a Regulo, conmovido otra vez al ver el rostro estragado con sus rasgos corroídos. Luego apartó ese pensamiento. Regulo tenía una alta pila de documentos frente a sí, y una curiosa expresión de alegría contenida en sus ojos brillantes.
—Recibí tu trabajo sobre el diseño del Tallo —dijo de pronto—. ¿Estás listo para hablar del tema, o necesitas tiempo para situarte?
Regulo no tenía la menor intención de entrar en cortesías sobre lo largo del viaje sobre la Tierra. A Rob le gustaba. Quería ir al grano tanto como Regulo. Asintió.
—Bien. —Regulo le dio una palmadita a la pila de material que tenía frente a sí—. Saqué mis viejos trabajos de los archivos. Todo se hizo hace mucho tiempo, antes incluso de que pudiéramos producir en masa cables de grafito para carga pesada, no digamos el material de silicona que tenemos ahora. Ya lo verás —Rob estaba inclinado hacia adelante en su asiento—, pero primero me gustaría oír lo que tienes que decirme. ¿Piensas que podrías construirme el Tallo?
—Podría construirlo. —La voz de Rob sonó confiada mientras le presentaba al otro sus notas sobre el diseño—. Ésa es la menor de mis preocupaciones. En primer lugar, puedo acelerar a la Araña. Doscientos kilómetros diarios de extrusión de cable, o incluso más, no constituyen ningún problema. Sustituiré el grafito por la silicona, ése es un cambio insignificante. De esa forma tendremos un cable de carga capaz de llevar doscientos millones de newtons por centímetro cuadrado. He diseñado un diámetro de dos metros en el extremo inferior, pero ésa es una variable fácil. Como supongo que usted también lo habrá calculado, habrá un poco de ahusamiento al subir, pero muy pequeño; sólo un cinco por ciento más grueso en la altitud sincrónica que en el lastre del suelo.
Regulo asentía, con los ojos fijos en Rob.
—¿Qué carga llevará con ese diámetro?
—Más de la que necesitaremos. Alrededor de setecientos millones de toneladas, en el extremo inferior. No creo que quiera arrastrar hasta la órbita o llevar a la Tierra más de algunos cientos de miles de toneladas cada vez. No creo que necesitemos ni una décima parte, pero intento seguir su consejo de pensar a lo grande.
Darius Regulo seguía asintiendo, feliz, bebiendo las palabras de Rob. Estaba en su elemento.
—Comencé el diseño con una base de diámetro de un metro cuando lo hice. De cualquier modo, deberá darnos más capacidad de la que pensamos utilizar, pero he averiguado que cuando uno tiene una capacidad, se las arregla para utilizarla. —Sus ojos parecían capturar y enfocar la luz difusa de la habitación, brillando como los de un gato y mirando a Rob a través de la penumbra—. Hasta el momento, parece que pensamos igual. ¿Cuáles son los problemas que mencionaste?
—Cuatro son fundamentales, pero sólo dos de ellos se refieren a la ingeniería —Rob consultó sus notas, se reclinó en el asiento y comenzó a enumerar con los dedos—. En primer lugar, ¿ dónde lo construiremos? Lo normal sería comenzar en una órbita sincrónica, extrusionar cable simultáneamente hacia arriba y hacia abajo, para mantener un equilibrio entre el cable de arriba y el de abajo, haciendo que la fuerza de la gravedad y la centrífuga sean iguales. Sospecho que usted sabe tan bien como yo que no se puede hacer de esa manera, pues la estructura es inestable hasta que no se la amarra firmemente a la Tierra, con un gran lastre para equilibrarla más allá de la órbita sincrónica. Si comienza a construir a partir de una geosincrónica, cuando tenga un buen largo de cable hacia arriba se hará inestable, y habrá pequeños desplazamientos en la posición que crecerán exponencialmente. De modo que ése es el primer problema: no puede construirlo en una órbita sincrónica, como querríamos. ¿Dónde, entonces?
»El problema número dos es otra vez el cómo construirlo, que también involucra otras cuestiones. ¿De dónde sacamos la energía y los materiales? He calculado que haremos algo con una masa de alrededor de tres mil millones de toneladas, o de un cuarto de ello, si volvemos a su diseño de un diámetro de un metro de largo. Es mucho material, y no sé si se da cuenta de cuánta energía se necesita para hacer funcionar a la Araña. ¿De dónde la sacaremos?
Regulo miró el escritorio.
—Espero que me des las soluciones, no te contrato para que me cuentes las dificultades. —Era difícil saber si su comentario era serio.
—Le daré las respuestas —dijo Rob—. Pero permítame primero terminar de exponer los problemas. Otra cuestión de ingeniería. Debemos amarrar el Tallo en el extremo inferior, y necesitaremos algo de unos mil millones de toneladas para darle la tensión que necesitamos. ¿Qué hacemos con los terremotos? Deberemos asegurarnos de alguna manera de que el amarre no pueda soltarse por ningún desastre natural, y debemos ocuparnos también de las tormentas, aunque estoy convencido de que eso podemos manejarlo con el control local del tiempo. Lo verifiqué con la Central Meteorológica, y aceptarían asumir la responsabilidad, pero los terremotos son otro tema.
»Un problema más y termino. Tenderemos mil millones de toneladas de cable desde el ecuador hasta más allá de la órbita sincrónica, y también le pondremos trenes, vagones de pasajeros y vagones de carga todo a lo largo, hacia arriba y hacia abajo. ¿Qué haríamos si el Tallo se quebrara, allá arriba cerca de la órbita sincrónica?
—Podemos incluir amplios factores de seguridad.
—Contra hechos naturales, podría ser —Rob negó con la cabeza—. No es eso lo que me preocupa. ¿Y los sabotajes? Suponga que a algún loco se le ocurre poner una bomba de fusión. Tendremos un látigo de mil millones de toneladas abriéndose camino alrededor del ecuador. ¿Se imagina lo que puede hacer cuando llegue a la atmósfera? Tendrá más energía elástica acumulada de lo que quiero pensar, y caería desde unos treinta mil kilómetros.
Rob hizo una pausa y miró a Regulo, que no parecía nada desconcertado ante la idea de un Tallo partido. Miraba el techo y tamborileaba pensativo sobre la pila de papeles.
—¿Propones eso como un problema de ingeniería?
—No —Rob se inclinó hacia adelante—. No tengo una solución ingenieril contra el sabotaje, pero sigo creyendo que este punto decide si construiremos el Tallo o no. Debemos convencer a otros de que vale la pena correr el riesgo. ¿Cómo les vendemos la idea de que los beneficios recompensan con creces los riesgos?
Una significativa sonrisa de puro placer apareció en el rostro de Regulo. Las palabras de Rob parecían encantarle.
—Eres la persona adecuada para este trabajo, Merlin —dijo—. Has puesto el dedo en la llaga. Quiero ver tus soluciones a los problemas de ingeniería, pero el mayor problema será conseguir los permisos, ¿no? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—Por supuesto. Sucede lo mismo con todo gran proyecto de ingeniería, de algún modo hemos de convencerlos de que deben permitirnos continuar con la idea, incluso con ese mínimo riesgo de sabotaje.
Regulo se había inclinado sobre el escritorio y rozó con la mano una parte de la superficie.
—Si no tuviera respuesta para eso, no te habría llamado. ¿Ves esa leyenda?
Señaló con un delgado dedo la resplandeciente superficie del escritorio, donde había aparecido en rojo la leyenda ya conocida: LOS COHETES NO SIRVEN.
—Esa frase es cierta por cuatro o cinco razones diferentes, debes elegir la que más te sirva como argumento. Hablé de los riesgos de esto con la gente de control del medio ambiente en la Tierra. Les dije que debemos hacer una elección básica. Podemos continuar con la contaminación química y radiactiva, año tras año, si seguimos usando los cohetes. O podemos buscar un sistema que no implique ninguna contaminación, con mínimas posibilidades de accidente. —Regulo rió y movió la cabeza—. No estaban seguros, y ya sabes que lo más fácil para un burócrata es decirle que no a todo. Entonces les anuncié que las posibilidades de accidente aumentaban o disminuían según la bondad de sus procedimientos de seguridad y vigilancia. Eso les puso en un aprieto. No iban a admitir que lo que hacen en la actualidad es algo inferior a lo perfecto. En cualquier caso, aquí está nuestro permiso.
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