—Falta alrededor de una hora para llegar —dijo Corrie en respuesta a la impaciente pregunta de Rob.
Hacía rato que habían dejado atrás a la Luna, y se alejaban del Sol. Atlantis estaba justo fuera del plano de la elíptica.
—Pronto estaremos lo bastante cerca como para establecer contacto visual —prosiguió ella—. Deberíamos tener mucha luz de retrodispersión desde este ángulo, de modo que será fácil de ver.
Rob estaba sentado frente a la pantalla de delante, con el amplificador electrónico al máximo. No se veía nada, salvo grandes cantidades de ruidos accidentales, que producían sobre la pantalla un efecto como de tormenta de nieve.
—Estamos a menos de veinte mil kilómetros, según los datos del radar —se quejó él—. Si esa cifra de un diámetro de dos kilómetros es correcta, debería mostrar más de veinte segundos de arco. Tendríamos que estar viéndolo con esta amplificación, ¿dónde está, entonces?
Corrie frunció el ceño mirando la pantalla en blanco.
—Podemos captar cualquier cosa hasta un segundo de arco con ese juego de cámaras. Y acabo de confirmar la posición: vamos directos hacia Atlantis. Seguro que Regulo y Morel están jugando con el albedo otra vez. En el exterior de Atlantis hay un material con reflectancia variable, de modo que pueden absorber la radiación solar de manera selectiva, limitándose a las gamas de largos de onda más adecuadas para el interior. ¿Por qué no miras por la banda térmica infrarroja?
Rob la miró sorprendido.
—Lo intentaré, pero pensé que esos materiales de albedo variable todavía eran sólo teoría. Es tecnología fantástica. Déjame ver lo que obtenemos con el explorador de diez a catorce micrómetros. La imagen no será buena, pero tal vez captemos algo así como bultitos.
Movió el selector de canales, mientras Corrie miraba por encima de su hombro.
—Regulo no deja que este tipo de cosas siga existiendo sólo en la teoría —dijo—. Si hay alguna manera de llevarlas a la práctica, lo hace. El otro día me preguntó si podías hacer que la Araña extruya materiales a alta temperatura. No sé qué está buscando, pero sospecho que tú lo averiguarás cuando lleguemos a Atlantis.
—A mí también me lo preguntó —dijo Rob, tratando de sintonizar la pantalla—. Es sólo cuestión de utilizar los materiales apropiados para la boquilla de extrucción, es fácil. Ah, ahí está.
Miraron la pantalla, donde había aparecido una elipse pequeña y borrosa.
—No puede ser eso —negó Corrie—. La imagen que debemos recibir es una esfera.
—Lo sería en la parte visible del espectro. Recuerda que la miramos por infrarrojos. Atlantis estará rotando, y el lado que no recibe los rayos del Sol está más frío. Por eso parece sesgado. —Rob miraba con interés la imagen del asteroide—. ¿Así que tiene dos kilómetros? ¿Cuánto cobrará Regulo para hacer uno igual para alguien?
—El precio es lo de menos. No lo haría. —Corrie vio su mirada escéptica—. En serio. No porque quiera ser el único, aunque creo que sí. Pero éste fue una suerte. Jamás habrá otro igual.
—Jamás es mucho tiempo. ¿Por qué piensas que es único?
—Lo verás por ti mismo cuando lleguemos. Regulo lo encontró hace unos treinta y cinco años, cuando hacían la primera inspección completa del Cinturón. Nadie más se dio cuenta de la importancia del descubrimiento, y entonces él compró los derechos por una insignificancia. A casi todos los demás les pareció inútil, ¿a quién le serviría algo con esa composición? Todo el exterior era granizo, más de lo que puede usarse para los volátiles de un ajuste de órbita, y había un gran yacimiento de metales, muy puro, justo en la mitad, donde sería muy difícil tener acceso.
—Entonces no valdría la pena hacer túneles y explotarlos. Supongo que no, habiendo tantos otros candidatos alrededor, con más metales y menos agua.
—Eso es lo que decidieron casi todos los mineros. Regulo recubrió todo el exterior con un plástico negro de alta temperatura, comenzó a hacerlo rotar y lo dejó en una hiperbólica. Luego lo recogió del otro lado, ya bien lejos del Sol.
Rob estaba ocupado con la interfaz de la calculadora. Tras unos segundos levantó la mirada y sacudió la cabeza.
—No creo que resultara. No puedes derretirlo con un solo vuelo.
—Yo no he dicho que lo hiciera. Ordenó que su equipo lo recogiera cerca de Mercurio, y lo colocó en una órbita troyana con el planeta. Él no quiso acercarse tan cerca del Sol. A medida que seguía el proceso de derretido, hizo que un grupo de minería confirmara un primer análisis de los metales y analizara el centro con más detalle. Fue mucho más fácil después del derretido parcial. Le llevó cinco años convertir el hielo en agua, y luego utilizó parte de ésta para llevarlo más afuera. Regulo se encontró con ellos cerca de la Tierra, y comenzó la instalación de los sistemas hidropónicos. Para entonces, algunos comenzaron a darse cuenta de lo que estaba haciendo.
—¿Y ahora se mantiene solo?
—Completamente. Regulo dice que con un par de meses de aviso, Atlantis puede sobrevivir a una nova, se limitaría a moverlo a un lugar seguro lejos del Sol.
—Pero exagera.
—Claro que sí —Corrie rió, echando la cabeza hacia atrás.
Rob vio de pronto el parecido con Senta Plessey. ¿Podría responder alguna vez a las preguntas de Howard Anson después del viaje a Atlantis?
—Pero tiene derecho a exagerar un poquito —continuó diciendo Corrie. Rob volvió la atención a ella con un esfuerzo—. Está orgulloso de ese trabajo —dijo ella—. Dice que es la única persona en todo el Sistema a la que se le pudo ocurrir.
Miró a Rob con la cabeza hacia un lado.
—¿Sabes? Os parecéis en cierto sentido. Los dos estáis convencidos de que sois las dos únicas personas inteligentes en el Sistema.
—¿Y?
—Y Caliban es muchísimo más inteligente que los dos juntos —rió—. Más inteligente que Joseph Morel, además.
—¿Caliban? ¿Quién diablos es Caliban?
—¿No te ha hablado de él Regulo? Entonces tendrás una linda sorpresa. Espera y ya verás.
Corrie estaba más alegre y voluble que de costumbre. Rob no consiguió sacarle nada más. Respondió a todas sus preguntas con respuestas crípticas, evasivas, mientras la nave los llevaba más y más cerca de Atlantis.
Tras el trabajo de Regulo, el asteroide se había convertido en una esfera de agua de menos de dos kilómetros de ancho. La había rodeado de una membrana contenedora de un plástico resistente y flexible, que hacía las veces de trampa para el calor solar. La esfera de agua estaba atravesada por veinte aberturas forradas de metal que servían de puntales para la estructura y al mismo tiempo permitían el acceso desde el exterior del asteroide hacia la esfera central de metal donde se hallaban el sector habitacional y los laboratorios. Había otra entrada a la biosfera central de doscientos metros, por medio de las troneras que conectaban las habitaciones con la esfera de agua. A medida que se acercaban, Rob vio el resplandor plateado del equipo propulsor pesado colocado cerca del borde exterior de cada abertura de acceso. Todo el inmenso conjunto rotaba despacio alrededor de su centro de masa. Unas pequeñas toberas de posición ubicadas en varios puntos sobre la superficie mostraban cómo se controlaba la velocidad de rotación.
—Creí que era broma eso de escapar de una nova —dijo Rob—. Pero ya no estoy tan seguro de que sea broma. Hay propulsores todo alrededor, y parecen grandes. ¿Sabes qué aceleración puede darle?
Corrie estaba ocupada con el comunicador, sintonizándolo para la llegada.
—No mucha —contestó—. Hay mucha energía, pero el factor limitador es la fuerza de las aberturas de apoyo y la membrana alrededor de la esfera de agua. Absorben la tensión cuando aceleramos. El interior es casi todo agua líquida, a pesar de las aberturas de apoyo y las estructuras interiores. Se necesitan propulsores gigantescos para una aceleración importante. Atlantis tiene una masa de alrededor de cuatro billones de toneladas, y hay que moverlo. Por lo general, no intentamos ni siquiera una centésima de g. Nos movemos, pero lleva tiempo.
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