Marguerite salió de la sala de tratamientos temblando y manchada con la sangre de su hija, pero claramente más tranquila.
—Le han limpiado la herida y se la han suturado —le dijo a Chris—. Ha sido muy valiente una vez que ha visto al médico. La historia sobre tu hermana ha ayudado, creo.
—Me alegro.
—Gracias por tu ayuda. La podía haber traído hasta aquí yo misma, pero hubiera sido mucho más complicado. Y Tess se habría asustado más.
—No hay de qué.
—Le han dado un analgésico. El doctor dice que podemos irnos a casa en cuanto le haga efecto. Aunque tendrá que mantener la mano inmóvil durante unos pocos días.
—¿Has telefoneado a su padre?
Marguerite pareció instantáneamente abatida.
—No, pero supongo que debería. Tan solo espero que no sea demasiado cáustico. Ray es… —Se detuvo—. No creo que te interesen mis problemas.
Francamente no, no le interesaban.
—Lo siento —dijo ella, y sacó su teléfono para hablar en una esquina un poco alejada de la sala de espera.
A pesar de sus mejores intenciones, Chris prestó un poco de atención a la conversación. La forma en la que hablaba a su ex-marido era instructiva. Cuidadosamente despreocupada al principio. Explicando el accidente con tranquilidad, entendiéndolo, después dócil ante su respuesta.
—En la clínica —dijo el a finalmente—. Yo… —una pausa—. No. No. —Pausa—. No es necesario, Ray. No. Estás sacando las cosas de quicio. —Larga pausa—. Eso no es cierto. Sabes que no es cierto.
Cortó la comunicación sin decir adiós y se tomó un momento para serenarse. Después cruzó la sala de espera entre hileras de muebles genéricos de hospital con los labios apretados, el cabello desordenado y la ropa manchada de sangre. Había una rígida dignidad en la forma en la que se conducía, un rechazo implícito a lo que fuera que Ray Scutter le hubiera dicho.
—Lo siento —dijo—, pero ¿te importaría salir y arrancar el coche? Iré a recoger a Tess. Creo que estará mejor en casa.
Otra mentira educada, pero con una urgencia soterrada implícita. Él asintió.
En el camino que había entre la clínica y el aparcamiento hacía frío y soplaba el viento. Se alegró de meterse dentro del pequeño coche de Marguerite y encender el motor. El calor comenzó a emanar de los conductos del suelo. La calle estaba vacía, barrida por hileras sinuosas de nieve. Las estrellas todavía estaban brillantes, y en el horizonte del sureste pudo divisar las luces de posición de un distante reactor. De alguna forma los aviones continuaban volando; de alguna forma el mundo todavía seguía adelante con sus tareas.
Marguerite salió de la clínica con Tess unos diez minutos más tarde, pero todavía no había l egado hasta el coche cuando otro vehículo llegó rugiendo al aparcamiento y chilló al frenar.
El coche de Ray Scutter. Marguerite observó con visible aprensión a su ex-marido saliendo del vehículo y dirigiéndose hacia ella con paso rápido y agresivo.
Chris se aseguró de que la puerta del copiloto no tuviera el seguro puesto. Lo mejor era evitar una confrontación. Ray tenía una mirada de búfalo salvaje. Pero Marguerite no llegó al coche antes de que Ray le pusiera la mano en el hombro.
Marguerite mantuvo la mirada de su ex-marido, pero empujó a Tess detrás de ella, protegiéndola. Tess metió la mano herida dentro de su abrigo de invierno. Chris no podía entender lo que Ray estaba diciendo. Todo lo que podía oír por encima del ruido del motor eran algunas pocas consonantes a voz en grito.
Era la hora de ser valiente. Odiaba ser valiente. Eso era lo que la gente solía decirle sobre su libro, al menos antes de que Galliano se suicidase. «Qué valiente fuiste para escribirlo». La valentía nunca le había llevado a ningún lugar.
Salió del coche y abrió la puerta trasera para que Tess entrara.
Ray le dirigió una mirada de incredulidad.
—¿Quién coño eres tú?
—Chris Carmody.
—Me ayudó a traer a Tess hasta aquí —dijo rápidamente Marguerite.
—Ahora mismo lo que necesita es volver a casa —dijo Chris. Tess ya se había colado rápidamente en el asiento trasero, a pesar de la aparatosidad de la venda de su mano.
—Salta a la vista —dijo Scutter, con los ojos estrechados y fijados en Chris— que allí no está segura.
—Ray —le dijo Marguerite—, tenemos un acuerdo…
—Tenemos un acuerdo escrito antes del bloqueo por un abogado con el que no puedo contactar. —Ray había dominado los tonos vocales de su impaciencia de toro furioso para quejarse y ordenar a partes iguales—. No puedo confiar de ninguna manera en ti cuando permites que sucedan cosas como esta.
—Ha sido un accidente. Los accidentes pasan.
—Los accidentes pasan cuando a los niños no se los vigila. ¿Qué estabas haciendo, observando al puto Sujeto?
Marguerite comenzó a balbucir una respuesta.
—Sucedió después de que Tess se fuera a la cama —intervino Chris. Le hizo un gesto discreto a Marguerite para que subiera al coche.
—Tú eres aquel periodista… ¿Qué sabes de todo esto?
—Yo estaba allí.
Marguerite captó la insinuación y se subió al coche. Ray parecía frustrado y doblemente irritado cuando oyó el sonido del portazo.
—Me l evo a mi hija conmigo —dijo él.
—No, señor —dijo Chris—. Me temo que esta noche no.
Mantuvo el contacto visual con Ray mientras se sentaba detrás del volante. Tess comenzó a l orar en silencio en el asiento trasero. Ray se inclinó sobre la puerta del coche, pero lo que fuera que gritara era inaudible. Chris empezó a avanzar, pero no antes de que Scutter acertara a dar una patada al parachoques trasero.
Marguerite consoló a su hija. Chris condujo con cuidado a causa de las placas de hielo, hasta salir del aparcamiento de la clínica. Ray podía haberse montado en su coche y seguirlos, pero aparentemente había elegido no hacerlo; lo último que vio de él a través del espejo retrovisor era su figura de pie, l ena de una rabia impotente.
—Odia que lo vean en ese estado —dijo Marguerite—. Lo siento. Creo que te has hecho un enemigo esta noche.
Sin duda. Chris comprendía la alquimia por la cual un hombre podía ser una persona encantadora en público pero brutal de puertas adentro. La crueldad como un último recurso en la intimidad. A los hombres generalmente no les gustaba que los vieran en ese acto.
—Tengo que darte las gracias de nuevo —añadió ella—. Lo siento de veras.
—No es culpa tuya.
—Si quieres buscar otro sitio donde dormir, lo comprenderé.
—El sótano sigue siendo más cálido que el gimnasio. Si te parece bien.
Tess dio un resoplido y tosió. Marguerite le ayudó a sonarse la nariz.
—Me sigo preguntando… —dijo Marguerite—, ¿y qué hubiera pasado si hubiese sido peor? ¿Si hubiéramos necesitado un hospital de verdad? Me estoy cansando de este bloqueo.
Chris tomó la carretera que conducía a casa.
—Espero que sobrevivamos —dijo él. Estaba claro que Marguerite era una superviviente.
Tess, agotada, se fue a dormir a la cama de Marguerite. La casa estaba fría, pues el aire helado entraba en oleadas a través de la ventana rota de la habitación de la niña, y la calefacción luchaba contra él. Chris revolvió el sótano hasta que encontró una pesada tela de plástico y una chapa de madera de arce. Cubrió el marco vacío de la ventana con el plástico y después clavó la chapa de madera para asegurarlo.
Marguerite estaba en la cocina cuando bajó las escaleras.
—¿Quieres tomar algo antes de acostarte?
—Me encantaría.
Le sirvió café recién hecho mezclado con brandy. Chris miró su reloj. Medianoche pasada. No tenía ningunas ganas de irse a dormir.
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