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Ted Dekker: Blanco

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Ted Dekker Blanco

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Nunca rompa el círculo. En esta tercera parte de la innovadora Serie del círculo, Thomas Hunter sólo tiene días para sobrevivir en dos mundos diferentes, llenos de peligro, engaño y destrucción. El destino de ambos mundos depende de su singular habilidad de cambiar realidades por medio de sus sueños. Ahora, guiando un pequeño grupo multiforme conocido como El Círculo, Thomas se encuentra enfrentando nuevos enemigos, desafíos interminables y el amor prohibido de una mujer de lo más insólita. Entre a la Gran Búsqueda, donde Thomas y una pequeña banda de seguidores deben decidir rápidamente en quién pueden confiar, tanto con sus propias vidas como con el destino de millones de personas.

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– Recuérdanos.

– ¿Como algo seguro?

– Absolutamente seguro.

El anciano hacía que Thomas se acordara de Elijah. Se acarició la larga barba blanca y carraspeó.

– Que Justin es Elyon. Que según el libro de historia, Elyon es padre, hijo y espíritu. Que Justin nos dejó un camino de regreso al bosque colorido a través de los estanques rojos. Que Elyon está cortejando a su novia. Que Justin vendrá pronto por su novia.

– Y que la mayor parte de lo que sabemos respecto de quién es en realidad Justin lo sabemos del libro por medio de metáforas -habló ahora Suzan-. Él es la luz, la vid, el agua que da vida.

Ella hizo señas hacia el libro de historia en manos de Ronin.

– Su espíritu es el viento; él es el pan de vida, el pastor de ovejas que dejaría a todas por el bien de una.

– Bastante cierto -comentó Thomas-. Y cuando el libro nos dice que bebamos su sangre, esto quiere decir que debemos adoptar la muerte de él. Por tanto, ¿cómo podemos ocultarnos huyendo a lo profundo del desierto, o poniendo ceniza y azufre sobre nuestra piel?

– Él también nos dijo que huyéramos al Bosque Sur -objetó William-. Si lo que estás diciendo es verdad, ¿por qué entonces no nos dijo él que corramos de vuelta hacia las hordas? Quizás porque la novia tiene una responsabilidad de permanecer viva.

William tenía razón. La aparente contradicción era una reminiscencia de la religión que Thomas vagamente recordaba de sus sueños.

– Pretendo salir hoy y llevar a un centenar a lo profundo del desierto -informó William-. Johan tiene razón. Solo será cuestión de tiempo que Woref nos haga salir. Si esperan alguna misericordia de él, están equivocados. Nos matará a todos para no tener que arrastrarnos otra vez hasta la ciudad. Esto para mí es un asunto de prudencia.

Thomas bajó la mirada al cañón, hacia la entrada a un pequeño enclave donde la tribu despertaba lentamente. Un niñito se hallaba agachado en la arena por la entrada, dibujando con el dedo. De una hoguera salía humo por la pared del barranco… se estaban alistando para cocinar los panqueques mañaneros de trigo. A medida que el humo se levantaba, una brisa continua lo mantenía bajo y la mayor parte se disipaba antes de que se levantara lo suficiente para ser visto desde cualquier distancia. Un delgado vestigio de humo persistía sobre la pira funeraria más allá de las grandes y elevadas rocas a cien metros del campamento.

Thomas respiró hondo, miró la pila de grandes rocas a su derecha y estaba a punto de decirle a William que retardara su expedición cuando un hombre apareció cerca de la roca más grande.

El primer pensamiento de Thomas fue que estaba alucinando. Soñando, como solía soñar antes de que se le desvanecieran los sueños. Este que se hallaba ante él traspasándolo con sus ojos verdes no era un hombre común y corriente.

Este era…

¿Justin?

Thomas parpadeó para aclarar la vista.

Lo que vio le paralizó todo el cuerpo. Justin aún estaba allí, de pie en tres dimensiones completas, tan real como cualquier hombre que Thomas hubiera tenido delante alguna vez.

– Hola, Thomas.

Los compasivos ojos de Justin resplandecían, no con luz reflejada sino con su propio brillo. Thomas pensó que debería arrodillarse. Le sorprendió que los demás no se hubieran arrodillado ya. Ellos, igual que él, se habían inmovilizado por la repentina aparición de Justin.

– Te he estado observando, amigo mío. Lo que veo me enorgullece.

Thomas abrió la boca, pero no pudo articular nada.

– He compartido mi mente contigo -continuó Justin-. Te he dado mi cuerpo.

Su boca mostraba una sonrisa y pronunciaba con claridad cada palabra.

– Ahora te mostraré mi corazón -anunció él-. Te mostraré mi amor.

Thomas sintió que cada palabra le sacudía el pecho, como si fueran objetos suaves lanzados al aire, impactando de uno en uno. Ahora te mostraré mi corazón. Mi amor.

Thomas giró la cabeza hacia los demás. Ellos lo miraban, sin comprender. ¡Seguramente veían! ¡Seguramente oían!

– Esto es para ti, Thomas -manifestó Justin-. Solo para ti.

Thomas regresó a mirar a…

Justin había desaparecido!

El aire de la mañana se sentía pesado.

– ¡Thomas!

Thomas se volvió hacia el campamento a tiempo para ver a Mikil corriendo alrededor del barranco. Subió y lo miró, pálida.

– ¿Qué pasa? -preguntó él distraído, con la mente aún dividida.

– Soy… Creo que sé algo acerca de Kara -dijo ella.

– ¿Kara? ¿Quién es Kara?

Pero recordó tan pronto como hizo la pregunta. Su hermana. De las historias.

3

WOREF PASÓ la pierna por sobre el semental y cayó a la arena. Detrás de él, cien de sus mejores soldados esperaban en caballos que corcoveaban y relinchaban de vez en cuando en el aire frío de la mañana. La víspera los había guiado el resplandor de luz en el cielo, acamparon al borde del Bosque Sur y se levantaron mientras aún estaba oscuro. Este quizás era el día que marcaba el inicio del final de los albinos.

El teniente que primero había localizado este campamento nunca se equivocaba… y acertó una vez más. Sin embargo, muchas veces habían estado en situaciones similares, con los albinos al alcance, solo para volver a casa con las manos vacías. Los del Círculo no peleaban, pero habían perfeccionado el arte de escapar.

Woref miró los cañones al frente. El humo azul de excremento calcinado de caballo era inconfundible. Soren había informado de un pequeño oasis al sur del campamento, apenas un centenar de árboles alrededor de uno de los estanques rojos envenenados, pero los albinos eran demasiado listos para usar algo de madera a menos que el árbol ya se hubiera caído. En vez de eso usaban combustible reciclado, como haría un encostrado. Se habían adaptado al desierto con la ayuda de Martyn. Con la ayuda de Johan.

A Woref le caían rizos colgando de la cabeza, que sacudió para retirarse uno del rostro. La verdad es que nunca le había agradado Martyn. Que desertara había sido muy adecuado. Mejor aún, había despejado el camino al ascenso de Woref. Ahora él era el cazador y Martyn la presa, al lado de Thomas. La recompensa por sus cabezas constituía una posibilidad emocionante.

– Muéstrame sus senderos de retirada -ordenó Woref.

– El cañón se parece a una caja -informó Soren poniendo una rodilla en tierra y dibujando en la arena-, pero tiene dos salidas, aquí y aquí. Una lleva al estanque, aquí; la otra al desierto abierto.

– ¿Cuántas mujeres y niños?

– Veinte o treinta. Aproximadamente la mitad.

– ¿Y estás seguro de que Thomas está entre ellos?

– Sí señor. Apostaría mi vida.

– Te podrías arrepentir -gruñó Woref-. Qurong está perdiendo la paciencia.

Mil o más disidentes que habían jurado no violencia no representaban amenaza para las hordas, pero la cantidad de deserciones de las hordas hacia que el Círculo pareciera como agua en la descostrada piel de Qurong. Él estaba convencido acerca de la erosión y el deterioro en la base de su poder. Thomas de Hunter lo había derrotado demasiadas veces en batalla como para tomar cualquier riesgo.

– Igual nosotros -asintió Soren inclinando la cabeza y luego añadió-. Señor.

Woref escupió a un lado. Todo el ejército sabía que la cabeza de Thomas de Hunter no era aquí la única en juego. Lo que no sabían era que la propia hija de Qurong, Chelise, también estaba en juego.

Mucho tiempo atrás el líder supremo había prometido dejar que su hija se casara una vez que las hordas conquistaran las selvas, pero cambió de opinión cuando Thomas escapó. Mientras Thomas de Hunter estuviera libre para dirigir una rebelión, Chelise permanecería soltera. Al inicio de esta campaña, en secreto, Qurong había jurado a Woref la mano de su hija, en espera de la captura de Thomas.

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