Ted Dekker - Negro

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Nada es como parece cuando se estrellan los sueños y la realidad.
Huyendo de sus agresores por callejones abandonados, Thomas Hunter apenas se escapa yéndose al techo de un edificio. Luego una bala silenciosa de la noche roza su cabeza… y su mundo se vuelve negro. De la negrura surge la asombrosa realidad de otro mundo, un mundo donde domina el mal. Un mundo en el que Thomas Hunter se enamora de una mujer hermosa. Pero luego se acuerda del sueño en el que lo perseguían por un callejón mientras extiende su mano para tocar la sangre en su cabeza.? ¿Dónde termina el sueño y comienza la realidad? Cada vez que se queda dormido en un mundo, se despierta en otro. Pero en ambos, le aguarda un desastre catastrófico… quizás incluso sea causado por él.

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– Si enviaras a un centenar de vuelta al infierno, ella se impresionaría mucho.

– ¿Cien? ¿Antes de saltar a rescatarla? Parece una exageración.

– Entonces cincuenta. Cincuenta es más que suficiente.

– ¿Y si dijéramos que el mayor, el mismísimo Teeleh, estuviera dirigiendo el ataque desde dos flancos, quitándome toda vía de escape? – inquirió Tanis, que ahora parecía totalmente de acuerdo con la idea-. Despacho cincuenta con facilidad, pero luego vienen muchos más y parece perdida toda esperanza. En el último instante, Rachelle podría dirigir mi ataque, y con un cambio total brillante pongo al mayor de ellos a huir chillando para salvar su vida. Los demás huyen en total desorganización. ¡Perfecto!

– ¿Quieres hacerlo de veras? -preguntó Palus.

– ¡No te preocupes, amor mío! -exclamó Tanis en respuesta, girando súbitamente cuesta arriba, y luego gritó mirando a Palus-. ¡Te rescataré!

Dio tres pasos y luego saltó al aire, ejecutó un giro espectacular en el aire, cayó a tierra apoyándose en las manos, rodó y lanzó dos sensacionales Patadas que Tom no habría creído que fuera posible dar en forma seguida.

Tanis terminó su primer ataque en una voltereta que lo dejó al lado de Palus. Cayó rendido a los pies del hombre y arremetió con otra patada.

El impulso los desequilibró a los dos. Cayeron a tierra, rodaron una vez, y luego se levantaron riendo a carcajadas.

Bueno, supongo que uno necesita un poco de práctica -bromeó Tanis. Pero captas la idea. No sugeriría algo tan extravagante con Rachelle primera vez que la veas. Pero ella querrá que la sorprendas con tu originalidad. ¿Qué estarías dispuesto a hacer para escogerla, salvarla y amarla?

Tom no se podía imaginar ni remotamente haciendo algo audaz. Susurrar palabras espléndidas de cortejo podría ser suficientemente retador. ¿Había hecho algo como esto alguna vez antes de su amnesia? Evidentemente no, de lo contrario llevaría en la frente la marca de la unión.

– ¿Cómo hiciste esa patada? -quiso saber Tom.

– ¿Cuál de ellas? -preguntó Tanis poniéndose en pie de un salto.

– Perdónenme, pero debo despedirme. Karyl me espera -comentó Palus, levantando una mano.

Se despidieron de Palus, y este se dirigió a la aldea. Los niños jugaban con varios roushes en el otro lado del valle, turnándose para montarse en las espaldas de dos de las blancas criaturas mientras estas cerraban las alas y descendían por la colina.

– ¿Cuál patada? -volvió a preguntar Tanis.

– La primera. ¿La uno-dos-marcha atrás?

– Muéstrame lo que quieres decir -pidió Tanis.

– ¿Yo? No puedo patear de esa manera.

– Entonces te enseñaré. A una mujer le encanta un hombre fuerte. Así peleaban los hombres, ¿sabes? En las historias, quiero decir. He creado todo un sistema de combate cuerpo a cuerpo. Intenta la patada. Muéstrame.

– ¿Ahora?

– Por supuesto -contestó Tanis y palmeó dos veces-. Muéstrame.

– Bueno, es algo así…

Tom dio un paso adelante y ejecutó un giro en el aire con una segunda patada, de alguna manera parecida a la que había visto hacer a Tanis. Sorprendentemente el giro en el aire le pareció… sencillo. Podía ejecutarlo mucho más fácil aquí que en sus sueños de las historias. ¿La atmósfera?

Desafortunadamente la segunda patada quedó corta. Aterrizó sobre su costado y resopló.

– ¡Excelente! Haremos ya un guerrero de ti. Creo que Rachelle estará muy impresionada. ¿Te gustaría ser mi aprendiz?

– ¿En pelea?

– Sí, ¡desde luego! Te podría enseñar lo que pocos han aprendido, incluso aquí. Podríamos hablar de las historias y discutir formas de lanzar un golpe aplastante a los nauseabundos murciélagos del bosque negro.

– Bueno, me gustaría aprender más de ti…

– ¡Perfecto! Ven, déjame mostrarte la segunda patada.

Tanis era talentoso y no escatimaba pasión en explicar precisamente cómo moverse para potenciar al máximo la cantidad de movimientos en el aire. Cuando aterrizaba, usaba las manos como contrapeso, lo que le permitía hacer sorprendentes maniobras. Una hora después Tom pudo ejecutar algunos de los movimientos sin caer de cabeza. De no ser en las películas de las historias, sin duda ninguna persona viva podría moverse de este modo. Debía haber una diferencia en las atmósferas. ¿O era en el agua?

La ocasión dejó agotado a Tom.

– ¡Suficiente! Hablemos ahora -anunció finalmente Tanis, al ver a Tom respirando con dificultad-. Mañana aprenderemos más luchas. Pero ahora quiero saber más acerca de las historias. Me gustaría saber, por ejemplo, qué clase de armas tenían. Sé de algunas, artefactos que hacían grandes sonidos y lanzaban terribles golpes a cientos a la vez. ¿Has oído hablar alguna vez de algo así?

– ¿Una pistola?

Por el pecho de Tom le recorrió inquietud. Tanis estaba considerando seriamente esta expedición suya al interior del bosque negro. ¡Pero no podía hacer eso! Era demasiado peligroso.

– ¿Qué es una pistola? -quiso saber Tanis-. Estoy pensando en una expedición, Thomas. Esas armas podrían ser de gran ayuda. En realidad, de una ayuda grandiosa. Podrías ir conmigo, ¡ya que estuviste allí!

Él hablaba con mucho entusiasmo e inocencia.

– No conoces el bosque negro, Tanis. Entrar sería la muerte para cualquiera que lo intentara.

– ¡Pero tú! ¡Tú estás vivo!

– Tuve suerte. Y créeme, ninguna veloz patada me habría ayudado. Hay muchos de ellos. ¡Millones!

– ¡Exactamente! ¡Por eso es necesario acabar con ellos!

– Te has comprometido con los demás en no cruzar el río.

– Como precaución. Hay momentos de dejar la cautela en el valle y emprender la marcha hacia la montaña.

– No creo que este sea ese momento -objetó Tom.

Se le ocurrió que necesitaba un poco de agua. Desesperadamente sintió Sed. Mareo, en realidad. Se hallaban subiendo la colina, y se detuvo para respirar.

– ¿Te motiva la ira contra ellos, o curiosidad?

– Ira, creo -contestó Tanis después de mirar el bosque, pensativo-. Tal vez no sea el momento adecuado. Al menos yo podría escribir una historia maravillosa al respecto.

Luego miró a Tom.

– Dime qué más sabes.

Esto no estaba yendo como pretendía Michal.

– Por favor, Tanis -rogó Tom, agobiado repentinamente por una sensación de mareo-. No entiendes.

– ¡Pero quiero hacerlo!

El mundo de Tom le dio vuelta y de pronto empezó a desvanecerse. Cayó sobre una rodilla. Se sintió caer. Estiró la mano. Tinieblas.

15

PERDÓN, ¿SEÑOR?

Una mano le tocó el hombro a Tom.

Él se irguió, medio despierto.

– Enderece su asiento, por favor -le ordenó una asistente de vuelo inclinándose sobre él.

El asiento de Kara estaba vacío. Baño.

– ¿Estamos aterrizando? -preguntó Tom intentando aclarar la mente.

– Hemos comenzado a descender en Bangkok -le comunicó la azafata, y se fue.

Estaban en la clase turística de un 747 de Líneas Aéreas Singapur. La tapicería amarilla y azul que cubría el asiento directamente frente a Tom se estaba empezando a descoser. El monitor detrás del asiento mostraba en una línea roja el avance del vuelo sobre el Pacífico. Se hallaba en el sueño.

El avión olía a hogar. El hogar en el sudeste asiático. Sopa de soya, salsa de cacahuate, fideos, té de hierbas. La mente de Tom repasó rápidamente las últimas ocho horas. El vuelo a Singapur había sido un asunto largo y complicado sin poder dormir, durante la cual Kara y Tom habían revisado canales en las pequeñas pantallas incrustadas y recordado sus años en el sudeste asiático. Años de aprender a ser un camaleón, cambiando pieles entre culturas.

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