Gene Wolfe - La quinta cabeza de Cerbero

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La quinta cabeza de Cerbero: краткое содержание, описание и аннотация

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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—Dos vosotros, seis nosotros. Y Hojas que se Comen no luchará si yo lucho contra él.

Por un momento Dedo de Sangre pareció enfadado, y recordando aquellos grandes puños Paso en la Arena se preparó a esquivar y patear. Entonces Dedo de Sangre mostró una sonrisa desdentada.

—¿Conque sólo tú y yo, muchacho? Herirnos uno al otro mientras los demás miran y gritan. Si ganas tú, comen tus amigos, y si gano yo… pues vienen por mí cuando oscurezca. No. Si aún queda vivo alguno de nosotros, dentro de unos días tendrás hambre. Entonces volveremos a hablar.

Paso en la Arena sacudió la cabeza, pero sonrió. Había andado toda la noche con sus captores y se había debatido la mañana entera con los muros resbaladizos; por eso cuando Dedo de Sangre le dio la espalda cavó un lugar en la arena, cerca de los hijos de la Sombra, y se echó. Al cabo de un tiempo la muchacha Dulce Boca fue a tenderse a su lado.

Al ocaso, como había dicho Dedo de Sangre, les arrojaron unos tallos de plantas. Los hijos de la Sombra empezaban a desperezarse, y les llevaron dos a Dulce Boca y Paso en la Arena. Dulce Boca tomó el suyo, pero los ojos resplandecientes de los hijos de la Sombra la asustaban. Fue al otro lado del foso a sentarse con Ondulante Rama de Cedro.

El Viejo Sabio se sentó junto a Paso en la Arena, quien notó que no tenía tallo de agua.

—Bien, ¿y ahora qué hacemos? —dijo Paso en la Arena.

—Hablar —dijo el Viejo Sabio.

—¿Por qué?

—Porque no hay oportunidad de actuar. Cuando no se puede hacer nada, siempre es sensato hablar mucho, discutir qué se ha hecho y qué puede hacerse. Todos los grandes movimientos políticos de la historia nacieron en la cárcel.

—¿Qué son los movimientos políticos, y la historia?

—Eres de frente alta y de ojos muy separados —dijo el Viejo Sabio—. Lamentablemente, como toda tu especie tienes el seso en el tórax —dio un golpecito en el vientre duro y chato de Paso en la Arena, o al menos amagó hacerlo, aunque su dedo no tenía sustancia—. De modo que ni esos indicios de capacidad mental son válidos.

Discretamente, Paso en la Arena dijo:

—Cuando estamos hambrientos, todos tenemos el seso en el estómago.

—Te refieres a la mente —le dijo el Viejo Sabio—. A la mente le es posible flotar catorce mil pies o más por encima de la cabeza.

—Los andariegos de estrellas de estos hombres del pantano dicen que sus mentes, quizá quieran decir sus almas, dejan el suelo, retozan por el espacio, hacen pie en la esfera, y arrastrados por el universo tractivo, planean, se remontan, vuelan en arcos y remolinos entre las constelaciones hasta el amanecer, leyéndolo todo y cuidando el conjunto. Eso me contaron en mi cautividad.

El Viejo Sabio hizo ruido de escupir y le preguntó a Paso en la Arena:

—¿Alguna vez has visto un leño flotando en el agua? Digo allá arriba en las colinas, donde el agua se precipita entre piedras y el leño con ella.

—Yo monté el río así. Por eso llegué tan rápido a los prados de agua.

—Mejor todavía —el Viejo Sabio alzó la cabeza para mirar el cielo nocturno—. Allí —dijo, señalando—. Allí. ¿A eso cómo lo llamas?

Paso en la Arena intentaba seguir la dirección del dedo sombrío.

—¿Dónde? —dijo.

A través de la mano del Viejo Sabio, miraban los ojos serenos y ciegos de la Mujer de Pelo Ardiente.

—Allí, extendida de punta a punta por todo el firmamento.

—Ah, sí, eso —dijo Paso en la Arena—. Eso es la Cascada.

—Exacto. Ahora piensa en un tronco hueco lo bastante grande para que quepan hombres. Eso sería un crucero de las estrellas.

—Comprendo.

—Pues antes de los largos días de sueño, los humanos, mi raza, viajaban realmente así, navegando entre las estrellas.

—Yo creía que habíais estado aquí siempre —dijo Paso en la Arena.

El Viejo Sabio sacudió la cabeza.

—Quizá llegamos hace poco, o quizá hace mucho, mucho tiempo. No estoy seguro de cuál de las dos cosas.

—¿Vuestras canciones no lo cuentan?

—Cuando llegamos aquí no teníamos canciones; fue uno de los motivos que nos llevaron a quedarnos y por el que perdimos el crucero.

—De todos modos no habríais podido volver en él —dijo Paso en la Arena. Pensaba en remontar la corriente de un río.

—Lo sabemos bien. Hemos cambiado demasiado. ¿Crees que nos parecemos a ti, Paso en la Arena?

—No mucho. Sois demasiado pequeños y no se os ve sanos; tenéis las orejas demasiado redondas y poco pelo.

—Cierto —dijo el Viejo Sabio, y se quedó callado.

En el silencio que siguió entonces, Paso en la Arena oyó un leve ruido que no había oído nunca, un ruido que se elevaba y caía: era Océano, a un cuarto de milla, alisando la playa con manos mojadas, pero Paso en la Arena no lo sabía.

—No pretendía ofenderte —dijo al fin Paso en la Arena—. Simplemente señalaba esas cosas.

—Lo que las hace así —dijo el Viejo Sabio— es el pensamiento. Nosotros no nos concebimos como nos has descrito tú, y por lo tanto en realidad no tenemos esa forma. No obstante, es aleccionador oír lo que pensáis de nosotros.

—Lo siento.

—En cualquier caso, en un tiempo éramos como vosotros ahora.

—Ya —dijo Paso en la Arena.

A menudo, cuando era más joven, Ondulante Rama de Cedro le había contado historias con títulos que decían «Cómo el gato mula consiguió su cola» (robándosela a la lagartija-en-falta, que la tenía por lengua) o «Por qué el águila no vuela nunca» (no quiere que los demás animales le vean los feos pies y los esconde en la hierba salvo cuando los usa para matar). Pensó que la historia del Viejo Sabio iba a ser algo así, y como no la había oído nunca tuvo muchas ganas de escucharla.

—Llegamos quizá hace poco, como dije, o quizá hace mucho, mucho tiempo. A veces, al amanecer, sentados y mirándonos cara a cara, antes de elevar la Canción del sueño diurno, tratamos de recordar el nombre de nuestro hogar. Pero también oímos el canto de la mente de nuestros hermanos, que no cantan, cuando van de un lado a otro entre las estrellas; entonces les torcemos el pensamiento, haciéndolos volver, pero estos pensamientos entran en nuestras canciones. Es posible que nuestro hogar se llamara Adántida o Mu… O Gondwana, África, Poictesme, o El País de los Amigos. Yo, como cinco, recuerdo todos esos nombres.

—Sí —dijo Paso en la Arena.

Había disfrutado con los nombres, pero que el Viejo Sabio se refiriese a sí mismo como cinco le había recordado a los otros hijos de la Sombra. Parecían todos despiertos y atentos a la historia, pero estaban lejos, sentados en diversos lugares del foso. Dos, al parecer, habían intentado trepar por los muros movedizos, y ahora esperaban allí donde habían abandonado el esfuerzo, uno a un cuarto de camino arriba, otro casi en la mitad. Todos los humanos dormían salvo él. El borde del foso tamizaba el resplandor azul de la esfera hermana.

—Cuando llegamos éramos como vosotros ahora… —comenzó el Viejo Sabio.

—Pero os quitasteis vuestra apariencia para bañaros —continuó por él Paso en la Arena, pensando en las plumas y flores que a veces los suyos llevaban en el pelo—, y nosotros os la robamos y la venimos usando desde entonces… —una vez Ondulante Rama de Cedro le había contado una historia similar.

—No. Para que tuvierais nuestra apariencia no hizo falta que nosotros la perdiéramos. Vosotros venís de una raza de cambiadores de forma; como esos que en nuestro viejo hogar llamábamos hombres lobo. Cuando llegamos, algunos de vosotros eran como algunas bestias, y otros de formas fantásticas inspiradas por las nubes, o los torrentes de lava, o el agua. Pero nosotros llegamos con energía y majestad y poder, zambulléndonos en vuestro mar con un silbido de mil serpientes, desembarcando como conquistadores con luces ardientes en el puño, y con llamas.

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