Gene Wolfe - La quinta cabeza de Cerbero

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La quinta cabeza de Cerbero: краткое содержание, описание и аннотация

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Muy lejos de su planeta madre, la Tierra, dos mundos gemelos, Sainte Anne y Sainte Croix, fueron colonizados en su tiempo por inmigrantes franceses, que aniquilaron a la población nativa del segundo de ellos. Muchos siglos después, tras una guerra que dispersó a los colonos originales y relegó a la leyenda el recuerdo del genocidio original, un etnólogo de la Tierra, John V. Marsch, dedica su vida a buscar las huellas de aquella cultura alienígena, los abos, el Pueblo Libre, los hijos de la Sombra, convertida hoy en una indefinida mitología aplastada bajo un subterráneo sentimiento de culpabilidad que niega incluso la realidad de su existencia…

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Cinco días lo tuvieron allí; después toda una noche lo obligaron a caminar delante de ellos y a la primera luz lo arrojaron en el foso que se llama El Otro Ojo. Ya había allí cuatro. Eran su madre, Ondulante Rama de Cedro, Hojas que se Comen, el viejo Dedo de Sangre y la muchacha Dulce Boca.

—¡Hijo mío! —dijo Ondulante Rama de Cedro, y lloró. Estaba muy flaca.

Durante medio día Paso en la Arena intentó escalar los muros de El Otro Ojo. Se hizo empujar por Hojas que se Comen y la muchacha Dulce Boca, y le pidió al viejo Dedo de Sangre que se apoyara en la arenosa cuesta mientras Hojas que se Comen se le subía encima para que él, Paso en la Arena, pudiera trepar sobre ambos y escapar; pero los muros del foso llamado El Otro Ojo son de arena tan blanda que desaparecen bajos los pies y las manos, y cuanto más los tira uno hacia abajo más difícil es trepar. Dedo de Sangre perdió pie y Paso en la Arena cayó, y volvieron a estar como antes.

A eso de una hora después del mediodía, al borde del foso apareció otro Paso en la Arena y estuvo largo rato mirando hacia abajo. Paso en la Arena, en el foso, alzaba los ojos y se veía a sí mismo. Entonces unos hombres con cicatrices trajeron una larga liana, y aferrando una punta lanzaron la otra abajo.

—Ése —dijo el Paso en la Arena que estaba en el lugar alto, y señaló al verdadero Paso en la Arena.

Paso en la Arena sacudió la cabeza. No.

—No serás sacrificado; no todavía. Sube.

—¿Seré liberado?

El otro se rió.

—Entonces… si quieres hablarme, hermano, debes bajar.

Viento del Este miró a los hombres que sujetaban la liana, encogió los hombros como medio en broma, y con las manos en la enredadera se deslizó hasta abajo.

—Deseo verte mejor —le dijo a Paso en la Arena—. Tienes mi cara.

—Tú eres mi hermano —dijo Paso en la Arena—. He soñado contigo, y mi madre me habló de ti. Dos fuimos paridos, y para lavarnos ella me sostuvo a mí y a ti la madre de ella. Vinieron los hombres del pantano y de la boca de su madre le sacaron a la fuerza tu nombre, para tener poder sobre ti, y luego la mataron.

—Todo eso lo sé —dijo Viento del Este—. Me lo ha dicho Última Voz, mi maestro.

Paso en la Arena esperaba obtener cierta ventaja metiendo a la madre en la conversación; por eso dijo:

—¿Cómo se llamaba, madre? ¿Cómo se llamaba tu madre, la que ellos ahogaron? Yo lo he olvidado.

Pero Ondulante Rama de Cedro estaba llorando y no quería responder.

—Vas a morir —dijo Viento del Este— para poder llevar tus mensajes al río, que habla a las estrellas, que hablan a Dios. Última Voz me ha advertido que quizá haya para mí algún peligro en tu muerte. Puede que seamos una sola persona… —Paso en la Arena negó con la cabeza y escupió—. Para ti es un gran honor. Eres un hijo de la colina que vale como diez; pero en las estrellas serás más grande que yo, que aprendo a leer las instrucciones que el río le escribe a Dios.

—Realmente no eres tan parecido a mí —dijo Paso en la Arena—, y no tienes barba.

Se tocó el labio, allí donde empezaban a brotar unas cerdas. Inesperadamente la muchacha Dulce Boca, que los había estado observando en silencio —con Hojas que se Comen y Dedo de Sangre—, soltó una risita. Paso en la Arena la miró enfadado y ella señaló a Viento del Este, incapaz de contenerse.

—Atamos bien fuerte estas cosas con un cabello de mujer, y se pudren —dijo Viento del Este—. No es doloroso, y de los que serán andariegos de estrellas sólo unos pocos mueren. Yo deseaba decirte que Última Voz me ha advertido que tú y yo somos uno. Tú morirás antes, e irás al río y las estrellas. No me da miedo. En mis sueños flotaré contigo en lugares de poder; vengo a decirte que en tus sueños quizá sigas andando como un hombre que vive.

Desde el borde del foso una voz llamó a Viento del Este.

—Estudioso del Cielo, hay más. ¿Deseas subir?

Paso en la Arena alzó la mirada y vio las pequeñas formas de los hijos de la Sombra, rodeadas de hombres de los pantanos por tres lados.

—No —dijo Viento del Este—. A éstos no les temo. Al menos son hombres… ¿He de temer a ésos?

—Tal vez —dijo Paso en la Arena.

Los hijos de la Sombra bajaron la blanda cuesta trastabillando. A la brillante luz del sol parecían mucho más pequeños que por la noche, exangües y patituertos. Paso en la Arena pensó que un niño de verdad con ese aspecto no tardaría en morirse.

—Moriremos pronto —dijo uno de los hijos de la Sombra; Paso en la Arena no supo bien cuál— y éstos nos comerán. A ti también.

Viento del Este dijo:

—La comida ritual de presentes otorgados al río es muy diferente de un festín, hombrecitos burlones. El festín lo tendremos con vosotros.

Desde la orilla, el hombre del pantano que había llamado a Viento del Este, al parecer personaje de cierta importancia entre ellos, anunció:

—Cinco, Estudioso del Cielo —se frotó las manos—. Y no hay carne más dulce que la de un hijo de la Sombra.

—Seis —lo corrigió Viento del Este.

—Este foso no fue cavado por manos —dijo un hijo de la Sombra. Varios de ellos andaban husmeando alrededor, cribando la fina arena con los dedos.

—Son seguidores tuyos —le dijo Viento del Este a Paso en la Arena—. ¿Te cuidarás de explicarles lo que será el nuevo hogar?

—Lo haría si pudiera, pero nadie sabe por qué el mundo es como es, salvo porque se conforma a la voluntad de Dios.

—Entérate, pues, de dónde estás. Aquí, apenas cien pasos al este, el caudal del río se ensancha para siempre. Es como el tallo que se transforma en flor, salvo que la flor del río, que se llama Océano, crece sin límite.

—No lo creo —dijo Paso en la Arena.

—¿Todavía no entiendes? ¿No sabes por qué el río excede en santidad tanto a Dios como a las estrellas? ¿Por qué se debe lavar en él al niño que empieza la vida, y por qué de caer una estrella hay que embarrar sus aguas con la sangre de los andariegos de estrellas? El río es el Tiempo, y en este lugar sagrado acaba en Océano, que es el pasado y nunca deja de extenderse. En la orilla este, donde el suelo es bajo y el agua unas veces dulce y otras salada, está el Ojo, el gran círculo del cual parten los andariegos de estrellas. En esta orilla, la oeste, Océano se ha complacido en hacer este otro Ojo para que contenga los dones que llegado el momento serán suyos. Última Voz, que ha pensado mucho en todas las cosas, dice que las manos de Océano, que golpean las playas una y otra vez, retiran la arena en el momento mismo en que más arena viene a reemplazarla; arena que le fue devuelta por las playas. Así es que El Otro Ojo nunca está vacío, y nunca puede ser llenado.

—Nosotros lavamos a nuestros hijos en el río —dijo Paso en la Arena—, porque significa la pureza de Dios. Aún llevan en ellos la raíz terrosa de los árboles, sus padres, y hay que lavarla. En cuanto al resto de tu disparate, no me parece mejor que ese de que somos la misma persona.

—Última Voz ha abierto cuerpos de mujeres… —empezó a decir Viento del Este, pero viendo disgusto en la cara de Paso en la Arena dio media vuelta, agarró la liana e hizo una seña a los hombres que esperaban para subirlo. Desde el borde agitó brevemente la mano y dijo:

—Adiós, madre. Adiós, hermano —y desapareció.

Con su voz gruñona, el viejo Dedo de Sangre dijo:

—¿Nos dejan subir a beber? Tengo sed, y en este lugar no hay pozas de agua.

Tampoco había reparo del sol, pero los hijos de la Sombra se habían echado en el lado del foso que se oscurecería primero, apretados en pequeños ovillos oscuros. Dedo de Sangre dijo:

—Hacia el ocaso nos arrojarán tallos que no tienen gran sabor pero sí mucho jugo. Es todo lo que dan de beber. Y de comer también… —apuntó con un pulgar hacia los hijos de la Sombra—. Pero carneando a esos gusanos obtendríamos comida y bebida. Tres nosotros, cinco ellos: no está mal, y no resistirán mucho tiempo mientras el sol esté alto.

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