Poul Anderson - Tau cero

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Tau cero: краткое содержание, описание и аннотация

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La época es el siglo XXI. Los personajes son cincuenta especialistas: hombres y mujeres elegidos tras un largo y cuidadoso proceso de selección destinado a incorporar sólo personal particularmente entrenado en el viaje espacial y excepcionalmente apto para desarrollar con éxito una nueva colonia. La nave es la
, la más reciente de su clase. Y todos los esfuerzos están puestos al servicio de una única misión: viajar a través del espacio interestelar hasta un lejano planeta donde debe establecerse una colonia terrestre.
Sin embargo dos años después de su partida, la
colisiona con una nube de desechos del espacio, se avería y la ruta se altera. Todos se ven irremediablemente sin fin hacia lo desconocido.

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—Descubrieron que lo que observamos no puede explicarse por completo por ninguna tau que podamos tener. Debía haber otros factores. Las galaxias se están aproximando. El gas está siendo comprimido. El espacio ha dejado de expandirse. Alcanzó el límite y vuelve a contraerse. Elof dice que el colapso continuará. Y continuará. Hasta el final.

—¿Y nosotros? —preguntó Reymont.

—¿Quién sabe? Excepto que los cálculos indican que no podemos detenernos. Es decir, podríamos, pero para cuando lo hiciésemos no quedaría nada… excepto la oscuridad, soles quemados, cero absoluto, muerte y muerte. Nada.

—No es eso lo que queremos —dijo él estúpidamente.

—No. ¿Qué queremos? —Curiosamente no lloraba—. Creo… Carl, ¿no deberíamos decir buenas noches? ¿Todos nosotros a todos los demás? Una última fiesta, con vino y velas. Y después ir a los camarotes. Tú y yo en el nuestro. Y amarnos, si podemos, y decirnos buenas noches. Tenemos morfina para todos. Y oh, Carl, estamos tan cansados. Será agradable dormir.

Reymont volvió a acercarla hacia él.

—¿Leíste alguna vez Moby Dick ? —murmuró ella—. Así somos nosotros. Hemos perseguido a la Ballena Blanca. Hasta el final del tiempo. Y ahora… la pregunta. ¿Qué es el hombre, que debería sobrevivir a su Dios?

Reymont la apartó cuidadosamente de él, y buscó el visor. Mirando al frente vio, por un momento, pasar una galaxia. Debía estar sólo a unos diez mil parsecs de distancia, porque la vio grande y clara sobre la oscuridad. La forma era caótica. Cualquier estructura que una vez tuviera se había desintegrado. Era de un rojo vago y apagado, haciéndose hacia los bordes del tono de la sangre coagulada.

Salió del campo visual. La nave atravesó otra, fue agitada por ella, pero de ésa nada fue visible.

Reymont se arrastró de nuevo a la cubierta de mando. Los dientes le brillaban en el rostro.

—¡No! —dijo.

20

Desde la tarima, él y ella miraron a los pasajeros reunidos.

El grupo estaba sentado, sujeto con arneses a sillas cuyas patas habían sido pegadas con uniones de seguridad al suelo del gimnasio. Otra cosa hubiese sido peligrosa. No es que hubiese ingravidez continuamente. Las últimas semanas habían sido de condiciones que cambiaban con tal rapidez que aquellos que sabían no podían retrasar las explicaciones aunque lo hubieran deseado.

Entre el valor de tau que tenían ahora los átomos interestelares con respecto a la Leonora Christine ; y la compresión de las longitudes en las medidas debido a esa misma tau; y el radio decreciente del cosmos: los ramjets de la nave la llevaban a sólo una buena fracción de un g por los abismos más exteriores del espacio interclan. Más y más a menudo llegaban momentos de mayor aceleración al pasar a través de galaxias. Eran demasiado rápidos para ser compensados por los campos interiores. Parecían olas; y en cada ocasión el ruido en el casco de la nave era más agónico y tormentoso.

Cuatro docenas de cuerpos reunidos podían haber significado huesos rotos o algo peor. Sin embargo dos personas, entrenadas y en alerta, podían mantenerse de pie con la ayuda de una barra para sostenerse. Y era necesario que lo hiciesen. En aquellas horas, la gente debía tener frente a sus ojos a un hombre y una mujer que se mantuviesen firmes.

Ingrid Lindgren completó su informe.

—…eso es lo que sucede. No podremos detenernos antes de la muerte del universo.

El silencio al que le había hablado pareció hacerse más profundo. Algunas mujeres gimieron, algunos hombres articularon juramentos o plegarias, pero en ningún caso hubo gritos. En la primera fila, el capitán Telander inclinó la cabeza y se cubrió la cara. La nave dio un bandazo por otra ráfaga. El ruido la recorrió, zumbando, gimiendo, silbando.

Los dedos de Lindgren agarraron momentáneamente los de Reymont.

—El condestable tiene algo que decirles —dijo.

Se adelantó. Hundidos y rojos, sus ojos parecían mirarles con tal salvajismo que ni la misma Chi-Yuen se atrevió a hacer un gesto. Llevaba una túnica de color gris lobo, y al lado de su insignia llevaba la pistola automática, el emblema definitivo. Habló, con calma pero sin la compasión de la primer oficial:

—Sé que piensan que éste es el final. Lo hemos intentado y hemos fracasado, y debería dejarles para que buscasen la paz consigo mismos o con Dios. Bien, no digo que no debiéramos hacerlo. No tengo ni idea de lo que va a pasar con nosotros. No creo que nadie pueda predecirlo ya. La naturaleza se vuelve demasiado extraña para eso. Honestamente, admito que nuestras posibilidades parecen muy reducidas.

»Pero tampoco creo que sean nulas. Y con eso no quiero decir que podamos sobrevivir en un universo muerto. Ésa es la meta obvia. Reducir nuestro tiempo hasta que no sea muy diferente al de fuera, mientras continuamente nos movemos lo bastante rápido para recoger hidrógeno como combustible. Pasar entonces los años que nos queden a bordo de esta nave, sin mirar nunca la oscuridad que nos rodea, sin pensar nunca en el destino de la niña que pronto va a nacer.

»Quizá sea físicamente posible, si la termodinámica del espacio en contracción no nos juega ninguna mala pasada. Sin embargo, no creo que sea psicológicamente posible. Sus rostros me indican que están de acuerdo conmigo. ¿Tengo razón?

»¿Qué podemos hacer?

»Creo que tenemos la obligación, hacia la raza que nos dio la existencia y hacia los hijos que podamos tener, de seguir intentándolo hasta el final.

»Para la mayor parte de ustedes, eso no será más que seguir viviendo, seguir estando cuerdos. Sé bien que podría ser la tarea más dura que los seres humanos jamás se hayan impuesto a sí mismos. La tripulación y los científicos que tengan especialidades importantes tendrán, además, que seguir trabajando en la nave y prepararse para lo que venga. Será difícil.

»Así que busquen la paz. La paz interior. Ésa es, de cualquier forma, la única que existe. La lucha exterior continúa. Propongo que la emprendamos sin pensar en rendirnos.

De pronto habló más alto:

—Yo propongo que marchemos al siguiente ciclo del cosmos.

Eso captó su atención. Sobre un conjunto de jadeos y gritos inarticulados se oyeron algunas estridencias:

—¡No! ¡Locura!

—¡Maravilloso!

—¡Imposible!

—¡Blasfemia!

Reymont sacó la pistola y disparó. El disparo los hizo callar. Sonrió.

—Una bala de fogueo —dijo—. Mejor que un martillo. Por supuesto, lo he discutido antes con los oficiales y expertos en astronomía. Al menos los oficiales admiten que la apuesta vale la pena, aunque sólo sea porque no tenemos mucho que perder. Pero de la misma forma, queremos un acuerdo general. Discutámoslo de la forma habitual. Capitán Telander, ¿quiere usted presidir?

—No —dijo el jefe con voz débil—. Usted. Hágame el favor.

—Muy bien. Comentarios… ah, probablemente debería comenzar nuestro físico más antiguo.

Ben-Zvi habló con voz casi indignada:

—El universo necesitó entre cien y doscientos mil millones de años para completar su expansión. No colapsará en menos tiempo. ¿De verdad cree que podremos adquirir una tau que nos permita sobrevivir a este ciclo?

—Creo de veras que deberíamos intentarlo —contestó Reymont. La nave se agitó y tembló—. Hemos ganado un pequeño porcentaje en ese grupo galáctico. A medida que la materia se haga más densa, aceleraremos más rápido. El espacio mismo se está contrayendo en una curva más y más cerrada. Antes no podíamos circunnavegar el universo, porque no hubiese durado tanto en la forma que lo conocíamos. Pero podríamos ser capaces de rodear el universo en contracción varias veces. Esa es la opinión del profesor Chidambaran. ¿Podrías explicarlo, Mohandas?

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