Clifford Simak - El tiempo es lo más simple

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El tiempo es lo más simple: краткое содержание, описание и аннотация

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Llegó un momento en que el hombre tuvo que admitir que no le sería posible alcanzar las estrellas. Lo había sospechado por los cinturones radioactivos de Van Allen, cuando fueron descubiertos por el sabio astrónomo que le dio su nombre, hasta que gradualmente, se llegó a su total certidumbre.
Pero el hombre, con su interminable ingeniosidad, resolvió el problema con el auxilio de los telépatas, y con la ayuda de una gigantesca organización del más alto secreto, llamada “Anzuelo”, mediante la cual, los hombres podían lanzar sus mentes a las profundidades del espacio. Y en una de esas ocasiones, Sheperd Blaine, mientras exploraba su camino asignado por el “Anzuelo” tomó contacto con una criatura fantástica, sin forma, omnisciente, una amsitosa Cosa de Color de Rosa que le dijo: “Intercambio mente con la tuya”.

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¡Y aquí, que Dios nos ayude, se hallaba lo mágico!

Y el mundo se precipitó en la borrachera de lo mágico.

El péndulo había ido demasiado lejos, como siempre, y ahora retrocedía amenazadoramente y el horror de la intolerancia había sido derramado por toda la Tierra. Y nuevamente el hombre se hallaba sin su héroe cultural, pero había adquirido, en su lugar, una neosuperstición que caminaba por la oscura senda de una segunda Edad Media.

—Me he embrollado y confundido mucho sobre la materia — dijo el padre Flanagan —. Es algo que, naturalmente, concierne aun a un indigno servidor de la Iglesia como yo lo soy, ya que cualquier cosa que concierna a los hombres, a las almas y a las mentes de los hombres, es de interés para la Iglesia y para el Santo Padre. Es la histórica posición de Roma que nosotros debemos continuar en nosotros mismos.

Blaine se inclinó ligeramente, en reconocimiento de la sinceridad de aquel anciano sacerdote; pero hubo un matiz de amargura en su voz al contestarle:

—Así ha venido usted a estudiarme. Está usted aquí para hacerme preguntas…

Se apreció un tono de tristeza en la voz del anciano sacerdote. —He rogado para que usted no lo viese en ese aspecto. Ya veo que he fracasado. He venido hacia usted como cualquiera que pudiera ayudarme, y a través de mí, a la iglesia. Ya que, hijo mío, la Iglesia necesita a veces ayuda también. No resulta muy glorioso decir esto, por todo lo que ha sido cargado, a través de toda su historia, con excesivo orgullo. Usted es un hombre, un hombre inteligente, que es parte de esta cosa que sirve y contribuye a confundirnos y a embrollarnos a nosotros. Pensé que podría ayudarme.

Blaine se sentó en silencio, y el sacerdote continuó mirándole, como un hombre humilde que busca un favor y que tiene, con todo, un sentido de fuerza interior que no puede comprobarse, sino sentir.

—No me importaría — dijo Blaine —. No es que piense ni por un momento que ello condujese a nada bueno Usted es una parte de lo que está en este pueblo.

—No es eso, hijo. Nosotros, ni sancionamos ni condenamos. No tenemos hechos suficientes.

—Le diré algo respecto de mí mismo — dijo Blaine— si eso es lo que desea usted saber. Yo soy un viajero cósmico. Mi oficio es ir hacia las estrellas. Yo salto dentro de una máquina… bien, no exactamente una máquina más bien es un mecanismo simbólico que ayuda a liberarme de la mente, y que posiblemente empuja mi mente en la dirección justa. En ciencia, eso serían matemáticas; pero ahora no se trata de lo matemático. Es una vía para evadirse hacia los espacios cósmicos y de conocer dónde se va.

—¿Magia?

—¡Diablos! No, perdón, padre. No, no es magia. Una vez que consigue usted comprenderlo, una vez que consigue usted sentirlo, se hace claro y simple y se convierte en parte de usted mismo. Es algo tan natural como respirar y tan fácil como arrojar un trozo de madera. Yo imaginaría…

—Supongo — interrumpió el padre Flanagan — que es innecesario acudir a las matemáticas. ¿Podría usted decirme qué se experimenta cuando se está en otro sistema solar?

—Bien, pues no mucho más diferente de lo que se experimenta estando aquí sentado con usted. Al principio, quiero decir en los primeros viajes, uno se encuentra un tanto desnudo, solo con la mente y no con el cuerpo…

—¿Y su mente, permanece errabunda?

—Pues, realmente, no. Podría, por supuesto, hacerlo así; pero no es lo corriente. Usualmente uno permanece encerrado en la máquina que le envía a las lejanías del espacio a otros mundos.

—¿Una máquina?

—Más bien un ingenio comprobador. Recoge todos los datos, que deposita en un registrador. Uno consigue la descripción completa de lo que ve. No lo que ve por sí mismo (aunque no se trata de ver exactamente con los ojos físicos), es más bien el registro de las sensaciones, todas las cosas que pueden captarse. En teoría y largamente en la práctica, la máquina recoge los datos y la mente está allí para la interpretación solamente.

—¿Y qué suele ver usted?

Blaine se puso a reír.

—Padre, eso nos llevaría demasiado tiempo, mucho más del que disponemos usted y yo.

—¿No es nada parecido a la Tierra?

—No lo es con frecuencia, ya que no hay muchos planetas parecidos a la Tierra. Proporcionalmente, puede considerarse así. Pero nosotros no nos limitamos a los planetas parecidos a nuestro mundo. Podemos ir a cualquier lugar posible del Cosmos y en la forma en que esas máquinas están dispuestas, significa casi a cualquier parte imaginable.

—¿Incluso al mismo corazón de otro sol?

—No con la máquina, que resultaría destrozada. Supongo que la mente podría hacerlo. Pero esto nunca se hace. Al menos, por lo que yo sepa, es así.

—¿Y sus sensaciones? ¿Qué piensa usted?

—Yo observo — dijo Blaine —. Para eso es para lo que voy.

—¿No se siente usted poseído de la idea de ser el rey de la Creación? ¿No tiene usted el pensamiento de que el hombre puede sostener todo el universo en el hueco de la mano?

—Si es el pecado del orgullo y de la vanidad en que usted está pensando, no, nunca. A veces se experimenta una excitación al conocer donde se está. Muchas veces, también, se encuentra uno pleno de maravilla; pero más frecuentemente uno está realmente embrollado y confuso. Sólo sirve para recordarle a uno, una y otra vez, cuan insignificantes somos. Y hay veces en que se olvida uno de que es humano. Entonces, sólo se es una simple burbuja de vida, hermana, no obstante, de todo lo que siempre ha existido o siempre existirá. —¿Y piensa usted en Dios?

—No — dijo Blaine —. No puedo decir que siempre lo haga.

—Es lástima — comentó el padre Flanagan —. Es más bien algo espeluznante. Encontrarse en los espacios lejanos, solo…

—Padre, desde el primer instante, le dije a usted que yo no era concretamente una especie de hombre religioso, no en el sentido generalmente aceptado y así es. Creo que he sido sincero con usted. —Así ha sido, hijo.

—Y si su próxima pregunta va a ser: ¿Puede un hombre religioso ir a las estrellas y permanecer reteniendo su fé, puede ir allá y volver lleno de esa misma fé, y continuar viajando por los espacios cósmicos y detraer algo de la verdadera creencia que mantiene? Entonces, tendría que pedirle que definiese usted sus propios términos. —¿Mis términos?

—Sí, la fé, por ejemplo. ¿Qué quiere usted significar por fé? ¿La fé es bastante para el hombre? ¿Estaría satisfecho con la fé solamente? ¿Es que no existe un camino para descubrir la verdad? ¿Es la actitud de la fé la de creer en algo para lo cual no existe más que una prueba filosófica, la verdadera marca de un cristiano? ¿O debiera la Iglesia hace tiempo…?

—¡Hijo mío! — protestó el padre Flanagan levantando las manos —. ¡Hijo mío!

—Olvídelo, padre No debiera haberlo dicho.

Ambos hombres permanecieron sentados por un momento, mirándose el uno al otro, sin comprenderse recíprocamente. «Como si fueran seres de dos mundos distintos», pensó Blaine. Con puntos de vista que no coincidirían ni en un millón de años, y con todo, ambos eran hombres. Lo lamento sinceramente, padre.

—No es preciso que lo haga. Lo dijo. Hay otros que lo creen, o piensan que lo creen; pero nunca lo dirían. Usted al menos, es honesto.

Se dirigió a la salida y golpeó amistosamente el brazo de Blaine.

—¿Es usted telépata?

—Y teleportador además. Pero limitado. Muy limitado.

—¿Y eso es todo?

—Pues, no sé. Yo nunca he averiguado más.

—¿Quiere usted decir, que puede tener otras capacidades de las que no se halla todavía advertido?

—Mire, padre, en PK uno tiene una cierta capacidad mental. Primero se empieza por las cosas más sencillas, el telépata, el teleportador, el premonitor. Se continúa adelantando, siempre hacia delante, o surge algo que le detiene a uno a veces, mientras que otros crecen en poder. Cada una de esas capacidades no están separadas, ya que tales capacidades son simplemente manifestaciones de una totalización de la mente. Están amontonadas, revueltas conjuntamente, la mente trabajando como si siempre lo hubiera hecho así normalmente.

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