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Robert Silverberg: La estrella de los gitanos

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Robert Silverberg La estrella de los gitanos

La estrella de los gitanos: краткое содержание, описание и аннотация

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En el año 3159, la humanidad ha conquistado las estrellas, y los otrora despreciados gitanos son hoy mimados y respetados, porque solo ellos pueden llevar a buen puerto las astronaves en sus largos saltos estelares. Pero los gitanos tienen también otros talentos,. Arrastrados por su tradición errante, siguen vagando, pero hoy no solo a través del espacio, sino también del tiempo: su facultad de espectrar les permite trasladarse a las más remotas épocas, y volver al viejo y ya desaparecido planeta Tierra para contemplar su vida pasada, desde el esplendor de la antigua ciudad de Atlantis hasta el horror de los campos de exterminio nazis. Y los gitanos mantienen un antiguo sueño: volver a su mundo de origen. Porque ellos nunca fueron nativos de la Tierra. Y así, contemplan desde el cielo de los mil mundos por los que se hallan ahora dispersos la Estrella Romani, de la que tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas, y anhelan el día en que podrán regresar a su hogar. Y quien mas lo anhela es Yakoub, el Rey de los Gitanos, un personaje mezcla de Falstaff y Ricardo Corazón de León, que abdicó de su trono para poner las cosas en su sitio y ahora tiene que volver a él para cumplir con el último destino de la raza rom.

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En el hielo, un pez especia turquesa captó la melodía de la red y giró en redondo para mirar con fijeza su brillante boca abierta. ¡Adelante, encantador bastardo, menea la cola y métete dentro! Pero el pez no parecía tener intención de hacer aquello. Alzó la cabeza y miró hacia arriba a través del hielo, y vi sus enormes ojos verde dorados, sabios y solemnes, brillando como dos soles gemelos. He aquí un pez listo, pensé. Ese pez tiene sangre romani en sus venas. Podía oírle reír a través de cincuenta metros de hielo. Ese pez es mi primo, pensé.

—¿Has pescado alguna vez con red de vibraciones? —pregunté.

—No hay invierno en Fénix. Nunca había visto hielo antes de venir aquí.

—Oh. Hubiera debido recordarlo.

—Fui a muchos lugares mientras os estaba buscando. Estuve en Marajo, estuve en Duud Shabeel, estuve en Xamur. Nunca vi tampoco nada de hielo en esos lugares.

Tecleé una secuencia en el teclado de control y aparté la boca de la red del pez especia turquesa. Ya no sentía deseos de atraparlo, no después de la forma en que me había mirado.

Chorian dijo:

—En Xamur es donde conseguí descubrir finalmente dónde habíais ido.

—Dios te dio una nariz. Es lógico que la utilices para oler las cosas. ¿Por qué te envió Sunteil?

—Lord Sunteil teme que estéis planeando regresar al Imperio —dijo el muchacho —. Piensa que esa abdicación vuestra es alguna especie de engaño; que sólo estáis midiendo vuestro tiempo hasta que estéis preparado para volver. Y que, cuando volváis, seréis más poderosos que nunca antes.

Aquellas palabras me alcanzaron directamente como una patada en las ingles. Me di cuenta con sorpresa de que Sunteil se había dado cuenta. Aunque nadie de mi propio pueblo, al menos al parecer, había conseguido hasta entonces imaginar mi juego, de alguna forma Sunteil lo había hecho.

Lo cual significaba no sólo que Sunteil era listo, lo cual hacía ya mucho tiempo que sabía, sino que era posible que fuese más listo de lo que yo había imaginado. Eso podía traernos problemas cuando finalmente muriera el viejo emperador y Sunteil, como esperaba la mayoría de la gente, le sucediera. Porque no tenía ninguna duda de que iba a tener que enfrentarme cara a cara con Lord Sunteil, yo o mi inmediato sucesor, respecto a asuntos de la máxima importancia para el futuro del pueblo rom, cuando Sunteil se convirtiera en el siguiente emperador.

Pero si él había captado mi estrategia, ¿de qué servía enviar a Chorian hasta allí para decírmelo? Tenía que haber un truco en alguna parte.

—No lo entiendo —dije —. ¿Lord Sunteil envía a un joven rom a averiguar si el viejo rey de los roms tiene intención de crear problemas? ¿Qué sentido tiene eso? ¿Cree realmente que vas a espiarme para él? Eso es demasiado simple.

—Lord Sunteil es un hombre sutil. Y tortuoso.

—Eso he oído, sí.

—Quizá piense que vos me diréis cosas que nunca le diríais a un gaje. Y quizá espere realmente que yo se las cuente.

—¿Y lo harías?

Chorian me miró horrorizado.

—Siento una fuerte lealtad hacia Lord Sunteil, y él lo sabe. Pero nunca le revelaría los secretos del Rey de los Roms, ni por nada del mundo. Nunca. Nunca.

—¿Ni siquiera aunque yo deseara que lo hicieses?

—¿Eh?

—Mira —dije —, Sunteil está completamente equivocado acerca de lo que piensa que estoy haciendo aquí, y no es de ninguna utilidad para nadie el que siga creyendo nada de lo que cree. Quiero que le cuentes la verdad acerca de mi abdicación. Eso no puede ser considerado como una traición. Tú recibes dinero del Imperio por hacer ese trabajo, ¿no? Bien, entonces dale al Imperio lo que le corresponde por lo que paga. Ve y haz saber a Lord Sunteil que no necesita preocuparse acerca de mi vuelta para crear problemas. He perdido completamente el interés por el poder. Completamente.

¡Dios, cómo podía estar diciendo aquellas palabras! Pero en aquellos momentos creía a pies juntillas en cada una de ellas. Ésa es la primera regla de mentir con éxito: cree tú mismo en lo que estás diciendo, o nadie lo hará tampoco. En aquel instante exacto sabía tan claramente como que tenía dos testículos entre las piernas que no deseaba volver a ser rey. No había pensado lo mismo hacía cinco minutos, y probablemente no volvería a pensar igual cinco minutos más tarde, pero lo que estaba diciendo era lo que creía en lo más profundo de mi corazón, en aquellos momentos al menos.

Chorian se quedó allí inmóvil, escuchando con aquella embelesada adoración, la boca abierta, engullendo cada sílaba de las estupideces que yo le estaba lanzando.

Majestuosamente, proseguí:

—He quedado harto, muchacho, y he terminado definitivamente con ello. Todo eso del poder ya no me sirve. Ha llegado el momento en que me retire discretamente a un lado. Mulano es donde pienso seguir viviendo. Si Lord Sunteil supiera lo bueno que es pescar aquí, seguro que comprendería.

Pensé que aquél era un buen floreo para terminar.

Pero Chorian era más complicado de lo que había supuesto.

—Le diré a Lord Sunteil eso, sí —dijo suavemente, cuando yo hube terminado —. ¿Y debo decirle eso mismo también a vuestro primo Damiano? —Todo inocencia, sólo un apuesto y joven mensajero cumpliendo con los encargos de sus superiores —. ¿Que no pensáis regresar al Imperio? ¿Aunque reine un gran desorden entre los roms, porque no hay ningún rey? ¿Aunque vos seáis el único capaz de poner fin a la crisis?

4

No esperaba ni remotamente aquello. En mi sorpresa, golpeé con tal fuerza las teclas de control que la red giró boca abajo en el fondo justo en el momento en que un elegante pez especia rojo empezaba a mostrar su interés hacia ella. Hubiera debido darme cuenta de que aquello no iba a ser tan sencillo como parecía al principio. Además, ¿para quién estaba trabajando realmente aquel muchacho?

—¿ Damiano ? —exclamé, casi un gemido —. ¿Qué tiene que ver él con esto? ¿Dónde hablaste con mi primo Damiano?

—En Marajo, en la Ciudad de las Siete Pirámides. Le dije que Lord Sunteil me había enviado tras de vos, y él me dijo: Sí, ve, encuentra al rey y dile que su trono le está aguardando.

Mi corazón empezó a latir de una manera horrible.

Calma, calma. ¡Cómo odio cuando las sirenas de alarma empiezan a sonar de aquel modo dentro de mis viejos huesos! Pero me recuperé entre un parpadeo y el siguiente, y refrené el flujo de adrenalina. A veces la sabiduría no es más que un adecuado control de tus glándulas endocrinas.

—Nunca tuve un trono —dije —. Nunca fui rey de nada.

Chorian, sin embargo, no estaba dispuesto a seguir tragando aquello.

—Vos fuisteis un baro rom —dijo —. El gran gitano. El jefe.

—Nunca. Absolutamente no. Quítate esta idea de la cabeza. —Mis manos temblaban un poco. No quería que Chorian se diera cuenta. Para distraerle, señalé y agité los brazos y exclamé —: Mira, ahí, ¿ves ese pez que se acerca cautelosamente a la red?

Era otro turquesa, de apariencia no tan lista como el primero. Le dediqué toda mi atención. Era una forma conveniente de cambiar de tema hasta que hubiera tenido la oportunidad de asentar un poco las cosas en mi cabeza.

Podía sentir ya el sabor de la dulce carne del pez especia en mi lengua: romero, cúrcuma, comino, pimienta dorada. Hice que la red danzara para él. La envié agitándose hacia él, la hice retroceder, conseguí que suplicara ser capturado. Su largo morro se frunció mientras zigzagueaba ante el señuelo. Se sumergió con una maravillosa agilidad en las cristalinas profundidades, atravesando el hielo como si no estuviera allí.

¡Ven, hermoso bastardo! ¡Métete de una vez!

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