Todo esto lo sé no sólo porque es la tradición, sino porque he recorrido personalmente los senderos de la vieja Tierra, la Tierra que existió hace mil o dos mil años, mientras espectraba para ver qué podía ver.
¿Dudan de mí? ¿Pero por qué deberían dudar de mí?
Créanme. Sé de lo que hablo. ¿Cómo podría ser de otro modo? Cuando les digo algo es porque sé que es cierto. Soy demasiado viejo para mentir, al menos para mentirme a mí mismo; y lo que digo aquí tengo que decírmelo a mí mismo antes de poder decírselo a ustedes. Les mentiría sin dudarlo si viera que con ello iba a ganar algo. Pero no aquí. Aquí sólo puedo ganar lo que espero ganar contándoles la absoluta verdad.
(Quizá alguna pequeña mentira de tanto en tanto. Sólo soy humano. Pero no mentiras grandes. Créanme.)
Cuando fui a vivir a Mulano dejé mi patrin a mis espaldas en cincuenta lugares distintos. Por supuesto, mi patrin no se trataba de un simple asunto de señales marcadas con carbón en las paredes. Al fin y al cabo, éstos son los días del Imperio, cuando todo el mundo posee magia en la punta de los dedos. Así que marqué mi camino con signos de fuego en el cielo del atardecer en Galgala, y lo escribí en resplandeciente azul y oro en las conchas de una tribu de escarabajos del viento en Iriarte, y lo enterré en los horribles sueños de un pequeño y hediondo ladrón en Xamur. Y lo dejé de otras maneras en otros lugares aquí y allá por todo el Imperio. No tenía la menor duda de que sería hallado. Pero que no sea demasiado pronto, rezaba.
El primero que me encontró, como he dicho, fue un rom. Eso fue gratificante, el que un rom fuera el primero. Deseas que los tuyos te confirmen tus propios prejuicios sobre ellos. Era joven y muy alto y tenía la piel oscura como la noche, con unos brillantes ojos y unos dientes blancos y una melena de reluciente pelo negro que le llegaba hasta los hombros. Era tan alto y esbelto que había en él una especie de belleza y fragilidad que le hacía parecer casi como una mujer, pero pude asegurar en seguida que era lo bastante fuerte como para desmenuzar rocas con sus manos.
Acudió a mí mientras yo estaba pescando el pez especia en el borde occidental del glaciar Gombo. Hacía tanto tiempo desde que había visto por última vez un auténtico ser humano vivo, no un espectro, no un doble, que por un momento me sentí realmente desconcertado. Casi deseé echar a correr. Podía sentir las poderosas ondas de vibración de la vida que emanaba de él golpear contra mi alma con el impacto de un millar de gongs.
Pera me mantuve en mi sitio y me recobré. Deseara lo que desease, no iba a obtenerlo de mí, y si empujaba y presionaba yo iba a empujar y presionar también. Los reyes somos así. No necesitas ser un hijo de puta para ser rey, pero normalmente nunca llegas a rey si eres blando.
Me hizo el signo rom y me dirigió el antiguo saludo rom:
—Sarishan, Yakoub.
Luego, hablando aún en romani, me deseó larga vida y muchos hijos y el continuado favor de los dioses y ángeles, y unos cuantos floreos medievales más de la misma índole.
—Hablo imperial, muchacho —le dije cuando pareció que ya había agotado su repertorio. Un poco de irritación gratuita es útil a veces: les mantiene en desequilibrio mientras intentas imaginar qué es lo que van a hacer a continuación. Aunque aquél parecía demasiado inocente para pensar en algo muy elaborado.
Se mordió los labios. Había esperado que yo le respondiera con un patriótico torrente en romani. La Gran Lengua y todo eso. Me miró desconcertado y dijo:
—Vos sois Yakoub, ¿no?
—¿Tú qué crees?
Creí poder oír los engranajes de su cabeza girando, cliqueteando, zumbando, gruñendo. Sí, sí, debía estar diciéndose: Esto es Mulano, y éste es el lugar donde ha desaparecido Yakoub, y este hombre se parece a Yakoub, y no hay nadie más viviendo en este planeta, así que tiene que ser realmente Yakoub. Pero quizá no estuviera pensando nada de aquello. Era tan joven y agradable que ahora sospecho que tendí a subestimarle.
Finalmente dijo:
—Por todas partes circulaban dos rumores, uno que estabais muerto, el otro que habíais ido a algún mundo fuera del Imperio.
—¿Cuál de los dos deseas creer?
—Nunca hubo ninguna duda. Yakoub vivirá eternamente.
¡Oh, Señor! ¡La adoración al héroe, en todo su esplendor púrpura! Estaba esforzándose por no temblar. Hizo rápidamente los tres signos del respeto, uno tras otro, sin la menor pausa, incluido uno que yo no había visto desde hacía al menos cuarenta años. Empecé a preguntarme si era realmente tan joven como parecía, o simplemente el fruto de una buena remodelación. Pero luego vi que tenía que ser joven. Hay una expresión de temerosa maravilla que brota siempre de los ojos de un hombre joven cuando se halla en presencia del auténtico poder y autoridad masculinos, y que simplemente no puede ser falseado, y que no aparece nunca en el rostro de alguien pasados los treinta años, por mucha que sea la habilidad del artista. Aquel muchacho tenía esa expresión. Sabía que se hallaba de pie delante de un rey; y ese conocimiento estaba licuando sus huesos.
Me dijo que se llamaba Chorian y que procedía de un mundo conocido como Fénix, en el sistema Haj Qaldun, y que era un rom del linaje kalderash. Ésa es también mi rama de la tribu. Me dijo igualmente que llevaba tres años intentando hallarme.
Nada de eso era particularmente interesante para mí. El primer impacto de su presencia estaba difuminándose ya. Me tomó uno o dos momentos, pero volvía a estar tranquilo. Me aparte de él y seguí con mi pesca.
En esta parte del glaciar el hielo era perfectamente límpido y podías ver las largas formas tubulares de los peces especia, tanto los de la clase roja como los de la variedad superior turquesa, deslizarse serenamente por el fondo del helado río a cincuenta metros de profundidad. Yo tenía una red de vibraciones ahí abajo, agitándose suavemente a la brisa molecular.
Dijo:
—Es Lord Sunteil quien me dio instrucciones de encontraron.
Eso era interesante. La imagen de Sunteil flotó en mi mente: la mano derecha del emperador, su sucesor más probable, halagador y escurridizo y quizás un poco siniestro. Miré por encima del hombro y lancé a Chorian una larga, lenta y fría mirada.
—¿Estás al servicio del Imperio, entonces?
—No —dijo —. Estoy en la nómina de Lord Sunteil. —Había como un guiño en su voz —. No es lo mismo.
Sí, definitivamente lo había subestimado. Aquélla era una sutil distinción, muy elegantemente expuesta: se había dejado comprar, pero no había vendido nada. Deseé abrazarle por ello. A veces pienso que la sangre rom se está empobreciendo, pero todavía no se había convertido enteramente en agua, si aquel muchacho era la prueba. Y por supuesto los habitantes de Fénix tienen en general una bien ganada reputación de hábiles y escurridizos. Había permitido que el aspecto de aparente ingenuidad de Chorian me engañara.
Sin embargo, no le ofrecí ni siquiera un atisbo de aprobación. No quería que empezara a mostrarse demasiado complacido de sí mismo demasiado pronto. Ese es el peligro de cualquier rom; empiezas a embaucar a los pobres gaje antes de que te hayan asomado los primeros dientes, y descubres lo fácil que es, y eso puede volverte vanidosa, lo cual está a sólo un paso de volverte descuidado. Nunca podemos permitirnos el ser descuidados. Así que, en vez de alabar su pequeña y elegantemente expuesta distinción, me limité a encogerme de hombros. En cualquier caso, tenía mi pesca de la que ocuparme.
Mi red estaba casi en posición. El momento era crítico y requería toda mi concentración. Hacer descender una red de vibraciones a través del hielo sólido es un asunto delicado. Agité los dedos sobre el teclado de control como si estuviera arpegiando una melodía en mi citara, y la red descendió un poco más y osciló y se estremeció.
Читать дальше