Robert Silverberg - La estrella de los gitanos

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En el año 3159, la humanidad ha conquistado las estrellas, y los otrora despreciados gitanos son hoy mimados y respetados, porque solo ellos pueden llevar a buen puerto las astronaves en sus largos saltos estelares.
Pero los gitanos tienen también otros talentos,. Arrastrados por su tradición errante, siguen vagando, pero hoy no solo a través del espacio, sino también del tiempo: su facultad de espectrar les permite trasladarse a las más remotas épocas, y volver al viejo y ya desaparecido planeta Tierra para contemplar su vida pasada, desde el esplendor de la antigua ciudad de Atlantis hasta el horror de los campos de exterminio nazis.
Y los gitanos mantienen un antiguo sueño: volver a su mundo de origen. Porque ellos nunca fueron nativos de la Tierra. Y así, contemplan desde el cielo de los mil mundos por los que se hallan ahora dispersos la Estrella Romani, de la que tuvieron que huir precipitadamente para salvar sus vidas, y anhelan el día en que podrán regresar a su hogar. Y quien mas lo anhela es Yakoub, el Rey de los Gitanos, un personaje mezcla de Falstaff y Ricardo Corazón de León, que abdicó de su trono para poner las cosas en su sitio y ahora tiene que volver a él para cumplir con el último destino de la raza rom.

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Se encogió modestamente de hombros.

—Halagas como un rom —respondió.

—¿Dónde aprendiste a tocar?

Hizo sonar uno o dos compases más.

—Hace años, en Sidri Akrak, había un viejo rom que se hacía llamar el Zigeuner Bícazuluí. Tocaba en la plaza del mercado fuera del Palacio del Trierarca, y Periandros envió a uno de sus falangarcas para invitarle a entrar; y durante año y medio aquel Bicazului fue el músico de la corte. Le pedí que me enseñara algunas de las viejas melodías.

—Hay veces en que tengo que recordarme a mí mismo que no eres rom, Julien.

—Hay veces en que yo tengo que hacer lo mismo —respondió.

—¿Qué le ocurrió a ese Bicazului tuyo? ¿Sabes dónde está ahora?

—Eso fue hace mucho tiempo —dijo Julien, haciendo un gesto vago —. Era muy viejo. —Volvió a dejar el violín y se dirigió a la ventana. Durante largo rato miró fuera. El sol amarillo estaba bajo en el cielo y las nubes se estaban agrupando; se preparaba una tormenta. Los tentáculos de los árboles se agitaban más lentamente de lo habitual. Al cabo de un rato dijo —: ¿Te gusta este lugar, Yakoub?

—Me parece muy hermoso, Julien. Me siento en paz aquí.

—¿De veras?

—Sí. De veras. Me siento realmente en paz aquí.

—Es un extraño lugar para ti en el otoño de tu vida, Yakoub. Esos campos de hielo, esta tempestuosa nieve…

—La paz. No olvides la paz. ¿Qué importa un poco de nieve, si tienes paz?

—¿Y esas repelentes cosas verdes? ¿Qué son? —Había desagrado en su voz —. Ces horribles tentacules. ¿Des poulpes terrestres? —Se estremeció, un movimiento preciso y elegante.

—Son árboles —dije.

¿Árboles?

—Árboles, sí.

—Entiendo. ¿Y esos árboles también te parecen hermosos?

—Este lugar es mi hogar ahora, Julien.

—Ah. Oui. Oui . Discúlpame, mon ami .

Permanecimos uno al lado del otro junto a la ventana. El sonido de los compases que había ejecutado al violín resonaba aún en mis oídos. Y también oía las últimas palabras que yo acababa de pronunciar, creando ecos y ecos y ecos. Este lugar es mi hogar, este lugar es mi hogar.

Por un momento pensé en pedirle que saliera fuera conmigo para que así pudiera mostrarle el lugar donde, en una noche clara, el fuego rojo de la Estrella Romani brillaba en el cielo. Julien, le diría, no te he dicho la verdad. Ése es mi hogar, Julien, le diría. Y luego pensé: No. No. Le quiero mucho pero nunca lo entenderá, y en cualquier caso no debo decirle nada, porque es gaje. Cierto, es gaje. Pensé de nuevo en la música que le había arrancado a mi violín; y me dije: Hay veces en que tengo que recordarme a mí mismo que no eres rom, Julien.

5

Parecía avergonzado por haber hablado tan duramente de Mulano, y al cabo de un rato preguntó si podíamos salir a dar un paseo, para que así pudiera enseñarle las bellezas del paisaje. Yo sabía que ya había tenido más que suficiente de las bellezas del paisaje cuando había cruzado el bosque desde el lugar que fuera donde le había dejado caer la cápsula del relé de tránsito; aquélla era su forma de rectificar. Pero salimos de todos modos, y le mostré los árboles desde cerca, y le señalé el gran fluir deslizante de los glaciares, y le dije los nombres que les había dado a las montañas que se alzaban como un dentado muro en el horizonte.

—Tienes razón —dijo finalmente —. En cierto modo es muy hermoso, Yakoub.

—En cierto modo, sí.

—Quiero decir de veras.

—Lo sé, Julien.

—Querido amigo. Ven: ya es hora de cenar, ¿no crees?

Volvimos dentro. Contempló durante largo rato sus frascos y seleccionó finalmente uno, y apretó el pulgar contra el botón de puesta en marcha. La superficie interior del frasco se volvió brumosa mientras se calentaba. Rebuscó en uno de sus sobrebolsillos y extrajo una botella de vino tinto, e hizo saltar el corcho con ambos pulgares.

Le déjeuner —proclamó—. Cassoulet á la maniére du Languedoc. Ha sido una tarde larga y fría, pero eso me sanará. ¿Quieres un poco de pan? —Rebuscó en el sobrebolsillo y extrajo una baguette que muy bien podía haber sido horneada en París hacía sólo tres horas. Durante unos momentos se atareó sirviendo la cena.

Luego dijo, prosiguiendo con nuestra conversación anterior como si no se hubiera producido ninguna pausa:

—No creo que Sunteil tema tu regreso. Creo que no es tu regreso lo que teme.

—Polarca tiene la misma teoría.

—¿Polarca? ¿También ha estado aquí?

—Su espectro. Todavía está. Quizá flotando al lado mismo de tu hombro mientras comemos. —Durante unos instantes di cuenta del cassoulet en silencio, ayudándolo a bajar con generosos tragos de vino, y emití un resonante eructo para demostrar mi apreciación —. Esto está realmente bueno, Julien. Si en mi próxima vida tuviera que ser un gaje, me gustaría ser un francés de Francia, y comer así tres veces al día.

—El Rey de los Gitanos me hace un gran honor con esa espléndida alabanza, Yakoub.

—El antiguo Rey de los Gitanos, Julien.

—Conservas el título hasta tu muerte, o hasta que los jueces del gran kris de desposean formalmente de él. Tu abdicación no liga al gobierno rom. Como bien sabes.

—¿Ahora eres abogado además de chef? —pregunté.

—También sabes que los asuntos sucesorios son de una profunda importancia para mí, Yakoub. Constituyen mi gran pasión, mi abrumadora obsesión.

—Creía que tu gran pasión era la comida —dije, quizá demasiado secamente —. Y tu abrumadora obsesión tenía algo que ver con las mujeres.

—No te burles de mí, Yakoub.

Esta vez le había herido realmente. Lo lamenté, y así se lo dije. Quizá tuviera sus pequeñas pretensiones. Pero era un viejo amigo, y muy querido.

Al cabo de un rato dijo:

—Nadie comprende tu abdicación. La ven como una traición a todo para lo que has estado trabajando durante una larga y honorable vida.

Supongo que hubiera podido explicárselo entonces. ¿Acaso pensaba, acaso todos ellos pensaban, que no había habido ninguna razón para mi marcha, que simplemente había arrojado mi corona por simple capricho? Admitiré aquí y ahora que había habido ocasiones en Mulano en las que me había despertado en mitad de la noche bañado en sudor, convencido de mi absoluta estupidez. Pero generalmente no pensaba que ésa fuera la situación, y evidentemente no deseaba que ellos lo pensaran, ni los grandes señores del Imperio ni aquellos que eran ahora los grandes gitanos. ¿Acaso creían que yo era tan veleidoso, tan caprichoso, tan irresponsable? ¿Yo? Habla, Yakoub; explícate, defiéndete. Éste es tu momento.

Pero la risa de Syluise resonó en mis oídos. Y también me recordé una vez más que este viejo y querido amigo mío era un gaje, y un confidente del emperador, y que además estaba directamente en la nómina de Lord Periandros, de modo que todo lo que dije fue:

—El poder mantenido durante largo tiempo se vuelve insípido, Julien. ¿Sabes lo que ocurre cuando dejas una botella de champaña demasiado tiempo abierta?

—No puedo creer que eso te haya ocurrido a ti, mon ami .

—¿Durante cuánto tiempo he sido rey? ¿Cuarenta años? ¿Cincuenta años? Más que suficientes.

—¿Así que eso es lo que piensas hacer? ¿Quedarte sentado aquí en medio de todo este hielo y toda esta nieve…, discúlpame, amigo mío, pero no puedo conseguir que me guste este lugar…, quedarte contemplando esos desagradables tentáculos verdes agitarse y serpentear como si te hicieran señas durante todo el resto de tu vida, ¿sin hacer nada más?

—¿Durante todo el resto de mi vida? Eso no lo sé. Pero esto es lo que he estado haciendo, sin embargo. Me gusta hacerlo. Esto es lo que pretendo seguir haciendo, Julien, hasta que deje de gustarme, si alguna vez llega a ocurrir. Si.

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