En su mayor parte era papeleo de rutina de una empresa, prueba escalofriante de cómo Billybob se enriquecía en escala industrial a partir de estadounidenses crédulos… pero nada ilegal. Kate hizo que Bobby efectuara una exploración, revolviendo precipitadamente el material que estaba desparramado.
Y en ese momento, por fin, ella descubrió algo valioso.
—Alto —dijo—. Ajusta… Bueno, bueno. —Era un informe técnico, escrito en letra apretada, repleto de cifras, acerca de los efectos adversos por la estimulación con dopamina en sujetos de mucha edad.
—Eso es—susurró—, la prueba del delito. —Se puso de pie y empezó a recorrer la sala a zancadas, incapaz de contener su inquieta energía.
—¡Qué imbécil! Si se es traficante de drogas, se lo es para siempre. Si podemos conseguir una imagen del propio Billybob leyendo eso…; mejor aún, firmándolo. ¡Bobby, necesitamos encontrarlo!
Bobby suspiró y se reclinó en su asiento.
—Pues entonces pregúntale a David. Yo sé hacer giros sobre el eje y hacer acercamientos y alejamientos, pero en estos momentos no sé cómo hacer que esta cámara Gusano dé una imagen panorámica.
—¿ ¡Cámara Gusano! ? —preguntó Kate con una amplia sonrisa.
—Papá hace trabajar a sus especialistas en comercialización con aun mayor intensidad que a sus ingenieros. Mira, Kate, son las tres y media de la mañana. Seamos pacientes. Acá tengo cierre de seguridad hasta el mediodía de mañana, seguramente lo podremos sorprender a Billybob en su oficina antes de esa hora. Si no, volveremos a intentarlo otro día.
—Sí —Kate asintió con la cabeza, tensa—, tienes razón. Simplemente ocurre que estoy habituada a trabajar con rapidez.
Bobby sonrió.
—¿Antes de que algún otro periodista ansioso se inmiscuya en tu primicia?
—Eso sucede.
—Eh. —Bobby extendió el brazo y, ahuecando su mano, le tomó el mentón. En la Fábrica de Gusanos, sombría como una caverna, la cara oscura de Bobby era poco menos que invisible, pero el contacto con su mano era cálido, seco, inspiraba confianza. —No debes preocuparte. Tan sólo piensa que en este preciso instante, nadie en todo el planeta, nadie más , tiene acceso a esta tecnología de las cámaras Gusano. No existe modo alguno por el que Billybob pueda detectar qué tramamos, ni alguien más puede conseguir dar el golpe antes que tú. ¿Qué son unas pocas horas?
Ella respiraba agitada, jadeante; su corazón golpeaba contra el pecho: Kate parecía percibir la presencia de Bobby delante de ella en la oscuridad, en un nivel más profundo que el de la vista o el del olfato o, inclusive, que el del tacto, como si un núcleo existente muy en su interior estuviera reaccionando ante la cálida masa indefinida en la oscuridad que era el cuerpo de Bobby.
Ella extendió el brazo, le cubrió la mano y la besó.
—Tienes razón. Tenemos que esperar. Pero estoy consumiendo energía de todos modos… así que hagamos algo constructivo con ella.
Bobby pareció vacilar, como si tratara de comprender el significado de lo que ella le estaba diciendo.
Bien, Kate, se dijo a sí misma, no eres como las demás muchachas que conoció en su dorada y cómoda vida. A lo mejor necesita un poco de ayuda.
Pasó la mano libre alrededor del cuello de él y lo atrajo, hasta sentir sus labios sobre los de ella. La lengua de Kate, ardiente e inquisitiva, invadió la boca de él y recorrió una hilera de dientes inferiores perfectos. Los labios de él respondieron con avidez.
Al principio, Bobby fue tierno, hasta cariñoso pero, a medida que aumentaba la pasión, Kate advertía un cambio en su postura, en su actitud. Mientras respondía a las silenciosas órdenes de Bobby, estaba consciente de que le permitía asumir el control y, aun cuando Bobby la llevó hasta un profundo climax con la facilidad de un experto, Kate Sentía que él estaba distraído, perdido en los misterios de su mente extraña y herida; concentrado en el acto físico, no en ella.
Sabe hacer el amor —pensó ella— quizá mejor que cualquier otro que yo haya conocido… pero no sabe cómo amar. —Una forma cursi de decirlo y tristemente cierta.
Cuando él acercó su cuerpo, los dedos de ella le acariciaron la nuca y percibieron una dureza redonda debajo del cabello. Tenía el tamaño aproximado de una moneda de cinco centavos de dólar, igual de metálica y fría.
Era un borne para el cerebro.
* * *
En el silencio de la mañana primaveral de la Fábrica de Gusanos, David estaba sentado ante el resplandor de su pantalla flexible.
Él miraba la parte superior de su propia cabeza desde una altura de dos o tres metros. No era una imagen agradable: David se veía excedido de peso y una pequeña zona calva que no había advertido antes se distinguía en su coronilla, como una monedita rosada en medio de su despeinada cabellera.
Levantó la mano para palpar la zona calva.
La imagen que aparecía en la pantalla levantó la mano también, como un títere esclavo de las acciones del operador. David saludó con la mano, en un gesto infantil, y miró hacia arriba. Pero, claro está, no había qué ver, ninguna señal del diminuto desgarro en el espacio-tiempo que transmitía estas imágenes.
Tocó suavemente la pantalla flexible y el punto de vista giró en torno a un eje imaginario, quedando directamente hacia adelante. Otro toque, con vacilación, y el punto de vista empezó a desplazarse avanzando a través de las oscuras salas de la Fábrica de Gusanos; al principio lo hacía en forma un tanto espasmódica; después, con mayor suavidad. Enormes máquinas, que se alzaban amenazadoras y bastante siniestras, pasaron flotando frente a él como macizas nubes.
Con el tiempo, según suponía David, versiones comerciales de esta cámara para agujero de gusano vendrían con controles más intuitivos, controladores de mando quizá; palancas y perillas para hacer rotar el punto de vista en un sentido y en otro. Pero esta configuración sencilla de controles sensibles al tacto en la pantalla flexible era suficiente para permitirle controlar el punto de vista, lo que daba pie para concentrarse en la imagen en sí.
Y, por supuesto, un rincón de su mente le hacía recordar que, en realidad, el punto de vista no se movilizaba en absoluto; sino que los motores de Casimir estaban creando y deshaciendo una serie de agujeros de gusano, separados entre sí a distancias planckianas y ensartados formando una línea en el sentido en que el operador quisiese desplazarse. Las imágenes que regresaban por agujeros sucesivos llegaban lo suficientemente próximas como para darle a David la ilusión de desplazamiento.
Pero nada de esto era importante ahora, se dijo con severidad. Por ahora, lo único que deseaba era jugar.
Con una palmada decidida a la pantalla hizo girar el punto de vista y lo hizo volar directamente hacia la pared de hierro corrugado de la Fábrica. No pudo evitar encogerse cuando la barrera voló hacia él.
Hubo un instante de oscuridad.
Imprevistamente David se encontró del otro lado y envuelto en una encandilante luz de sol.
Frenó el punto de vista y lo dejó descender hasta la altura de los ojos. Estaba en los terrenos que rodeaban la Fábrica de Gusanos: césped, arroyos, encantadores puentecitos. El Sol estaba bajo, lo que facilitaba la proyección de largas sombras, bien definidas; sobre el césped había centelleantes vestigios de rocío.
David dejó que su punto de vista flotara hacia delante. En un principio como caminando al paso; luego, con un poco más de rapidez. El césped pasaba con celeridad debajo de él y los árboles replantados de Hiram se desplazaban por los costados como veloces manchones borrosos.
La sensación de velocidad era regocijante.
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