Hiram preguntó con irritación:
—¿Cómo saben que el remaldito agujero de gusano está abierto siquiera?
David contuvo una sonrisa.
—No es preciso que susurres. —Señaló desde un rincón. Al lado del reloj de cuenta regresiva había un pequeño subtítulo numérico, una secuencia de números primos que iba aumentando desde dos hasta treinta y dos, una y otra vez. —Ésa es la señal de prueba, que el personal de Brisbane envía a través del agujero de gusano en las longitudes de onda normales de los rayos gamma; así sabemos que hemos logrado encontrar y estabilizar una boca de agujero de gusano… sin un anclaje a distancia, y que los australianos consiguieron localizarlo.
Durante sus tres meses de trabajo allí, David había descubierto rápidamente una manera de emplear las modulaciones de pulsos de materia exótica, para combatir la inestabilidad intrínseca de los agujeros de gusano. Este proceso transformado en ingeniería práctica y repetible había sido, por supuesto, difícil en extremo; pero finalmente había tenido éxito.
—Nuestra ubicación de la remota boca no es tan precisa todavía. Temo que nuestros colegas australianos tengan que perseguir la boca de nuestros agujeros de gusano a través del polvo que hay por allá. Debemos cambiar chisporroteos por parloteos, como dicen ellos. De todas maneras, ya se puede abrir un agujero de gusano hacia cualquier dirección. Lo que aún no sabemos es si podremos expandir los agujeros hasta darles la dimensión de la luz visible.
Bobby se reclinaba cómodamente contra una mesa, con las piernas cruzadas y con su apariencia atlética y relajada, como si acabara de salir de una cancha de tenis… Quizás así fuera, reflexionó David. —Creo que tenemos que conceder a David gran parte del mérito, papá; después de todo ya resolvió la mitad del problema.
—Sí —contestó Hiram—, pero todavía no veo cosa alguna, con excepción de un chorro de rayos gamma que algún australianito de nariz rota lanzó adentro del agujero. A menos que podamos encontrar la manera de ensanchar estos inmundos agujeros, estamos malgastando mi dinero. ¡Y no puedo aguantar este despilfarro! ¿Por qué realizamos solamente un ensayo por día?
—Porque —dijo David con tranquilidad— tenemos que analizar los resultados de cada ensayo, desarmar el equipo para el Casimir, volver a cero el equipo de control y los detectores. Tenemos que analizar cada falla, antes de que podamos llevar adelante la tarea con éxito. —Es decir, añadió para sus adentros, antes de que me pueda liberar de este complejo enredo de familia y regresar a la relativa calma de Oxford, con sus batallas para conseguir fondos y la feroz rivalidad académica.
Bobby preguntó:
—¿Qué es lo que estamos buscando, exactamente? ¿Qué aspecto tendrá un agujero de gusano?
—Eso lo puedo responder yo —dijo Hiram, todavía recorriendo la sala a zancadas—. Me formé con programas de ciencia popular lo suficientemente malos. Un agujero de gusano es un atajo a través de la cuarta dimensión. Tienes que recortar una parte de nuestro espacio tridimensional y unirla con otra similar situada allá, en Brisbane.
Bobby alzó una ceja mirándolo a David.
David dijo con cuidado:
—Es un poco más complicado que eso, pero lo que dice está más cerca de lo correcto que de lo erróneo. La boca de un agujero de gusano es una esfera que flota libremente en el espacio. Una extirpación tridimensional. Si logramos conseguir la expansión, por primera vez podremos ver la boca de nuestro agujero de gusano, con una lupa, aunque más no fuese.
El reloj de cuenta regresiva estaba ahora en un solo dígito.
David dijo:
—Todos con la cabeza hacia arriba. Allá vamos.
El murmullo de las conversaciones cesó y todos los presentes se volvieron hacia el reloj digital.
La cuenta llegó a cero.
Pero nada ocurrió.
Aunque en realidad, sucedieron cosas. El contador de seguimiento ascendió hasta llegar a una respetable puntuación, mostrando incluso partículas pesadas y llenas de energía que atravesaban el conjunto detector: los restos de un agujero de gusano que había explotado. Los elementos de pixel del conjunto se disparaban en forma individual cuando una partícula pasaba a través de él, estos disparos se podían utilizar para hacer el seguimiento de los fragmentos de los restos en su trayectoria, trayectorias que luego se podrían reconstruir y analizar.
Se generó una gran cantidad de datos, y muchos de buena ciencia; pero la pantalla flexible y gigante seguía en blanco. No había señal.
David contuvo un suspiro. Abrió el libro de registro diario y con su letra redonda y clara anotó los detalles de la ejecución del ciclo de ensayo. Alrededor de él, sus técnicos iniciaron el diagnóstico del equipo.
Hiram miró con fijeza la cara de David, la pantalla flexible vacía, los técnicos.
—¿Eso es todo? ¿Funcionó?
Bobby tocó el hombro de su padre.
—Incluso yo puedo decir que no, papá. —Señaló la secuencia de números primos del ensayo: se había congelado en trece. —El trece de la desgracia —murmuró Bobby.
—¿Tiene razón? ¿David, volviste a fallar?
—Esto no fue una falla: tan sólo otro ensayo. No entiendes la ciencia, padre. Ahora, cuando analicemos las pruebas de este último proceso seguramente aprenderemos de los resultados…
—¡Aprender, nada! ¡Debiera haberte dejado en la remaldita Oxford hasta que te pudrieras! Llámame cuando tengas algo. —Y sacudiendo la cabeza, Hiram salió de la sala a zancadas.
Cuando partió fue palpable la sensación de alivio que recorrió la sala. Los técnicos, todos ellos físicos especializados en partículas, de cabello cano y algunos de ellos mayores que Hiram, con carreras reconocidas más allá de la Compañía, se retiraron del lugar.
Cuando lo dejaron solo, David se sentó ante una pantalla flexible para comenzar su propio trabajo de seguimiento.
Hizo aparecer su metáfora favorita del escritorio. Era como una ventana que daba a un estudio atiborrado de cosas: sobre el piso, sobre anaqueles y una mesa, pilas desordenadas de libros y documentos amontonados; y colgando del cielo raso como esculturas con partes móviles, complejos modelos de desintegración de partículas.
Cuando David recorría la “habitación” con la mirada, el punto que caía dentro del foco de su atención se ampliaba, brindando más detalles mientras el resto de la habitación se veía borroneado, como el fondo deslavado de una pintura. Podía “levantar” documentos y modelos con la punta de los dedos, repasando las páginas hasta encontrar lo que deseaba, exactamente donde lo había dejado la última vez.
Primero tuvo que hacer una comprobación de las averías en los píxels del detector. Empezó a transferir los trazados luminosos del detector de vértices hacia el interior del canal de datos de señales analógicas y extrajo una vista panorámica ampliada de diversas placas detectoras. Siempre había fallas aleatorias de los píxels cuando alguna partícula especialmente poderosa chocaba con un elemento detector. Aunque algunos de los detectores habían sufrido suficientes daños por causa de la radiación como para necesitar su reemplazo, nada era tan grave.
Concentrado en su trabajo, tarareaba una canción, mientras se preparaba para empezar a actuar…
—Tu interfaz con el usuario es una confusión.
David, sobresaltado, se volvió: Bobby todavía estaba allí, reclinado contra la mesa.
—Lo siento —dijo David—. No fue mi intención darte la espalda. —Era extraño que no se hubiese dado cuenta de que aún seguía ahí su hermano.
Bobby dijo entonces:
—La mayoría de la gente emplea el motor de búsqueda.
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