C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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Dioses, si al menos le hubieran matado; si le hubieran dado lo que su hijo no tuvo la piedad y el coraje necesarios para darle.

O quizá Kara se había dado cuenta de que no podía matarle, de que cuando Khym Mahn se encontraba con la espalda contra la pared se convertía en un Khym muy distinto.

—Voy a ver cómo está —dijo—. Tendremos que llevaros al hospital de la estación.

—Perdón, capitana, pero el hospital de la estación está abarrotado —dijo Hilfy—. Rhean se encuentra bastante mal y Ginas Llun tampoco se encuentra nada bien, así como muchas otras.

—Hilan Faha y su tripulación… —dijo Chur—… han muerto, capitana. Todas. Encabezaron el ataque al centro, insistieron en ello, Creo que sentían vergüenza, que les avergonzaba el tipo de amistades que habían hecho en los últimos tiempos.

—Entonces, que los dioses cuiden de ellas —dijo Pyanfar después de guardar silencio unos segundos.

—Las Tañar… —dijo Hilfy con amargura—… bueno, lograron llegar a la Luna Creciente y se apresuraron a saltar. Salieron corriendo, eso es lo que dicen ahora en la estación… pero las Faha no quisieron ir con ellas.

—Ése será su final —dijo Pyanfar—. Cuando se enteren de esa historia en Enafy, ni Kahi Tahar ni sus partidarias podrán mostrar sus rostros en Chanur o en cualquier otro lugar.

—Hani —gritó una voz mahe y unos momentos después apareció Dientes-de-oro y su tripulación, una docena de mahendo’sat de oscuro pelaje con rifles, que pareció sumergirles como una marea por su número y elevada talla. Dientes-de-oro cogió a Pyanfar por el brazo y se lo apretó hasta que unas garras le recordaron de pronto las precauciones necesarias para tratar con una hani. El mahe sonrió y le dio una sonora palmada en el hombro—. Tenías ayuda primera clase, ¿no dije yo a ti?

Las hani del muelle se habían quedado algo boquiabiertas ante semejantes muestras de familiaridad, casi tanto como su tripulación. Pyanfar agachó las orejas, incómoda, y recordó algo avergonzada todo lo que le debían a Dientes-de-oro y su poco elegante tripulación, lo que tuvo la virtud de hacerle erguir las orejas de inmediato. Más aún, entrelazó su brazo con el del larguirucho mahe, decidiendo que todas las espectadoras del muelle merecían tener algo realmente digno de verse.

—Ayuda de primera clase, sí —le dijo.

—Tenemos trato —dijo Dientes-de-oro—. Tenemos amigo Jik necesitando reparaciones, igual que tú necesitar en Kirdu. Chanur arreglar, ¿a?

—Maldito seas tú y…

—Tenemos trato.

—Sí, tenemos trato —acabó admitiendo Pyanfar, debiendo soportar a causa de ello otro golpe en el hombro. Miró a Tully, pensando en la contabilidad de Chanur, en todas sus deudas y créditos, y se encontró con que Tully la estaba mirando con un fulgor de adoración en sus pálidas pupilas. Detrás de él se desplegó una rampa de acceso y por ella empezó a bajar la tripulación de la nave Extraña, todo un asombroso muestrario de criaturas como él que iban desde lo oscuro hasta lo pálido con bastantes tonalidades intermedias—. Tully… —le dijo Pyanfar, indicándole con los ojos que mirara, y Tully siguió la dirección de su mirada.

Pareció quedarse paralizado y luego echó a correr hacia ellos, vestido al estilo hani y, para un observador poco avezado, susceptible de ser tomado por un hani, para confundirse con sus camaradas, que iban afeitados y llevaban la melena muy recortada, cubiertos de pies a cabeza con extraños atuendos que se pegaban a su cuerpo. Sus camaradas abrieron los brazos para recibirle y Tully intentó abrazarles a todos al mismo tiempo, mientras que ellos intentaban hablar al unísono en su extraño e ininteligible idioma, armando tal jaleo que el muelle se inundó de ecos.

Bien, se va, pensó Pyanfar con una extraña tristeza y, con una cierta ansiedad egoísta ante la idea de que un contacto tan valioso pudiera escapársele de las manos para acabar en otras, quizás en las de la casa Llun, que por todos los dioses, estaría muy ansiosa esperando echarle las garras encima, por no hablar de Kanamm, Sanuum y el resto de rivales del puerto. Pyanfar dejó ir el brazo de Dientes-de-oro y cruzó el muelle hacia el grupo, con su tripulación yendo detrás. Tully y sus congéneres habían recorrido ya un cierto trecho cuando él se dio cuenta de que Pyanfar venía detrás y, sin vacilar ni un segundo, regresó corriendo hasta ella y le apretó el brazo con una alegría casi febril.

—Amigo —dijo, utilizando su mejor pronunciación, y llevando casi a rastras la nada convencida mano de Pyanfar hasta la de un Extraño canoso cuyo rostro sin vello era casi tan arrugado como el de un kif y tenía el color leonado de un hani.

El capitán, pensó ella, guiándose por su aparente edad. Se dejó estrechar los dedos con las garras cuidadosamente ocultas, le hizo una reverencia y obtuvo a cambio una inclinación llena de cortesía. Tully habló a toda velocidad en su propia lengua y fue señalando con el dedo a todo el grupo de Pyanfar, pronunciando sus nombres en su lengua, indicando luego a los mahendo’sat sin tanta oratoria, como si se limitara ahora a designar su especie.

—Quiere hablar —logró decir luego Tully en hani—. Quiere entender ti.

Pyanfar agitó velozmente las orejas, viendo que después de todo quizá tuviera ocasión de lograr algún beneficio de todo esto. Logró adoptar su expresión más agradable con un tenaz esfuerzo de voluntad y les miró: dioses, había algunos realmente extraños. Variaban mucho tanto en peso como en estatura y había dos tipos radicalmente distintos entre ellos. Eran hembras, comprendió de pronto sorprendida: si Tully era un macho, entonces ese tipo tan fuera de lo corriente debía ser el de la hembra.

—Nosotros hablamos —dijo, de pronto, Dientes-de-oro—. Mahe también trato.

—Amiga —le dijo Pyanfar al grupo de Extraños, en lo que resultaba su mejor imitación de su lenguaje. Tully se vio obligado a traducir lo que había dicho pero el esfuerzo obtuvo, pese a todo, cierto resultado simbólico—. Voy a vuestra nave —dijo, rebuscado en el aún limitado vocabulario hani de Tully—. Vuestra nave. Hablar.

—Yo voy también —dijo Dientes-de-oro con expresión tozuda, nada dispuesto a permitir que le dejaran fuera del asunto, Tully tradujo sus palabras.

—Sí —dijo luego Tully, traduciendo la respuesta con una ancha sonrisa—. Amigo. Todos amigos.

—Haciendo tratos igual que un mahe… —murmuró Pyanfar. Pero, después de todo, el arreglo le convenía bastante. Empezó a imaginar planes en los que entraba alquilar las dos naves mahe con vistas a un viaje lleno de beneficios.

—Capitana… —dijo Haral, tocándole levemente el brazo y señalándole un grupo de siluetas que se aproximaban por uno de los pasillos que daban al muelle.

Un grupo de Llun, encabezados por Kifas Llun en persona, dispuesto a enfrentarse a la nada acostumbrada visita recién llegada a la estación de Gaohn, seguido por unos cuantos empleados y altos cargos vestidos de negro.

Pyanfar estaba segura de que le pedirían la cinta del traductor.

—Amigas —dijo mirando a Tully con aire tranquilo y metiéndose las manos en el cinturón. Tully dejó de contemplar el grupo que se aproximaba con aire inquieto y se apresuró a transmitir la noticia a sus camaradas.

—Hilfy —dijo Pyanfar—, Chur no hace falta que aguantéis todo esto. Id a la nave. Geran, acompáñalas y cuida de ellas.

—De acuerdo —dijo Geran enseguida—. Venid las dos.

Sin ningún intento de protesta, Chur y Hilfy se alejaron detrás de Geran quedándose sólo el tiempo necesario para que Tully les cogiera la mano brevemente, como si temiera algún acontecimiento futuro que le impediría volver a encontrarse con ellas.

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