C. Cherryh - El orgullo de Chanur

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El orgullo de Chanur: краткое содержание, описание и аннотация

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Los comerciantes hani y sus antiguos enemigos, los kif, coexisten en precaria paz en la estación Punto de Encuentro. Hasta que el Extraño aparece y provoca la gran conmoción que acabará poniendo en peligro el pacto interestelar entre diversas especies. La capitana hani Pyanfar Chanur deberá afrontar la persecución de los kif, con la ayuda de los mahendo sat y la constante presencia de los misteriosos knnn. Y todo ello sin olvidar la defensa de la mismísima casa de Chanur en su planeta natal.
Una saga espacial que moderniza lo mejor de la clásica
y que da inicio a una tetralogía que hará historia dentro del genero.

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—Reparaciones empiezan —dijo el Stasteburana y se acercó a Tully, que no se movió ni un centímetro pese a los gruñidos de la criatura acurrucada en los brazos del mahe. El peluche gruñía cada vez más fuerte. El mahe se quedó inmóvil, contemplando a Tully durante varios segundos y por último, con un visible estremecimiento, alzó la mano con que había estado acariciando al peluche, haciéndole una seña a su Portavoz—. Haz documentos este ser consciente. Haz reparaciones. Todas las hani se van. Irse. —Sus ojos se volvieron bruscamente hacia Pyanfar—. Pero tu das cinta. No decimos nada a kif.

—Sabio mahe —replicó Pyanfar con toda la dignidad de que fue capaz, haciendo una reverencia. El Maestre agitó los dedos y les indicó que se fueran con el Portavoz, mientras que el peluche les gruñía hasta perderles de vista.

Bien, pensó Pyanfar mientras pasaban por los trámites de la oficina exterior y los nerviosos empleados mahendo’sat identificaban a Tully. Bien, ya tenían sus promesas. Mantuvo las orejas bien erguidas y el rostro afable, sonriendo con extraordinaria buena voluntad a los empleados. Chur no apartaba nunca demasiado la mano del brazo de Tully, cubriéndole la espalda en todo momento y tranquilizándole a cada nuevo trámite, dando respuestas por él y haciéndole estar bien quieto en el momento de grabar su imagen, así como instándole a firmar cada vez que se requería. Pyanfar se inclinó un poco hacia adelante y distinguió fugazmente una firma de tan intrincada regularidad que nadie habría podido tomarla por un garabato de iletrado.

—Bien —dijo, dándole una palmada a Tully en el hombro mientras el documento volvía a las manos de los empleados mahendo’sat; y luego alzó bruscamente la cabeza, arrugando la nariz al sentir un leve perfume, Dos stsho habían entrado en ese mismo instante. Se quedaron muy quietos, con su enjoyada palidez destacando incongruentemente entre la imponente arquitectura mahendo’sat, con sus monolíticos escritorios y colores chillones. Sus ojos pálidos y duros no se apartaban ni un segundo de Tully y el resto del grupo. Los espaciosos cerebros stsho guardaban auténticos tesoros de precisión y detalle para satisfacer el amor que sentían sus propietarios hacia la murmuración, que para ellos era algo tan digno del comercio como cualquier otro artículo. Pyanfar les enseñó los dientes y los stsho, muy sabia y prudentemente, no se acercaron ni un paso más al grupo.

Los documentos volvieron a ellos, ahora plastificados para hacerlos mucho más duraderos, con el rostro de Tully en cada uno e indicando su especie: la clasificación general le daba la categoría de tener cierta capacidad para el viaje espacial y el sexo le hacia varón. La mayor parte de casillas estaban en blanco. Pyanfar se los entregó a Tully, le dio otra palmada en el hombro y le hizo dar la vuelta, indicándole que se dirigiera a la puerta, para lo cual pasaron ante los stsho, que no habían cesado de mirarles.

Pyanfar esperaba que, mientras tanto, se estuvieran cursando las órdenes capaces de hacer reparar con toda urgencia la Orgullo. La preocupación básica de los mahendo’sat en esos momentos era librarse de ellas con la mayor velocidad posible; de eso no le cabía duda.

Antes de que todo hubiera terminado vendría algún oficial mahe a por la cinta. También eso era indudable y habría alguna pequeña discusión sobre qué debía venir primero, si las reparaciones o la cinta. Ella estaba decidida a que lo primero fueran las reparaciones y a los mahe no les quedaba demasiado donde escoger.

Una vez fuera de la oficina recorrieron el pasillo hasta el ascensor, pasando de vez en cuando junto a empleados mahendo’sat y visitantes con negocios que atender, los cuales siempre encontraban razones repentinas para esconderse en algún umbral o intentaban ansiosamente ignorarles.

Pero los tres que esperaban delante del ascensor… Pyanfar estuvo a punto de pararse, pero en vez de ello decidió alargar aún más su zancada.

—Tú —dijo, avanzando hacia el ascensor, y el mahe que estaba un poco separado de sus dos compañeros dio un paso hacia adelante, sus Dientes-de-oro escondidos por una mueca de ira.

—Tú trajiste problemas —le dijo el capitán de la Mahijiru.

—¿Cuál es tu modo de vivir, mahe? ¿Vendes información en cada puerto que tocas?

—Kirdu, mi puerto. Tú traes problemas.

—Ya. Los problemas me buscan. Conseguí que a una de mis tripulantes la hirieran cuando intentaba entregarte esas malditas soldadoras para mantener nuestro acuerdo. ¿He dicho algo sobre las perlas que me debes? No. Ha sido un regalo, mi valiente mahe. No pidas nada más a cambio.

Dientes-de-Oro frunció aún más el ceño, miró a Chur y se acercó un poco a Tully, alzando hacia él su redonda mandíbula para verlo bien, pero sin hacer ningún ademán de tocarle. Luego miró a Pyanfar.

—Éste recogiste en el muelle.

—¿Haces tú las preguntas que interesan al Maestre? ¿Igual que recogías información en Punto de Encuentro?

Por primera vez el mahe le dirigió, aunque fugazmente, su dorada sonrisa.

—Inteligente, capitana hani.

—Tú conoces a ese Akukkakk.

La sonrisa se había esfumado, dejando en su lugar una absoluta seriedad.

—Puede.

—¿Eres un auténtico comerciante, capitán mahe ?

—Hace mucho, honesta hani. Majihiru hace mucho nave de comercio, yo, mi tripulación, hace mucho que comerciamos, hijos e hijas de comerciantes. Pero conocemos a la Hinukku, sí. Hace mucho mal problema.

Pyanfar contempló su rostro ancho y curtido, arrugando la nariz.

—Capitán mahe, puedo jurarte que no pensaba daros ningún problema. Te di lo que habíamos acordado en el trato y no pienso pedir que me lo devuelvas. Salvaste nuestros pellejos avisándonos de ese kif bastardo y te debo mucho por ello.

El mahe puso mala cara.

—Trato, hani. Ellos hacen reparaciones, tú marchas deprisa. Peligro. Eso te lo digo gratis.

—¿No sufrió ningún daño la Majihiru al salir del Punto de Encuentro?

—Pocos. Tú aceptar consejo, hani.

—Lo haré —apretó el botón del ascensor y miró por segunda vez con mayor cuidado hacia el mahe, para recordar sus rasgos sin ningún tipo de dudas—. Vamos —dijo al llegar el ascensor, vacío. Esperó a que Chur y Tully entraran y luego les siguió. Dientes-de-Oro/Ismehanan y sus compañeros no mostraron ninguna inclinación en cuanto a hacerles compañía. La puerta se cerró, separándoles de ellos, y el ascensor partió hacia abajo, Pyanfar miró a Tully y a Chur y cogió a éste del codo mientras la cabina, esta vez sin recibir ninguna llamada de los niveles intermedios, descendía hasta depositarles en el muelle.

Gracias a los dioses, el gentío se había reducido un poco aunque no lo suficiente como para pasar desapercibidos. A medida que atravesaban el muelle la multitud se fue engrosando y Pyanfar no paraba de mirar en todas direcciones, pensando que ya había pasado el tiempo suficiente como para que se les hubieran organizado problemas.

Y así era. Kif junto a las grúas, vigilando. Su presencia, desde luego, no era ninguna sorpresa. Tully no se dio cuenta de su presencia, aturdido por el torbellino de siluetas que giraba a su alrededor, nunca acercándose demasiado al grupo, pero siempre rodeándoles.

Ante ellos se encontraba ya la rampa de acceso. Junto a ella se encontraba un grupo de policías mahendo’sat, porras en mano, y el gentío se detuvo al verle. Pyanfar hizo pasar a sus compañeros a través de la línea de policías, casi a empujones, sintiendo que le temblaban las piernas: falta de sueño; por los dioses, necesitaba descansar. Chur debía encontrarse más o menos igual y Tully apenas si lograba sostenerse en pie, siendo su estado mental y físico muy poco adecuado para tales ajetreos. Pyanfar siguió avanzando, sin aliento, con los ojos clavados siempre en la rampa.

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