Jorge Bucay - 26 Cuentos Para Pensar

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Tras llevarnos de la mano por los senderos mágicos de los cuentos ancestrales en Déjame que te cuente…, Jorge Bucay nos ofrece ahora historias fruto de su propia incentiva. Su objetivo es crear un vínculo con el lector en el que el cuento se convierta en un lazo único con el escritor. Bucay, ante todo, hace una apología de la solidez y la fiabilidad de la indiscutible mirada del sentido común.
Mensajes que llegan hondo, historias vueltas a contar que siempre encuentran un anclaje en nuestros sentimientos. Acompaña al libro un CD con los cuentos narrados por la voz de Jorge Bucay.

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– Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado…

– Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno.

– Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo

– Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites?

– Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo.

– ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?…

– Me encantaría… Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro…

– No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte…

– Permíteme que te lo mastique antes de dártelo…

– No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo.

El maestro hizo una pausa y dijo:

– Si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada

SIN NOMBRE Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi-místico buscando recibir una señal divina. Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un sólo bocado.

Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer. Increíble. Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las heridas y darle de beber. El hombre se dijo: Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. "Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas". Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días… pero nadie le daba nada. Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada. Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba muy angustiado, le dijo: – Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente… Y le contó lo que había visto en el bosque. El sabio lo escuchó y luego dijo: – Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente. Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que aprendieras. El hombre le preguntó: - ¿Por qué me abandonó? Entonces el sabio le respondió: - ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo? Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

ESTRELLITAS Y DUENDES

"En el país de los cuentoshabía una vez un pequeño duende. Un duende muy travieso que siempre andaba riendo y saltando de un lado para otro… Vivía en una casita toda rodeada de montañas. A su lado, un pequeño río que discurría placidamente por la falda de la ladera describiendo un paisaje difícil de imaginar… Lo que mas gustaba al duendecillo era ver como cada mañana, con los primeros rayos de sol, todas las flores de su jardín iban abriendo una por una sus hojas… Uno de aquellos días, como muchos otros, salió a pasear a la montaña. Y caminando entre las rocas encontró una flor: era una flor preciosa, nunca había visto otra de igual belleza. Le había cautivado tanto que paso toda la tarde mirándola. Era maravilloso verla cuando se contorneaba cada vez que el viento acariciaba sus hojas… Al siguiente día y al siguiente, y al otro, volvió para estar a su lado y mirarla. Un día como tantos otros, nuestro duendecillo vio como de una de sus hojas caía una pequeña lagrima. No entendía como la flor más maravillosa del mundo podía estar triste. Se acercó a ella y le pregunto: -"?Por que lloras?". -Y contesto la flor: "me siento triste aquí entre las rocas, sin nadie que me mire salvo tu. Me gustaría vivir en un jardín como el tuyo y ser una mas de entre las flores. Además, te concederé el deseo que mas quieras si me llevas allí". Fue entonces, cuando el pequeño duende la tomo entre sus manos y con todo el cariño del mundo la planto en el lugar mas bonito de su jardín… Una vez cumplido el deseo, la flor le dijo al duendecillo: – "Y bien, ahora que me has llenado de felicidad al traerme aquí,?que es lo que mas deseas en este mundo?". Y el duendecillo entonces, la miro fijamente y contesto: – "Quiero ser flor como tu para sentirme por siempre a tu lado". Y colorín colorado, en el país de los cuentos, el final ha llegado.

SIN QUERER SABER

Y si es cierto que has dejado de quererme…

yo te pido,

¡por favor,

no me lo digas!

Necesito por hoy

y todavía

navegar

inocente en tus mentiras…

Dormiré sonriendo

y muy tranquilo.

Me despertaré

bien temprano en la mañana.

Y volveré a hacerme a la mar,

te lo prometo…

Pero esta vez…

sin atisbo de protesta o resistencia

naufragaré por voluntad y sin reservas

en la profunda inmensidad de tu abandono…

SIN NOMBRE 2

En un oasis escondido entre los mas lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

– Que tal anciano? La paz sea contigo.

– Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea.

– Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?

– Siembro- contesto el viejo.

– Que siembras aquí, ELIAHU?

– Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar.

– Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerro los ojos como quien escucha la mayor estupidez.

– El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.

– No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos…

– Dime, amigo: Cuantos años tienes?

– No se… sesenta, setenta, ochenta, no se… lo he olvidado… pero eso que importa?

– Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

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