Fue también de los primeros en practicarlo el doctor H. T. Turner, de Walla Walla, en el estado de Washington, a quien citamos en el capítulo anterior.
No obstante, como pasa con toda novedad, los partidarios más fanáticos de la irrigación intestinal abusaron del procedimiento hasta el extremo de caer en la manía.
Aquellos llegaron al extremo de afirmar que no había por qué preocuparse del natural movimiento de los intestinos, sino confiar absolutamente el enema administrado una o dos veces por semana para mantener limpio el intestino.
Hemos de protestar contra este abuso, por considerarlo tan anormal como la viciosa costumbre de purgarse, y pedimos enérgicamente que se rechace semejante fanatismo.
Mucho se pierde y nada se gana con separarse de los procedimientos y métodos naturales.
Si viviesen los hombres de acuerdo con las leyes de la Naturaleza, no tendrían necesidad de la irrigación intestinal.
Pero, desde el momento que han consentido la conducción antinatural del embotamiento del colon, han de usar, el. procedimiento. más eficaz para que el organismo recobre sus fueros.
Y no conocemos ningún procedimiento tan eficaz como el baño interno o irrigación intestinal, por lo que aconsejamos su uso, teniendo en cuenta nuestras prescripciones.
Sin embargo, una vez alcanzada la normalidad intestinal, ha de prescindiese de la irrigación y dejar que haga su obra el organismo, ayudado por la cantidad conveniente de fluidos cuya secreción favorezca el agua bebida en el transcurso del día, según explicamos en un capítulo anterior.
No aconsejamos, por lo tanto, el, uso constante del baño interno o irrigación intestinal, sino lo contrario precisamente, esto es, que sólo se ha de administrar cuando se tengan indicios vehementes de la aglomeración de heces en el intestino grueso y particularmente en el colon.
Téngase en cuenta que, antes que pueda recobrar sus fueros el organismo, es preciso hacer una buena catarsia intestinal, de manera que se realice normalmente el último acto de la digestión.
Es muy sencillo el procedimiento de administrar el baño interno o irrigación de los intestinos.
Quienes se habitúan a administrarse enemas o administrarlas a otros no necesitan que se les den mayores instrucciones al respecto.
Pero a aquellos que no se han visto precisados en su vida a manejar la jeringa es conveniente hacerles algunas indicaciones.
No obstante, quienes se hallan familiarizados con la modalidad ordinaria de enemas han de tener en cuenta que hay una diferencia radical entre las teorías dé un procedimiento y otro.
En el antiguo modo de administrar una enema, la idea fundamental era que las heces estaban amontonadas en el recto y en el agua sigmoidea del colon.
Por lo tanto, no les parecía necesario a los antiguos hidroterapeutas más que medio litro de agua para despegar las heces endurecidas que suponían detenidas en recto.
El recto y el asa sigmoidea pueden ser irrigados perfectamente por la inyección de medio a un litro de agua caliente, y cuya capacidad es la misma aproximadamente que la de la porción de intestino grueso comprendida entre el ano y un poco más arriba del asa sigmoidea.
Dudaban los primitivos hidroterapeutas de si el agua podría alcanzar este punto a menos de inyectarla con fuerte presión, y de todos modos no creían conveniente administrarla con la presión que a su juicio era necesaria para que llegase a dicho lugar del intestino, pues se imaginaban que la aglomeración de heces se limitaba a las porciones intestinales adonde llegaba el agua procedente de la jeringa o del irrigador.
Tiene por objeto la enema común limpiar la porción de intestino grueso denominado recto.
Se inyecta algo así como, medio litro de agua, que no tarda en evacuarse arrastrando las materias fecales acumuladas en el recto.
La irrigación intestinal tiene por finalidad inyectar gradualmente el agua, de manera que vaya ocupando todas las porciones del intestino grueso y se detenga en ellas el tiempo necesario para ablandar y diluir las heces incrustadas en las paredes del colon.
La posición del cuerpo debe ser la que tenga por costumbre el individuo. Unos se ponen de rodillas, mientras otros prefieren acostarse, y en este caso recomendamos la posición decúbito derecho, que es la más conveniente respecto a la situación correspondiente de las tres posiciones del colon en la cavidad abdominal.
El pitón de la goma o la punta de la jeringa, según el instrumento usado, se lubrica con un poco de aceite de oliva o de vaselina, para disminuir el rozamiento.
Introducido en el ano, se inyecta lenta y gradualmente el agua tan caliente como pueda soportarse.
Los que se aplican por primera vez el tratamiento experimentarán el vivo deseo de evacuar enseguida el agua inyectada.
Con un poco de ejercicio del poder de la voluntad, sin embargo, y manteniendo un breve rato en posición el instrumento después de inyectada el agua, será fácil retenerla el tiempo preciso para que produzca el efecto deseado.
Se repite pasados unos tres minutos la inyección, pero si es irresistible el deseo de evacuar, se descarga el agua primeramente recibida, que sin duda arrastrará algo de excrementos, y enseguida se insiste en la irrigación.
No se tardará, con un poco de práctica, en vencer las dificultades que parecieron insuperables al principio.
Como dijimos, para la primera inyección un litro de agua basta, y después de inyectada, si se está ya acostumbrado a retenerla, conviene que durante los tres minutos de espera para la segunda inyección se haga un masaje de amasaimiento en el abdomen, con lo que fácilmente se despegarán las masas adheridas a las paredes del colon.
La mejor hora para el tratamiento es por la noche, antes de irse a la cama, aunque algunos prefieren aplicarse el baño interior por la mañana, al levantarse.
El agua ha de estar, como hemos dicho, tan caliente como el individuo pueda resistirla, así que no vale la pena fijar grados de temperatura. pues unos la resistirán a 40" y otros a 60'.
Es aconsejable que el individuo sumerja el codo desnudo en el agua, y si no le quema será prueba de que tampoco ha de molestarle en el intestino.
Nunca ha de inyectarse el agua precipitadamente, sino que ha de dársele tiempo a que vaya llenando el intestino.
Parecerá al principio que después de la primera inyección no cupiera ya mas agua; pero, pasados los tres minutos de espera con el indicado amasamiento del abdomen se notará que está aún el intestino en disposición de alojar bastante mayor cantidad.
Conviene advertir que el amasamiento del abdomen ha de hacerse de derecha a izquierda, pues en sentido contrario dificultaría en lugar de estimular la operación.
A los diez minutos de concluida, sobre todo si camina un poco, el individuo tendrá ganas de evacuar y descargará el agua del baño.
Se sorprenderá las primeras veces que se aplique el tratamiento, y acaso se disguste al observar el aspecto de las deposiciones.
Saldrán del intestino en algunos casos gruesas pellas o burujos de añejos excrementos cubiertos de una capa verdosa como de cardenillo, tan repugnantes al olfato como a la vista.
Otras veces, los grumos son negros como carbón, todo lo,cual comprobará la verdad de las afirmaciones expresadas respecto del peligro que suponen para la salud las masas fecales largo tiempo retenidas en el intestino grueso.
Después de algún tiempo de tomado el baño interno, el individuo notará que orina más abundantemente.
Ocurre así porque las paredes del colon han trasudado parte del agua inyectada que los riñones absorbieron.
Dicen algunos hidroterapeutas que después de la evacuación final del agua del baño conviene darse una corta inyección de agua caliente y retenerla cuanto sea posible, a fin de que, ya limpias, las paredes del colon la trasuden con mayor facilidad y produzca en los rigores su beneficioso efecto.
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