Desde los más remotos tiempos, los indos recurrieron al baño como medio de estimular, conservar, favorecer y recobrar la salud.
Efectivamente, puede considerarse el baño como un primigenio instinto del hombre.
El hombre primitivo no se bailaba con el propósito deliberado de higienizarse el cuerpo, sino obedecía tan sólo a la inclinación natural de sumergirse en el lago, en el río o en el mar que le brotaba de las profundidades de la subconsciencia.
La limpieza para él era un insignificante incidente del baño, pues lo que le interesaba más era experimentar la reconfortante sensación que disfruta toda persona sana al bañarse.
Ese placer era el móvil que lo llevaba a insistir en tan saludable costumbre.
Desde su infancia le enseñaron a ceder a este instinto natural, y, por supuesto, lo convirtió en hábito, a la manera de los patos.
Los antiguos griegos y romanos, ya con mayor conocimiento, se dieron cuenta del valor medicinal del baño, así como de su, eficacia higiénica, y el baño fue una institución pública entre ellos.
Pronto advirtieron que no sólo servía para conservar las condiciones naturales del cuerpo, sino que, administrado convenientemente, podía ser un remedio excelente para ciertas enfermedades.
Es así que, al iniciarse la hidroterapia, en los modernos tiempos, sus adeptos primeros recurrieron a las enseñanzas de los antiguos y restauraron el baño terapéutico como uno de los elementos de su sistema.
Después de lo explicado en el capítulo anterior, con relación a la piel, huelga una argumentación más amplia para explicar por qué el baño es un factor necesario a la salud del ser humano.
Si recordamos la parte relevante que tiene la piel en la eliminación de los desechos del organismo, reconoceremos la importancia capital del baño para remover los desechos aglomerados que obstruyen los poros.
Presta el baño a la piel igual servicio que la irrigación al intestino grueso.
En los dos casos arrastra el agua los desechos acumulados, elimina las materias excrementicias fétidas y capacita a los órganos para que funcionen normalmente.
Actúan ambos procedimientos de igual manera y producen los mismos resultados generales.
La cuidadosa limpieza de la piel evita que los riñones trabajen excesivamente, y se hace posible el funcionamiento normal de todo el organismo, en especial si está bien expedito el colon.
Podrían evitarse muchas enfermedades de la piel y otras dolencias semejantes si se practicaran prudentemente ambos tratamientos: la irrigación intestinal y el baño de limpieza de la piel.
Además de cumplir tan importante finalidad, el baño acrecienta el vigor del organismo, exulta el ánimo y da una placentera sensación de bienestar.
A continuación examinaremos los distintos métodos de baño que aconsejan los profesionales de la hidroterapia.
Baño de limpieza
Habrá quien se sonría escépticamente al leer este epígrafe, porque le parecerá, acaso, que es muy poco lo que se puede decir ni enseñar con respecto al bailo corriente.
No obstante, son pocos los que saben cómo obtener los resultados más eficientes del baño común de limpieza.
En primer término, las mejores horas para tomar el baño de higienización son por la mañana temprano, al levantarse; antes de almorzar, o por la noche, poco antes de acostarse, pero dos horas después, por lo menos, de cenar.
Ha de tenerse cuidado de no tomar alimento inmediatamente antes ni después del baño.
La temperatura del agua debe ser la normal, de acuerdo con la estación y la sensibilidad de la persona, pero el baño nunca, ha de tomarse con agua que haya estado durante la noche en los depósitos, pues, además de no estar pranizada, es distinta su temperatura de la reinante, muy fría en invierno y demasiado caliente en verano.
Ha de usarse agua viva que no haya pasado por lugares infectos.
No debe tomarse el baño estando fatigado o cuando no se tiene una vitalidad normal.
Ha de ser tal la temperatura del agua que no produzca la violenta sensación de escalofrío ni tampoco la de enervante calor.
Tienen los baños fríos y calientes su especial finalidad terapéutica, mientras que la del baño de limpieza es puramente higiénica.
Una vez dispuesta el agua en la bañera, ambas manos se envuelven en mitones de tela semejante a la de la s toallas turcas, y suficientemente anchos como para permitir el desembarazado movimiento de los dedos.
No conviene comprar los mitones en las tiendas, pues probablemente será difícil hallar los más apropiados.
Podrá confeccionarlos sin mayor dificultad el ama de casa valiéndose de una toalla turca ya vieja como materia prima.
Se ponen las manos enmitonadas en el agua y con una pastilla de jabón de buena calidad se frotan hasta que queden rebosantes de jabonosa espuma.
El supuesto personaje que tomamos de ejemplo se mete enseguida en la bañera para darse una fuerte fricción por todo el cuerpo, de pies a cabeza. con los mitones.
Después se quita los mitones, y a manos desnudas se vuelve a friccionar.
En este caso no hay nada capaz de sustituir a las manos desnudas, no sólo porque recorren las curvas del cuerpo mucho mejor, sino porque de por sí tienen una oculta y misteriosa virtud magnética y vitalizadora de que carece todo artificio.
Se ha de aplicar al propio tiempo un ligero masaje en las extremidades y en el tronco.
Realizado esto, si es posible, se cambia el agua, que ya ha de estar jabonosa y sucia, para enjuagar el cuerpo, lo mismo que después de una colada se enjuaga la ropa.
Ya enjuagado el cuerpo con agua clara, se seca con una toalla recia y bien limpia, de uso personal exclusivo.
No es preciso hacer presión violenta con la toalla al secarse, porque el fuerte roce puede irritar la piel.
Las células muertas y los desechos de la epidermis se eliminaron ya con la enjabonadura, por lo que la suave fricción de la toalla basta para conseguir el propósito del baño.,
Inmediatamente después conviene un poco de gimnasia doméstica u otro ejercicio que ayude a reaccionar sin fatiga.
Baño Kneipp
El abate Kneipp, descollante hidroterpeuta y hábil médico naturista de nacionalidad bávara, aconsejó el baño sin enjugarse, es decir que, en vez de enjugarse o secarse la piel, se deja mojada a la espera de que por sí sola se vaya enjugando por la acción de los agentes naturales exteriores, como una pieza de ropa se tiende después de lavada.
Es un baño muy parecido al que practican los indos, y la experiencia demuestra que fue beneficioso para cuantos lo tomaron siguiendo el consejo de Kneipp.
Sin aconsejarlo por nuestra parte ni prohibirlo, lo citamos por si alguien quisiera probarlo.
Sobre el particular, dice Kneipp:
"Después de un baño o aplicación de agua fresca, sólo se deben secar la cabeza, las manos y las muñecas, de modo que reaccionen.
"El resto del cuerpo se ha de cubrir con una ropa interior muy limpia y seca, de suerte que se adapte perfectamente a la piel aún húmeda.
"Después se visten las ropas exteriores."
Este procedimiento puede parecer algo extraño a quienes no lo hayan practicado y se imaginen que han de andar todo el día mojados.
No obstante, si una sola vez lo probaran, se convencerían por experiencia de sus resultados agradables y satisfactorios.
Adviértase que es un procedimiento muy bueno para mantener del mejor modo y regularmente el calor natural del organismo.
Es como si se rociara el fuego con aspersiones de agua.
De manera semejante, el interno calor del cuerpo no tarda en transmutar en una más intensa forma de calor el agua adherida a la piel.
Puede convencerse de ello cada cual por propia experiencia.
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