Philip Carlo - El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia

Здесь есть возможность читать онлайн «Philip Carlo - El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Прочая документальная литература, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Durante más de cuarenta años, Richard Kuklinski, «el Hombre de Hielo», vivió una doble vida que superó con creces lo que se puede ver en Los Soprano. Aunque se había convertido en uno de los asesinos profesionales más temibles de la historia de los Estados Unidos, no dejaba de invitar a sus vecinos a alegres barbacoas en un barrio residencial de Nueva Jersey. Richard Kuklinski participó, bajo las órdenes de Sammy Gravano, «el Toro», en la ejecución de Paul Castellano en el restaurante Sparks. John Gotti lo contrató para que matara a un vecino suyo que había atropellado a su hijo accidentalmente. También desempeñó un papel activo en la muerte de Jimmy Hoffa. Kuklinski cobraba un suplemento cuando le encargaban que hiciera sufrir a sus víctimas. Realizaba este sádico trabajo con dedicación y con fría eficiencia, sin dejar descontentos a sus clientes jamás. Según sus propios cálculos, mató a más de doscientas personas, y se enorgullecía de su astucia y de la variedad y contundencia de las técnicas que empleaba. Además, Kuklinski viajó para matar por los Estados Unidos y en otras partes del mundo, como Europa y América del Sur. Mientras tanto, se casó y tuvo tres hijos, a los que envió a una escuela católica. Su hija padecía una enfermedad por la que tenía que estar ingresada con frecuencia en hospitales infantiles, donde el padre se ganó una buena reputación por su dedicación como padre y por el cariño y las atenciones que prestaba a los demás niños… Su familia no sospechó nada jamás. Desde prisión, Kuklinski accedió conceder una serie de entrevistas.

El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cuando Richard llegó a las cuevas donde vivían las ratas eran ya casi las tres de la madrugada. Obligó a la víctima a dirigirse caminando hacia su triste fin. Había luna casi llena y se veía bastante bien el camino. Richard sabía que las ratas se habían acostumbrado a la carne humana, que se abalanzarían sobre la víctima como las moscas a la miel, según dice él. El hombre intentó huir, pero Richard lo derribó de un golpe, le obligó a levantarse y le hizo entrar en la cueva. Las ratas emitían un fuerte olor, penetrante, sucio y fétido. Richard obligó al hombre a echarse, le ató las piernas con cinta adhesiva. Preparó la cámara. Oía las ratas al fondo de la cueva, hasta vio algunas que pululaban entre las sombras. La víctima sollozaba e intentaba suplicar. Richard se marchó.

Richard volvió a la cueva al día siguiente. No había rastro de la víctima, ni un hueso, ni un jirón de ropa siquiera. Richard recogió la cámara, acordó una reunión con Gravano, fue a Brooklyn y enseñó la cinta a Gravano y al padre de la muchacha. Ninguno de los dos soportaba aquel espectáculo. El padre, contento, pagó a Richard veinte mil dólares. Richard se volvió a Nueva Jersey. Al cabo de pocos días salió para Zúrich.

Pat Kane tenía que hacer algo. La investigación no iba a ninguna parte. Richard ya no iba nunca a la tienda. Dominick Polifrone estaba allí casi todos los días, jugando a las cartas, charlando, contando chistes verdes con mucho ingenio, esperando a Richard en balde. Kane fue a hablar con el teniente Leck.

– Tengo una idea, teniente -dijo.

– Dime.

– Tenemos que provocar a Kuklinski. Tenemos que pincharle un poco.

– ¿Qué tenías pensado?

– Me gustaría hablar con él… hacerle algunas preguntas, ver cómo reacciona. Me parece que ya es hora de que lo azucemos, teniente.

¿Has hablado de esto con Dominick?

– Sí. A él le parece buena idea. Ahora mismo no está pasando nada, teniente. Tenemos que ser más activos.

– Prueba. Que te acompañe Volkman.

– De acuerdo -dijo Kane; aunque en realidad no quería ir con Ernest Volkman. Volkman había sido uno de los colegas de Kane más críticos con él, había hecho bromitas a costa de la teoría de Kane de que Kuklinski era un asesino en serie y a sueldo, oculto pero a la vista de todos; era de los que más se habían reído.

Pero Kane fue a hablar con Volkman. Este estuvo dispuesto a ir con él a plantar cara a Richard, y los dos salieron juntos para «azuzar a Richard».

Era a finales de agosto de 1986. Richard acababa de volver de Zúrich. Pensaba salir en el coche, camino de Georgia, al anochecer. Hacía mucho calor y humedad cuando los detectives de la Policía estatal de Nueva Jersey llegaron ante la casa de los Kuklinski. El coche de Richard estaba en el camino particular de entrada. Aunque hacía más de treinta grados, Kane y Volkman tenían que ir de chaqueta y corbata. Era lo reglamentario en la Policía estatal. Kane esperaba con interés aquel momento. Richard Kuklinski llevaba años desempeñando un papel importante en su vida; había adquirido una omnipotencia desmesurada, y ahora él le iba a plantar cara por primera vez, de cerca, en persona. Los dos detectives, sin saber qué esperar, salieron del Plymouth negro con aire acondicionado, llegaron a la puerta principal de los Kuklinski y llamaron al timbre. El perro de la familia, Shaba, se puso a ladrar. Eran unos ladridos ruidosos, sonoros. La puerta se abrió poco a poco. De pronto, Richard se encontró ante ellos, llenando completamente el hueco de la puerta con su corpulencia enorme.

– ¿Qué quieren? -preguntó Richard, plantado ante ellos. Kane se quedó impresionado por su tamaño. Richard, con su metro noventa y cinco y sus ciento treinta kilos, se cernía sobre ellos como una torre.

Los detectives le enseñaron sus placas doradas y se presentaron.

– Vale, ¿qué quieren? -dijo Richard, molesto por su presencia y porque hubieran tenido la temeridad de ir a llamar a su puerta sin previo aviso. Nada fastidiaba más a Richard que se presentara gente en la casa sin ser invitada… sobre todo, si se trataba de dos polis de cara seria que traían, evidentemente, malas intenciones. Los policías no podían ver los ojos de Richard, que llevaba gafas graduadas oscuras, pero su hostilidad callada les llegaba como las bocanadas del calor de agosto que se levantaban de las aceras.

– Estamos investigando varios asesinatos -dijo Kane-. Nos gustaría hablar de ello con usted.

– Sí, bueno, pues hablen -dijo Richard.

– ¿Conoce usted a Louis Masgay, a George Malliband, a Paul Hoffman, a Danny Deppner o a Gary Smith? -le preguntó Kane.

– No me suenan -dijo Richard, comprendiendo entonces que aquel era el policía que lo había estado investigando desde siempre, el policía que había oído campanas pero no sabía dónde.

– ¿Entonces, dice usted que no los conoce? -repitió Kane, sabiendo que Richard mentía.

– No.

– ¿Y a Robert Pronge, y a Roy DeMeo? -le preguntó Kane-. ¿Los conocía?

Richard los miró fijamente, consternado al oír pronunciar a Kane el nombre de DeMeo. Richard había tomado prestado el coche de DeMeo cuando este usaba la furgoneta de Richard, y suponía (equivocadamente) que la Policía había tomado la matrícula del coche de Roy cuando este había estado aparcado ante la casa de Richard. Richard no tuvo idea, hasta hace poco, de que Freddie DiNome, uno de los asesinos en serie de DeMeo, lo había relacionado con DeMeo.

– Sé que ustedes vieron su coche delante de mi casa. Saben que lo conozco -dijo Richard.

– ¿Sabe algo de su asesinato? -le preguntó Volkman.

– Aquí fuera hace calor. Pasen -dijo Richard, quebrantando la regla de oro de la calle: no hablar nunca con los policías.

La casa de los Kuklinski era cómoda y fresca, estaba limpia y bien amueblada, arreglada y ordenada. Barbara había salido de compras. Los chicos estaban fuera, con amigos. Richard ofreció a los detectives un té helado. Los dos lo rechazaron. Por mucha sed que tuvieran, no estaban dispuestos a aceptar de ninguna manera nada que les diera Kuklinski, por miedo al veneno. Richard se sentó en su sillón mientras los detectives se sentaban ante él en el sofá, muy tiesos. No se quitó las gafas. Kane observó un cuadro que estaba colgado en la pared, sobre la cabeza de Richard; era un retrato al óleo de Richard y Barbara, que aparecían con expresión tierna.

– No sé nada del asesinato de Roy DeMeo -dijo Kuklinski.

– Pero ¿lo conocía usted? -preguntó Volkman.

– Sí, claro, lo conocía. Ustedes saben que lo conocía. ¿Por qué no le caigo bien a usted, señor Kane? -preguntó Richard.

– ¿Quién ha dicho que no me caiga bien? -repuso Kane, sorprendido por la pregunta. La verdad era que Kane odiaba a Richard. Kane creía firmemente que Richard era un malvado, un agente del propio Satanás.

– Lo veo… lo leo en sus ojos -dijo Richard como si tal cosa.

– Yo no me tomo mi trabajo como cosa personal -dijo Kane-. Para mí, usted no es más que una cuestión de trabajo. ¿Dice, entonces, que no conocía a Deppner, a Masgay ni a Smith?

– Así es -dijo Richard, como retando a Kane a que le demostrara que sí los conocía. Kane, claro está, tenía pruebas que demostraban que se había hecho una llamada desde la casa de Kuklinski al Hotel York, donde había aparecido el cadáver de Gary bajo una cama, y comentó entonces a Richard la existencia de esa llamada.

– ¿De verdad? No sé nada de eso -dijo Richard, que no se había esperado que Kane hubiera estudiado sus llamadas telefónicas con tanto detenimiento. Aquello no le gustaba. Richard supo entonces con toda seguridad que aquel poli, Pat Kane, había sido la espina que tenía clavada desde hacía varios años. Una espina que se quería quitar. Richard miró a Kane con malevolencia, aunque Kane no advirtió la mirada maligna porque Richard no se había quitado las gafas de sol. Le hicieron algunas preguntas más, que él respondió con evasivas. Richard, sin perder los buenos modales, les hizo saber que no quería seguir hablando. Se puso de pie. Los otros lo imitaron. Los acompañó a la puerta. Kane seguía impresionado por su tamaño.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia»

Обсуждение, отзывы о книге «El Hombre De Hielo. Confesiones de un asesino a sueldo de la mafia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x