John Tolkien - El hobbit
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Tan silenciosa era la marcha de Bilbo que el humo arrastrado por una brisa apenas hubiera podido aventajarlo, y empezaba a sentirse un poco orgulloso de sí mismo mientras se acercaba a la puerta inferior. Lo único que se veía era un resplandor muy tenue.
«El viejo Smaug está cansado y dormido», pensó. «No puede verme y no me oirá. ¡Ánimo, Bilbo!» Había olvidado el sentido del olfato de los dragones, o quizá nadie se lo había dicho antes. Un detalle que también conviene tener en cuenta es que puede dormir con un ojo entornado, si tiene algún recelo.
En realidad, Smaug parecía profundamente dormido, casi muerto y apagado, con un ronquido que era apenas unas bocanadas de vapor invisible, cuando Bilbo se asomó otra vez desde la entrada.
Estaba a punto de dar un paso hacia el salón cuando alcanzó a ver un repentino rayo rojo, débil y penetrante, que venía de la caída ceja izquierda de Smaug. ¡Sólo se hacía el dormido! ¡Vigilaba la entrada del túnel! Bilbo dio un rápido paso atrás y bendijo la suerte de haberse puesto el anillo.
Entonces Smaug habló:
—¡Bien, ladrón! Te huelo y te siento. Oigo cómo respiras. ¡Vamos! ¡Sírvete de nuevo, hay mucho y de sobra!
Pero Bilbo no era tan ignorante en materia de dragones como para acercarse, y si Smaug esperaba conseguirlo con tanta facilidad, quedó decepcionado.
—¡No, gracias, oh Smaug el Tremendo! —replicó el hobbit—. No vine a buscar presentes. Sólo deseaba echarte un vistazo y ver si eras tan grande como en los cuentos. Yo no lo creía.
—¿Lo crees ahora? —dijo el dragón un tanto halagado, pero escéptico.
—En verdad canciones y relatos quedan del todo cortos frente a la realidad, ¡oh, Smaug, la Más importante, la Más Grande de las Calamidades! —replicó Bilbo.
—Tienes buenos modales para un ladrón y un mentiroso —dijo el dragón—. Pareces familiarizado con mi nombre, pero no creo haberte olido antes. ¿Quién eres y de dónde vienes, si puedo preguntar?
—¡Puedes, ya lo creo! Vengo de debajo de la colina, y por debajo de las colinas y sobre las colinas me condujeron los senderos. Y por el aire. Yo soy el que camina sin ser visto.
—Eso puedo creerlo —dijo Smaug—, pero no me parece que te llamen así comúnmente.
—Yo soy el descubre-indicios, el corta-telarañas, la mosca de aguijón. Fui elegido por el número de la suerte.
—¡Hermosos títulos! —se mofó el dragón—. Pero los números de la suerte no siempre la traen.
—Yo soy el que entierra a sus amigos vivos, y los ahoga y los saca vivos otra vez de las aguas. Yo vengo de una bolsa cerrada, pero no he estado dentro de ninguna bolsa.
—Estos últimos ya no me suenan tan verosímiles —se burló Smaug.
—Yo soy el amigo de los osos y el invitado de las águilas. Yo soy el Ganador del Anillo y el Porta Fortuna; y yo soy el jinete del Barril —prosiguió Bilbo comenzando a entusiasmarse con sus acertijos.
—¡Eso está mejor! —dijo Smaug—. ¡Pero no dejes que tu imaginación se desboque junto contigo!
Ésta es, por supuesto, la manera de dialogar con los dragones, si no queréis revelarles vuestro nombre verdadero (lo que es juicioso), y tampoco queréis enfurecerlos con una negativa categórica (lo que es también muy juicioso).
Ningún dragón se resiste a una fascinante charla de acertijos, y a perder el tiempo intentando comprenderla. Había muchas cosas aquí que Smaug no comprendía del todo (aunque espero que sí vosotros, ya que conocéis bien las aventuras de que hablaba Bilbo); sin embargo, pensó que comprendía bastante y ahogó una risa en su malévolo interior.
«Así pensé anoche», se dijo sonriendo. «Hombres del Lago, algún plan asqueroso de esos miserables comerciantes de cubas, los Hombres del Lago, o yo soy una lagartija. No he bajado por ese camino durante siglos y siglos; ¡pero pronto remediaré ese error!»
—¡Muy bien, oh jinete del Barril! —dijo en voz alta—. Tal vez tu poney se llamaba Barril, y tal vez no, aunque era bastante grueso. Puedes caminar sin que te vean, mas no caminaste todo el camino. Permíteme decirte que anoche me comí seis poneys, y que pronto atraparé y me comeré a todos los demás. A cambio de esa excelente comida, te daré un pequeño consejo, sólo por tu bien: ¡No hagas más tratos con enanos mientras puedas evitarlo!
—¡Enanos! —dijo Bilbo fingiendo sorpresa.
—¡No me hables! —dijo Smaug—. Conozco el olor (y el sabor) de los enanos mejor que nadie. ¡No me digas que me puedo comer un poney cabalgado por un enano y no darme cuenta! Irás de mal en peor con semejantes amigos, Ladrón jinete del Barril. No me importa si vuelves y se lo dices a todos ellos de mi parte.
Pero no le dijo a Bilbo que había un olor desconcertante que no alcanzaba a reconocer, el olor de hobbit.
—Supongo que conseguiste un buen precio por aquella copa anoche, ¿no? —continuó—. Vamos, ¿lo conseguiste? ¡Nada de nada! Bien, así son ellos. Y supongo que se quedaron afuera escondidos, y que tu tarea es hacer los trabajos peligrosos y llevarte lo que puedas mientras yo no miro... y todo para ellos. ¿Y tendrás una parte equitativa? ¡No lo creas! Considérate afortunado si sales con vida.
Bilbo empezaba ahora a sentirse realmente incómodo. Cada vez que el ojo errante de Smaug, que lo buscaba en las sombras, relampagueaba atravesándolo, se estremecía de pies a cabeza, y sentía el inexplicable deseo de echar a correr y mostrarse tal cual era, y decir toda la verdad a Smaug. En realidad corría el grave peligro de caer bajo el hechizo del dragón. Pero juntó coraje, y habló otra vez.
—No lo sabes todo, oh Smaug el Poderoso —dijo—. No sólo el oro nos trajo aquí.
—¡Ja, ja! Admites el «nos» —rió Smaug—. ¿Por qué no dices «nos los catorce» y asunto concluido, señor Número de la Suerte? Me complace oír que tenías otros asuntos aquí, además de mi oro. En ese caso, quizá no pierdas del todo el tiempo. No sé si pensaste que aunque pudieses robar el oro poco a poco, en unos cien años o algo así, no podrías llevarlo muy lejos. Y que no te sería de mucha utilidad en la ladera de la montaña. Ni de mucha utilidad en el bosque. ¡Bendita sea! ¿Nunca has pensado en el botín? Una catorceava parte, o algo parecido, fueron los términos, ¿eh? ¿Pero qué hay acerca de la entrega? ¿Qué acerca del acarreo? ¿Qué acerca de guardias armados y peajes? —y Smaug rió con fuerza.
Tenía un corazón astuto y malvado, y sabía que estas conjeturas no iban mal encaminadas, aunque sospechaba que los Hombres del Lago estaban detrás de todos los planes, y que la mayor parte del botín iría a parar a la ciudad junto a la ribera, que cuando él era joven se había llamado Esgaroth.
Apenas me creeréis, pero el pobre Bilbo estaba de veras muy desconcertado. Hasta entonces todos sus pensamientos y energías se habían concentrado en alcanzar la Montaña y encontrar la puerta. Nunca se había molestado en preguntarse cómo trasladarían el tesoro, y menos cómo llevaría la parte que pudiera corresponderle por todo el camino de vuelta a Bolsón Cerrado, bajo la Colina.
Una fea sospecha se le apareció ahora en la mente: ¿habían olvidado los enanos también este punto importante, o habían estado riéndose de él con disimulo todo el tiempo?
La charla de un dragón causa este efecto en la gente de poca experiencia. Bilbo, desde luego, no tenía que haber bajado la guardia; pero la personalidad de Smaug era en verdad irresistible.
—Puedo asegurarte —le dijo, tratando de mantenerse firme y leal a sus amigos— que el oro fue sólo una ocurrencia tardía. Vinimos sobre la colina y bajo la colina, en la ola y en el viento, por venganza . Seguro que entiendes, oh Smaug el acaudalado invalorable, que con tu éxito te has ganado encarnizados enemigos.
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