John Tolkien - El hobbit

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—Eso le ahorrará alguno de los problemas en que está metido —se dijo—. No era un mal muchacho, y trató con decencia a los prisioneros. Quedarán muy desconcertados Pensarán que teníamos una magia muy poderosa para tras pasar las puertas cerradas y desaparecer. ¡Desaparecer! ¡Tenemos que darnos prisa, si queremos que así sea!

Se encargó a Balin que vigilase al guardia y al mayordomo, y que avisara si hacían algún movimiento. El resto entró en la bodega aledaña, donde estaban las escotillas. Había poco tiempo que perder. En breve, como sabía Bilbo, algunos elfos bajarían a ayudar al mayordomo en la tarea de pasar los barriles vacíos por las puertas y echarlos a la corriente. Los barriles estaban ya dispuestos en hileras en medio del suelo, aguardando a que los empujasen. Algunos eran barriles de vino, y no muy útiles, pues no podían abrirse por el fondo sin hacer ruido, ni cerrarse de nuevo con facilidad. Pero había algunos que habían servido para traer otras mercancías, mantequilla, manzanas y toda suerte de cosas, al palacio del rey.

Pronto encontraron trece cubas con espacio suficiente para un enano en cada una. En verdad, algunas eran demasiado grandes, y los enanos pensaron con angustia en las sacudidas y topetazos que soportarían dentro, aunque Bilbo buscó paja y otros materiales para empacarlos lo mejor que pudo, en tan corto tiempo. Por último, doce enanos estuvieron dentro de los barriles. Thorin había causado muchas dificultades, y daba vueltas y se retorcía en la cuba, y gruñía como perro grande en perrera pequeña; mientras que Balin, que fue el último, levantó un gran alboroto a propósito de los agujeros para respirar, y dijo que se estaba ahogando aún antes de que taparan el barril. Bilbo había tratado de cerrar los agujeros en los costados de los barriles y sujetar bien todas las tapaderas, y ahora se encontraba de nuevo solo, corriendo alrededor, dando los últimos toques al embalaje, y aguardando contra toda esperanza que el plan no fracasara.

Había concluido con el tiempo justo. Sólo uno o dos minutos después de encajar la tapadera de Balin, llegó un sonido de voces y un parpadeo de luces. Algunos elfos venían riendo y charlando y cantando a las bodegas. Habían dejado un alegre festín en uno de los salones y estaban resueltos a retornar tan pronto como les fuese posible.

—¿Dónde está el viejo Galion, el mayordomo? —dijo uno—. No le he visto a la mesa esta noche. Tendría que encontrarse aquí ahora, para mostrarnos lo que hay que hacer.

—Me enfadaré si el viejo perezoso se retrasa —dijo otro—. ¡No tengo ganas de perder el tiempo aquí abajo mientras se canta allá arriba!

—¡Ja, ja! —llegó una carcajada—. ¡Aquí está el viejo tunante con la cabeza metida en un jarro! Ha estado montando un pequeño banquete para él y su amigo el capitán.

—¡Sacúdelo! ¡Despiértalo! —gritaron los otros, impacientes.

A Galion no le gustó nada que lo sacudieran y despertaran, y mucho menos que se rieran de él.

—Estáis retrasados —gruñó—. Aquí estoy yo; esperando y esperando, mientras vosotros bebéis y festejáis y olvidáis vuestras tareas. ¡No os maraville que caiga dormido de aburrimiento!

—No nos maravilla —dijeron ellos—, ¡cuando la explicación está tan cerca en un jarro! ¡Vamos, déjanos probar tu soporífero antes de que comencemos la tarea! No es necesario despertar al joven de las llaves. Por lo que parece, ha tenido su ración.

Bebieron entonces una ronda, y de repente todos se pusieron muy contentos. Pero no perdieron por completo la cabeza.

—¡Sálvanos, Galion! —gritó de pronto alguien—. ¡Empezaste la fiesta temprano y se te embotó el juicio! Has apilado aquí algunos toneles llenos en lugar de los vacíos, a juzgar por lo que pesan.

—¡Continuad con el trabajo! —gruñó el mayordomo—. Los brazos ociosos de un levantacopas nada saben de pesos. Éstos son los que hay que llevar y no otros. ¡Haced lo que digo!

—¡Está bien, está bien! —le respondieron haciendo rodar, los barriles hasta la abertura—. ¡Tú serás el responsable si las cubas de mantequilla del rey y el vino mejor son empujados al río para que los hombres del lago se regalen gratis!

¡Rueda-rueda-rueda-rueda,
rueda-rueda-rueda bajando a la cueva!
¡Levantad, arriba, que caigan a plomo!
Allá abajo van, chocando en el fondo.

Así cantaban, mientras primero uno, y luego otro, los barriles bajaban retumbando a la oscura abertura y eran empujados hacia las aguas frías que corrían unos pies más abajo. Algunos eran barriles realmente vacíos; algunos eran cubas bien cerradas con un enano dentro; todos cayeron, uno tras otro, golpeando y entrechocándose, precipitándose en el agua, sacudiéndose contra las paredes del túnel, y flotando lejos corriente abajo.

Fue entonces precisamente cuando Bilbo descubrió de pronto el punto débil del plan. Seguro que ya os disteis cuenta hace tiempo, y os habéis reído de él; pero no creo que hubierais conseguido ni la mitad de lo que él consiguió. ¡Por supuesto, él no estaba en ningún barril, ni había nadie allí para empacarlo, aún si se hubiera presentado la oportunidad! Parecía como si esta vez fuese a perder de veras a sus amigos (ya habían desaparecido casi todos a través de la escotilla oscura), que lo dejarían atrás para siempre, de modo que él tendría que quedarse allí escondido, como un saqueador sempiterno de las cuevas de los elfos. Pues aún si hubiera podido escapar enseguida por los portones superiores, no tenía muchas posibilidades de reencontrarse con los enanos. No sabía cómo llegar al sitio donde recogían los barriles. Se preguntó qué demonios les ocurriría sin él; pues no había tenido tiempo de contar a los enanos todo lo que había averiguado, o lo que se había propuesto hacer, una vez fuera del bosque.

Mientras todos estos pensamientos le cruzaban por la mente, los elfos, que parecían ahora muy animados, comenzaron a entonar una canción junto a la puerta del río. Algunos habían ido ya a tirar de las cuerdas que alzaban la compuerta para dejar salir los barriles tan pronto como todos flotaran abajo.

¡Bajas la rápida corriente oscura
de vuelta a tierras que antaño conociste!
Deja las salas y cavernas profundas,
las escarpadas montañas del norte,
en donde el bosque tenebroso y ancho
en sombras grises y hoscas se inclina.
Más allá de este Mundo de árboles
flota saliendo hacia la brisa,
más allá de las cañadas y los juncos,
más allá de las hierbas del pantano,
en la neblina blanca que asciende
del lago nocturno y de los charcos.
¡Sigue, sigue a las estrellas que asoman
arriba en cielos fríos y empinados,
gira con el alba sobre la tierra,
sobre la arena, sobre los rápidos!
¡Lejos al Sur, y más lejos al Sur!
¡Busca la luz del Sol y la del día,
de vuelta a los pastos, y a los prados,
que vacas y bueyes apacientan!
¡De vuelta a los jardines de las lomas
donde las bayas crecen y maduran
bajo la luz del Sol y bajo el día!
¡Lejos al Sur, más lejos al Sur!
¡Bajas la rápida corriente oscura
de vuelta a tierras que antaño conociste!

¡Ya el último de los barriles iba rodando hacia las puertas! Desesperado, y no sabiendo qué hacer, el pobre pequeño Bilbo se aferró al barril y fue empujado con él sobre el borde. Cayó abajo en el agua fría y oscura, con el barril encima, y subió otra vez balbuceando y arañando la madera como una rata, pero a pesar de todos sus esfuerzos no pudo trepar. Cada vez que lo intentaba, el barril daba una media vuelta y lo sumergía otra vez. El barril estaba realmente vacío, y flotaba como un corcho. Aunque Bilbo tenía las orejas llenas de agua, aún podía oír a los elfos, cantando arriba en la bodega. Entonces, de súbito, las escotillas cayeron y las voces se desvanecieron a lo lejos. Bilbo estaba ahora en un túnel oscuro, flotando en el agua helada, completamente solo... pues no puedes contar con amigos que flotan encerrados en barriles.

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