– Pero ¿qué vagabundo está en condiciones de matarla en un sitio, trasladarla a otro? ¿Varios? ¿Un ajuste de cuentas? Cayetano tuvo cómplices para el traslado del cadáver. Hay que apretarle las clavijas. Eso es todo. No tiene salida.
Llaman a Lifante desde arriba, señala Celso Cifuentes las alturas, como si señalara la segunda residencia de un Dios Padre. En cuanto se va el inspector, sobre Carvalho se concentran las miradas expulsadoras de los policías, miradas que Carvalho no da por recibidas.
– Si espera algo, espérelo fuera.
Le señalan el pasillo y a él se va Carvalho, dejando a la rubita abandonada a su voluntad vigilante del interrogatorio. Se saca un puro del bolsillo derecho de la chaqueta y lo enciende con parsimonia, estudia el ascua, se deja hipnotizar por la brasa en la penumbra, casi oscuridad del pasillo a donde se abren los despachos. Lifante ya está en presencia de los jefes, no es el jefe sólo, son los jefes. Al parecer el caso de la vagabunda ha vuelto a necesitar un cónclave.
– ¿A Vd. nunca se la han metido doblada?
– Si lo que Vd. quiere insinuar es si alguna vez me han dado por culo, no señor.
– Hay muchas maneras de dar por culo. Nos la han metido doblada, Lifante. Del caso de la vagabunda asesinada y de Rocco Cavalcanti sólo conocemos las sombras que nos han dejado ver y hay que terminar cuanto antes con este embarazoso asunto. ¿Qué probabilidades hay de que el asesinato de la propietaria de La Dolce Vita tenga algo que ver?
– Todas.
– Corte por lo sano
– Necesito que no aparezcan más cadáveres.
– Eso podemos garantizarlo, pero necesitamos un asesino obvio, de esos que no invitan a ir más allá. ¿Comprende?
– Haré lo que pueda.
Se saca un puro del bolsillo derecho de la chaqueta y lo encendí con parsimonia, estudia el ascua, se deja hipnotizar por la brasa en la penumbra.
En la antesala del jefe otra vez un gordo que le parece familiar, como si fuera un gordo de la plantilla, de la plantilla por ser gordo. Vuelve Lifante a su despacho con la cabeza de huevo iluminada por las consignas. La cabeza de Lifante parece una lámpara globo de diseño nórdico. Le fastidia que Carvalho le espere, que le aborde.
– Vd. sabe que todo esto lo ha movido un cuerpo operativo especial.
– A mí no me consta que exista ese cuerpo operativo especial. Los hechos son los hechos. Las personas y las situaciones emiten señales y yo deduzco.
– Vd. ve lo que quieren que vea. Vd. y yo estamos a dos pasos dentro de la misma situación. Los dos estamos en la misma caverna, Lifante. ¿Recuerda el mito de la caverna? Los dueños de la realidad nos dejan ver las sobras de la realidad, a Vd. le llegan mediante señales, señales que les sobran. A mí me llegan sensaciones, gestos, basura lógica, desechos lógicos. En cuanto te acercas al poder, la cosa se complica y no sólo para mí. Veo que Vd. no sólo no sabe nada de nada, sino que no sabe que no sabe nada de nada. Me lleva ventaja.
– ¿Cuál?
– Que Vd. puede comerse este marrón sin ponerse enfermo porque obedece órdenes de arriba. Pero yo tengo que proteger a mi cliente. ¿Va a ser ella la próxima víctima?
– ¿Quién es ella?
– Dorotea Samuelson.
– No habrá más víctimas.
– Dorotea Samuelson y Dieste, el actor.
– Que se estén calladitos y no habrá más víctimas. Calladitos ellos y Vd. De acuerdo en que yo no sé todo lo que quiero saber, pero Vd. no vaya largando por ahí lo que no sabe. ¿Entendido?
Le da la espalda, pero antes de juntarse con su grupo, Lifante se vuelve hacia Carvalho, decidido a acabarse el puro sentado en el pasillo. El inspector le mira el puro. Le mira a él.
– Es un Partagás "Gran Connaisseur" y un puro así no me lo voy a fumar por la calle. En la calle los puros no se huelen.
– Algún día hablaremos sobre el mito de la caverna. No me ha impresionado. Yo elijo los casos en los que voy a cien. Éste no se merece ir a cien. Sólo necesito un culpable. Todo sobre todo no se puede saber nunca.
– Una vez se lo conté creo que a otro policía. Te pasas la vida como un gusano recorriendo el haz de una hoja animado a descubrir qué hay al otro lado. ¿Qué hay? El envés. Y como un gusano te arrastras para ver qué hay más allá del envés. ¿Qué hay?
– El haz. Bonita metáfora. ¿Es suya?
– No. De Kasantzakis o de Zorba el Griego. Es lo mismo.
Se encoge de hombros Lifante, penetra en el despacho, se acerca a la ventana y ve cómo el Jefe Superior sale de la Central a paso rápido, con una agilidad que mal secunda el gordo que le sigue. El jefe rechazó cualquier intervención de los guardias de la puerta, le bastaba con un simple gesto de cabeza. Fue hacia su coche. El gordo se precipitó para abrirle la puerta y antes de que subiera a él, el gordo trató de darle la mano, mano que fue aceptada.
– Es la última vez que nos vemos y exijo de Vd. un acuerdo. No quiero enterarme qué papel ha jugado Vd. en todo lo sucedido, pero no quiero que siga jugando ningún otro. Todo va a quedar en un acto delictivo entre vagabundos, hay suficientes indicios. Pero ahí está todo. Ni uno más. Basta. ¿Entendido?
– Palabra de caballero cadete de la Marina argentina.
Se había llevado Aquiles la mano al corazón. Lifante regresa de la ventana y recupera el cuadro. Cayetano de pie con cara de borrego degollado, la abogada de oficio sentada con el culo en el canto de una silla, la falda estirada sobre las rodillas, el bolso protegido por las dos manos. Los policías mirando algo, propio o ajeno, las uñas, un lejano calendario, el resol contra la fachada del callejón trasero.
– Yo dicto una confesión, una hipótesis de confesión, Cayetano, y si te gusta la suscribes, si no te gusta te acoges a tus derechos constitucionales y volvemos a empezar o dejamos la cosa en manos del juez. Todo te señala a ti como el autor al menos de la muerte de Palita y la lógica de la situación conduce a que también te cargaras a Rocco. Comprendo, todos comprendemos, que estabas cargado de pasión, de resentimiento, de indignación justificable. No te hagas el entero, Cayetano, que de entero no tienes nada, que, después de lo que ha pasado, en la calle no duras ni dos días.
Saltó la abogada.
– ¿Qué insinúa, Sr. Lifante? ¿A qué peligros recurre para presionar a mi cliente? ¿Qué sabe Vd.?
– Cayetano sabe, mejor que yo y que Vd., que después de lo ocurrido, en la calle, lo va a pasar mal. Explícaselo, Cayetano.
Hay pánico en los ojos del mendigo y estalla en sollozos, babas y gritos.
– ¡Es verdad! ¡Fui yo! ¡Fui yo!
27. VOS ME DIJISTE QUE ERAS DONCELLA
Dieste dirigía el remate del maquillaje de Dorotea. Ella se pintaba los labios, comprimiendo un labio contra el otro.
Se miraba en el espejo.
– ¿Qué tal?
– Parecés una puta, una puta vieja. Pero si se me levantara, serías mía. Hermosa.
– A los sesenta años no se es hermosa, cabrón. Cuando se te levante publicaré un anuncio en La Vanguardia.
– Yo sólo leo prensa argentina solvente, de importación: Caras, la Maga y Página Doce…
– ¿Público?
– Bien. Casi lleno.
– ¿El gallego?
– También.
– También ¿qué?
– También está y también está lleno, lleno de sí mismo. Ése es un gil, pero un gil con buena y mala leche. Unas veces le sale la mala y otras la buena. Te explico de qué va el espectáculo. Va de piezas post Piazzola que le incluyen, pero el tema de fondo son las paradojas. Va de muchachas con y sin flor, de los fantasmas de la juventud, de las corrupciones de la edad adulta. Termina con mi tango, mío, mío del todo. Lo cantas tú.
– El empresario te respeta porque dice que eres un filósofo. ¿Para qué sirven los filósofos? Dejaron de tener sentido en el marxismo. ¿Y los antropólogos? Yo prefiero a los antropólogos, pero es por la eufonía. Antropología es una palabra total. ¿Tu tango le va bien a la filosofía, a la antropología?
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