Manuel Montalbán - La muchacha que pudo ser Emmanuelle
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Nació como guión para la serie televisiva sobre Carvalho que iba a producir la televisión argentina bajo la dirección de Luis Baroné y con Juan Diego en el papel de Carvalho.
La acción se desarrolla en Barcelona pero sirve de introito a Quinteto de Buenos Aires.
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– Casi no me acordaba de cómo era una mujer.
Gilda olía a mujer desnuda debajo del albornoz de Carvalho. Carvalho la siguió, pero mientras ella se metía en la cama, corrió a la cocina a interrumpir la cocción. A su vuelta la señora de Olavarría, Mushnick de soltera, asomaba medio cuerpo de entre el amasijo de colcha, mantas, sábanas. A su lado se estiró Carvalho y ella le pasó la mano por el cabello. Le acarició las heridas señaladas por el colorido del Topionic, luego las besó, las lamió. Carvalho recibió todas las puntas de aquel cuerpo y correspondió con las suyas, dialogantes los dedos, intransigente el sexo resucitado de meses de letargo. Ella tuvo el éxtasis rápido, de hecho ya se había abierto de piernas con el éxtasis puesto. El orgasmo fue otra cosa. Lento. Largo. Obligado Carvalho a continuar la gimnasia como si su hijo predilecto aún estuviera en las mejores condiciones. A ella le bastaba la voluntad del simulacro, Gilda pertenecía a ese tipo de mujeres que tienen el orgasmo cuando les da la gana y porque les da la gana. El partenaire es un imaginario y a Gilda parece que le gusta el imaginario Carvalho. Cuando recupera la respiración y la sintaxis, Gilda retorna al gusto por besarle las heridas.
– Qué salvajes. Es increíble. De la barbarie a la belleza del amor, de hacer el amor. Estoy tan contenta de haberlo hecho. Es como haberme gastado en una noche más de veinte años de ahorros de asquerosa respetabilidad. ¿Cómo se te ha ocurrido llamarme? ¿Esperabas despertar mi sentimiento protector ante tu estado? ¿Satisfecho?
Gilda ha saltado de la cama con toda la profundidad de su piel al servicio de carnes breves, armónicamente trotonas
Carvalho la contempla evidentemente satisfecho de sí mismo.
– ¿Qué diría tu marido si…?
Ella le selló los labios con un dedo que se quedó jugueteando allí.
– Afortunadamente, como todos los maridos, carece de imaginación.
– Tu marido no está solo y tú sabes muy bien qué pasó y qué está pasando. De qué huía Helga, por qué acertaste a casarte con Olavarría para proteger a tu hermana. Pero ya nada de todo eso sirve.
– Sólo sirve degollar a ese cerdo. Machacarle. Sacarlo de mi vida.
– Es posible. Es posible si testificas y te convertimos en la pieza base para la denuncia de la connivencia que se ha producido en la liquidación de Rocco y Helga.
– ¿Yo?
– Han matado a tu hermana. Tú eres la única que conoce el trasfondo de esta historia.
– ¿Sabes lo que me pides? Esa gente nunca se hunde. Son como corchos. Nunca se hunden. Siempre saben hacerse necesarios. A mi hermana no la resucitaré poniéndome en el punto de mira de todos ellos ¿Y mis hijos? ¿Cómo me mirarían si yo me convirtiera en el instrumento de la desgracia de su padre?
Sin duda se parecía a Helga, pero menos desvalida. Detrás de la arrogancia semidesnuda de Helga se adivinaba en las fotografías su capacidad de compasión, por todo, por todos. Había nacido para ser víctima y se limitó a disimularlo mientras pudo. Se había buscado la ruina tratando de salvar a dos desaparecidas que no conocía y la habían matado porque pretendía ayudar a Rocco a llegar a testificar ante el juez Garfzón. Recorrió con los ojos y las manos las carnes bonitas, bien cuidadas de Gilda y ella le dejaba hacer aunque se le escapaba la risa.
– Pareces un ciego. Me palpas como palpan los ciegos a la primera mujer desnuda de sus vidas.
– ¿Te ha palpado alguna vez un ciego?
– No. Pero sé que palpas como un ciego.
– ¿Estabas ciega cuando aceptaste casarte con Bobby, el hombre que estaba persiguiendo a tu hermana?
– Ahora lo veo claro, pero entonces no era tan fácil decir: la está persiguiendo, la está chantajeando. Él zumbaba a nuestro alrededor, bailaba o zumbaba, como un bailarín y como una serpiente a la vez. Yo veía que caía muy mal a Helga, pero por eso pensaba que mi hermana era una estirada y que yo entendería mejor a aquel señor tan educado, tan obsequioso. Luego Helga desapareció. Se fue a España. Me quedé sola ante el bailarín, ante la serpiente. En España ya lo vi claro. Por si faltara algo, la violación, el niño.
– Pero no rompiste.
– Tenía miedo. No es tan fácil salir del espacio que te marca la mirada de la serpiente.
Ha saltado de la cama con toda la profundidad de su piel al servicio de carnes breves, armónicamente trotonas. Está vistiéndose y comenta:
– Ahora bien, si lo machacas, si tú consigues machacarlo, déjalo hecho papilla y yo seré feliz. ¿Te parezco una mujer araña? ¿Una perversa y egoísta mujer araña? ¿Una viuda negra, quizás?
– Me parece que en este caso mi papel no puede ser excesivo. Más que machacar a alguien, he de conseguir al menos salvar a alguien.
– ¿A mí?
– No. Tú te salvas sola. Te quitas las angustias con masajes. Aún quedan víctimas al alcance de la razón social Osorio amp; Olavarría.
– Ya no te gusto. Estás saciado. Incluso deseas que me vaya.
Desea que se vaya, pero no quiere expresarle el menor rechazo.
– Tenemos toda la vida por delante.
Gilda vuelve a examinar las cosas y entre ellas Carvalho, ya utilizado.
– Si vuelvo, primero pasaré a ordenarte el paisaje. No puedo soportar el desorden. ¿Qué miras? ¿No me has visto hasta ahora?
Carvalho se limita a leerla, como si descodificara su sistema de señales según la pretensión de Lifante, y es varias veces sincero cuando comenta:
– Casi no me acordaba de cómo es una mujer.
24. CERRADA LA DOLCE VITA POR DEFUNCIÓN DE LA DUEÑA
La casi inexistencia de la calle de las Tapias impidió que se concentraran vecinos comentando la extraña muerte de Pepita de Calahorra. Por la calle ya sólo pasan vicealcaldes enseñando a urbanistas nacionales y extranjeros qué se puede hacer para remodelar lo más canalla de un barrio de prostitución. Centros cívicos, parques, parkings, alguna instalación deportiva. La Dolce Vita ya tiene orden de derribo y la empresa encargada ha contribuido a la normalización lingüística colocando el cartel Enderrocs Siurana. Biscuter se ha ido a velar el cadáver de Pepita a Sancho Dávila, a donde lo han trasladado desde el Dispensario de Peracamps: sobredosis de heroína. Carvalho merodea en torno del viejo cabaret y desde dentro le llegan maullidos desesperados. Precintado por el juez el local, Carvalho arranca un contraplacado claveteado y al rato desde el hueco saltan los doce gatos apadrinados por doña Pepita, recelosos algunos, aturdidos ante la realidad que les esperaba más allá de su pequeño reino afortunado. Los más desconcertados son los más frágiles y la mirada de Carvalho selecciona a un gatito atigrado en verde, canijo, con un ojo de cada color. Se deja llevar por el impulso de cogerlo, pero cuando el animal dobla el cuello para frotar su cabeza contra la mano de Carvalho, la mano se retira y el cerebro opone reparos a la adopción de un estorbo para la operación de vivir. El asesinato de la perrita Bleda permitió a Carvalho, hace ya veinte años, descubrir que no hay dolores menores, adaptados al tamaño convencional de la muerte. Tuvo que andar hasta la plaza André Pieyre de Mandiargues para conectar con la prostitución residual del Barrio Chino acampada en las fronteras de la reserva lumpen, a punto ya para Enderrocs Siurana, la piqueta y allí La Gaditana le dijo que Pepita no se pinchaba, que era muy aprensiva y le tenía mucho miedo a contraer un mal malo.
– ¿Sobredosis Pepita? Como no fuera de vino de Málaga. Al vino de Málaga sí que le daba.
Cayetano había seguido a Carvalho desde la calle de las Tapias y le dejó rodeado cada vez de más viejas putas con deseos de ser útiles a no sabían qué o quién, todas ellas amigas íntimas de Pepita o Juanita o Paquita de Calahorra, daba lo mismo. Subió Cayetano hasta la calle San Pablo y buscó la plaza abierta a costa de parte de la calle Robadors y dedicada a la memoria de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, un líder anarquista asesinado por pistolero de la patronal. Seguía siendo asesinado, ahora por los urbanistas que le habían dedicado un hueco urbano enmarcado por sorprendidas paredes restos de casas derrumbadas, fachadas de miserias deslumbradas por el sol de pronto aparecido y una humanidad de viejos, niños, muchachos entre dos estancias en la cárcel Modelo y policías que salían de un furgón permanente para desentumecer las piernas y el aburrimiento. El gordo estaba sentado en un banco demasiado bajo para su volumen y no dio acuse de recibo del mendigo que se sentaba a su lado.
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