Manuel Montalbán - La muchacha que pudo ser Emmanuelle

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Es un relato que fue publicado como feuilleton entre el 3 y el 30 de agosto de 1997 por EL PAÍS, con ilustraciones de Fernando Vicente.
Nació como guión para la serie televisiva sobre Carvalho que iba a producir la televisión argentina bajo la dirección de Luis Baroné y con Juan Diego en el papel de Carvalho.
La acción se desarrolla en Barcelona pero sirve de introito a Quinteto de Buenos Aires.

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– Barcelona es un pueblo. Vaya donde vaya está Vd. Siempre aparecen los mismos personajes.

– Barcelona no tiene la culpa. De hecho, Lifante, estamos viviendo un serial y en los seriales los personajes se repiten.

Lifante le dedicó indiferencia y se volvió hacia Olavarría.

– Roberto Olavarría, le ruego que nos acompañe a comisaría. Hemos de plantearnos algunos aspectos de sus relaciones con Helga Mushnick. Es una simple invitación.

Olavarría contemplaba a Lifante sin miedo; en cambio, cada vez que su mirada topaba con la de Carvalho oscilaba y acababa por desviarla. Pulsó el percutor del dictáfono y ordenó a su secretaria.

– Llame urgentemente a mi socio, Jacobo Osorio, y a Jacinto Ros. Les necesito en mi oficina.

El nombre de Jacobo Osorio había sonado a intrascendente, pero el de Jacinto Ros había alertado a Lifante y Olavarría quiso alertarle aún más.

– En efecto, Jacinto Ros, se trata del famoso abogado. Es asesor de nuestra empresa y creo conveniente que me asista en esta situación.

– Le he dicho que era una simple formalidad.

Carvalho intervino mediador.

– Creo, Lifante, que le ha fallado el sistema de señales. Incluso cuanto usted ha dicho, con la mejor de las intenciones enunciativas, Roberto Olavarría, le ruego que nos acompañe a comisaría, parecía una detención en regla.

No tuvo tiempo el inspector de recomponer su sistema de señales porque en el despacho irrumpieron los dos convocados y uno era evidentemente abogado, rodeado de un aura tan rotunda como la más rotunda de las togas y un ceño especialmente dedicado a los intrusos, sin que Jacinto Ros, el abogado ariete, supiera si debía dedicarlo a Carvalho o a Lifante y su acompañante. No dedicó la menor atención Ros a los desconocidos, pero se acercó a Olavarría y le puso las manos sobre los hombros.

– ¿Qué pasa Bobby?

– Me ordenan que vaya a comisaría.

– ¿Quién?

Fue Lifante quien se autodenunció.

– No he dicho exactamente eso.

– ¿Qué ha dicho usted exactamente?

– ¿Qué ha dicho exactamente?

Preguntó Osorio, asumiendo la condición de eco de Ros.

– Le he rogado que viniera conmigo a comisaría.

– ¿Para algún pase de modelos de vestuario policial? ¿Detenido? ¿Retenido? Vamos a comisaría, como usted dice.

Lifante ha compuesto media sonrisa y les da la espalda y parece ser la espalda del inspector la que avisa.

– Ya recibirán una citación en regla.

Como la mirada del todopoderoso Jacinto Ros también le expulsa a él, Carvalho sigue los pasos de Lifante y su mudo acompañante. Les oye hablar entre ellos.

– Yo le habría pegado una patada en los huevos. No me hubiera dejado hablar así por un piernas.

– No es un piernas. Este tío se tutea con todas las autoridades y a él algunos le hablan de usted. Lo que no sepa Jacinto Ros no lo sabe nadie en esta ciudad. Tiene cogidos por los huevos a buena parte del poder político, sobre todo de los que se han metido en negocios sucios, en el supuesto caso de que haya negocios limpios. Yo no me he irritado, Celso. Al contrario. Me ha complacido obligarles a comportarse prepotentemente, porque la exhibición de prepotencia siempre, siempre, Celso, no lo olvides, esconde inseguridad y se revuelve como un boomerang.

– Sea, pero a mí no me habla así ni mi padre.

Rebasa Carvalho entonces a la pareja y recibe una mirada hachazo de Lifante.

– He leído que han encontrado a Rocco. ¿Cuánto tiempo retuvieron la información? ¿A favor de quién?

Lifante se vuelve a Celso Cifuentes y le ordena:

– Dile cuatro cosas a este huelebraguetas, pero que no te oiga nadie.

Se adelanta Lifante y Celso cierra el paso a Carvalho, frunce el hocico, achica los ojos, le echa el aliento en las narices del detective y luego mastica, en una voz casi inaudible:

– ¿Por qué no te vas a tomar por culo o quieres que te busque yo pareja?

Carvalho se detiene sorprendido y exclama en voz excesivamente alta:

– ¿Es usted bisexual, inspector Cifuentes?

El relato de Olavarría se interrumpió bruscamente. La puerta del despacho se abrió y allí estaba Lifante.

21. DOROTEA SAMUELSON Y LA ANTROPOLOGÍA DEL TERROR

Alguien había tenido que encaramarse sobre la puerta metálica y al saltar había derribado una pesada tinaja ataúd de un ficus muerto desde la guerra entre Irak e Irán o tal vez desde la entrada de los sandinistas en Managua. Luego no había sido capaz de levantar el cadáver o no había querido hacerlo. Oscurecía y Carvalho se sacó la pistola de la sobaquera. Subió hasta la puerta principal de su casa y no estaba violentada, tampoco las ventanas. O el intruso se había marchado o todavía estaba en el jardín. Fue entonces cuando le llegó la voz atemorizada y criolla de Dorotea Samuelson.

– ¿Carvalho?

– Sí.

– No se alarme. Soy Dorotea Samuelson.

Guardó la pistola, fue en dirección de la voz y allí estaba Dorotea, sentada en cuclillas y no sola: a su lado se acurrucaba Dieste, aún más agazapado que la mujer.

– Hemos pensado que aquí estábamos seguros. Perdone el allanamiento de morada. Han matado a Rocco.

Se le quebró la voz a la antropóloga, pero Carvalho no le dio el pésame que tal vez esperaba. Les invitó a seguirle al interior de la casa, que el detective examinó dependencia por dependencia. Luego cerró puertas y ventanas, encendió la luz y desprecintó una botella de Springbank.

– Es el mejor whisky que he tenido. No el mejor que he bebido, pero sí el mejor que he tenido. Me lo traje de un avión particular. Pertenecía a un rico que quiso conceder un premio literario. Tómenlo sin hielo. Un Springbank de más de veinte años con hielo es como tomar un Burdeos con gaseosa.

A Dieste se le disparó la nuez de Adán como una loca a medida que asumía tres tragos de Springbank. Dorotea se llenó de aire y alcohol antes de estallar en un llanto de inundación de río triste. "Me lo han matado. Me lo han matado". "Ya no era tuyo mujer", trataba de consolarla Dieste, y Carvalho les dejaba llorar, abrumado ante la evidencia de que la botella de whisky quedaría vacía antes de que anocheciera definitivamente. Cuando estaba a punto de consumarse la tragedia, llorones e interconsoladores Dieste y Dorotea, Carvalho tomó la iniciativa.

– Se han terminado mi whisky y es hora de que me den algo a cambio. Quiero saber todo lo que no sé y ustedes saben. ¿Qué secreto guardaban Helga y Rocco? ¿Por qué lo han guardado tan mal que les ha llevado a la muerte?

Si Carvalho esperaba que fuera Dorotea quien iniciara el relato, se equivocaba. Fue Dieste quien se acercó a unas candilejas que sólo él veía, se puso las manos en los bolsillos, alzó los hombros, se llenó de aire todos los interiores el cuerpo, los expiró, miró hacia el Oeste, luego hacia el Este; le gustaba más el Oeste del living comedor de Carvalho, porque definitivamente depositó allí su mirada y empezó su relato.

– Realmente Dorotea sabe de segunda voz lo que yo viví, yo y Emmanuelle y a cierta distancia Rocco. Recuerde que tratábamos de hacer de ella una estrella y que eso exigía salir, nochear, dejarse ver, ir a esos sitios para ver a los demás, pero sobre todo para que te vean. Buenos Aires vive tres vidas, cuatro, y la misma ciudad que tenía los sótanos llenos de cadáveres y de torturados celebraba la victoria en el Campeonato del Mundo de Fútbol o vivía la noche como sólo se vive en Buenos Aires. Y a Helga le salió un bolo, gracias a un tal Olavarría, su cuñado sí, pero entonces no era su cuñado. Entonces la hermana de Helga no tenía la más remota idea de que algún día tendría la desgracia de casarse con Olavarría. A Helga ya no le gustaba ser Emmanuelle, ya no le gustaba ser una tía bandera. Le hubiera gustado ser una especie de estrella de café teatro, como la Rosetto, hoy día de lo mejor en su género, Cecilia Rosetto viene con frecuencia a España, a Barcelona. Y me pidió Helga ensayar conmigo y que la acompañara porque era una pieza dura, difícil, muy divertida, pero muy punzante, que le había escrito un amigo, Rocco, Quino Cavalcanti por más señas. Qué extraño, ¿no? La cita era en una villa del Tigre, una hermosa mansión inglesa junto a un canal, uno más del Tigre, una casa a la que sólo se podía llegar en barca, mansión propiedad del coronel Osorio, un tío del establishment militar, mitad militar, mitad hombre de negocios, de muy buena familia. Estaba llena de invitados y era una fiesta más, con más alcohol y lo que los italianos llaman palpo e mano morta, es decir, magreo, que otra cosa.

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