Lorenzo Silva - La niebla y la doncella

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No siempre las cosas son como parecen y a menudo, lo obvio no resulta ser lo real. Al sargento Bevilaqua le encomiendan la tarea de investigar la muerte de un joven alocado en la Gomera. Todo apuntaba a Juan Luis Gómez Padilla, político de renombre en la isla, al que un tribunal popular absolvió a pesar de la aparente contundencia de las primeras pesquisas. El sargento y su inseparable cabo Chamorro intentarán esclarecer este embrollado caso, con presiones políticas y con la dificultad añadida de intentar no levantar suspicacias al reabrir un caso que sus compañeros daban por cerrado.

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– Me parece sensato.

– Hay algo que en mi opinión habría que poner en marcha -dije-. Lo tendría que ordenar la juez, y me temo que le pueda parecer que es un poco prematuro. Pero sinceramente creo que no tenemos más remedio y que habría que convencerla para que se la jugara.

– Dígame, sargento, y yo me encargo.

– Una orden de búsqueda y captura para Florencio Torres y Consolación Requero. Los dos presuntos contactos y proveedores de droga de Iván López que se esfumaron antes de que pudiéramos hablar con ellos.

– No se preocupe. Se la consigo. ¿Algo más?

– No de momento.

– Cuando necesite algo, llámeme. Apúntese mi teléfono móvil.

Empezó a dictar el número, deprisa. Lo grabé en mi aparato.

– A cualquier hora del día o de la noche -ofreció-. Suerte. Y gracias.

Me llevé a La Gomera conmigo a Chamorro, Morcillo y Azuara. Para poder trasladarnos con el coche, embarcamos en el ferry. La travesía era mucho más lenta que con el hidroala, y también bastante menos movida. Aproveché para hacer una puesta en común y organizar el plan de acción.

– Utilicemos la lógica desde el principio -propuse-. A ver si podemos ir centrados y no desviarnos. Primera premisa: mientras no nos digan otra cosa, asumamos que la muerte de Ruth tiene que ver con la investigación en la que participaba y por tanto con la muerte de Iván. ¿Estamos de acuerdo?

– Es más que verosímil -opinó Morcillo.

– Bien. Segunda premisa: el hecho de que la mataran tiene que ver con algo que descubrimos o que estábamos a punto de descubrir o que ella descubrió. Os hemos contado lo que hicimos. A ver, qué puede ser.

– El contacto de Iván con el tráfico de drogas -apuntó Azuara.

– Sus tratos con los desaparecidos, el Moranco y la Cheli -dijo Morcillo.

– Por coincidencia en el tiempo, la rubia de la moto -sugirió Chamorro.

– Podríamos sumar dos posibilidades más, de entrada: las malas relaciones del chico con Stammler, y los detalles de su enemistad con el sospechoso de partida, el concejal Gómez Padilla. Pero estoy de acuerdo en aparcarlas. Stammler admitió su antipatía hacia Ivan, y el concejal está ahí como estaba desde el principio. No hemos encontrado nada nuevo sobre él.

Noté que Morcillo rumiaba algún reparo. Pero se lo guardó.

– Y ahora quisiera pediros un ejercicio un poco más difícil. Creo que si perdemos diez minutos en él, lo vamos a agradecer.

Los tres me miraron con curiosidad.

– Es para nota -advertí-. ¿Quién iba en el coche rojo, y qué pasó exactamente aquella noche de noviembre? Venga, dadle a la imaginación.

Dudaron, los tres.

– Sin miedo. Vamos, empiezo yo. Para poner el peor ejemplo, intento desarrollar la hipótesis de la que ahora dudamos: en el coche viajaban Gómez Padilla e Iván. Alternativa A: el concejal le había convencido para que fuera con él, no sé cómo, ni adónde. Por el camino, paró y aprovechando un descuido lo degolló. Luego se deshizo del cadáver y simuló el robo del coche porque la Guardia Civil lo había visto, lo había perseguido y tal vez le había tomado la matrícula. Alternativa B: el concejal iba con otra persona, e Iván ya muerto en el maletero. El resto, igual. Alternativa C: Iván iba en el asiento del copiloto, muerto pero sujeto para que pareciera vivo a quien lo viera. Por eso las gorras de visera, para ocultar el rostro.

Me contemplaron con un gesto extraño. Como si dudaran de mi cordura.

– Calma -los tranquilicé-. Simplemente era un ejercicio. Antes de invitaros a decirlas vosotros, prefiero decir yo las chorradas. Critiquemos ahora mi hipótesis. Lo hago yo. La alternativa A tiene unos cuantos puntos flacos. ¿Podemos creer que Iván fue de buen grado con el concejal hasta ese recóndito rincón del bosque? Recordemos que en el cadáver no había señales de violencia, aparte del tajo de cuchillo. Por otra parte, si le degolló en el asiento, no hay bastante sangre. Y si le degolló fuera, no debería haber ninguna. Pero en fin, quizá sucedió así, no es del todo inconcebible.

– No -opinó Morcillo-. Ésa fue siempre nuestra mejor hipótesis.

– La alternativa B es difícil -proseguí-. ¿Con quién pudo compincharse el concejal para hacer eso? ¿Cómo es que no había sangre en el maletero?

– Pero imposible tampoco es -dijo Azuara.

– La alternativa C es rarísima -rematé-. Buf, llevar al muerto al lado, arriesgándote a que te pillen. Para qué. Pero podría explicar ese detalle tan peculiar de las viseras, y por qué la sangre estaba en el asiento del copiloto y no era mucha. Porque a Iván lo habrían sentado en él ya desangrado.

– Dentro de lo extraño que es, eso encaja -dijo Chamorro.

– Pues a ver, ahora vosotros.

– Se me ocurre, así a bote pronto, la que nos contó el concejal -intervino mi compañera-. Que el coche lo robó alguien que sabía que era suyo, y que sabía también de sus roces con Iván, y lo usó para incriminarlo. Puede que ya hubiera matado al chico, o puede que tuviera pensado cargárselo y lo convenciera para que fuera con él al parque, donde lo hizo… En cuanto a las manchas de sangre en el asiento, se explicarían siempre. Podría ser que sentara a Iván muerto allí, como antes dijiste. O no. Al asesino le convenía no dejar de manchar el asiento con la sangre del muerto, porque justo eso era lo que iba a implicar a Gómez Padilla en el crimen.

– Bien visto -dije-. Y tu propuesta suscita varias reflexiones. Si Iván iba vivo en el coche, debía de tener confianza con el asesino. Si iba muerto, al menos el asesino le conocía. Por otra parte, cabe que el fin principal fuera eliminar a Iván o, por qué no, que estemos bregando con gente lo bastante desalmada como para matarle sólo para hundir al concejal.

– ¿Usted cree, mi sargento? -dudó Morcillo.

– Francamente, no. Pero no descartemos nada aún. En todo caso, y siempre en esta hipótesis, al que lo organizó no le importaba, y a lo mejor le apetecía, hundirle la vida al pobre Gómez Padilla. Más opciones.

Los vi estrujarse las meninges. Fue Morcillo la que se adelantó:

– Ésta es muy dudosa, pero la he pensado alguna vez, cuando buscaba explicaciones que pudieran respaldar las protestas de inocencia del concejal. Lo que se me ocurría es que el propio Iván, por fastidiar al hombre que le había insultado y amenazado, le hubiera robado el coche con ayuda de algún amigo o conocido suyo. Que se hubieran ido a correr con él al parque. Que allí hubieran discutido y el otro le hubiera matado. Y que el amigo, que conocía al concejal, hubiera sido el que hizo la llamada anónima al puesto, inventándose que un hombre de la edad de Gómez Padilla estaba forzando la cerradura después de bajarse del coche. Para que dudáramos del concejal cuando denunciara el robo y tuviéramos que pensar que intentaba colárnosla.

– Fino, el amigo -juzgó Chamorro.

– Y retorcido -dijo Azuara.

– Y rápido -concluí.

– Ya veo que no os gusta -constató Morcillo.

– No -dije-. No está mal. No puedo decirte que sea insostenible.

Mi equipo quedó pensativo.

– Y de todo esto qué sacamos -consultó Chamorro.

– Seguimos sin tener ni idea de quién pudo ser -admití-. Pero creo que entre todo lo que acabamos de decir, combinado no sé muy bien cómo, podemos pensar que tenemos el cómo sucedió. Y eso es algo.

La Gomera se aproximaba despacio por proa. El viento soplaba con fuerza y era agradable sentirlo en el rostro, fresco y vivificante.

– Tengamos todo esto en mente -les pedí-. Y ahora, teniendo también presente lo que dijimos al principio, vamos a fijarnos objetivos. Vosotros dos, buscáis a los amigos de Iván y tratáis por todos los medios de localizar a esa rubia. Chamorro y yo vamos a intentar averiguar qué ha sido de los dos fugitivos. Tengo especiales ganas de volver a ver a cierto sujeto.

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