– Sí, todo pasa por un departamento centralizado. Qué quieres que te diga. Apúntate mi móvil y me llamas en cuanto haya algo. Al final, lo hacemos todos así, y mira, puedes tener tus reparos, pero es por el bien del servicio. Además, hay otra cosa. Cuando hemos necesitado algo de vosotros, aquí Asensi se ha movido y asunto resuelto. Y yo no puedo ponerme en plan perro con quien se porta bien conmigo.
– No te creas que esto funciona siempre tan bien -explicó Asensi-. Porque aquí mi jefe es un tío legal. Pero han pasado cosas escandalosas. Desde un grupo de mossos y otro de guardias yendo a la vez por el mismo malo y no liándose a tiros de milagro, hasta jefes que reciben información del otro cuerpo y se la abrochan para apuntarse la medalla cuando a ellos les convenga. Hay mucho que mejorar. Aunque es verdad que la mayoría de la gente va entrando en razón.
Al escucharle, me entró una curiosidad que no pude reprimir:
– Y tú, ¿cómo lo llevas? Porque debe de ser todo un cambio.
Asensi esbozó una sonrisa sardónica.
– Pues ya ves, después de doce años de picolo, casi un shock . También me he divertido un montón, no creas. Mi primer destino en esto de la mosseria fue en seguridad ciudadana, de patrullero. Iba con un chaval de veinte años, más tiernito que una crema catalana bajo la costra. No veas cómo palidecía cuando le decía que teníamos que meternos a poner orden en una pelea en un bar de un barrio chungo, y que como alguien le oliera el acojone íbamos a acabar los dos hechos carne picada. O con qué cara de espanto me miraba cuando le recordaba la vieja regla de oro de la Benemérita: paso corto, vista larga y mala leche. Pero oye, después de cinco o seis sustos, lo endurecí. Aplicando el método Robles, que uno siempre sigue a los maestros. Ahora, en policía judicial, estoy mucho mejor. Entre la gente hay ganas de hacerlo bien, de ser tan buenos como los que más, y conciencia de que eso es algo que no se improvisa y que nos va a llevar tiempo, como a cualquier otra policía. Pero ya hay tíos como Riu, y lo siento si se me pone colorado, que es de primera de verdad. Veinte homicidios y todos resueltos. Y alguno nada fácil. Lo que yo creo es que hay que mejorar alguna cosa de funcionamiento, y si lo explico espero que no me abra un expediente.
Riudavets lo miró con gesto de extrañeza.
– Collons , Asensi, ¿te he amenazado yo alguna vez? -protestó-. Me parece que te respeto bastante más que todo eso.
Asensi alzó las manos.
– Es verdad, ya quisiera yo haber tenido jefes tan dialogantes en la picolicie, y no lo digo por nadie. Mi impresión -prosiguió- es que aquí pesan demasiado el reglamento y las formalidades. Tú fíjate: a los chavales les dicen que no vayan a tomar nada a los bares de los pueblos, o al menos que no se entretengan allí como hacían los civiles, para dar impresión de policía más trabajadora, más seria. Lo que no sabe el genio que sacó esa instrucción es la cantidad de cosas de las que se enteraba un guardia durante media hora en el bar. Y coño, que eso te acerca a la gente, que sin llegar al compadreo es algo que te hace falta para ser poli. Luego les extrañará que tengamos fama de estirados.
– Siempre se lo digo a los compañeros -se adhirió Riudavets-: no te puedes creer que eres de golpe y porrazo y por ciencia infusa más listo que unos tíos que llevan siglo y medio haciendo lo que hacen. Y aunque a Asensi le guste polemizar conmigo, a él le consta. Que mi teoría es que el modelo mejor que podemos seguir sois vosotros. La Policía nos vale menos, por muchas razones, entre otras que no están en el campo. Luego lo podremos mejorar, cómo no, y en algunas cosas quizá ya lo hemos hecho, por ejemplo en cuestión de sistemas informáticos para procesar el trabajo, que eso sí es verdad que los tenemos de primera categoría. Pero no se resuelve todo con cacharritos.
La autocrítica parecía honesta. Y más que meditada.
– Para qué nos vamos a engañar -tomó la palabra de nuevo Asensi-: este tinglado se montó con afán político, como una seña de identidad más, pero ahora se han dado cuenta de que hay que ser ante todo policías. Para plantarles cara a los narcos o a los chorizos, igual me da, de poco te vale la senyera y decir que tú eres diferente, porque el malo ni tiene patria ni respeta a la madre que le parió. Te tiene que temer. Y el temor hay que saber ganárselo, lo mismo que el respeto.
– Lo de la identidad es verdad -corroboró Riudavets-. Y mira que yo soy catalán hasta la médula y me joden como al que más todos los tópicos y la caricatura que hacen por ahí de nosotros. Pero a veces hay que reconocer que lo ponemos a huevo. Mira si no esto.
Se sacó del bolsillo trasero del pantalón la cartera y me mostró la placa. Me quedé mirándola. Vi el escudo, las barras amarillas y rojas, en fin, nada que a primera vista me pareciera anormal.
– Fíjate en la forma. ¿No te recuerda algo?
– Pues… -dudé.
– Es clavada al escudo del Barça. Si es que parece hasta de broma.
Bien mirado, tenía razón. Por si no me desconcertaba lo bastante aquella salida, de alguien tan aparentemente circunspecto como Riudavets, vino a rematarla con una revelación sorprendente:
– Y lo más grande del asunto es que yo soy merengue de toda la vida, que es algo que muy bien puede ser un catalán de Gerona, aunque haya quien no se lo crea, empezando por mis compañeros.
– Doy fe, yo que sí soy del Barça -anotó Asensi, jocosamente-. Lleva meses sufriendo. Y los que le quedan, lo siento, Riu.
– Yo sí me lo creo -dije-. El mundo es complejo, y cualquier mente humana un laberinto lleno de contradicciones. Si aprendiéramos a aceptarlo con naturalidad, y a ser un poco más leales a la realidad de las cosas, nos ahorraríamos muchos disgustos, bastante saliva y alguna sangre. Pero el personal traga mejor los pensamientos comprimidos. Aunque al final se acaben indigestando o causando úlceras.
– Estamos de acuerdo -dijo Riudavets-. Y yo añadiría algo. A mucha gente le falta pisar más la calle. Al cabo de un par de años viendo lo que hay por ahí, te vuelves inmune a según qué mamonadas.
Prolongamos la sobremesa charlando de asuntos relacionados con el trabajo de cada día. Teníamos muchos problemas comunes, y pocas diferencias en la manera de enfocarlos. Me alegré de que se me hubiera ocurrido la idea de hablar con ellos, porque sentí que aquella noche me iba a acostar con algunos prejuicios menos de los que abrigaba al levantarme, lo que siempre es digno de celebración. Quizá la sabiduría de un hombre no se mida tanto por las luces que adquiere como por las sombras de las que acierta a despojarse en el camino de la vida. También les comenté la hipótesis que en algún momento habíamos considerado, y que a aquellas alturas ya casi daba por amortizada, de que la muerte de Neus pudiera tener algo que ver con su labor como informadora acerca de ciertos submundos. Riudavets me dijo:
– Tengo un compañero que controla bastante el tema. Si quieres que le pregunte por algo o que le enseñe alguna cosa…
Lo sopesé. Qué podía perder con ello.
– Te mandaré unos papeles. Para que les eche un vistazo, si tiene un momento. Sin prisa y sin ninguna presión. Por si le sugiere algo.
De vuelta a la comandancia, Robles, que había hablado poco o nada durante la comida, me preguntó mi impresión sobre el encuentro. No me precipité a responderle, porque sabía que iba con intención.
– No son ningunos pardillos, como todavía cree mucha gente en Madrid -dije-. O por lo menos éstos no lo son. Y si nos hacen falta, me parece que los tendremos ahí, que al final es lo que me importa.
– Eso no lo dudes. De Asensi ya te respondo yo. Y el otro parece buen elemento. Les quedan diez años -sentenció, con la altanería del profesional curtido-. Dentro de diez años supongo que sí, serán una policía en condiciones. La prueba del nueve la pasarán cuando a sus antidisturbios dejen de acogotarlos los niñatos, como pasa ahora.
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