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Lisa Gardner: Tiempo De Matar

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Lisa Gardner Tiempo De Matar

Tiempo De Matar: краткое содержание, описание и аннотация

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Durante varios veranos, el terror se adueña de los residentes de Georgia cuando las temperaturas ascienden y el termómetro alcanza los cuarenta grados, porque con el implacable calor llega también un cruel asesino. En cada ocasión secuestra a dos muchachas y espera a que se descubra el primer cadáver: en él se hallan todas las pistas para encontrar a la segunda víctima, abocada a una muerte lenta pero certera. Pero la policía nunca consigue llegar a tiempo y los cuerpos siempre se recuperan meses después, en lugares remotos y aislados. Tras tres años de inactividad, llega a Atlanta una fuerte ola de calor: es tiempo de matar… Y será Kimberly Quincy, estudiante de la Academia del FBI, quien tropiece con la primera víctima. Comienza la cuenta atrás.

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Encontraron el vehículo diez minutos después. Acostaron a Tina en el asiento trasero y Mac y Kimberly se dejaron caer en los delanteros. En cuanto Mac conectó el motor, se alejaron a toda velocidad por el llano y herbolado camino, esquivando a los animales que huían.

Kimberly oyó un rugido que parecía proceder del infierno y, al instante, el cielo se llenó de helicópteros de rescate y aviones forestales. Llegaba la caballería trayendo consigo profesionales para sofocar las llamas y salvar a quienes pudieran ser salvados.

Dejaron atrás el pantano y se detuvieron, con el chirrido de los neumáticos, en un aparcamiento repleto de vehículos.

Mac fue el primero en apearse.

– ¡Atención médica! ¡Deprisa! ¡Aquí!

Los Servicios de Emergencia trataron a Tina con agua y gasas frías para que su temperatura corporal descendiera. Quincy y Rainie cruzaron el parque a todo correr para abrazar a Kimberly, pero Mac se adelantó y la estrechó en sus brazos. Cuando Kimberly apoyó la cabeza en su pecho, Mac la abrazó con fuerza y ella por fin se sintió a salvo.

Nora Ray apareció entre la multitud y se acercó a Tina.

– ¿Betsy? -murmuró Tina, débilmente-. ¿Viv? ¿Karen?

– Las tres se alegran de que estés viva -le dijo Nora Ray, acuclillándose junto a su cuerpo postrado.

– ¿Están bien?

– Se alegran de que estés viva.

Tina entendió lo que intentaba decirle y cerró los ojos.

– Quiero ver a mi madre -dijo, echándose a llorar.

– Todo irá bien -le dijo Nora Ray-. Te lo aseguro. Ha ocurrido algo malo, pero has sobrevivido. Has ganado.

– ¿Cómo estás tan segura?

– Porque hace tres años, ese mismo hombre me secuestró.

Tina dejó de llorar y miró a Nora Ray con sus ojos inyectados en sangre.

– ¿Sabes adónde van a llevarme?

– No, no lo sé. Pero si quieres, puedo acompañarte.

– ¿Cuidaremos la una de la otra? -preguntó Tina, en un susurro.

Nora Ray sonrió.

– Siempre -respondió, apretándole la mano.

Epílogo

Quantico, Virginia

13:12

Temperatura: 36 grados

Estaba corriendo, abriéndose camino por el bosque a una velocidad de vértigo. Las hojas que colgaban de los árboles se enredaban en su cabello y las ramas bajas le arañaban la cara. Tras saltar una serie de troncos caídos, se abalanzó a toda velocidad sobre el muro de cuatro metros y medio. Sus manos encontraron la cuerda y sus pies se movieron en busca de agarre. Arriba, arriba, arriba. Su corazón palpitaba con fuerza, sus pulmones resollaban y su garganta jadeaba.

Coronó la cima y tuvo una visión estelar de los frondosos bosques de Virginia antes de descender por el lado contrario. Ahora los neumáticos. Bing, bing, bing. Fue insertando cada pie en el centro de cada círculo de caucho. Después se encorvó como una tortuga para descender por una estrecha tubería de metal. Ya solo le faltaba esprintar para llegar al extremo contrario. El sol brillaba en su cara. El viento mesaba su cabello.

Kimberly cruzó la línea de meta en el mismo instante en que Mac detenía el cronómetro y le decía:

– Cariño, ¿a eso lo llamas correr? Conozco tíos que lo hacen el doble de rápido.

Kimberly se abalanzó sobre él, pero Mac vio venir el ataque y se preparó. Sin embargo, ella había aprendido un nuevo movimiento de combate la semana anterior y logró dejarle tumbado sobre la espalda en un abrir y cerrar de ojos.

Todavía respiraba con fuerza y el sudor se deslizaba por su rostro, empapando su camiseta azul marino de la Academia del FBI. Sin embargo, ahora esbozaba una enorme sonrisa.

– ¿Dónde está el cuchillo? -murmuró Mac, con un brillo perverso en los ojos.

– No juegues con fuego.

– Por favor. Podría ofenderte más si tú quisieras.

– Es imposible que puedas hacer este recorrido en la mitad de tiempo.

– Bueno, puede que haya exagerado un poco. -Ahora, sus manos le acariciaban las piernas desnudas, trazando líneas desde sus tobillos hasta el borde de sus pantalones de nailon-. Pero al menos te saco un par de segundos.

– Los hombres tenéis más fuerza en la mitad superior del cuerpo -replicó Kimberly-. Y por eso os cuesta menos trepar por el muro.

– Sí. Es injusto, ¿verdad? -De repente rodó sobre sí mismo y entonces fue ella quien quedó de espaldas sobre el suelo. Al verse atrapada, hizo lo más inteligente: levantó la cabeza, le cogió de los hombros y le dio un largo beso.

– ¿Me echas de menos? -susurró él, tres segundos después.

– No, no mucho.

Se acercaban nuevas voces por el bosque. Eran estudiantes que estaban aprovechando aquel hermoso sábado para entrenar. Mac se levantó a regañadientes; Kimberly se incorporó con más vigor y se apresuró a cepillarse el polvo y las hojas secas. Los estudiantes pronto aparecerían a la vista, pues estaban a punto de llegar a lo alto del muro. Mac y Kimberly corrieron a refugiarse entre los árboles.

– ¿Qué tal va todo? -le preguntó Mac, cuando accedieron a la frondosa sombra.

– Aquí estoy.

Mac se detuvo, la cogió del brazo y le obligó a mirarle.

– No, Kimberly. Lo digo en serio. ¿Qué tal va todo?

Se encogió de hombros. Desearía no tener ganas de abrazarle ni de enterrar la cabeza en su pecho. Desearía no sentirse mareada cada vez que le veía. La vida seguía adelante y la suya estaba repleta de obligaciones.

– A algunos estudiantes no les hace gracia que esté aquí -reconoció por fin. Había retomado sus estudios hacía casi un mes. Algunos de los que mandaban no estaban de acuerdo, pero Rainie no se había equivocado: todo el mundo echa en cara los errores, pero nadie discute con un héroe. El dramático rescate de Tina Krahn había aparecido en primera página durante casi una semana y, cuando Kimberly había llamado a Mark Wilson para solicitarle regresar a la Academia, este incluso le había facilitado una habitación de uso individual.

– ¿No es fácil reciclarse?

– No. Soy una desconocida que ha llegado a mitad de curso. Peor aún, soy una desconocida a la que la mitad de sus compañeros desean desafiar, mientras que la otra mitad se niega a creer su historia.

– ¿Son malos contigo? -preguntó, acariciándole la mejilla con el pulgar.

– Alguien dobló las sábanas de mi cama para que no me pudiera acostar. Oh, Dios, ¡qué horror! Creo que debería escribir a mi papá.

– ¿Y qué hiciste para desquitarte? -preguntó Mac de inmediato.

– Todavía no lo he decidido.

– Oh, querida.

Kimberly se puso en marcha de nuevo. Momentos después, él echó a andar junto a ella.

– Voy a hacerlo, Mac -dijo, con seriedad-. Quedan cinco semanas y voy a conseguirlo. Y aunque haya gente que no me aprecie, me da igual. Porque hay otras personas que sí que me aprecian y porque soy buena en este trabajo. Cuando tenga más experiencia, seré incluso mejor. Puede que algún día incluso cumpla órdenes directas. Piensa en lo que hará entonces el FBI.

– Serás un arma secreta completamente nueva -dijo Mac, con temor reverencial.

– Exacto -ella asintió orgullosa con la cabeza. Y entonces, como no era estúpida, le miró con seriedad-. ¿Por qué estás aquí, Mac? Y no me digas que echabas de menos mi sonrisa, pues sé que estás demasiado ocupado para las visitas sociales.

– Siempre tiene que haber una razón, ¿verdad?

– De momento, sí.

Suspiró. Parecía desear hacer un comentario ingenioso, pero decidió ir al grano.

– Han encontrado el cadáver de Ennunzio.

– Bien.

Habían tardado semanas en sofocar por completo el incendio del pantano. Los equipos habían logrado contener las llamas con bastante rapidez, limitando así los daños, pero la turba había seguido ardiendo durante prácticamente un mes, de modo que el Servicio Forestal de los Estados Unidos había tenido que vigilar constantemente la zona.

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