– ¿Agua? -graznó esperanzada.
– Vamos a sacarte de aquí.
– Creo que he perdido a mi bebé -susurró entonces-. Por favor, no se lo digan a mi madre.
Kimberly cerró los ojos. Aquellas palabras le llenaron de pesar; era una baja más en una guerra que nunca deberían haber tenido que librar.
– Vamos a lanzarte una cuerda -dijo Mac, con voz calmada.
– No puedo… No soy Spiderman. Estoy cansada… Muy cansada…
– Baja -le murmuró a Kimberly-. Yo os subiré.
– No tenemos camilla.
– Ata un extremo de la cuerda a su alrededor, como si fuera un columpio. Es lo único que podemos hacer.
Kimberly observó los brazos de su compañero en silencio. Se necesitaba mucha fuerza para izar cincuenta kilos de peso inerte, y Mac llevaba tres días caminando por el bosque sin apenas dormir. Él se encogió de hombros y Kimberly pudo ver la verdad en sus ojos. El humo se estaba espesando, el fuego se estaba adueñando del bosque. No les quedaban demasiadas opciones.
– Voy a bajar -gritó Kimberly, por la boca del pozo.
Mac sacó la cuerda de vinilo y efectuó un tosco amarre pasándola alrededor de su cintura y sujetándola con una abrazadera. En cuanto estuvo listo, le indicó que bajara. Kimberly descendió lentamente, intentado no retroceder por el hedor ni pensar qué tipo de criaturas se deslizaban entre el barro.
Al llegar al fondo, se quedó sobrecogida al ver a la joven. Sus huesos sobresalían y su piel rodeaba su armazón en una macabra imitación de momia viva. Tenía el cabello despeinado y cubierto de barro y los ojos tan hinchados que era incapaz de abrirlos. A pesar de la capa de barro, Kimberly podía ver las pústulas gigantescas que rezumaban sangre y pus. ¿Eran imaginaciones suyas o aquellas pústulas se movían? La joven les había dicho la verdad. En semejantes condiciones, jamás habría sido capaz de ascender sin ninguna ayuda hasta la superficie.
– Me alegro mucho de conocerte, Tina -dijo, con voz enérgica-. Me llamo Kimberly Quincy y he venido a sacarte de aquí.
– ¿Agua? -susurró, esperanzada.
– Arriba.
– Tengo mucha sed. ¿Dónde está el lago?
– Voy a atarte a esta cuerda. Tendrás que sentarte sobre ella, como si fuera un columpio. Después, el agente especial McCormack te subirá a la superficie. Si puedes usar las piernas para sujetarte contra la pared, será de gran ayuda.
– ¿Agua?
– Tendrás toda la que quieras, Tina. Pero antes tienes que subir.
La joven asintió lentamente y su cabeza se movió adelante y atrás como si estuviera borracha. Parecía aturdida y confusa, así que Kimberly se movió deprisa, pasando la cuerda alrededor de sus caderas y atándola con firmeza.
– ¿Preparado? -le preguntó a Mac.
– Preparado.
Kimberly percibió una nueva urgencia en su voz. Era evidente que el fuego se acercaba.
– Tina -le dijo-. Si quieres agua, tendrás que moverte. Ahora.
La alzó en brazos y sintió que la cuerda se tensaba al instante. Tina pareció entender a medias lo que le pedía, pero sus pies golpearon débilmente la pared. Se oyó un gruñido en la superficie, un resoplido de esfuerzo mientras Mac empezaba a tirar.
– Hay agua arriba, Tina. Hay agua arriba.
Entonces, Tina hizo algo que Kimberly no esperaba. Desde lo más profundo de su confusión, levantó sus fatigadas extremidades e insertó los pies en lo que parecían ser pequeñas hendiduras de las traviesas, para intentar ayudar.
Tina ascendía lentamente, trepando hacia la libertad y escapando de aquel infierno.
Y por un instante, Kimberly sintió que algo se aligeraba en su pecho. Cuando, desde el fondo del pozo, vio que la extenuada joven llegaba a la seguridad, le embargó una sensación de satisfacción y paz sublimes. Lo había hecho bien. Esta vez lo había hecho bien.
Tina desapareció por el borde y, segundos después, la cuerda volvió a descender.
– ¡Muévete! -gritó Mac.
Kimberly cogió la cuerda, encontró los asideros y se apresuró a subir a la superficie.
Llegó al borde del pozo a tiempo de ver que un muro de llamas envolvía los árboles y avanzaba hacia ellos.
Pantano Dismal, Virginia
14:39
Temperatura: 39 grados
– Necesitamos helicópteros, necesitamos hombres, necesitamos ayuda.
Quincy se detuvo ante el grupo de coches y observó las gruesas columnas de humo que oscurecían el brillante cielo azul. Una, dos, tres… Debía de haber más de una docena. Se volvió hacia el agente forestal, que seguía lanzando órdenes por radio.
– ¿Qué diablos ha ocurrido?
– Fuego -replicó el hombre, con sequedad.
– ¿Dónde está mi hija?
– ¿Es senderista? ¿Con quién está?
– ¡Maldita sea! -Quincy vio que Ray Lee Chee salía tambaleante de un vehículo y avanzó en línea recta hacia él. Rainie le seguía-. ¿Qué ha ocurrido?
– No lo sé. Condujimos hasta el lago Drummond para iniciar la búsqueda. Después se empezaron a oír los silbatos y todo empezó a oler a humo.
– ¿Los silbatos?
– Tres pitidos fuertes, la llamada internacional de socorro. Sonaban en el cuadrante nororiental. Empecé a avanzar en esa dirección, pero el humo enseguida se volvió demasiado espeso, de modo que Brian y yo decidimos que sería mejor escapar mientras aún tuviéramos la oportunidad de hacerlo. No llevamos el equipo necesario.
– ¿Y los demás?
– Vi que Kathy y Lloyd se dirigían a su vehículo, pero no sé nada de Kimberly, Mac y el doctor.
– ¿Cómo se llega al lago Drummond?
Ray le miró y después contempló las columnas de humo.
– Señor, ahora mismo es imposible.
Tina avanzaba entre Mac y Kimberly, con un brazo alrededor de los hombros de cada uno. Aquella muchacha era una verdadera luchadora, pues intentaba ayudarles moviendo los pies. Sin embargo, su cuerpo había rebasado los límites de sus fuerzas hacía días y, cuanto más intentaba correr junto a ellos, más veces tropezaba y les hacía perder el equilibrio.
Sus torpes movimientos no les llevaban a ninguna parte y el fuego ganaba terreno con rapidez.
– La llevaré en brazos -dijo Mac.
– Es demasiado peso…
– ¡Calla y ayúdame! -Se detuvo y se agachó. Tina envolvió sus brazos alrededor de su cuello y Kimberly la ayudó a encaramarse a su espalda.
– Agua -graznó la joven.
– Cuando salgamos del bosque -le prometió Mac. Ninguno de los dos tenía la sangre fría de decirle que ya no les quedaba. De todos modos, si no encontraban por arte de magia su vehículo durante los próximos cinco minutos, tampoco habría servido de nada que llevaran encima toda el agua del mundo.
Echaron a correr de nuevo. Kimberly no tenía percepción alguna del tiempo ni del lugar. Avanzaba a trompicones entre los árboles y se abría paso entre la asfixiante maleza. El humo le picaba en los ojos y le hacía toser. Lo bueno era que los insectos habían desaparecido; lo malo, que no sabía si se dirigían al norte o al sur, al este o al oeste. El pantano se había cerrado sobre ella y hacía rato que había perdido por completo el sentido de la dirección.
Pero Mac sí que parecía saber adonde se dirigía. Tenía una expresión seria en el rostro y seguía adelante, decidido a sacarlas de aquel infierno.
Una forma pesada apareció a su izquierda y Kimberly observó con temor al enorme oso negro que corría a menos de tres metros de distancia. El animal no les dedicó ni una mirada, pues estaba demasiado ocupado intentando escapar. Después aparecieron un ciervo, varios zorros, ardillas e incluso algunas serpientes. Todas las criaturas escapaban y las reglas de la cadena alimentaria no se aplicaban ante este enemigo mucho más peligroso que les acechaba.
Читать дальше