David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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Apenas hizo caso de los comentarios intrascendentes de su esposa sobre «su día» mientras dejaba el maletín, se servía una copa y huía a su estudio, cerrando la puerta tras de sí. Nunca le hablaba a ella de su trabajo. Ella se lo contaría todo a su peluquero, quien a su vez lo transmitiría a otra clienta, que se lo soltaría a cualquier otro y el mundo se acabaría al día siguiente. No, nunca hablaba de esos temas con su mujer. Sin embargo, le consentía todos los demás caprichos. ¡Incluidos los canapés, claro está!

Resultaba irónico, pero el estudio que tenía Thornhill en casa se parecía mucho al de Buchanan. No había placas, trofeos ni recuerdos de su larga carrera a la vista. Al fin y al cabo era espía. ¿Se suponía que debía comportarse como los idiotas del FBI y llevar camisetas y gorras con la palabra CIA bordada? Casi se le atragantó el whisky al pensarlo. No, su carrera había permanecido invisible para el gran público pero perfectamente visible para quienes importaban. El país funcionaba mucho mejor gracias a él, aunque la gente de la calle nunca lo sabría. Eso no le parecía mal. Buscar el reconocimiento por parte del gran e ignorante público era propio de idiotas. Él hacía lo que hacía por una cuestión de orgullo. Orgullo de sí mismo, de su devoción por el país.

Thornhill recordó a su querido padre, un patriota que se llevó sus secretos, sus triunfos distinguidos, a la tumba. Servicio y honor. De eso se trataba.

Pronto, con un poco de suerte, el hijo se anotaría otro triunfo en su carrera. En cuanto Faith apareciera no sobreviviría más de una hora. ¿Y Adams? Bueno, también tendría que morir. Desde luego Thornhill le había mentido por teléfono. Para él el engaño no era ni más ni menos que una herramienta sumamente eficaz en su profesión. Sólo había que asegurarse de que las mentiras no afectaran a la vida privada de uno. Sin embargo, a Thornhill siempre se le había dado bien la compartimentación. No había más que preguntárselo a su esposa aficionada al club de campo. Era capaz de iniciar una acción encubierta en Centroamérica por la mañana y jugar y ganar al bridge en el club de campo del Congreso por la tarde. ¡Eso sí que era compartimentación!

Además, con independencia de lo que se dijera sobre él dentro de los límites de la Agencia, se portaba bien con su gente. Los sacaba de apuros cuando lo necesitaban. Nunca había dejado a un agente o funcionario a merced de la tormenta, desamparado, aunque también los mantenía a raya cuando sabía que podían escaparse de su control. Poseía un instinto para esos asuntos y casi nunca le había fallado. Tampoco participaba en juegos políticos en beneficio propio. Nunca se había limitado a decir a los políticos lo que querían oír, como hacían otras personas de la Agencia, a veces con consecuencias desastrosas. Bueno, él no podía hacer más que lo que estaba en su mano. Faltaban dos años para que la responsabilidad recayese en otra persona. Dejaría la organización tras haberla fortalecido en la medida de lo posible. Era su regalo de despedida. No tendrían que agradecérselo. Servicio y honor. Levantó su copa en memoria de su difunto padre.

46

– Agáchate, Faith -dijo Lee al tiempo que se arrimaba a una ventana que daba a la calle. Había sacado la pistola y observaba a un hombre que se apeaba de un coche justo enfrente-. ¿Es Buchanan? -preguntó.

Faith atisbó preocupada por encima del alféizar y se relajó de inmediato.

– Sí.

– Bien, abre la puerta. Yo te cubriré.

– Ya te he dicho que era Danny.

– Fantástico, pues entonces deja entrar a Danny. No quiero correr riesgos innecesarios.

Faith frunció el ceño al oír ese comentario, se acercó a la puerta delantera y la abrió. Buchanan entró en la casa y ella cerró la puerta con llave detrás de él. Se fundieron en un largo abrazo mientras Lee los miraba desde las escaleras, con la pistola bien visible en el estuche del cinturón. Sus cuerpos se estremecían y las lágrimas les resbalaban por el rostro. Experimentó una punzada de celos ante aquel abrazo. Sin embargo, se le pasó enseguida ya que advirtió que aquellas muestras de cariño eran las de un padre con su hija; un encuentro de almas separadas por las circunstancias de la vida.

– Debes de ser Lee Adams -dijo Buchanan, tendiéndole la mano-. Estoy seguro de que lamentas el día que aceptaste este trabajo.

Lee bajó y le estrechó la mano.

– Qué va. Esto ha sido pan comido. De hecho estoy pensando en especializarme en el tema, sobre todo teniendo en cuenta que nadie más sería lo suficientemente estúpido como para hacerlo.

– Gracias a Dios que estabas aquí para proteger a Faith.

– De hecho, salvar a Faith se me da bastante bien. -Lee intercambió una sonrisa con ella y volvió a dirigirse a Buchanan-. Pero lo cierto es que tenemos una complicación añadida, y muy importante -añadió-. Vamos a la cocina. Supongo que preferirás enterarte tomando una copa.

En cuanto se hubieron sentado a la mesa de la cocina, Lee informó a Buchanan de la situación relativa a su hija.

Buchanan se enfureció.

– Ese cabrón.

Lee le dirigió una mirada intensa.

– ¿Ese cabrón tiene nombre? Me encantaría saberlo, más que nada para tenerlo presente en el futuro.

Buchanan negó con la cabeza.

– Créeme, no te interesa ir por ese camino.

– ¿Quién está detrás de todo esto, Danny? -Faith le tocó el brazo-. Creo que tengo derecho a saberlo.

Buchanan se volvió hacia Lee.

– Lo siento -dijo Lee levantando las manos-. Te toca salir a escena.

Buchanan agarró a Faith del brazo.

– Son gente muy poderosa y resulta que trabajan para este país. Esto es lo único que puedo decir sin poneros en un peligro aún mayor.

Faith se recostó en el asiento, asombrada.

– ¿Nuestro propio gobierno intenta matarnos?

– El caballero con quien he tratado hace las cosas a su manera. No obstante, dispone de recursos, muchos recursos.

– ¿Entonces la hija de Lee corre verdadero peligro?

– Sí. Este hombre no suele revelar sus verdaderos propósitos.

– Por qué has venido aquí, Buchanan? -quiso saber Lee-. Te has librado de ese tipo. Por la cuenta que nos trae, espero que lo hayas conseguido. Pero podías haberte largado a cualquier otro sitio de entre un millón. ¿Por qué aquí?

– Yo os metí en esto y tengo la intención de sacaros sanos y salvos.

– Pues será mejor que tu plan incluya a mi hija, o no cuentes conmigo. Si es necesario, no me separaré de ella durante los próximos veinte años.

– Podríamos llamar a la agente del FBI con quien estaba colaborando, Brooke Reynolds -sugirió Faith-, y contarle lo que ocurre. Podría poner a la hija de Lee en custodia preventiva.

– ¿Para el resto de su vida? -Buchanan negó con la cabeza-. No, eso no funcionará. Tendremos que cortar las cabezas de la hidra y luego quemar las heridas. De lo contrario estamos perdiendo el tiempo.

– ¿Y se puede saber cómo vamos a hacerlo? -inquirió Lee. Buchanan abrió el maletín y extrajo la diminuta cinta de un hueco oculto.

– Con esto. He grabado al hombre de quien os he hablado. En esta cinta confiesa haber ordenado que mataran a un agente del FBI, entre otros actos incriminatorios.

Por primera vez, Lee se mostró esperanzado.

– ¿Lo dices en serio?

– Créeme, nunca bromearía sobre ese hombre.

– Entonces utilizamos esta cinta para mantener a raya al sabueso. Si nos hace daño lo destruimos. Él lo sabe, así que con ello le habremos arrancado los colmillos.

Buchanan asintió despacio con la cabeza.

– Exacto.

– ¿Y sabes cómo ponerte en contacto con él? -preguntó Lee.

Buchanan asintió de nuevo.

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