David Baldacci - A Cualquier Precio
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– La filtración de información fue lo que causó la muerte de Ken -le había espetado ella-. No creo que fuera culpa mía.
– Brooke -había dicho Fisher-, si de veras crees eso, entonces quizá debas plantearte la posibilidad de solicitar que te asignen otro caso de inmediato. La responsabilidad es tuya. Según las normas del FBI, si hay una filtración, todos los miembros de tu brigada, incluida tú, ocupan los primeros puestos de la lista de sospechosos. Y así es como el FBI está investigando el caso.
En cuanto Fisher hubo salido del despacho, Reynolds había arrojado un zapato contra la puerta cerrada. Luego había lanzado el otro a fin de asegurarse de que Fisher se enterase del profundo desagrado que sentía por él. Paul Fisher quedaba oficialmente excluido de sus fantasías sexuales.
Reynolds recorrió a toda velocidad la rampa de salida, giró a la izquierda en Braddock Road, se enfrentó de nuevo a otro pequeño atasco hasta que viró de nuevo para internarse en el tranquilo barrio residencial del agente del FBI asesinado. Aminoró la marcha al llegar a la calle de Newman. La casa estaba a oscuras y sólo había un coche aparcado en el camino de acceso. Reynolds estacionó su sedán de propiedad estatal junto al bordillo, se apeó del vehículo y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
Anne Newman debía de haber estado esperándola porque la puerta se abrió antes de que Reynolds llamara al timbre.
Anne Newman no intentó entablar una conversación banal ni le ofreció algo de beber. Condujo a la agente del FBI directamente a un pequeño cuarto trasero habilitado como despacho con una mesa, un archivador metálico, un ordenador y un aparato de fax. En las paredes había postales de béisbol enmarcadas y otros objetos de interés deportivo. Sobre la mesa se alzaban pilas de dólares de plata recubiertos de un plástico duro y cuidadosamente etiquetados.
– Estaba curioseando en el estudio de Ken. No sé por qué. Es que me pareció…
– No tienes por qué darme explicaciones, Anne. No hay normas establecidas para tu situación.
Anne Newman se enjugó una lágrima ante la mirada escrutadora de Reynolds. Saltaba a la vista que se hallaba al límite de sus fuerzas, en todos los aspectos. Llevaba una bata vieja, el pelo sucio y tenía los ojos enrojecidos e hinchados. Reynolds supuso que, la noche anterior, la decisión más apremiante que había tenido que tomar era qué cenaba. Cielos, cómo podían cambiar las cosas de repente. Ken Newman no era la única persona enterrada. Anne estaba junto a él. La única diferencia era que ella tenía que seguir viviendo.
– He encontrado estos álbumes de fotos. Ni siquiera sabía que estaban aquí dentro. Estaban dentro de una caja junto con otras cosas. Ya sé que no parece muy correcto, pero… pero si sirve para esclarecer qué le ocurrió a Ken… -Se calló por unos instantes y varias lágrimas más cayeron encima del álbum de fotos que sostenía entre las manos, con su tapa psicodélica estilo años setenta-. Creo que he hecho bien en llamarte -dijo finalmente con una franqueza que a Reynolds le resultó tan dolorosa como gratificante.
– Sé que estás pasando por una situación terriblemente difícil. -Reynolds dirigió la mirada al álbum porque no quería prolongar esa situación más de lo necesario-. ¿Me enseñas lo que has encontrado?
Anne Newman se sentó en un pequeño sofá, abrió el álbum y levantó la lámina de plástico transparente que mantenía las fotografías en su sitio. En la página por la que lo había abierto había una foto de 20 x 25 de un grupo de hombres con ropa de caza armados con unos rifles. Ken Newman era uno de ellos. Anne extrajo la foto, dejando al descubierto un trozo de papel y una pequeña llave adheridos a la página del álbum. Le pasó ambos a Reynolds y la observó con atención mientras la agente del FBI los examinaba.
El trozo de papel era un extracto de cuenta de una caja de seguridad de un banco local. Cabía suponer que la llave pertenecía a dicha caja de seguridad.
Reynolds miró a la mujer.
– ¿No sabías de su existencia?
Anne Newman negó con la cabeza.
– Tenemos una caja de seguridad pero no en ese banco. Y, por supuesto, eso no es todo.
Reynolds volvió a estudiar el extracto de cuenta y no pudo evitar sobresaltarse. El nombre del titular de la caja no era Ken Newman y la dirección tampoco coincidía con la suya.
– ¿Quién es Frank Andrews?
Anne Newman parecía a punto de romper a llorar de nuevo.
– Cielo santo, no tengo ni idea.
– ¿Te mencionó Ken ese nombre en alguna ocasión? -preguntó Reynolds.
Anne negó con la cabeza.
Reynolds respiró profundamente. Si Newman tenía una caja de seguridad con un nombre falso, habría necesitado algún documento de identidad para abrir la cuenta.
Se sentó en el sofá junto a Anne y le tomó la mano.
– ¿Has encontrado algún documento por aquí con el nombre de Frank Andrews?
Los ojos de la mujer volvieron a humedecerse y Reynolds se apenó de verdad por ella.
– ¿Te refieres a uno que lleve la foto de Ken? ¿Uno que demuestre que él era ese tal Frank Andrews?
– Si, me refiero a eso -respondió Reynolds con ternura.
Anne Newman se llevó una mano al bolsillo y extrajo un carné de conducir de Virginia. El titular del mismo era Frank Andrews. También aparecía un número de carné, que en Virginia era el de la Seguridad Social. La pequeña foto mostraba el rostro de Ken Newman.
– Pensé en ir a abrir la caja de seguridad pero enseguida caí en la cuenta de que no me dejarían. No soy titular de la cuenta. Y tampoco podría explicarles que era de mi esposo, pero con un nombre falso.
– Lo sé, Anne, lo sé. Has hecho bien en llamarme. Veamos, ¿dónde encontraste exactamente el carné falso?
– En otro álbum de fotos. No era uno de los de la familia, por supuesto. Ésos los guardo yo, los he ojeado miles de veces. Estos álbumes contenían fotos de Ken y de sus amigos de caza y pesca. Iban de excursión cada año. Ken era buen fotógrafo. No sabía que guardara sus fotos en estos álbumes. La verdad es que no me interesaban en absoluto, ¿sabes? -Miró con añoranza la pared del fondo-. A veces parecía que Ken era más feliz con sus amigos cazando patos o jugando a las cartas que en casa. -Inspiró con rapidez, se cubrió la boca con la mano y bajó la vista.
Reynolds se dio cuenta de que Anne no había tenido intención de compartir esa información tan personal con ella, prácticamente una desconocida. Así pues, permaneció en silencio. Sabía por experiencia que era mejor dejar que Anne Newman se serenara por sí sola. Transcurrido un minuto, la mujer empezó a hablar de nuevo.
– Nunca lo habría encontrado, supongo, de no ser por… lo que le ocurrió a Ken…,ya sabes. Supongo que en cierto modo estas cosas de la vida tienen su gracia.
0 resultan terriblemente crueles.
– Anne, tengo que examinar esto. Voy a llevármelo todo y no quiero que hables con nadie. Ni con los amigos, ni la familia… -Se calló e intentó elegir las palabras con el máximo cuidado-. Ni con nadie más del FBI. No hasta que investigue un poco.
Anne Newman se volvió hacia ella, asustada.
– ¿En qué crees que estaba implicado Ken, Brooke?
– Todavía no lo sé. No es bueno que nos precipitemos en este asunto. Quizá la caja de seguridad esté vacía. Tal vez Ken la contratara hace mucho tiempo y se olvidara de ella.
– ¿Y el carné falso?
Reynolds se pasó la lengua por los labios secos.
– Ken trabajó de agente secreto en algunas ocasiones. Quizá se trate de un recuerdo de aquella época -contestó Reynolds.
Sabía que era mentira y supuso que Anne Newman también lo sabía. La fecha de expedición que constaba en el carné era reciente. Además, quienes trabajaban de agentes secretos para el FBI no solían llevarse a casa la documentación en la que aparecía su identidad secreta una vez terminada su misión. Su obligación era descubrir a qué respondía todo aquello.
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