David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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Lee abrió un par de puertas de cristales para salir de la cocina y desde la terraza contempló el patio. Había una piscina en forma de riñón. El agua clorada centelleaba bajo las luces de la piscina. Una especie de artilugio se desplazaba por la superficie succionando insectos y residuos.

Faith también salió a la terraza.

– Los llamé para que vinieran esta mañana y lo pusieran todo en marcha. Se ocupan de la piscina todo el año, de todos modos. Me he bañado desnuda aquí en diciembre. Es un lugar de lo más tranquilo.

– No parece que haya gente en las otras casas.

– Algunos lugares de los Outer Banks están bastante concurridos unos nueve o diez meses al año ahora, cuando hace buen tiempo. Pero siempre cabe la posibilidad de que se desate un huracán en esta época, y esta zona es muy cara. Alquilan las casas por una pequeña fortuna, incluso en temporada baja. A no ser que se consiga que la alquile un grupo grande, una familia normal no puede alojarse aquí. En esta época las ocupan sobre todo los propietarios, pero teniendo en cuenta que los niños van a la escuela, es difícil que pasen aquí toda la semana. Así que están vacías.

– Pues vacías me gustan.

– La piscina está climatizada, por si quieres darte un baño.

– No he traído el bañador.

– No te va el nudismo, ¿eh? -Faith sonrió y experimentó cierto alivio al percatarse de que estaba demasiado oscuro para poder verle los ojos. Si la hubiera mirado con aquellos ojos de color azul celeste, quizá lo habría empujado a la piscina, se habría zambullido tras él y se habrían olvidado de todo lo demás-. En el centro hay muchas tiendas donde venden bañadores. Yo tengo ropa aquí, así que no hay problema. Mañana te compraremos algo.

– Creo que me basta con lo que he traído.

– No quieres quedarte por aquí, ¿verdad?

– No estoy seguro de que vayamos a pasar demasiado tiempo en esta zona.

Faith miró en dirección a las pasarelas de madera que se extendían más allá de las dunas de arena hasta la orilla del océano Atlántico.

– Nunca se sabe. Creo que la playa es uno de los mejores lugares para dormir. No hay nada como el rumor de las olas para conciliar el sueño. En Washington nunca dormía bien. Demasiadas preocupaciones.

– Qué curioso, yo dormía bien allí.

Ella lo fulminó con la mirada.

– Nunca llueve a gusto de todos.

– ¿Qué hay para cenar?

– Primero una ducha. Puedes instalarte en la suite principal.

– Es tu casa. Yo me conformo con un sofá.

– Con seis dormitorios no creo que esa opción tenga mucho sentido. Quédate en la que está al final del pasillo, en la planta de arriba. Da al porche trasero. El jacuzzi está ahí. Todo tuyo, incluso sin bañador. No te preocupes, no te espiaré.

Entraron en la casa. Lee recogió su bolsa y la siguió escaleras arriba. Se duchó y se puso unos pantalones caqui limpios, una sudadera y zapatillas de deporte sin calcetines pues se había olvidado de traer otro par. No se molestó en secarse el pelo ya que se lo había cortado hacía poco. Se miró al espejo. El corte no le sentaba tan mal. De hecho lo hacía parecer más joven. Se dio una palmada en el vientre e incluso adoptó una pose exagerada ante el espejo.

– Sí, claro -dijo a su reflejo-. Aunque ella fuera tu tipo, pero bueno, como no lo es… -Salió de la habitación y, cuando se disponía a bajar las escaleras, se detuvo en el pasillo.

El dormitorio de Faith estaba en el otro extremo del pasillo. Oyó correr el agua de la ducha. Probablemente estuviera relajándose bajo el agua caliente después del largo viaje. Tenía que reconocer que Faith había aguantado bien, no se había quejado mucho. Mientras avanzaba por el corredor, se le ocurrió que, en ese preciso instante, Faith podía estar escapando por la puerta trasera y utilizando la ducha como subterfugio. Era perfectamente posible que hubiese pedido un coche de alquiler estacionado y estuviera a punto de escapar, dejándolo en una situación comprometida. ¿Acaso era como su padre y ponía tierra de por medio siempre que la situación se ponía fea?

Llamó a la puerta.

– ¿Faith? -No obtuvo respuesta así que llamó con más fuerza-. ¿Faith? ¡Faith! -El agua seguía corriendo-. ¡Faith! -gritó. Probó a abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Volvió a golpear y gritó su nombre.

Lee se disponía a precipitarse escaleras abajo cuando oyó pasos, la puerta se abrió de repente y apareció Faith. Tenía el pelo empapado y caído sobre el rostro, el agua le goteaba por las piernas y apenas iba tapada con una toalla.

– ¿Qué? -inquirió-. ¿Qué sucede?

Lee no pudo evitar contemplar el elegante contorno de sus hombros, el cuello digno de Audrey Hepburn ahora totalmente al descubierto, la firmeza de sus brazos. Bajó la mirada hacia los muslos y enseguida llegó a la conclusión de que las piernas no tenían nada que envidiarle a los brazos.

– ¿Qué demonios pasa, Lee? -preguntó ella elevando el tono de voz.

– Ah. Estaba pensando que… ¿qué te parece si preparo la cena? -Esbozó una tímida sonrisa.

Faith lo observó con expresión incrédula mientras se formaba un charco de agua a sus pies sobre la alfombra. Cuando se ajustó la toalla prácticamente mojada alrededor del cuerpo, los pechos pequeños y turgentes de Faith quedaron bien perfilados bajo el fino tejido húmedo. Fue entonces cuando Lee empezó a plantearse seriamente darse otra ducha, pero esta vez con el agua lo bastante fría para que ciertas partes de su anatomía adquiriesen el color de sus ojos.

– Bien. -Le cerró la puerta en las narices.

– Muy bien -dijo Lee con voz queda a la puerta.

Bajó las escaleras y examinó el contenido del frigorífico. Eligió el menú y empezó a sacar comida y cazuelas. Había vivido solo tanto tiempo que al final había decidido, tras alimentarse a base de la comida de Golden Arches durante varios años, que era preferible aprender a cocinar. De hecho le resultaba de lo más terapéutico y ahora confiaba en haber alargado veinte años su vida al haber suprimido toda la grasa de las arterias. Por lo menos hasta que había conocido a Faith Lockhart. Ahora todas esas esperanzas de longevidad se habían esfumado.

Lee colocó filetes de pescado sobre la bandeja del horno, los untó con la mantequilla que había derretido en una sartén y dejó que la absorbiesen poco a poco. Antes de introducir el pescado en el horno para asarlo, añadió ajo, jugo de limón y algunas especias secretas, cuyo empleo había aprendido a través de varias generaciones de Adams. Cortó tomates y un trozo de mozzarella en rodajas, las dispuso con cuidado en una bandeja y las roció con aceite de oliva y otros condimentos. Acto seguido, preparó una ensalada, rebanó una barra de pan, la embadurnó con mantequilla, añadió ajo y la colocó en la parte baja del horno. Sacó dos platos, cubiertos y servilletas de tela que encontró en un cajón y puso la mesa. Había unas velas pero no le pareció buena idea encenderlas. Aquello no era una luna de miel y no debían olvidar que los buscaban por todo el país.

Abrió un pequeño recipiente situado junto a la nevera para mantener frío el vino y escogió una botella. Mientras servía dos copas, Faith bajó la escalera. Llevaba una camisa vaquera azul sin abotonar sobre una camiseta blanca, unos pantalones holgados del mismo color y unas sandalias rojas. Advirtió que no iba maquillada o por lo menos no lo parecía. En la muñeca llevaba una esclava de plata. También se había puesto unos pendientes de turquesas con un diseño intrincado del suroeste.

Pareció sorprendida al ver la actividad de la cocina.

– Un hombre que sabe disparar un arma, despistar a los federales y además cocina. Nunca dejas de asombrarme. Él le tendió una copa de vino.

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