David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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¿Por qué quería apartarla de sí? Entonces cayó en la cuenta. ¿Cómo había podido estar tan ciega? Iban a por Danny. Alguien iba a por él, y Danny no quería que ella compartiese su destino. Faith le había planteado la cuestión sin rodeos y él lo había negado de forma categórica. Luego había insistido en que se marchara; había sido noble hasta el final.

Sin embargo, aunque él no confiara en ella, Faith planearía un destino distinto para cada uno. Tras una larga deliberación, acudió al FBI. Sabia que era posible que el FBI fuera el que hubiera descubierto el secreto de Danny, pero Faith había pensado que así facilitaría las cosas. Ahora la asaltaban miles de dudas por haber tomado esa decisión. ¿Acaso creía que el FBI se desviviría por invitar a Buchanan a subirse al carro de la acusación? Se maldijo a sí misma por haberles proporcionado el nombre de Danny, aunque era muy famoso en una ciudad de famosos; más tarde o más temprano el FBI habría encontrado la conexión. Querían encerrar a Danny. 0 ella o él, ¿era ésa la elección que tenía? Nunca se había sentido tan sola.

Se observó en el espejo rajado del baño. Parecía que los huesos de la cara estuviesen a punto de romper la piel, y tenía la cuenca de los ojos cada vez más hundida. Estaba demacrada. Su gran idea, la que los salvaría a ambos, la había precipitado a un abismo de dimensiones vertiginosas y demenciales. Su caprichoso padre habría hecho las maletas y habría huido. ¿Qué se suponía que debía hacer su hija?

5

Lee desenfundó la pistola y apuntó al frente mientras recorría el pasillo. Con la otra mano dirigía el haz de la linterna a uno y otro lado.

La primera estancia que vio fue la cocina, en la que había un pequeño frigorífico de los años cincuenta, electrodomésticos General Electric y un suelo de linóleo con cuadros amarillos y negros. El agua había descolorido partes de las paredes. El techo no estaba acabado y se veían las vigas y el forjado de la planta de arriba. Lee se percató de que las viejas tuberías de cobre y los añadidos de PVC formaban una serie de ángulos rectos entre los tachones ennegrecidos de la pared.

No olía a comida, sino a grasa, probablemente incrustada en los fogones de la cocina y en el interior del respiradero, junto con varios millones de bacterias. En el centro de la cocina había una mesa de formica desportillada y cuatro sillas de metal curvado y respaldos de vinilo. No había platos a la vista sobre la encimera, ni tampoco trapos, cafeteras, botes de especias ni otro objeto o toque personal que indicara que la cocina se había utilizado en los últimos diez años. Era como si Lee hubiera retrocedido en el tiempo o hubiese topado con uno de los refugios antiaéreos habilitados durante la histeria de los años cincuenta.

El pequeño comedor estaba enfrente de la cocina. Lee observó los paneles de madera, oscurecidos y rajados por el paso de los años. Sintió un escalofrío, aunque el aire estaba viciado y resultaba agobiante. Al parecer, la casa no disponía de calefacción central ni de aparatos de aire acondicionado instalados en la pared. En el exterior de la casa tampoco había un depósito de gasóleo para la calefacción, al menos por encima del nivel del suelo. Lee examino las pequeñas estufas eléctricas sujetas con tornillos a lo largo de las paredes y los cables de los mismos enchufados en las tomas de corriente. Al igual que en la cocina, el techo estaba incompleto. El cable de la polvorienta araña de luces pasaba por varios agujeros practicados en las vigas. Lee dedujo que la electricidad se había instalado después de que se construyera la casa.

Mientras recorría el pasillo en dirección al frente de la casa, Lee no vio el rayo invisible que cruzaba el pasillo a la altura de la rodilla. Atravesó este perímetro de seguridad y en algún lugar de la casa sonó un clic apenas audible. Lee se detuvo por unos instantes, apuntó con la pistola en círculos amplios y luego se relajó. Era una casa vieja y en las casas viejas siempre hay ruidos. Estaba nervioso, eso era todo, aunque no le faltaban motivos para estarlo. La casita y el emplazamiento parecían sacados de una de las películas de la saga de Viernes 13.

Lee entró en una de las habitaciones de la parte delantera. A la luz de la linterna vio que alguien había colocado todos los muebles contra las paredes y que, a juzgar por las huellas, los habían arrastrado sobre las capas de polvo que cubrían el suelo. En el centro de la habitación había varias sillas plegables y una mesa rectangular. En uno de los extremos de la mesa, junto a una cafetera, había varas tazas de poliestireno, paquetes de café, leche en polvo y azúcar.

Lee miro alrededor asimilando todas estas circunstancias y se sobresaltó al ver las ventanas. Las pesadas cortinas estaban completamente corridas y las ventanas cubiertas con grandes hojas de contrachapado, por lo que las cortinas colgaban por detrás de la madera.

«Mierda», murmuró Lee. Acto seguido se percató de que las pequeñas ventanas cuadradas de la puerta de entrada estaban tapadas con cartón. Extrajo la cámara y tomó varias fotografías de estos detalles tan desconcertantes.

Deseoso de acabar la búsqueda lo antes posible, Lee se apresuró a subir a la planta superior. Abrió con cautela la puerta del primer dormitorio y escudriñó el interior. La pequeña cama estaba hecha y el olor a moho le impactó de inmediato. Las paredes tampoco estaban terminadas. Lee colocó la mano sobre la pared descubierta y noto que el aire se filtraba por entre las grietas. Dio un respingo al ver que un pequeño haz de luz se colaba por la parte superior de la pared. Luego cavó en la cuenta de que era la luz de la luna, que entraba por una fisura que había entre la pared y el techo.

Lee abrió con sigilo la puerta del armario. Emitió un chirrido que le hizo contener el aliento. No hahía ropa, ni siquiera una percha. Lee negó con la cabeza y entró en el pequeño baño que comunicaba con el dormitorio, que tenía un techo mas moderno e inclinado, suelo de linóleo con un diseño de guijarros y paredes de placa de yeso recubiertas de un papel estampado con un motivo floral. La ducha era una unidad de fibra de vidrio de una sola pieza. Sin embargo, no había toallas, papel higiénico ni jabón. Nadie podría ducharse o refrescarse siquiera en ese baño.

Se dirigió a la habitación contigua. El olor a moho de los cubrecamas era tan intenso que Lee por poco se tapó la nariz. El armario también estaba vacío.

Todo aquello carecía de sentido. Lee permaneció bajo la luz de la luna que se introducía por la ventana y cuando las corrientes de aire que penetraban por las grietas de las paredes le cosquillearon la nuca, agitó la cabeza. ¿A qué venía aquí Faith Lockhart si no empleaba la casa como nidito de amor? Esa había sido su conclusión inicial, aunque sólo la había visto con la mujer alta. Las personas tienen todo tipo de tendencias y gustos sexuales, pero nadie haria el amor sobre esas sabanas aunque se tapara la nariz con cemento.

Lee bajo a la planta inferior, cruzó el pasillo y entró en otra habitación situada en la parte delantera de la casa, que Lee supuso que era la sala. También allí unas tablas cubrían las ventanas. Había una estantería en una de las paredes, aunque desprovista de libros. Al igual que en la cocina, el techo estaba inacabado. Lo enfocó con la linterna y vio que había pequeños trozos de madera clavados entre las vigas en ángulos de cuarenta y cinco grados, formando una hilera de varias equis a lo largo del techo. La madera era diferente de la de la construcción original; más clara y con un veteado distinto. ¿Servirían como puntales? Por qué las habrían colocado?

Negó con la cabeza, con la resignación de un hombre que acepta su destino. Ahora, a la lista de preocupaciones que ya lo acosaban había que añadir la posibilidad de que la maldita planta de arriba se viniera abajo en cualquier momento. Lee imaginó que en su nota necrológica escribirían algo así: DESAFORTUNADO INVESTIGADOR PRIVADO FALLECE APLASTADO POR UNA BAÑERA-DUCHA; SU ACAUDALADA EX MUJER SE NIEGA A HACER COMENTARIOS.

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