David Baldacci - A Cualquier Precio

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David Buchanan aplica sucias presiones para financiar causas honrosas. Robert Thornhill, un alto cargo de la CIA, descubre el juego y empieza a chantajearle, pues quiere devolver a la CIA el prestigio perdido. Faith Lockhart, una tercera persona implicada en este asunto, opina que se ha ido demasiado lejos y decide confesarlo todo al FBI. Su vida a partir de entonces tiene un precio

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– Quiero que Buchanan se implique. Sé que puedo conseguirlo. Si trabajamos juntos, vuestra causa cobrará mucha más fuerza -se apresuró a decir Faith, aliviada en gran medida por haber soltado lo que pensaba.

Newman no ocultó su sorpresa.

– Faith, somos bastante flexibles, pero no estamos dispuestos a cerrar un trato con el tipo que, según tú, planeó y organizó todo esto.

– No comprendes todos los hechos ni por qué lo hizo. No es el malo de la película. Es buena persona.

– Quebrantó la ley. Según tu versión, sobornó a funcionarios del Gobierno. Eso me basta.

– Cuando comprendas por qué lo hizo, no pensarás lo mismo.

– No deposites tus esperanzas en esa estrategia, Faith. No te engañes.

– ¿Y si digo que quiero todo o nada?

– Entonces habrás cometido el peor error de tu vida.

– Así que tengo que escoger entre él o yo, ¿no?

– No debería ser una elección tan difícil.

– Hablaré con Reynolds.

– Te dirá lo mismo que yo.

– No estés tan seguro. Puedo llegar a ser muy convincente, y además tengo razón.

– Faith, no tienes la menor idea del alcance de todo esto. Los agentes del FBI no deciden a quiénes enjuician, de eso se encarga la Oficina del Fiscal. Aunque Reynolds te apoyara, cosa que dudo, te aseguro que los abogados no lo harán. Si intentan arruinar a todos esos políticos poderosos y llegan a un acuerdo con el tipo que los metió en esto desde el principio, perderán el culo y luego el trabajo. Esto es Washington; tratamos con gorilas de trescientos kilos. Los teléfonos no dejarán de sonar, los medios de comunicación se volverán locos, se harán millones de tratos entre bastidores y acabarán con nosotros. Créeme, llevo veinte años en el oficio. 0 Buchanan o nada.

Faith se recostó y contempló el cielo. Por unos instantes, entre las nubes, visualizó a Danny Buchanan desplomado en una celda oscura y lúgubre. No debía permitir que eso ocurriera. Hablaría con Reynolds y los abogados y les haría comprender que Buchanan también necesitaba la inmunidad; era la única salida viable. No obstante, Newman parecía muy seguro de si mismo y lo que acababa de decirle era perfectamente lógico. Aquello era Washington. De repente, la confianza la abandonó. ¿Acaso ella, la consumada cabildera que había llevado la cuenta, durante sabía Dios cuánto tiempo, de los índices de popularidad de los políticos, había sido incapaz de prever la situación política en que se encontraba?

– Tengo que ir al baño -dijo Faith.

– Llegaremos a la casita dentro de unos quince minutos. -Si giras a la izquierda en la próxima, hay una gasolinera abierta las veinticuatro horas a algo menos de dos kilómetros. Newman se volvió hacia ella, sorprendido.

– ¿Cómo lo sabes?

Faith le dirigió una mirada confiada que disimulaba su miedo creciente.

– Me gusta saber dónde me meto. Eso incluye a las personas y la geografía.

Newman no replicó, pero torció a la izquierda y no tardaron en llegar a la gasolinera Exxon, bien iluminada y provista de un baño en la tienda. A pesar de lo solitario de la zona, la autopista tenía que estar en las inmediaciones ya que había bastantes vehículos con remolque en el aparcamiento. Era obvio que la mayoría de los clientes de la gasolinera eran camioneros. Hombres con botas y sombreros de vaquero, tejanos y cazadoras Wrangler, con logotipos de las distintas piezas de recambio para el transporte por carretera estampados en las prendas. Algunos llenaban pacientemente los depósitos de los camiones y otros sorbían café caliente mientras el vapor del calor ascendía ante sus rostros cansados y curtidos. Nadie se fijó en el turismo cuando se detuvo junto al baño, situado en el extremo del edificio.

Faith cerró la puerta tras de sí, bajó la tapa del inodoro y se sentó. No necesitaba utilizar el servicio, sino tiempo para pensar y dominar el pánico que empezaba a apoderarse de ella. Echó una ojeada en torno a sí y leyó distraídamente los garabatos escritos en la pintura amarilla desconchada; algunos de los mensajes más obscenos casi le causaron rubor. Otros eran tan groseros que resultaban agudos e incluso destornillantes. Con seguridad superaban a los que los hombres habrían escrito en sus servicios, aunque la mayoría de ellos jamás admitiría tal posibilidad. Los hombres siempre subestimaban a las mujeres.

Faith se incorporó, se mojó la cara con el agua fría del grifo y se secó con una toalla de papel. Entonces las rodillas le cedieron y las juntó al tiempo que se aferraba con fuerza a la porcelana manchada del lavabo. Había tenido pesadillas en las que le ocurría eso en la boda: juntaba las rodillas y luego se desmayaba. Ahora ya tendría una cosa menos de que preocuparse. Nunca había disfrutado de una relación duradera, a menos que contara a un joven del instituto cuyo nombre no recordaba pero cuyos ojos azul celeste jamás olvidaría.

Danny Buchanan le había ofrecido una amistad duradera. Había sido su mentor y padre durante los últimos quince años. Danny había visto que Faith tenía un potencial que los demás habían pasado por alto y le había brindado una oportunidad cuando más lo necesitaba. Faith había llegado a Washington con una ambición y un entusiasmo ilimitados pero completamente desorientada. ¿Ella, miembro de un grupo de presión? No sabía nada al respecto, pero la idea le parecía emocionante. Y lucrativa. Su padre había sido un trotamundos bondadoso sin rumbo fijo que había arrastrado a su esposa y a su hija de un plan para hacerse ricos a otro. Era una de las creaciones más crueles de la naturaleza: un visionario que carecía de las aptitudes para hacer realidad sus visiones. Medía el empleo remunerado en días, no en años. Vivían semana tras semana sumidos en un mar de nervios. Cuando los planes salían mal y él perdía el dinero de otras personas, hacía las maletas y huía con Faith y su madre. No siempre tenían un techo bajo el que dormir y solían pasar hambre; aun así, su padre siempre había logrado sobreponerse y salir adelante, aunque no sin dificultades, hasta el día de su muerte. La pobreza había marcado a Faith para siempre.

Faith quería una vida estable, pero no le apetecía depender de nadie. Buchanan le había dado la oportunidad y los medios para hacer realidad su sueño, y mucho más. No sólo poseía el don de la clarividencia sino que, además, contaba con los medios para poner en práctica sus ideas radicales. Faith jamás lo traicionaría; lo admiraba sobremanera por cuanto había hecho y lo que aún intentaba hacer, costase lo que costase. Buchanan representaba el apoyo que Faith había necesitado en ese momento de su vida. Sin embargo, durante el último año su relación había cambiado: Buchanan vivía cada vez más recluido y había dejado de hablar con ella. Se había vuelto irritable y se enfadaba sin motivo. Cuando Faith lo presionaba para que le dijese qué le ocurría, Danny se retraía más aún. Su relación había sido tan íntima que a Faith le costaba aceptar el cambio. Danny se comportaba como un furtivo y va no la invitaba a viajar con él; ni siquiera se reunían para planificar las largas sesiones de estrategia.

Para colmo, Danny hizo algo completamente fuera de lo normal y, desde un punto de vista personal, devastador: le mintió. El asunto había sido de lo más trivial, pero las consecuencias serias. Si mentía en aspectos de escasa relevancia, ¿qué cosas más importantes le ocultaría? La última vez que se enfrentaron Buchanan le aseguró que revelarle los motivos de su inquietud no la beneficiaría en absoluto. Y entonces fue cuando dejó caer la verdadera bomba.

Le dijo sin ambages que si quería dejar el trabajo, era libre de irse v que quizá había llegado el momento de que lo hiciera. ¡Dejar su trabajo! Le había producido el mismo efecto que un padre al pedir a su hija precoz que se largara de casa.

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