Tess Gerritsen - El cirujano

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Un asesino silencioso se desliza en las casas de las mujeres y entra en las habitaciones mientras ellas duermen. La precisión de las heridas que les inflige sugiere que es un experto en medicina, por lo que los diarios de Boston y los atemorizados lectores comienzan a llamarlo «el cirujano». La única clave de que dispone la policía es la doctora Catherine Cordell, víctima hace dos años de un crimen muy parecido. Ahora ella esconde su temor al contacto con otras personas bajo un exterior frío y elegante, y una bien ganada reputación como cirujana de primer nivel. Pero esta cuidadosa fachada está a punto de caer ya que el nuevo asesino recrea, con escalofriante precisión, los detalles de la propia agonía de Catherine. Con cada nuevo asesinato parece estar persiguiéndola y acercarse cada vez más…

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– Disparos -dijo Singer-. Ése es el informe inicial que tenemos. La mujer de enfrente escuchó el primer disparo, luego una larga pausa, y por fin un segundo disparo. Llamó al nueve once. El primer oficial de la escena estaba allí a los siete minutos. La ambulancia fue llamada dos minutos después.

Moore recordaba a la mujer de enfrente, que lo había mirado desde la ventana.

– Leí la declaración de la vecina -dijo Moore-. Dijo que no vio salir a nadie por la puerta delantera de la casa.

– Es correcto. Sólo escuchó los dos balazos. Se levantó de la cama al primero y miró por la ventana. Luego, tal vez cinco minutos después, escuchó el segundo disparo.

«Cinco minutos, -pensó Moore-. ¿Cómo se justificaba ese lapso?»

En la pantalla, la cámara entraba por la puerta principal y ahora paseaba dentro de la casa. Moore vio un armario con la puerta abierta que revelaba unos pocos abrigos sobre perchas, un paraguas y una aspiradora. El visor saltó ahora, meciéndose alrededor para mostrar el living. Sobre la mesa ratona próxima al sillón había dos vasos, uno de ellos todavía lleno con algo que se veía como cerveza.

– Cordell lo invitó a pasar -dijo Singer-. Tomaron un par de tragos. Ella fue al baño, volvió, terminó su cerveza. En el lapso de una hora el Rohypnol hizo efecto.

El sillón era de color durazno, con un sutil diseño floral tejido en la tela. Moore no veía a Catherine como el tipo de mujer que compra telas floreadas, pero allí estaba. Flores en las cortinas, en los almohadones de las sillas. Color. En Savannah había vivido con mucho color. La imaginó sentada en ese sillón con Andrew Capra, escuchando con interés sus preocupaciones acerca del trabajo, mientras el Rohypnol pasaba lentamente de su estómago hacia la corriente sanguínea. Mientras las moléculas de la droga giraban en su camino hacia el cerebro. Mientras la voz de Capra comenzaba a desvanecerse.

Ahora avanzaban hacia la cocina, la cámara registrando con un movimiento panorámico la casa, cada cuarto tal como había sido encontrado a las dos de la mañana de ese sábado. En la pileta de la cocina vio un solo vaso de agua.

De repente Moore se inclinó hacia delante.

– Ese vaso… ¿Hicieron el ADN de la saliva?

– ¿Por qué deberíamos haberlo hecho?

– ¿No saben quién bebió de ahí?

– Sólo había dos personas en la casa cuando llegó el primer oficial. Capra y Cordell.

– Dos vasos fueron encontrados sobre la mesa del living. ¿Quién bebió de ese tercer vaso?

– Diablos, pudo haber estado en la pileta de la cocina todo el día. No era relevante para la situación que encontramos.

El camarógrafo terminó su recorrida de la cocina y ahora se encaminaba al pasillo.

Moore tomó el control remoto y apretó rebobinar. Retrocedió la cinta hasta el comienzo del segmento de la cocina.

– ¿Qué? -dijo Singer.

Moore no respondió. Se acercó aún más, observando las imágenes que la pantalla reproducía de nuevo. La heladera, salpicada con llamativos imanes con forma de frutas. Los frascos de harina y azúcar sobre la mesada de la cocina. La pileta, con ese único vaso de agua. Luego la cámara pasó por la puerta de la cocina, hacia el pasillo.

Moore volvió a apretar rebobinar.

– ¿Qué está buscando? -preguntó Singer.

La cinta volvió al vaso de agua. La cámara comenzó su paneo hacia el pasillo. Moore apretó pausa.

– Esto -dijo-. La puerta de la cocina. ¿Hacia dónde da?

– Eh… al patio de atrás. Da al patio de atrás.

– ¿Y qué hay tras el patio?

– Un patio adyacente. Otra fila de casas.

– ¿Habló con el propietario de ese patio adyacente? ¿Él o ella escucharon los disparos?

– ¿Qué diferencia hay?

Moore se levantó y se acercó al monitor.

– La puerta de la cocina -dijo, golpeando con un dedo la pantalla-. Allí hay un pasador. No está puesto.

Singer hizo una pausa.

– Pero la puerta estaba trabada. ¿Ve la posición del botón del picaporte?

– Correcto. Es la clase de botón que se puede apretar al salir, dejando trabada la puerta desde afuera.

– ¿Y lo que quiere decir es…?

– ¿Por qué ella habría apretado el botón sin colocar el pasador? Si una persona cierra las puertas por la noche lo hace todo al mismo tiempo. Oprimen el botón y colocan el pasador. Ella omitió el segundo paso.

– Quizá sólo se olvidó.

– Hubo tres asesinatos previos en Savannah. Ella estaba lo bastante preocupada como para tener un revólver bajo la cama. No creo que se haya olvidado. -Miró a Singer-. Tal vez alguien salió por esa puerta de la cocina.

– Sólo había dos personas en esa casa. Cordell y Capra.

Moore consideró lo que diría a continuación. Lo que tenía para ganar o perder si era perfectamente directo.

Para entonces Singer ya sabía a dónde se dirigía esta conversación.

– Usted quiere decir que Capra tenía un socio.

– Sí.

– Ésa es una conclusión grandiosa para sacar de una cadena sin pasar.

Moore tomó aire.

– Hay más aún. La noche en que Catherine Cordell fue atacada, escuchó otra voz en la casa. Un hombre que hablaba con Capra.

– Ella nunca me dijo eso.

– Surgió durante una sesión de hipnosis forense.

Singer explotó en una carcajada.

– ¿Se consiguió a un psíquico para respaldar esa versión? Porque, entonces, ahora sí que estoy convencido.

– Eso explica por qué el Cirujano sabe tanto sobre la técnica de Capra. Los dos hombres eran socios. Y el Cirujano está llevando adelante su legado, al punto de acosar a la única víctima sobreviviente.

– El mundo está lleno de mujeres. ¿Por qué concentrarse en ella?

– Negocios inconclusos.

– Sí, está bien, tengo una teoría mejor. -Singer se levantó de su silla-. Cordell se olvidó de pasar la cadena de la puerta de su cocina. Su muchacho en Boston está copiando lo que leyó en los diarios. Y su hipnotizador forense pescó un recuerdo falso. -Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia la puerta. Y agregó una sarcástica frase de despedida-: Avíseme cuando atrape al verdadero asesino.

Moore permitió que este intercambio lo fastidiara sólo por un momento. Entendía que Singer defendía su propio trabajo en el caso, y no lo podía culpar por ser escéptico. Comenzaba a preguntarse acerca de sus propios instintos. Había hecho todo ese viaje hasta Savannah para probar o refutar la teoría del socio, y hasta ahora, no tenía nada para respaldarla.

Concentró su atención en la pantalla de televisión y apretó reproducir.

La cámara abandonó la cocina y avanzó por el pasillo. Hizo una pausa para mirar dentro del baño: toallas rosadas, una cortina de baño llena de peces multicolores. Las manos de Moore transpiraban. Temía lo que venía a continuación, pero no podía quitar su mirada de la pantalla. La cámara se alejó del baño y continuó su camino por el pasillo, pasando por una acuarela enmarcada con peonías rosadas que colgaba de la pared. Sobre el piso de madera, unas huellas ensangrentadas habían sido borroneadas y arrastradas por los primeros oficiales de la escena del crimen, y más tarde por los frenéticos paramédicos. Lo que quedaba era una confusa abstracción en rojo. El marco de una puerta se elevaba más adelante, mientras la imagen saltaba a causa de una mano inestable.

Ahora la cámara se movió dentro del dormitorio.

Moore sintió que se le cerraba el estómago, no porque lo que viera fuese más chocante que otras escenas de crimen de las que había sido testigo. No, este horror era profundamente visceral porque conocía a la mujer y le preocupaba en lo más hondo lo que había sufrido allí. Había estudiado las fotos de ese dormitorio, pero no transmitían la misma sórdida cualidad que este video. Aun cuando Catherine no aparecía en este marco -para entonces había sido llevada al hospital- la evidencia de su trance le hablaba a gritos desde la pantalla de la televisión. Vio las cuerdas de nailon, que habían apresado sus muñecas y tobillos, todavía atadas a los cuatro postes de la cama. Vio los instrumentos quirúrgicos -un escalpelo y los retractores- abandonados sobre la mesa de luz. Vio todo esto y el impacto fue tan poderoso que de hecho saltó hacia atrás en su silla, como impelido por un golpe.

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