Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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En circunstancias normales, Miranda disfrutaba del apacible paseo por el sendero de gravilla hasta su propia cabaña. Su padre se la había construido hacía diez años, a su regreso de la Academia del FBI en Quantico.

– Randy, necesitas tu propia casa -dijo-, pero yo me sentiría muy solo si te fueras a vivir a la ciudad.

Bill Moore nunca estaría solo. Era un hombre apreciado y admirado por todos en el condado de Gallatin, y su hostería funcionaba bien con los turistas en verano y los esquiadores en invierno, además de los habitantes locales que venían a lo largo del año a comer o a tomar un aperitivo los domingos. La hostería tenía ocho suites en la primera planta. También había unas quince cabañas desperdigadas por las treinta y tantas hectáreas de la propiedad. Los amigos de toda la vida venían a menudo. Los forasteros eran como de la familia. Era la vida de Bill.

Miranda ansiaba meterse en una bañera de agua caliente y mirar cómo pasaba el día a través de la ventana. Empaparse hasta quedar con la carne casi escaldada, sumergiéndose en un agua tan caliente que casi no la aguantara. Llorar hasta que no le quedaran lágrimas.

Pero se limitó a coger municiones para el 45 automático que llevaba y sacó su escopeta. Su padre le daría la comida pero ella se ocuparía de preparar el equipo de supervivencia.

Tres días de alimentos liofilizados y de botellas de agua, navaja, pistola de bengalas y cerillas en el fondo de la mochila. Añadió las balas y una chaqueta Gore Tex, una muda de ropa y una manta térmica.

Jamás la pillarían sin estar preparada.

Quince minutos más tarde, entró en la enorme cocina y observó cómo su padre y Ben «Gray» Grayhawk, el cocinero, factótum de la hostería y amigo, cargaban una nevera portátil con bocadillos envueltos uno por uno. Había al menos cuarenta raciones. Metieron seis termos en una caja, vasos de plástico y una bolsa verde para la basura.

Miranda dejó su mochila junto a la puerta y abrazó a su padre.

– Gracias, papá -dijo, y le sonrió a Gray para agradecerle también.

– Tu padre no quiere decirlo, así que lo diré yo -dijo Gray-. Tú, cuídate, jovencita. No te adentres en el bosque sin apoyo. No juegues a ser la heroína. Sé lista.

– Tendré cuidado. -Miranda adoraba a Gray, aunque él siempre anduviera preocupándose por ella. Era unos años mayor que su padre, y en su largo pelo plateado y trenzado se adivinaba su herencia india, aunque sus ojos verdes eran los de su madre europea. Había nacido en Bozeman, pero se había mudado cuando era apenas un adolescente. Y después de tres períodos de servicio en Vietnam decidió regresar a casa.

Gray también le había enseñado a usar armas de fuego.

Entre los tres llevaron la comida y las bebidas al jeep de Miranda. Cuando estaba a punto de subir, su padre la cogió por el brazo. Sus ojos azules, un pálido reflejo de los ojos de Miranda, brillaban con un fondo de inquietud y preocupación.

– Randy, ten cuidado.

Ella asintió, incapaz de decir palabra por miedo a que brotaran las lágrimas reprimidas desde aquel momento de debilidad en la universidad. Subió al jeep de un salto, saludó y partió.

Bill se quedó mirando el jeep hasta que desapareció en una curva, junto al cartel que rezaba: Siempre bienvenidos a la Hostería Gallatin. Sacó un pañuelo y se sonó.

Gray puso su mano enorme sobre el hombro de su amigo.

– Estará bien, Billy. Es una muchacha fuerte.

– Lo sé. Lo sé. -Respiró hondo el aire fresco de la montaña-. Se merece ser feliz. Yo la amo tanto que no soporto ver cómo revive una y otra vez la misma historia.

– Por eso está ahí. No la puedes obligar a ir por tu camino, así como Nick no pudo obligarla a ir por el suyo.

Bill miró a su amigo.

– Ha llamado Quinn Peterson para reservar una habitación. -Y ¿se la has dado?

– Sí.

– A Miranda no le gustará.

– Ya lo creo que no. -Pero él tenía que enmendar algo. Sólo esperaba que Miranda lo perdonara cuando se enterara de la verdad.

Elijah Banks le dio las gracias al Dios en el que ya no creía de que por fin su suerte estuviera cambiando.

Salió disparado por la puerta trasera de las oficinas de la Gazette , en Missoula y subió a su destartalada camioneta. Una rápida mirada a su reloj le dijo que tenía el tiempo justo para pasar por su piso y coger una bolsa de viaje.

El Carnicero volvía a golpear. El cuerpo de Rebecca Douglas había sido descubierto hacía una hora, y aunque el sheriff se anduviera con secretos, Eli tenía un sexto sentido que le decía que se trataba del Carnicero.

Joven universitaria desaparecida una semana. Encontrada muerta. El Carnicero. Maldita sea, hubiera deseado estar ahí desde el principio, pero su editor no le daba la oportunidad. Al contrario, había pasado lunes y martes en Helena escribiendo sobre un caso más de soborno político, y los tres últimos días entrevistando a ancianos que habían sido víctimas del robo de sus datos de identidad.

Aburrido a más no poder.

Pero ahora que tenía que informar sobre la historia de un cadáver, el jefe le había dado la tarea. Su contacto en la policía le había proporcionado escasos detalles, sólo que habían encontrado el cuerpo de la mujer y que el sheriff Thomas había dado instrucciones por radio de guardar silencio. El forense estaba al corriente y se encontraba ahora en el monte cerca de Cherry Creek Road, al sur de la interestatal.

Si jugaba bien sus cartas, podría catapultarse para salir de aquel agujero infernal y conseguir un empleo de reportero de verdad en un periódico de verdad en una ciudad de verdad.

Su piso quedaba a menos de un kilómetro del periódico. Dejó la camioneta en marcha y subió corriendo a meter la ropa y su neceser en una mochila. Cogió su grabadora, lápices y papel, y su diario.

Doce años antes, Eli había creado ese periódico para documentar todo lo relacionado con la investigación sobre el Carnicero. Incluso después de mudarse a Missoula, siempre había seguido estando informado, cada vez que una chica era secuestrada, cada vez que encontraban un cadáver.

El Carnicero de Bozeman . Le puso ese nombre al asesino en el primer artículo, cuando se supo lo de Moore. No fue su primera opción. Él quería llamarlo El Cazador de Mujeres, pero su jefe en el Chronicle , el imbécil de Brian Collie, no quería incomodar a los cazadores y le dijo que se inventara otra cosa. El «Carnicero» no era un apodo adecuado porque lo que el asesino hacía con sus víctimas no podía calificarse de «carnicería». No, el tipo las cazaba, y luego les disparaba o les cortaba el cuello. Sin embargo, el apodo se quedó así.

Collie seguía ahí, y nunca había llegado a gran cosa porque nunca había aspirado a ser más que director de un periódico del tres al cuarto, en Bozeman. Eli, al contrario, decidió abandonar la ciudad y llegó hasta Missoula. En ese momento, parecía la decisión perfecta. Primero Missoula, después Seattle y, finalmente, Nueva York.

El plan llegó hasta Missoula. Pero ahora Eli confiaba en que no se quedaría atrapado ahí el resto de sus miserables días.

Cinco minutos más tarde, ya había cogido la interestatal en dirección sur, hacia Bozeman, capital del comercio ganadero. Normalmente, detestaba hacer ese trayecto, pero en esta ocasión casi no podía contener la emoción.

Una historia candente era justo lo que necesitaba para encontrar un empleo de calidad en un gran periódico. Adiós, Missoula. Allá voy, Nueva York.

Capítulo 5

Quinn tamborileó sobre el salpicadero de la camioneta de la policía que conducía Nick. A Quinn no le agradaba viajar en el lado del pasajero. Parecía que tardaba el doble de tiempo en llegar a cualquier sitio.

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