Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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– Ya entiendo. Los chavales están tocados. Espero que no les pidas demasiado.

– Claro que no -dijo Nick.

– ¿Necesitas caballos? Le puedo decir a Jed que traiga seis o siete. Y si los necesitas, les daré la tarde libre a los hombres.

– Se agradece mucho, Richard -dijo Nick-. Tendremos que buscar a pie para no estropear posibles pruebas.

Parker asintió.

– Claro, sí. -Cerró los ojos y sacudió la cabeza-. Creía que… supongo que creía que todo había acabado.

Yo no, pensó Quinn.

– Los asesinos en serie sólo se detienen cuando los meten en la cárcel o cuando se mueren.

– Pero han pasado tres años.

– Tenemos fundadas razones para creer que Corinne Atwell también fue una víctima del Carnicero, y ella desapareció el uno de mayo del año pasado. El bosque no perdona. Los animales, el tiempo, el terreno. Puede que nunca sepamos a cuántas chicas ha matado.

– ¿A qué viene el interés del FBI ahora? -preguntó Parker, frunciendo el ceño-. Usted no vino cuando mataron a las gemelas.

– En realidad -lo corrigió Nick-, después del secuestro de las chicas Croft, estuvo aquí el agente especial Thorne y, en otra ocasión, cuando Corinne Atwell se dio por desaparecida. Llamé al agente Peterson la semana pasada porque él conoce el caso. No hace falta recordarle que los recursos del gobierno federal son muy superiores a los de nuestro condado.

Quinn ya no quería seguir hablando de nimiedades. A los menores había que interrogarlos lo más pronto posible si eran testigos de un crimen o si habían encontrado pruebas. A medida que pasaba el tiempo, tenían la tendencia a mezclar los hechos con fantasías, en gran parte salidas de la televisión.

– ¿Dónde están los chicos, señor?

– En el establo. -Parker le hizo un gesto a Quinn para que se sentara-. Los iré a buscar.

– No hace falta. Creo que estarán más cómodos si están haciendo algo con las manos. Asear los caballos parece una buena tarea.

– Lo acompañaré -dijo Parker.

Nick cogió a Quinn unos metros detrás de Parker para hablarle en privado.

– Quiero echarle un vistazo a las patas de los caballos -dijo, en voz baja. No es que pensara que los chicos tuvieran algún motivo para mentir, pero le gustaba contrastar las declaraciones con hechos sólidos.

El establo quedaba a unos cien metros detrás de la casa y Quinn oyó los murmullos de los chicos en el interior.

– ¡Ryan! El sheriff Thomas ha venido a hablar contigo.

Ryan Parker tenía casi once años y era la viva imagen de su padre, con su pelo rubio y sus ojos color castaño. Tenía unos rasgos bellos poco habituales en un niño, y parecía mayor, casi más sofisticado que los hermanos McClain.

– Ryan -dijo Nick-. Te presento al agente especial Quincy Peterson. Trabaja para el FBI.

Ryan miró con los ojos muy abiertos.

– ¿El FBI? ¿De verdad? ¿Puedo ver su placa?

– Ryan -dijo su padre, severo.

Quinn ignoró a Parker y se agachó junto al niño.

– Claro -dijo, mientras sacaba la cartera del bolsillo de la chaqueta. La abrió y enseñó la placa y su identificación al niño, que miraba ensimismado.

Ryan no la tocó, pero la miró con interés.

– ¿Tienes que ir a una escuela especial para ser agente especial?

– Después de cuatro años en la universidad, pasé dieciséis semanas en un campo especial de entrenamiento llamado Quantico. También estudié un año para obtener un máster en criminología.

– ¿Es difícil?

– Algunas cosas lo son. ¿Tú quieres ser agente federal?

Ryan miró a su padre y Quinn percibió un dejo de miedo en la mirada del niño. Quizá su padre esperaba que el niño sencillamente siguiera sus pasos, pensó Quinn. Él lo entendía. Para él, no ser el «Doctor Peterson» era algo que todavía pesaba en casa de sus padres-. Quizá -dijo Ryan, evasivo.

– ¿Podemos el sheriff Thomas y yo haceros unas preguntas a ti y tus amigos?

– ¿Sobre la chica muerta?

– Sí.

Sean y Timmy McClain estaban ocupados cepillando a un caballo, aunque lo escuchaban todo con interés, tanto que el hermano más pequeño no hacía más que cepillar el aire.

– Chicos, venid aquí – llamó Quinn.

Dejaron los cepillos en un cubo y se acercaron para presentarse. Sean era el hermano mayor, y se comportaba como si fuera un chico duro e importante. Timmy, el más pequeño, no paraba de moverse y tenía los ojos muy abiertos. Quinn observó que Ryan era el líder del grupo, con esa manera de pararse y con los otros dos chicos detrás de él, sentados en los montones de heno. A Quinn no le gustaba la idea de tener a Richard Parker formalmente a su lado, con su severo aspecto de juez. Sin embargo, teniendo en cuenta que se trataba de un encuentro informal con los menores, no podía pedirle al padre que se fuera. Sobre todo si el padre era abogado.

– Ryan, cuéntame con tus propias palabras lo que salisteis a hacer esta mañana. Timmy, Sean, podéis intervenir si creéis que hay que añadir algo. No hay respuestas correctas o incorrectas. Y nadie lo recuerda todo, así que puede que uno de vosotros recuerde cosas que los otros no recuerden. ¿De acuerdo?

Todos asintieron cuando Quinn y Nick sacaron sus libretas. Ryan habló.

– Sacamos los caballos a las siete de la mañana. Sean y Timmy se quedaron a dormir porque queríamos salir temprano, y ellos viven en la ciudad.

– Mamá trabaja los fines de semana -dijo Timmy, asintiendo con la cabeza-. Venimos mucho aquí.

– Seguro que es divertido salir a montar a caballo por la hacienda y otras cosas que están bien -dijo Quinn, sonriendo.

– Oh, sí -dijo Timmy-. Y a veces… -Su hermano le dio un golpe en el brazo.

– Cállate -dijo Sean-. Sólo quieren saber de la chica muerta.

Timmy adoptó un aire más tímido.

– No pasa nada -dijo Quinn al pequeño-. Uno nunca sabe lo que puede ser importante en una investigación.

Los chicos habían salido de la casa temprano en dirección a los prados, hacia el este. Cogieron un sendero casi borrado por la vegetación con la idea de encontrar un antiguo cementerio indio en el lado norte.

– Sabéis que no deberíais ir tan lejos -les riñó Parker-. Es un camino peligroso. Tenéis mucha suerte de que un caballo no se haya roto una pata.

– Lo siento, papá -dijo Ryan, con mirada huidiza.

– ¿Qué más? -dijo Quinn. Era lo último que necesitaba, un chico asustado y un padre beligerante-. ¿Dónde está el cementerio indio que andabais buscando?

– No lo sabemos. Por eso lo buscábamos. Gray, ¿sabe?, el que trabaja allá en la hostería -dijo, y señaló vagamente hacia el sur-, dice que está allá en el lado norte, por encima de Mossy Creek. Ni siquiera él sabe dónde está, sólo que está ahí, y no sabemos si lo hemos visto. Lo buscamos el verano pasado y no lo encontramos. Y como llovió toda la semana, éste era el primer día bueno para salir a buscar.

Quinn se acordaba de Gray. ¿Cómo olvidar el tiempo pasado en la Hostería Gallatin cuando investigaba el asesinato de Sharon Lewis? ¿O los fines de semana que venía a ver a Miranda?

Sacudió la cabeza y apartó a Miranda de su pensamiento. Era más difícil ahora que se había colado sin previo aviso, pero él tenía que concentrarse en su trabajo.

Y su trabajo era detener al Carnicero.

– ¿No llegasteis a Mossy Creek? -inquirió Nick.

– Los caballos empezaron a ponerse un poco raros -dijo Ryan, negando con la cabeza-, y luego oímos un animal grande. Fuimos hasta un claro y vimos un oso pardo que estaba oliendo algo. Yo disparé mi rifle para asustarlo. Y entonces la vimos.

Ryan y Timmy se quedaron donde estaban mientras Sean, el mayor de los tres, volvía al camino principal por el viejo sendero del aserradero y recorría cinco kilómetros a caballo antes de llegar a un teléfono.

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