Allison Brennan - La Caza

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Sólo hay una cosa que Miranda no puede perdonarse a sí misma: haber sobrevivido. Doce años atrás, consiguió escapar de las manos del asesino conocido como El carnicero, pero al hacerlo tuvo que dejar atrás a otras víctimas como ella, atrapadas, torturadas y asesinadas por un sádico que siempre ha ido un paso por delante de la policía. Ahora, vuelve a actuar. Miranda ya no es la presa, sino el cazador: sabe que atraparlo es la única manera de volver a encontrar la paz. Pero para ello tendrá que reencontrarse con Quinn, el hombre que la ayudó a superar el miedo y, también, el que la traicionó cuando más lo necesitaba. Ahora los dos se enfrentan a la más perversa mente criminal… pero también a unos sentimientos que han intentado enterrar durante años.

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– ¿Tocasteis el cuerpo?

Todos negaron sacudiendo enérgicamente la cabeza.

– Yo me acerqué -dijo Ryan-. A unos metros. No parecía de verdad, ¿sabe? El oso podía volver y, bueno, yo no quería irme. -Se miró las manos que mantenía entrelazadas con fuerza.

Quinn se acercó y le dio a Ryan un apretón en el hombro hasta que el chico lo miró.

– Hicisteis lo correcto.

Se incorporó y le sonaron las articulaciones por la posición que había mantenido tanto rato, un recordatorio de que aquel otoño cumpliría cuarenta años.

– Gracias, juez -dijo Quinn, girándose para mirar a Richard Parker.

Una mujer rubia vestida impecablemente, de grandes ojos verdes, estaba junto a Parker y miraba con expresión vacía. ¿La mujer de Parker? Quinn estaba sorprendido porque no la había oído llegar.

– ¿Señora Parker? -saludó, tendiéndole la mano.

Ella se la estrechó, con una fuerza sorprendente para una mujer de aspecto tan frágil. Tenía los dedos helados, aunque las temperaturas habían subido bastante desde que, por la mañana, él viera a la víctima.

– Delilah Parker -dijo, con una voz suave y serena.

– Señora. Agente Especial Peterson.

– He preparado limonada y una tarta de plátano en la cocina, si quieren pasar un momento.

Quinn estaba a punto de rechazar la invitación cuando intervino Nick.

– Gracias, señora Parker, le agradecemos mucho su hospitalidad.

Ella le sonrió a Nick.

– Disculpen. Voy a preparar una bandeja -avisó, y se alejó deprisa.

Quinn arrastraba los pies mientras caminaban de vuelta a la casa siguiendo al juez Parker.

– Tenemos que volver al monte -dijo.

– Hay cosas a las que no se puede decir que no. Y una invitación de la señora Parker a comer es una de ellas.

– Jugando a la política -murmuró Quinn, con tono sarcástico.

– Diez minutos me ahorran muchos meses de dolores de cabeza. Créeme. Yo también decliné la primera vez -dijo Nick, y entornó los ojos.

Quinn no sabía demasiado bien qué pensar de la familia Parker. Aunque el juez se reunió con ellos en el comedor, Quinn observó que él y su mujer prácticamente no se dirigían la palabra.

La improvisación de la señora Parker era un arreglo muy elaborado. Sirvió la limonada en copas de cristal y la tarta de plátano con nata fresca batida en platos de porcelana china. Quinn se sentía incómodo con tanta formalidad, pero daba la impresión de que Nick se lo tomaba con calma. Cuando Quinn la felicitó por su hermosa casa, ella sonrió, feliz.

La Mujer Perfecta de Montana, pensó él, ocultando una sonrisa.

Nick cumplió con su palabra. Diez minutos más tarde, ya volvían al establo para hacer moldes de las huellas de los caballos antes de irse.

– ¿Qué pasa con la mujer de Parker? -preguntó Quinn mientras cerraba la puerta de la camioneta de Nick-. Un poco demasiado formal para un tentempié a mediodía, ¿no crees?

Nick se encogió de hombros mientras ponía el motor en marcha. Aceleró por el largo y sinuoso camino que iba de casa de los Parker hasta la carretera principal.

– Le gusta hacer de anfitriona. Decliné su invitación la primera vez que vine hace años porque les habían robado un par de cabezas de ganado. Después de que me eligieron sheriff , el juez Parker me explicó que su mujer se toma la hospitalidad muy en serio y dijo que me lo agradecería si en futuras ocasiones aceptaba sus invitaciones.

– Tendrías que haberme dicho que Parker es juez. No recordaba que fuera abogado.

– Por aquella época no ejercía. Estaba en la Junta de Supervisores del condado. Ahora es miembro del Tribunal Superior de Justicia del estado. Se dice que es uno de los candidatos al Tribunal de Apelaciones.

– Es un gran salto.

– Tiene amigos en lugares muy importantes -dijo Nick, encogiéndose de hombros.

– Genial -dijo Quinn, con un dejo sardónico.

– No estarás pensando que el juez Parker tiene algo que ver con lo sucedido con estas chicas.

Quinn no dijo palabra durante un largo minuto.

– No lo sé -dijo, sinceramente-. No tenemos testigos, y Miranda sólo tiene impresiones vagas sobre la altura y los rasgos del asesino.

El Carnicero no sólo mantenía a sus víctimas encadenadas al suelo sino también les vendaba los ojos. Y Miranda juraba que lo reconocería por el olor, si bien el olor de un hombre distaría mucho de ser prueba suficiente para condenarlo. Necesitaban pruebas más sólidas.

Quinn no se había percatado de lo mucho que añoraba a Miranda hasta después de haberla visto aquella mañana. Habría querido tocarla, asegurarse de que todavía estaba ahí, en carne y hueso, que no era un sueño más.

– Nos llevó hasta la barraca donde estuvo secuestrada -siguió Nick-. Nos llevó hasta donde estuvieron las hermanas Croft. Miranda nos ha conducido hasta más pruebas de lo que tú o yo podríamos hacer solos.

Quinn lo sabía, y sabía por qué. Miranda habría sido una excelente agente del FBI, por las mismas razones que, muy probablemente, la habrían matado.

Algo impulsaba a Miranda, incansable, sin vacilaciones, en la búsqueda de un asesino. Pero estaba obsesionada con el Carnicero. Aquel caso la había corroído hasta consumir su existencia. Quinn no se lo reprochaba. Jo, ¿quién se atrevería a reprochárselo? Aquel cabrón le había destruido la vida. Miranda tenía que reconstruirla, pieza a pieza. Y, por asombroso que pareciera, aquel proceso la había convertido en una mujer sumamente fuerte. Ya no era una víctima sino alguien a quien Quinn admiraba por su capacidad para recuperarse.

A pesar de haber lidiado con la violación y las torturas mejor que cualquier víctima que él hubiera conocido, Miranda no había sabido sobreponerse a la culpa del superviviente. Se culpaba a sí misma por el asesinato de Sharon, y su decisión de ingresar en el FBI respondía más a una necesidad de vengar a Sharon que de convertirse en agente. Y, al final, su necesidad de venganza acabó por aparecer en las pruebas psicológicas. Quinn había dado la cara por ella una y otra vez, pero ante los resultados de varias sesiones con el psiquiatra, tuvo que reconocer que Miranda no estaba preparada.

Se pasó una mano por la cara y cerró los ojos. Había insistido en ser él quien le diera la noticia. Porque él la había amado y porque, de entrada, gracias a sus recomendaciones, además de sus cualificaciones, ella se había ganado la admisión en la Academia.

No había ido nada bien.

Nunca olvidaría su mirada al sentirse traicionada, en sus ojos azules, cuando él le comunicó que estaba fuera de la Academia. ¿Ya habían pasado diez años? Por Dios, cómo la añoraba.

– Mierda -farfulló Nick al frenar bruscamente. Quinn se sacudió en el asiento del pasajero y abrió los ojos.

Había al menos treinta jeeps, camiones y coches aparcados a lo largo de la Ruta 84. Quinn echó un vistazo a las inmediaciones.

– Por fin Miranda ha entrado en razón. Su jeep no está aquí.

Nick miró a Quinn mientras giraba suavemente hacia el viejo sendero del aserradero.

– ¿No habrá entrado directamente?

– Tú dijiste que el personal no autorizado no podía usar el camino viejo -dijo Quinn-. Yo…

– Quinn, ella está autorizada. Es la coordinadora de la Unidad de Búsqueda y Rescate, de la oficina del Sheriff. -Nick hizo una pausa-. Miranda no quiere que la protejan, así que será mejor que renuncies.

– No tiene nada que ver con la protección y todo que ver con poner en jaque la investigación.

– Miranda conoce estos bosques mejor que nadie, incluyéndome a mí. Me sorprendería que no tuviera memorizado cada monte y cada zanja. Si hasta tiene un jodido mapa en la pared de su habitación. Se duerme y se despierta con esas chinchetas rojas mirándola, recordándole que ha sobrevivido. -Nick respiró hondo-. Ahora son siete. Siete chinchetas.

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