J. Robb - Una muerte extasiada

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Tres hombres aparecen muertos con una sonrisa en los labios. Los presuntos suicidas no tienen nada en común, ni aparentes motivos para querer quitarse la vida, La teniente Eve Dallas pone en tela de juicio la tesis del suicidio y las autopsias le dan la razón. En los cerebros de las tres víctimas se detectan pequeñas quemaduras. En su investigación, Eve se adentra en el inquietante mundo de la realidad virtual donde los mismos mecanismos concebidos para despertar el deseo pueden inducir a la mente a su propia destrucción.

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– La muerte es la que escoge el momento, señor Ridgeway, y suele ser inoportuna. Interrogatorio de Arthur Foxx, en relación con Fitzhugh, caso número 30091, conducido por la teniente Dallas, Eve. Fecha: 24 de agosto de 2058, hora 9.36. ¿Puede decir su nombre para que conste en acta?

– Arthur Foxx.

– Señor Foxx, ¿es usted consciente de que este interrogatorio está siendo grabado?

– Lo soy.

– ¿Ha ejercido su derecho a ser representado por un abogado y comprende sus derechos y responsabilidades adicionales?

– Sí.

– Señor Foxx, ya ha hecho usted anteriormente una declaración sobre sus movimientos la noche de la muerte del señor Fitzhugh. ¿Desea revisarla?

– No es necesario. Ya le expliqué qué ocurrió. No sé qué más espera que diga.

– Para empezar, dígame dónde estuvo usted entre las diez y media y las once de la noche del incidente.

– Ya se lo he dicho. Cenamos, vimos una comedia, nos acostamos y alcanzamos a ver parte de las últimas noticias.

– ¿Se quedó en casa toda la noche?

– Eso he dicho.

– Sí, señor Foxx, eso ha dicho, y consta en el acta. Pero no es lo que hizo.

– Teniente, mi cliente está aquí voluntariamente. No veo…

– Ahórreselo -sugirió ella-. Salió del edificio a eso de las diez y media y regresó treinta minutos más tarde. ¿Adónde fue?

– Yo… -Foxx se aflojó el nudo de la corbata-. Salí un rato. Lo había olvidado.

– Lo había olvidado.

– Estaba aturdido, en estado de shock. -La corbata hizo frufrú mientras los dedos de Foxx jugueteaban con ella-. Me olvidé de algo tan irrelevante como que di una rápida vuelta.

– Pero lo recuerda ahora, ¿verdad? ¿Adónde fue?

– Di unas vueltas a la manzana.

– Volvió con un paquete. ¿Qué contenía?

Eve lo vio caer por fin en la cuenta de que las cámaras de seguridad lo habían filmado. Miró más allá de ella y siguió sobándose el nudo de la corbata.

– Me paré en una tienda que no cierra y compré cigarrillos de hierba. De vez en cuando necesito fumarme uno.

– Es sólo cuestión de preguntar en el establecimiento y determinar qué compró exactamente.

– Tranquilizantes -explicó él-. Quería dormir bien y decidí fumar hierba. No hay ninguna ley que lo prohíba.

– No, pero sí hay una ley contra dar falsos testimonios en una investigación policial.

– Teniente Dallas -intervino el abogado con tono todavía sereno, pero con una nota de irritación, lo que dio a entender a Eve que Foxx no había sido más comunicativo con su representante que con la policía-. El hecho de que el señor Foxx saliera del edificio difícilmente tiene relación con su investigación. Y descubrir el cadáver de un ser querido es una excusa más que razonable para no recordar un detalle nimio.

– Nimio, tal vez. Pero el señor Foxx tampoco mencionó que él y el señor Fitzhugh tuvieron visita la noche de la muerte.

– Leanore no es una visita -replicó Foxx con rigidez-. Ella es… era socia de Fitz. Tengo entendido que tenían cierto asunto que discutir, lo que es otra razón por la que salí a dar un paseo. Quería dejarlos a solas para que discutieran el caso. -Tragó saliva.

– Entiendo. De modo que ahora afirma que abandonó el apartamento para dejar a solas a su amigo con su socia. ¿Por qué no mencionó la visita de la señorita Bastwick en su anterior declaración?

– No pensé en ello.

– No pensó en ello. Declaró que cenaron, vieron una comedia y se acostaron, pero se olvidó de añadir estos otros sucesos. ¿Qué otros sucesos ha olvidado decirme, señor Foxx?

– No tengo nada más que agregar.

– ¿Por qué estaba enfadado cuando salió del edificio, señor Foxx? ¿Le irritaba que una hermosa mujer, una mujer con quien el señor Fitzhugh colaboraba estrechamente, viniera a su casa a esas horas?

– Teniente, no tiene ningún derecho a insinuar…

– No estoy insinuando -replicó ella sin apenas mirar al abogado-, sino preguntando, de manera muy directa, si el señor Foxx estaba enfadado y celoso cuando salió como un huracán de su edificio.

– No salí como un huracán. -Foxx cerró un puño sobre la mesa-. Y no tenía ningún motivo para estar enfadado o celoso de Leanore. Por muy a menudo que ella lo asediara, él no estaba interesado en ella en ese sentido.

– ¿La señorita Bastwick asediaba al señor Fitzhugh? -Eve arqueó las cejas-. Eso debía de molestarle, Arthur. Sabiendo que su amigo prefería sexualmente tanto hombres como a mujeres, sabiendo que pasaban horas juntos cada día de la semana, que ella viniera y se exhibiera delante de él en su propia casa… No me extraña que estuviera enfadado. Yo habría tenido ganas de tumbarla de un golpe.

– A él le divertía -dejó escapar Foxx-. Le parecía muy halagador que alguien mucho más joven y tan atractivo como ella le echara los tejos. Se reía cuando yo me quejaba de ello.

– ¿Se reía de usted? -Eve sabía cómo jugar. Una nota de compasión se traslució en su voz-. Eso debía de enfurecerle, ¿no? Lo consumía por dentro, ¿no es así, Arthur? Imaginarlo con ella, acariciándola y riéndose de usted.

– ¡La habría matado! -estalló Foxx, apartando al abogado que lo sujetaba mientras enrojecía de ira-. Ella pensaba que lograría apartarlo de mí, que lograría seducirlo. Le importaba un comino que estuviéramos comprometidos el uno con el otro. Todo lo que quería era triunfar y tirarse al abogado.

– No le gustan mucho los abogados, ¿verdad?

Foxx jadeaba y contuvo la respiración para acompasarla.

– Por lo general, no. No veía a Fitz como un abogado, sino como mi compañero. Y si hubiera estado predispuesto a cometer un asesinato aquella noche u otra, teniente, habría asesinado a Leanore. -Abrió los puños y volvió a cerrarlos-. En fin, no tengo nada más que decir.

Decidiendo que era bastante por el momento, Eve dio por terminado el interrogatorio y se levantó.

– Volveremos a hablar, señor Foxx.

– Quisiera saber cuándo va a entregar el cadáver de Fitz -dijo él, levantándose con rigidez-. He decidido no posponer los funerales hoy, aunque no es muy propio continuar con su cuerpo todavía retenido.

– Es la decisión del forense. Aún no ha terminado de examinarlo.

– ¿No basta con que esté muerto? -A Foxx le tembló la voz-. ¿No es bastante que se haya quitado la vida, que tienen ustedes que sacar a la luz los pequeños y sórdidos detalles personales de su vida?

– No. -Ella se encaminó a la puerta y tecleó el código-. No es bastante. -Vaciló y decidió probar suerte-. Supongo que el señor Fitzhugh se quedó muy impresionado y afectado con el reciente suicidio del senador Pearly.

Foxx asintió con un gesto formal.

– Seguramente le impresionó, aunque apenas se conocían. -De pronto se le marcó un músculo en el rostro-. Si está insinuando que Fitz se quitó la vida influenciado por Pearly, es ridículo. Apenas se conocían y raras veces hablaban.

– Entiendo. Gracias por su tiempo. -Eve los acompañó a la puerta y echó un vistazo a la sala contigua. Leanore debía de estar esperando.

Eve se lo tomó con calma, recorrió el pasillo hasta la máquina expendedora y estudió las opciones mientras hacía sonar los créditos sueltos en su bolsillo. Se decidió por una golosina y medio tubo de Pepsi. La máquina le sirvió los productos, le pidió con voz monótona que reciclara los envases y la previno contra el consumo de azúcar.

– Métete en tus asuntos -le espetó Eve. Se apoyó contra la pared y se tomó despacio su tentempié, luego arrojó la basura por la ranura de reciclaje y desanduvo tranquilamente el pasillo.

Había calculado que una espera de veinte minutos haría subirse a Leanore por las paredes. Había acertado.

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