J. Robb - Una muerte extasiada

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Tres hombres aparecen muertos con una sonrisa en los labios. Los presuntos suicidas no tienen nada en común, ni aparentes motivos para querer quitarse la vida, La teniente Eve Dallas pone en tela de juicio la tesis del suicidio y las autopsias le dan la razón. En los cerebros de las tres víctimas se detectan pequeñas quemaduras. En su investigación, Eve se adentra en el inquietante mundo de la realidad virtual donde los mismos mecanismos concebidos para despertar el deseo pueden inducir a la mente a su propia destrucción.

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Intrigada, se puso las gafas y pidió la última escena visualizada. Se encontró en un bote blanco que navegaba por un río verde. Los pájaros volaban alto, un pez de color plateado salió a la superficie y volvió a sumergirse. En las orillas había flores silvestres y árboles altos y tupidos. Se sentía flotar, y dejó que una mano se sumergiera en el agua y dejara una silenciosa estela. Casi era el atardecer, y el cielo estaba adquiriendo un tono rosado y púrpura hacia el oeste. Oía el débil zumbido de las abejas, el alegre chirrido de los grillos. El bote se mecía como una cuna.

Conteniendo un bostezo, se quitó las gafas. Una escena inofensiva y sedante, concluyó. Nada que pudiera despertarte un deseo repentino de abrirte las venas. Pero el agua podría haberle suscitado el deseo de tomar un baño caliente, así que había tomado uno. Y si Foxx había entrado a hurtadillas, si había sido lo bastante sigiloso y rápido, podría haberlo hecho él.

Era todo lo que tenía, decidió Eve. Y sacó su comunicador para ordenar un segundo interrogatorio a Arthur Foxx.

6

Eve examinó los informes de las visitas que los agentes habían realizado en el vecindario. La mayoría era lo que esperaba. Fitzhugh y Foxx eran muy reservados; pero afables con los vecinos del edificio. Sin embargo se aferró a la declaración del androide con funciones de portero de que Foxx había abandonado el edificio a las diez y media de la noche para regresar a las once.

– No dijo nada, ¿verdad, Peabody? No dijo una palabra de que había hecho una pequeña excursión por su cuenta aquella noche.

– No, no lo mencionó.

– ¿Tenemos ya los discos de las cámaras de seguridad del vestíbulo y el ascensor?

– Las he cargado yo misma. Las tienes en tu terminal bajo Fitzhugh 1051.

– Veamos qué encontramos. -Eve encendió el ordenador y se recostó en la silla.

Peabody estudió la pantalla por encima de su hombro y resistió el impulso de comentar que ninguna de las dos estaba de servicio. Después de todo, era emocionante trabajar codo con codo con la mejor detective de homicidios de la central. Dallas se habría mofado de ella, pensó Peabody, pero era cierto. Llevaba años siguiendo la carrera de Eve Dallas, y no había nadie a quien admirara o deseara emular más.

Lo más asombroso para Peabody había sido que, sin saber cómo, en el curso de unos meses también habían trabado amistad.

– Detener imagen. -Eve se irguió al tiempo que la transmisión se congelaba. Examinó a la rubia con clase que entraba en el edificio a las diez y cuarto-. Bien, bien, aquí tenemos a nuestra Leanore, dejándose caer por allí.

– Sabía la hora con exactitud. Las diez y cuarto.

– En punto. -Eve se pasó la lengua por los dientes-. ¿Qué te parece, Peabody? ¿Negocios o placer?

– Bueno, va vestida para hablar de negocios. -Peabody ladeó la cabeza y se dejó corroer por la envidia al observar el maravilloso traje de tres piezas de Leanore-. Lleva un maletín.

– Un maletín… y una botella de vino. Aumentar cuadrante D. Una botella de vino muy cara -murmuró Eve cuando la imagen vibró y se distinguió la etiqueta-. Roarke tiene varias de ésas en la bodega. Creo que están por los doscientos.

– ¿Una botella? Uau.

– Una copa -corrigió Eve, divertida al ver a Peabody abrir ojos como platos-. Algo no encaja. Volver al tamaño y velocidad normales, y pasar a la cámara del ascensor. Hmmm. Sí, se está acicalando -murmuró al ver a Leanore sacar una polvera dorada del maletín repujado, empolvarse la nariz y retocarse el carmín de los labios mientras subía en el ascensor-. Y fíjate, acaba de desabrocharse los primeros botones de la blusa.

– Preparándose para un hombre -apuntó Peabody. Cuando Eve la miró de reojo, se encogió de hombros y añadió-: Supongo.

– Yo también lo supongo. -Y juntas observaron a Leanore recorrer a grandes zancadas el vestíbulo de la planta 38 y entrar en el apartamento de Fitzhugh. Eve hizo avanzar el tiempo hasta que Foxx salió diez minutos más tarde-. No parece contento, ¿verdad?

– No. -Peabody entornó los ojos-. Más bien diría que está harto. -Arqueó las cejas cuando Foxx dio una patada malhumorado a la puerta del ascensor-. Muy harto.

Esperaron el desenlace del drama. Leanore salió veintidós minutos más tarde, con las mejillas coloradas y los ojos brillantes. Llamó al ascensor y se echó el bolso al hombro. Un poco más tarde Foxx regresó con un pequeño paquete.

– Ella no estuvo veinte o treinta minutos, sino más bien cuarenta y cinco. ¿Qué sucedió en ese apartamento aquella noche? -se preguntó Eve-. ¿Y qué trajo consigo Foxx? Ponte en contacto con el bufete. Quiero a Leanore aquí para interrogarla. Yo tendré a Foxx a las nueve y media. Tráela a la misma hora. Trabajaremos en equipo.

– ¿Quieres que la interrogue yo?

Eve apagó el ordenador y alzó los hombros.

– Es un buen comienzo. Nos reuniremos aquí a las ocho y media. No, mejor pasa por mi casa a las ocho. Eso nos dará más margen. -Echó un vistazo a su telenexo, que sonaba.

– Dallas -dijo.

– ¡Eh! -El brillante rostro de Mavis llenó la pantalla-. Esperaba pillarte antes de que salieras. ¿Qué tal va todo?

– Bastante bien. Estaba a punto de salir. ¿Qué ocurre?

– Entonces he sido muy oportuna. Súper. Escucha, estoy en el estudio de Jess y vamos a hacer una sesión. Leonardo también está aquí. Vamos a montar una fiesta, así que pásate.

– Mira, Mavis, he tenido un día agotador y sólo quiero…

– Vamos. -La voz de Mavis traslucía nervios, pero también entusiasmo-. Traeremos algo para comer, y Jess tiene aquí una cerveza increíble que se te sube a la cabeza en segundos. Dice que si conseguimos grabar algo decente esta noche, podremos empezar el lanzamiento. Me encantaría verte por aquí. Ya sabes, apoyo moral y demás. ¿No puedes pasarte un rato?

– Supongo que sí. -Maldita sea, no tengo carácter, pensó Eve, pero añadió-: Avisaré a Roarke de que llegaré tarde. Pero no podré quedarme mucho rato.

– Eh, ya le he dado un toque a Roarke.

– ¿Que has hecho qué?

– He hablado con él hace un momento. ¿Sabes, Dallas? Nunca había visto su oficina súper elegante. Parecía como que tenía a las Naciones Unidas o algo así allí reunidas, con todos esos tíos de otros países. Sensacional. En fin, me dejaron hablar con él por ser amiga tuya. -Mavis siguió gorjeando, sin hacer caso de los profundos suspiros de Eve-. Así que le dije qué se cocía y dijo que se pasaría por aquí después de esa reunión, cumbre o lo que fuera.

– Parece que todo está solucionado. -Eve vio cómo se desvanecía su fantasía de un jacuzzi, una copa de vino y un buen filete de carne.

– Esto es demasiado. Eh, ¿estoy viendo a Peabody? Eh, Peabody, vente tú también. Montaremos una fiesta. ¡Hasta ahora!

– Mavis, ¿dónde demonios estás? -preguntó Eve, antes de que ésta cortara la transmisión.

– Oh, ¿no te lo he dicho? El estudio está en la Oc tava B, a nivel de la calle. Llama a la puerta y alguien te dejará pasar. Tengo que irme -gritó en el instante en que sonaba algo que debía de ser música-. Ya están afinando los instrumentos. ¡Os veo!

Eve soltó un suspiró y, apartándose el cabello, miró a Peabody por encima del hombro.

– Bueno, ¿te apetece ir a una grabación para freírte los oídos, comer mala comida y emborracharte con pésima cerveza.

Peabody no lo pensó dos veces.

– La verdad, teniente, me encantaría.

Tuvieron que aporrear una puerta de acero gris que parecía haber sufrido el asalto de un ariete. La lluvia matinal había dado paso a un vapor que apestaba a gasolina y a las unidades de reciclaje que nunca parecían funcionar del todo bien en aquella parte de la ciudad.

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