Alex Kava - Sin Aliento

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Lo llamaban el Coleccionista, porque seguía el ritual de reunir a sus víctimas antes de deshacerse de ellas de la manera más atroz imaginable. La agente especial del FBI Maggie O'Dell le había seguido la pista durante dos largos años, terminando por fin con aquel juego del gato y el ratón. Pero ahora Albert Stucky se había fugado de la cárcel… y estaba preparando un nuevo juego para Maggie O’Dell.
Desde que atrapara a Stucky, había estado caminando sobre la cuerda floja, luchando contra sus pesadillas y la culpabilidad por no haber podido salvar a las víctimas. Ahora que Stucky estaba de nuevo en libertad, la habían apartado del caso, pero sabía que era cuestión de tiempo que la volvieran a aceptar… Cuando el rastro de víctimas de Stucky comenzó a apuntar cada vez más claramente a Maggie, ésta fue incorporada de nuevo al caso bajo la supervisión del agente especial R. J. Tully. Juntos tendrían que enfrentarse a una carrera contrarreloj para atrapar al asesino, que siempre iba un sangriento paso por delante. Pero Maggie sentía que había llegado al límite. ¿Su deseo de detener a Albert Stucky se había convertido en una cuestión de venganza personal? ¿Había cruzado la línea? Tal vez ése fuera el objetivo de Stucky desde el principio… convertirla en un monstruo.

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– Imagino que era lógico pensar que, al final, acabarían pasando a las mujeres que conocías más íntimamente. Amigas, parientes… Ah, hablando de amigos íntimos -sonrió-, eso me recuerda que te han llamado. Era ese tío bueno de Nebraska.

– ¿Nick?

– ¿Qué pasa, es que conoces a más tíos buenos de Nebraska? -Gwen parecía disfrutar del sonrojo de Maggie.

– ¿Quería que lo llamara esta noche?

– Me dijo que iba camino del aeropuerto. Me dio un mensaje -Gwen se levantó del suelo-. Tienes que comprarte una mesa, Maggie. Me estoy haciendo vieja para comer en el suelo -buscó la nota que había dejado sobre el escritorio. Leyó el mensaje, achicando los ojos como si la hubiera escrito otra persona-. Dijo que a su padre le había dado un ataque al corazón.

– Oh, vaya -Maggie deseó haber hablado con él. Nick y su padre mantenían una relación compleja, de la que Nick sólo había conseguido escapar hacía poco-. ¿Se pondrá bien? No ha muerto, ¿verdad?

– No, pero creo que Nick dijo que al parecer iban a operarlo lo antes posible -Gwen arrugó el ceño mientras seguía descifrando la nota-. Esto no lo entiendo. Dijo que su padre había recibido una carta, y que creen que fue eso lo que le causó el infarto. Pero, a menos que me equivoque, juraría que dijo que la carta venía de Sudamérica.

Maggie sintió que se le revolvía el estómago. ¿Le había mandado el padre Michael Keller una confesión de alguna clase a Antonio Morrelli? Ella parecía ser la única que creía que el carismático y joven cura era el asesino de los cuatro niños de Platte City, Nebraska. Pero Keller se había marchado del país antes de que ella pudiera demostrarlo. Lo último que sabía era que seguía en Sudamérica.

– Ya está -dijo Gwen-. ¿Tiene algún sentido para ti?

El teléfono las sobresaltó a ambas.

– Puede que sea Nick -Maggie, que tenía las piernas cruzadas, se levantó y descolgó el teléfono-. Maggie O'Dell.

– Agente O'Dell, soy el director adjunto Cunningham.

Ella miró su reloj. Era tarde, y había visto a Cunningham en el hospital hacía un par de horas.

– ¿Tully está bien? -fue lo primero que se le vino a la cabeza.

– Sí, está bien. Estoy con el doctor Holmes. Ha tenido la gentileza de practicar las autopsias esta misma noche.

– Creo que el doctor Holmes ha tenido demasiado trabajo estas últimas semanas.

– Hay un problema, agente O'Dell -Cunningham no quería perder tiempo.

– ¿Qué clase de problema? -Maggie se preparó, apoyándose contra el escritorio y agarrando con fuerza el teléfono. Gwen la miraba fijamente, encaramada en la tumbona.

– Walker Harding murió de un disparo en la nuca. Le dispararon con una calibre 22, como en una ejecución. Pero no es sólo eso. Sus órganos están en muy avanzado estado de descomposición. El doctor Holmes cree que llevaba muerto varias semanas.

– ¿Varias semanas? Pero eso es imposible, señor. Encontramos sus huellas en tres de las escenas del crimen.

– Creo que puede haber una explicación para eso. A Harding le faltan varios dedos. Se los habían amputado. Incluido el pulgar. Supongo que fue Stucky. Se llevó los dedos con él. Los preservó y los usó en las escenas de los crímenes para confundirnos.

– Pero Gwen ha tenido dos sesiones con Harding -miró a Gwen y su amiga pareció alarmarse. Incluso Harvey comenzó a pasearse por el solario con la cabeza ladeada, escuchando.

– La doctora Patterson nunca ha visto a Albert Stucky -dijo Cunningham, manteniendo su frío tono profesional e ignorando el filo frenético de la voz de Maggie-. Si le pedimos que nos describa al hombre que ha visitado su consulta, imagino que nos describirá a Stucky. Sólo he visto una o dos fotos de Harding, pero, si no recuerdo mal, había entre ellos un extraño parecido. Stucky debía de llevar algún tiempo utilizando la identidad de Harding, fingiendo ser él. Eso seguramente explica que el billete de avión estuviera a nombre de Harding.

– Dios mío -Maggie no podía creerlo. Pero todo encajaba. No estaba segura de haber creído completamente que Stucky hubiera permitido que nadie, ni siquiera Harding, entrara en su juego-. Así que tenía el disfraz perfecto y el escondrijo perfecto.

– Hay más, agente O'Dell. El otro cuerpo también llevaba muerto varias semanas, y no es Albert Stucky.

Maggie se sentó antes de que le flaquearan las rodillas.

– No, eso no puede ser. No puede haber escapado otra vez.

– No sabemos quién es. Puede que un amigo o alguien que cuidara de Harding. Es indudable que Harding estaba ciego. El doctor Holmes dice que tenía ambas retinas desprendidas y que no presenta signos de diabetes.

Maggie ya apenas lo escuchaba. Apenas podía oírlo por encima del palpito de su corazón mientras miraba frenéticamente a su alrededor. Notó que Harvey husmeaba la puerta de atrás, alterado. ¿Dónde demonios había dejado la pistola? Abrió el cajón del escritorio. La Glock había desaparecido.

– He mandado a varios agentes a vigilar su casa -dijo Cunningham como si con eso bastara-. Le sugiero que no salga esta noche. Quédese ahí. Si va a por usted, estaremos preparados.

«Si viene a por mí, estaré indefensa», pero se guardó aquel pensamiento para sí.

Se topó con los ojos inquisitivos de Gwen. El miedo comenzó a invadir su cuerpo como un líquido gélido inyectado en sus venas. Sin embargo, se incorporó y se apartó del sólido escritorio de su padre.

– Stucky no se atreverá a venir a por mí otra vez.

Capítulo 74

Se arrastró entre los matorrales, pegándose al suelo. Las espinas de los malditos arbustos le enganchaban la sudadera. Eso no le hubiera pasado nunca con su chaqueta de cuero. Ya la echaba de menos, aunque había merecido la pena sacrificarla sólo para ver la expresión de alivio de la agente especial O'Dell, sabiendo que la había engañado. Los había engañado a todos, deslizándose por entradas secretas que había preparado especialmente para tal ocasión.

Se frotó los ojos. ¡Maldición, qué oscuro estaba todo! Deseó que las rayas rojas desaparecieran. Pop, pop… No, no pensaría en los putos vasos sanguíneos rompiéndose en sus ojos. La insulina estabilizaba su cuerpo, pero no parecía que nada pudiera impedir que los vasos sanguíneos de sus ojos estallaran.

Todavía podía oír la risa chillona de Walker diciéndole:

– Serás un puto ciego, como yo, Al.

Walker todavía se estaba riendo cuando le apoyó el cañón del calibre 22 en la base del cráneo y apretó el gatillo. Pop,

Pop.

Las luces se habían apagado del todo. La había visto deambular por lo que sabía era su habitación. Deseaba poder verle la cara, relajada y desprevenida, pero las cortinas estaban echadas y no eran lo bastante finas.

Ya había interceptado y desactivado el sistema de alarma con el mando a distancia que Walker había inventado para él meses atrás. Aun ciego como un murciélago, Harding seguía siendo un genio de la electrónica. Él ni siquiera sabía cómo funcionaba aquel chisme. Pero lo había probado en la casa de Archer Drive y, en efecto, funcionaba.

Comenzó a trepar por la espaldera cubierta de enredaderas y arbustos, esperando que fuera más firme de lo que parecía. En realidad, todo parecía demasiado fácil, demasiado simple. Pero, claro, ella sería un auténtico desafío. Sabía que no iba a decepcionarlo.

Pensó en el escalpelo guardado en su fina funda, dentro de su bota. Se tomaría su tiempo con ella. La ansiedad excitó sus sentidos tan intensamente que tuvo que contener los jadeos. Sí, aquello merecería el esfuerzo.

Capítulo 75

Maggie estaba sentada en el rincón más oscuro de la habitación. Tenía la espalda apoyada contra la pared y los brazos extendidos, apoyados sobre las rodillas. En las manos sujetaba la Smith amp; Wesson, con el dedo en el gatillo. Esta vez, estaba lista. Sabía que la estaba vigilando. Sabía que vendría. Sin embargo, cuando lo oyó al pie de la espaldera, sintió que el pulso se le aceleraba. El corazón la golpeaba contra el pecho. El sudor le corría por la espalda.

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