J. Robb - Una muerte inmortal

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Una top model muere brutalmente asesinada Para investigar el caso la teniente Eve Dallas debe sumergirse en el clamoroso mundo de la pasarela y no tarda en descubrir que no es oro todo lo que reluce. Tras la rutilante fachada de la alta costura los desfiles y las fiestas encuentra una devoradora obsesión por la eterna juventud y el éxito, rivalidades encarnizadas, profundos rencores y frustraciones. Un excelente caldo de cultivo para el asesinato en especial si se añade a la mezcla un desenfrenado consumo de las mas sofisticadas drogas.

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– Qué maravilla. -Mavis echó hacia atrás sus rizos color zafiro y trató de imaginárselo.

– Lo que yo podría hacer con un poco de reflejos.

Eve se quedó helada.

– Sólo el corte, ¿de acuerdo? -dijo-. Sólo cortaremos un poco.

– Vale, vale. -Trina le inclinó la cabeza hacia ade?lante-. Este color es regalo de Dios, ¿no? -Rió entre dientes, tiró otra vez de la cabeza hacia atrás y le apar?tó el pelo de la cara-. Los ojos no están mal. Las cejas se podrían trabajar un poco, pero eso ya lo arregla?remos.

– Dame un poco más de vino, Mavis. -Eve cerró los ojos y se dijo que, pasara lo que pasase, ya le volvería a crecer.

– Muy bien. A remojar. -Trina hizo girar la butaca y a su reacio ocupante hasta un lavabo portátil, inclinán?dolo hasta que el cuello de Eve quedó apoyado en el es?pacio acolchado-. Cierra los ojos y disfruta, encanto. Yo ofrezco el mejor champú y masaje capilar de toda la profesión.

En eso había algo de verdad. El vino o los inteligen?tes dedos de Trina consiguieron dulcificar el humor de Eve hasta proporcionarle un crepúsculo de relajación. Confusamente oía a Leonardo y a Biff discutiendo sobre sus preferencias en materia de pijamas: raso carmesí o seda escarlata. La música programada por Leonardo era algo clásico con lloriqueantes arpegios de piano. El aire estaba impregnado de aroma a flores prensadas.

¿Por qué le había hablado Paul Redford de la caja china y las ilegales? Si él mismo había ido a buscarlas después, si obraban en su poder, ¿por qué había querido informarle de su existencia?

¿Doble farol? ¿Estratagema? A lo mejor ni existía tal caja. O quizá él sabía que ya había desaparecido y…

Eve no se movió hasta que algo frío y pegajoso le abofeteó la cara.

– Qué demonios…

– Mascarilla Saturnia. -Trina la embadurnó todavía más-. Limpia los poros como una aspiradora. Es fatal descuidar la piel. Mavis, saca el Sheena, ¿quieres?

– ¿Qué es el Sheena…? Da igual. -Con un escalofrío, Eve cerró los ojos otra vez y se rindió-. No lo quiero ni saber.

– Podríamos hacerle el tratamiento completo.-Trina aplicó más arcilla bajo la mandíbula de Eve, sin dejar de trabajar con los dedos-. Estás tensa, cielo. ¿Quieres que ponga un bonito programa de vídeo?

– No, no. Con esto ya he llegado al tope de lo fantás?tico, muchas gracias.

– Vale. ¿Por qué no hablas de tu hombre? -Rápida?mente, Trina abrió de un tirón la túnica que le había he?cho poner a Eve y plantó sus manos cubiertas de arcilla en sus pechos. Cuando ésta abrió los ojos, furiosa, Trina rió-. Tranquila, no me van las tías. A tu hombre le en?cantarán tus tetas cuando acabe con ellas.

– Ya le gustan como son ahora.

– Sí, pero el suavizante Saturnia para senos es de lo me?jor. Parecerán pétalos de rosa, ya lo verás. ¿Le gusta mor?der o chupar?

Eve volvió a cerrar los ojos, resignada.

– Yo, como si no estuviera.

– Allá vamos.

Eve oyó correr agua y luego Trina volvió y le frotó algo en el pelo que olía mucho a vainilla. Y la gente pagaba por esto, recordó Eve. Grandes sumas que abrían enormes boquetes en la cuenta de crédito.

La gente estaba loca, sin duda alguna. Mantuvo los ojos tozudamente cerrados mientras una cosa tibia y mojada le era colocada sobre los pechos y la cara, man?chados ya de lodo. Oía conversaciones animadas alrede?dor. Mavis y Trina hablaban de productos de belleza, Leonardo y Biff consultaban líneas y colores.

Muy loca, pensó Eve, y luego soltó un gemido al no?tar que le masajeaban los pies. Se los sumergían en algo caliente y extrañamente agradable. Oyó un chisporro?teo, sintió que le levantaban los pies, se los cubrían. Las manos recibieron idéntico tratamiento.

Toleró esto e incluso el zumbido de algo en torno a sus cejas. Y se sintió una heroína cuando oyó reír a Ma?vis coqueteando con Leonardo.

Tenía que procurar que Mavis estuviera animada. Era tan vital como cada paso que daba en su investiga?ción. No bastaba con hacerse la muerta.

Apretó los ojos aún más cuando oyó el ruido de las tijeras, notó los ligeros tirones, el peine. Se dijo que el pelo sólo era pelo. Que las apariencias no impor?taban.

Dios mío, no dejes que me pele al cero.

Hizo un esfuerzo por concentrarse en su trabajo, re?pasó mentalmente las preguntas que pensaba hacer a Redford, consideró las posibles respuestas. Era proba?ble que el comandante Whitney la llamara para hablar de la filtración a la prensa. Eso podía manejarlo.

Tendría que reunirse con Peabody y Feeney. Había que ver si algún dato de los que habían conseguido en?tre los tres encajaba de alguna manera. Volvería al club y haría que Crack le presentara a alguno de los habitua?les. Alguien podía haber visto a quien habló con Boomer aquella noche. Y si esa persona había hablado con Hetta…

Dio un respingo cuando Trina ajustó la butaca en postura reclinada y empezó a quitarle el lodo.

– La tendrás lista en cinco minutos -le dijo a un im?paciente Leonardo-. Un genio no puede ir con prisas. -Sonrió a Eve-. Tienes una piel bastante decente. Te de?jaré unas muestras para que la mantengas así.

Mavis echó un vistazo y Eve empezó a sentirse como un paciente en la mesa de operaciones.

– Has hecho un magnífico trabajo en las cejas, Trina. Se ven muy naturales. Lo único que ha de hacer es teñirse las pestañas. No hará falta que se las alargue. ¿No crees que ese hoyuelo le queda de fábula?

– Mavis -dijo Eve-. No me obligues a pegarte.

Mavis se limitó a sonreír.

– Aquí está la pizza. Toma un poco. -Le metió un trozo en la boca-. Espera a verte la piel, Dallas. Es in?creíble.

Eve gruñó. El queso caliente le había escaldado el velo del paladar. Se arriesgó a toser y cogió el resto de la tajada mientras Trina le recogía el pelo en un turbante plateado.

– Es un producto termal -le dijo Trina mientras en?derezaba la butaca-. Le he puesto un revitalizador de raíces.

Su piel tenía un tacto finísimo y al palparse cautelo?samente con los dedos le pareció realmente tersa. Pero no pudo ver ni un mechón de pelo.

– Aquí debajo hay cabellos, ¿no?

– Oh, pues claro. Bueno, Leonardo. Te la dejo veinte minutos.

– Por fin -exclamó él-. Quítese la ropa.

– Eh, oiga…

– Somos profesionales, Dallas. Tiene que probarse la combinación para el traje de boda. Habrá que hacer unos cuantos ajustes.

Ya la había manoseado una estilista, pensó. ¿Por qué no la desnudaban en un cuarto lleno de gente? Se despo?jó de la túnica.

Leonardo se le acercó con una cosa blanca y muy elegante. Antes de que pudiera gritar siquiera, él le en?volvió el torso y anudó la prenda a la espalda. Sus gran?des manos buscaron bajo el material, le ajustaron los pechos. Inclinándose, procedió a meterle entre las pier?nas un trozo de tela, lo ajustó y luego retrocedió unos pasos.

– Ah.

– Por Dios, Dallas. Roarke se pondrá a babear cuan?do te vea.

– ¿Qué diablos es?

– Una variante de la vieja Viuda Alegre. -Con rápi?dos ademanes, Leonardo completó el equipo-. Lo llamo Curvilíneo. He añadido un poco de relleno bajo los pe?chos. Los tiene bastante bonitos, pero eso le añade más contorno. Bastará un toque de encaje, unas cuantas per?las. No muchos adornos. -Le dio la vuelta para que se mirara al espejo.

Tenía un aspecto sexy. En su punto, pensó Eve no sin sorpresa. El material tenía un cierto brillo, como si estuviera húmedo. Le pellizcaba el talle, moldeaba sus caderas y, hubo de admitirlo, elevaba sus senos a nuevas y fascinantes alturas.

– Bueno… supongo que… sí, para la noche de bodas.

– Para cualquier noche -dijo Mavis extasiada-. Oh, Leonardo. ¿Me harás uno para mí?

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