Una mujer se atiborraba a canapés con la precisión y la velocidad de un androide cortando chips en una fábrica. Llevaba el pelo en prietos tirabuzones, cada extremo adornado con un tono de joya diferente. Su lóbulo izquierdo estaba incrustado de aretes de plata que sostenían una cadena retorcida pasando por el puntiagudo mentón hasta la otra oreja, a la que queda?ba fijada mediante un botón grande como un dedo pul?gar. Un costado de la fina nariz afilada lucía un tatuaje en forma de capullo de rosa. Por encima de sus ojos azul eléctrico, sus cejas eran sendas uves de color púr?pura.
Lo cual hacía juego, vio Eve no sin asombro, con el minúsculo mono que terminaba en vuelta justo al sur de su entrepierna. Llevaba unos elásticos estratégicamente colocados sobre los grandes pechos desnudos a fin de cubrir los pezones.
A su lado, un hombre con lo que parecía un mapa ta?tuado en la calva observaba la acción desde sus gafas de lentes rosadas, sorbiendo de lo que Eve dedujo debía ser uno de los vinos blancos de reserva de la bodega de Roarke. Su atuendo consistía en un holgado pantalón corto que le llegaba hasta unas rodillas huesudas y un patrióti?co peto rojo, blanco y azul.
Eve pensó por un momento en subir a hurtadillas al piso de arriba y encerrarse en su despacho.
– Sus invitados -dijo Summerset a su espalda en un tono de desdén- la estaban esperando.
– Mire, amigo, ésos no son mis…
– ¡Dallas! -chilló Mavis, aproximándose peligrosa?mente sobre sus tacones de última moda. Dio a Eve un abrazo de oso borracho que casi dio con las dos en el suelo-. Llegas muy tarde. Roarke ha tenido que irse a no sé dónde, dijo que no le importaba si venían Biff y Tri?na. Se mueren de ganas de conocerte. Leonardo te pre?parará una copa. Oh, Summerset, los canapés son fabu?losos. Eres un encanto.
– Me alegro de que los estén disfrutando -dijo Sum?merset, gozoso. No de otra manera podía expresarse la luminosa mirada soñadora que lanzó su rostro sepulcral antes de que se perdiera por el pasillo.
– Vamos, Dallas, únete a la fiesta.
– Tengo mucho trabajo, en serio. -Pero Eve ya esta?ba casi en el salón, arrastrada por Mavis.
– ¿Le sirvo una copa, Dallas? -ofreció Leonardo con una sonrisa de perro apaleado. Eve se desmoronó.
– Claro. Estupendo. Un poco de vino.
– Un vino absolutamente extraordinario. Me llamo Biff. -El hombre del mapa tatuado en la cabeza le ofre?ció una mano enjuta y delicada-. Es un honor conocer a la defensora de Mavis, teniente Dallas. Tenías toda la razón, Leonardo -añadió con mirada intensa tras las gafas rosadas-. La seda color bronce le va perfecta.
– Biff es un experto en telas -explicó Mavis con voz que seguía espumeando-. Trabaja con Leonardo de toda la vida. Han estado preparando juntos tu ajuar.
– Mi…
– Y ésta es Trina. Se encargará del peinado.
– No me digas. -Eve sintió que la sangre se le iba a los pies-. Vaya, yo no… -Hasta la mujer menos vanido?sa puede sentir pánico cuando se enfrenta a una estilista con un arco iris de tirabuzones-. No creo que…
– Gratis -anunció Trina con el equivalente vocal del hierro oxidado-. Si demuestras la inocencia de Mavis, tienes la puerta abierta de mi salón para el resto de tu vida. -Cogió un mechón de pelo de Eve y apretó-. Bue?na textura, buen peso, mal corte.
– El vino, Dallas.
– Gracias. -Lo necesitaba-. Me alegro de conocerles, pero tengo un trabajo pendiente que no puede esperar.
– Oh, no seas mala. -Mavis se colgó de su brazo como una sanguijuela-. Han venido para hacer lo tuyo.
Ahora la sangre se le escapó a Eve por los dedos de los pies:
– ¿Lo mío?
– Lo tenemos todo organizado arriba. El taller de Leonardo, el de Biff, el de Trina. El resto de abejas tra?bajadoras empezará a zumbar mañana por la mañana.
– ¿Abejas? -balbuceó Eve-. ¿Zumbar…?
– Para el show. -Totalmente sobrio y menos dis?puesto a creer que era bienvenido, Leonardo tocó a Ma?vis en el brazo para contener su entusiasmo-. Palomita, es posible que Dallas no quiera que se le llene la casa de gente. Quiero decir… -Escurrió el bulto-. Estando tan cerca la boda.
– Es la única forma de trabajar juntos y terminar los diseños para el desfile. -Con mirada suplicante, Mavis se volvió a Eve-. A ti no te importa, ¿verdad? No estorba?remos nada. Leonardo tiene mucho que hacer. Habrá que modificar algunos modelos porque… porque Jerry Fitzgerald será cabeza de cartel.
– Otro tono -terció Biff-. Otro tipo de piel. Diferen?te del de Pandora -terminó, pronunciando el nombre que todos habían eludido.
– Sí. -Mavis tenía la sonrisa a punto-. Total, que hay un montón de trabajo extra. Roarke dijo que no había problema. Como la casa es tan grande… Ni siquiera te enterarás de que están aquí.
Gente entrando y saliendo, pensó Eve. Una pesadi?lla para el sistema de seguridad.
– No te preocupes -dijo. Ya se preocuparía ella.
– Te dije que todo iría bien -Mavis besó a Leonardo en la barbilla-. Dallas, le prometí a Roarke que esta no?che no dejaría que te encerraras en tu cuarto. Tendrás que dejar que te mime. Tenemos pizza.
– Qué bien. Oye, Mavis…
– Todo va sobre ruedas -prosiguió ella, apretando con dedos desesperados el brazo de Eve-. En Canal 75 han hablado de esa nueva pista, de los otros asesinatos, de una conexión con las drogas. Yo ni siquiera conocía a los otros muertos, Dallas, de modo que nadie dudará de que lo hizo otro. Y terminará la pesadilla.
– Creo que aún falta un poco para eso. -Eve calló, sintiéndose mal al ver un atisbo de pánico en sus ojos. Sonrió forzadamente-. Sí, pronto terminará todo. Con?que pizza, ¿eh? Tomaré un poco.
– Magnífico. Bien. Voy a buscar a Summerset y de?cirle que estamos listos. Llévala arriba y enséñaselo, ¿vale? -Salió disparada.
– Le ha venido muy bien -dijo Leonardo en voz baja- ese telediario. Mavis necesitaba ánimos. El Blue Squirrel la ha despedido.
– ¿Cómo?
– Cabrones -masculló Trina con la boca llena.
– La dirección decidió que no le convenía tener una acusada de asesinato como cabeza de cartel. Le ha senta?do fatal. La idea de todo esto fue mía, para distraerla. Debería haberlo consultado antes con usted, lo siento.
– No pasa nada. -Eve bebió un poco más de vino y se decidió-. Bueno, vamos por lo mío.
No había para tanto, se dijo Eve. Al menos compa?rado con los disturbios de las Guerras Urbanas, las cá?maras de tortura de la santa Inquisición o un viaje de prueba en el reactor lunar XR-85. Y ella era una policía veterana, diez años ya en el cuerpo, y sabía lo que era el peligro.
Estaba segura de que los ojos le rodaron como los de un caballo asustado cuando Trina probó sus tijeras de cortar.
– Oye, tal vez podríamos…
– Confía en los expertos -dijo Trina. Eve casi gimió de alivio cuando ella dejó las tijeras otra vez-. Vamos a ver.
Se acercó a Eve, pero ésta no bajó la guardia.
– Tengo un programa de peluquería. -Leonardo le?vantó la vista desde la larga mesa cubierta de telas donde él y Biff refunfuñaban al unísono-. Capacidad morfoló?gica total.
– Yo no necesito programas. -Para demostrarlo, Tri?na cogió la cara de Eve entre sus firmes y anchas manos. Achicando los ojos, empezó a palparle la cabeza, la mandíbula, los pómulos-. Buena estructura ósea -con?cluyó-. Me gusta tu poli, Mavis.
– Es la mejor -dijo ésta, subida a un taburete y estudiándose en el espejo triple-. Oye, por qué no me arre?glas a mí también. Los abogados sugirieron que buscara un look más sosegado. En plan morena o algo así.
– Ni pensarlo. -Trina levantó la mandíbula de Eve-. Tengo una cosa que hará saltar a cualquier juez de su toga, encanto. Rosa burdel con las puntas plateadas. Acaba de salir al mercado.
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