– Lo que oyes. Te he ganado. -Eve ladeó la cabeza y alargó la mano para quitarle la camiseta-. Coopera y no tendré que hacerte daño. Así. -Cuando él alargó el brazo, Eve le agarró las manos y se las puso sobre la col?choneta-. Aquí mando yo. No me hagas sacar las es?posas.
– Mmm. Interesante amenaza. Por qué no…
Ella le hizo callar con un beso ardoroso. Instintiva?mente, él flexionó las manos bajo las de ella, quería to?carla, tomarla. Pero comprendió que ella quería otra cosa, algo más.
– Voy a poseerte. -Eve le mordió el labio, haciéndole desearla todavía más-. Voy a hacer contigo lo que quiera.
Él empezó a jadear.
– Sé dulce conmigo… -consiguió decir, y sintió que la risa de ella tenía pasión.
– Sigue soñando.
Eve fue ruda: rápidas y exigentes manos, impacien?tes e inquietos labios. Roarke casi podía sentir cómo vi?braba en ella la necesidad salvaje, cómo penetraba en él con una implacable energía que parecía alimentarse de sí misma. Si Eve quería dominar, él se lo permitiría. O eso pensaba. Pero en algún momento de su propia eferves?cencia, perdió la oportunidad de hacerlo.
Eve le arañó con los dientes, se los clavó con fuerza hasta que los músculos que él había tonificado empeza?ron a temblar. Su visión falló cuando ella le tomó la boca, le trabajó a fondo, rápido, obligándole a luchar contra su instinto o a explotar.
– No te me resistas. -Eve le mordisqueó el muslo y volvió a subir por su torso mientras la mano sustituía a la boca-. Quiero hacer que te corras. -Atrajo la lengua de él hacia su boca, mordió, soltó-. Vamos.
Vio cómo sus ojos se ponían opacos segundos antes de que notara su orgasmo. La risa de ella tembló de po?der cuando le dijo:
– He ganado otra vez.
– Dios. -Roarke acertó apenas a rodearla con sus brazos. Se sentía débil como un niño, y mezclado con el desconcierto por su total pérdida de control había un vertiginoso goce-. No sé si disculparme o darte las gra?cias.
– Ahórrate ambas cosas. Aún no he terminado con?tigo.
Él casi rió, pero ella ya le estaba mordisqueando la mandíbula y mandando nuevas señales a su maltrecho organismo.
– Cariño, tendrás que darme un respiro.
– Yo no tengo que hacer nada. -Estaba ebria de vo?luptuosidad, saturada de la energía que le daba su po?der-. Sólo tienes que aceptar.
Poniéndose a horcajadas, Eve se quitó la camiseta por la cabeza. Sin dejar de mirarle, se pasó las manos por el torso y los pechos, arriba y abajo, la boca llena de sali?va. Luego le cogió las manos y se las acercó. Con un sus?piro, cerró los ojos.
Su tacto le resultaba familiar, pero siempre nuevo. Y siempre excitante. Roarke jugueteó con los pezones hasta notarlos calientes y al borde del dolor, tirando después de ellos hasta que notó en ella una respuesta inequívoca.
Ella se arqueó hacia atrás mientras él se erguía para cubrirla con su boca. Ella le sujetó la cabeza y se dejó lle?var por las sensaciones: el roce de los dientes sobre la carne sensible pasando de tierno a brutal, el contacto de los dedos de él en sus caderas, el resbaladizo deslizar de carne sobre carne y el tórrido y penetrante olor a su?dor y sexo. Y cuando ella le requirió con la boca, el sa?bor explosivo de la lujuria.
Él emitió un sonido entre gruñido y juramento cuando ella se apartó. Eve se puso rápidamente en pie, contenta de notar que le temblaban las piernas de deseo. No necesitaba decirle que jamás había sido así con na?die más que con él. Él ya lo sabía. Igual que ella había acabado sabiendo que Roarke encontraba más con ella, en cierto modo, que con ninguna otra.
Se quedó en pie, sin querer acompasar por más tiem?po la respiración, sin que la sorprendieran ya los escalo?fríos que la sacudían. Se quitó los zapatos, se desabro?chó el pantalón y lo lanzó a un lado.
El sudor la cubría de pies a cabeza mientras él la exa?minaba de arriba abajo. Nunca había creído tener un cuerpo bonito. Era un cuerpo de poli, y tenía que ser fuerte, resistente, flexible. Con Roarke había descubier?to lo maravillosos que podían ser estos aspectos para una mujer. Temblando un poco, puso una rodilla a cada lado de Roarke y se inclinó para perderse en el vertigi?noso placer del boca sobre boca.
– Todavía mando yo -susurró al incorporarse.
Él le sonrió con una mirada ardiente:
– Empléate a fondo.
Ella descendió y se empaló lenta, atormentado?ramente. Y cuando él estuvo al fondo, cuando ella se quedó rígida, arqueada hacia atrás, dejó escapar un so?llozo desgarrador al sentir un primer y glorioso orgas?mo recorriendo todo su cuerpo. Se lanzó codiciosa so?bre él una vez más, le agarró las manos y empezó a cabalgar.
Su cabeza, su sangre, eran un cúmulo de explosio?nes. Tras los ojos cerrados bailaban colores bulliciosos y dentro de ella no había más que Roarke y la desespera?da necesidad de más Roarke, todavía más. Un clímax sucedía a otro, haciéndola saltar de placer antes de que pudiera posarse de nuevo. El horrible dolor que sentía dentro iba y venía hasta que, al fin, su cuerpo se arrella?nó nacidamente sobre el de él. Eve pegó la cara al cuello de Roarke y esperó que volviera la cordura.
– Eve.
– ¿Hummm?
– Me toca a mí.
Ella le miró con ojos entrecerrados y él la hizo vol?ver de espaldas. Eve tardó un segundo en sentir que la penetraba.
– Pensaba que tú, que los dos…
– Tú sí-murmuró él, viendo cómo un rebrote de pla?cer le asomaba a la cara mientras él se movía dentro-. Ahora eres tú la que ha de aceptar.
Ella rió, pero su carcajada se convirtió en gemido.
– Acabaremos matándonos si seguimos así.
– Me arriesgaré. No, no cierres los ojos. Mírame. -Roarke vio cómo los ojos se ponían vidriosos cuando él aceleró el ritmo, oyó su grito ahogado al penetrarla él más y más.
Y luego ambos se pusieron a embestirse, ávidas las manos de ella, impacientes las caderas de él. Estaban trabados, como dos boxeadores esperando la cuenta y boqueando. Él había resbalado un poco hacia abajo, y veía que aunque sus pechos estaban al alcance de sus labios, ya no tenía vigor para aprovecharse de ello.
– No me noto los pies -dijo ella-. Ni los dedos de la mano. Creo que me he roto algo.
Roarke temió estar cortándole el aire y la circula?ción. Haciendo un esfuerzo, invirtió su posición y pre?guntó:
– ¿Mejor ahora?
Ella aspiró una larga bocanada de aire.
– Creo que sí.
– ¿Te he hecho daño?
– ¿Qué?
Roarke le inclinó la cabeza y escrutó aquella sonrisa inexpresiva.
– Déjalo. ¿Has terminado conmigo?
– De momento.
– Menos mal. -Él se echó hacia atrás y se concentró en respirar.
– Dios, menudo estropicio.
– No hay nada como el sexo viscoso y mojado para recordarle a uno que es humano. Vamos.
– ¿Adonde?
– Cariño -le plantó un beso en el hombro húmedo-, tienes que ducharte.
– Pienso dormir aquí un par de días. -Ella se ovilló y bostezó-. Ve tú primero.
Él meneó la cabeza y haciendo acopio de fuerzas apartó a Eve y se puso en pie. Tras inspirar profunda?mente, alargó el brazo y se la echó a la espalda.
– Sí, claro, aprovéchate de una muerta.
– De un peso muerto -masculló él y cruzó el gimna?sio en dirección a los vestuarios. Ajustando el peso de Eve sobre sus hombros, entró a la zona embaldosada. Con una sonrisa perversa, se dio la vuelta de forma que la cara de ella recibiera toda la fuerza de una de las du?chas.
– Sesenta y tres grados. Máxima potencia.
– Sesenta y… -fue todo lo que Eve pudo decir. El res?to se perdió en medio de gritos y exclamaciones que re?sonaron en los relucientes azulejos.
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