– No sé muy bien. ¿Qué puedes sugerirme? -él se colocó tras ella cuando Kyla se inclinó sobre el escritorio para rellenar la hoja de pedido. Ella notaba el roce de las piernas de Trevor contra su falda y se acordó de una película francesa que Babs le había llevado a ver unos meses atrás. Cerró los ojos un instante, hasta que la imagen pornográfica desapareció.
Tomó aire y preguntó:
– ¿Es para una fiesta, para obsequiar a alguien…?
– Para un cena de negocios, pero no formal.
¿Una cena de negocios? ¿Dónde? ¿Para quién serían las flores?
– Una cena de negocios, de acuerdo
– Me gustan las orquídeas -dijo él.
– ¿Orquídeas?
– Sí. Ésas que son grandes, blancas, como esponjosas.
No te imaginas lo que encontré el otro día en una caja. La primera orquídea que me regalaste para el bailé de primavera Chi Omega. ¿Te acuerdas? En ese baile me enamoré de ti y de las orquídeas de campana.
Kyla miró a Trevor, asombrada.
– ¿De campana?
– ¿Cómo?
– Orquídeas de campana. Son las flores que has descrito. Es un híbrido -como él no decía nada, Kyla prosiguió-. Son muy bonitas. Tienen pétalos blancos grandes y rizados, y la garganta es muy dorada -él no dejaba de mirarle los labios mientras hablaba. Ella se preguntó cómo, en sólo unos segundos, la palabra «garganta» podía de repente sonar tan provocativa.
– A ésas me refería.
– Tengo… tengo que encargarlas a Dallas. ¿Para cuándo las necesitas? -¿por qué la miraba como si quisiera comérsela y por qué lo permitía ella?
– Para el sábado por la noche -Trevor se acercó un poco más.
– Entonces no hay problema -respondió Kyla bruscamente, alarmada por la paz que parecía reinar en la trastienda y por lo cerca que estaban el uno del otro, tan cerca que podría contar cuántos pelos tenía en el bigote.
Volvió a inclinarse sobre el escritorio.
– ¿Una flor o dos?
– Dos.
– Son caras.
– No importa. No quiero escatimar el dinero.
– ¿A qué hora quieres que las entreguen?
– ¿Hacéis reparto a domicilio?
– Sí.
– Entonces el sábado por la tarde.
– ¿La dirección?
– East Stratton doscientos veintitrés.
El bolígrafo se escapó de los dedos de Kyla, que se habían quedado repentinamente sin fuerza. Rodó sobre el escritorio, llegó al borde y se cayó al suelo. Ella se dio la vuelta y se encontró con un rostro moreno e imponente inclinado hacia ella.
– Es mi casa.
– ¿Quieres acompañarme a la cena?
Sin decir palabra, ella se quedó mirándolo y movió la cabeza antes incluso de encontrar las palabras para responder.
– No, no puedo.
– No se trata de una cita, no es como si saliéramos los dos solos -se apresuró a decir él-. Es una cena para banqueros y otros potenciales financiadores. Un grupo de promotores hemos hecho un vídeo de presentación de las oportunidades de negocio en Chandler.
– ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo?
– Tú eres de aquí, yo soy un recién llegado. Quisiera que me presentaras a gente, que me acompañaras para integrarme mejor.
Kyla sabía perfectamente que Trevor Rule no necesitaba que nadie lo presentara y lo integrara. Con una sonrisa como la que en ese instante le estaba dirigiendo a ella, la gente, en especial las mujeres, acudirían en tropel. Con esa sonrisa uno podía vender cualquier cosa, desde dentífrico hasta brandy. Trevor Rule tenía carisma, era el tipo de persona que atraía tanto a los hombres como a las mujeres. Todos querrían conocerlo.
– No, Trevor, lo siento, pero no puedo.
Tal vez habría aceptado si él no hubiera representado una amenaza, pero era tan atractivo… Si la veían en compañía del nuevo soltero de oro de Chandler, se dispararían los rumores. El domingo por la mañana, las amigas de su madre ya estarían hablando de boda.
Él dejó escapar un lamento y se frotó la nuca.
– Nunca creí que tuviera que recurrir a esto para conseguir que una mujer guapa salga conmigo, pero mi situación es desesperada.
– ¿Recurrir a qué?
Él le dirigió una mirada engatusadora. El ojo verde parpadeaba.
– Me debes un favor.
– ¿Alguno de vosotros conoce a este rufián?
Los dos se volvieron a la vez hacia la puerta y vieron a Babs, con Aaron en brazos. Éste llevaba en la mano tres claveles, que sujetaba en el puño bien cerrado y mojado. Había un reguero de flores tronzadas que iba desde la trastienda hasta la tienda. Los tallos habían ido soltando agua y el suelo estaba salpicado de gotas. Aaron los saludó con la otra mano.
– Dios mío, Babs, lo siento -Kyla se acercó rápidamente a su amiga y tomó a Aaron en brazos.
– No pasa nada. Sólo ha roto claveles por valor de unos diez dólares, por no hablar del jarrón en el que estaba metiendo a su osito de peluche. Debíais de estar ocupadísimos aquí dentro -sus ojos azules miraban burlonamente a Trevor y a Kyla, pasaban de uno a otro.
– Estábamos… eh… el señor Rule estaba haciendo un pedido.
Babs los miró con complicidad, esbozó una sonrisa condescendiente y dio media vuelta.
– ¿Entonces? -preguntó Trevor-. ¿Qué me dices del sábado por la noche?
– No sé -Kyla intentaba arrebatarle los claveles a Aaron porque temía que se los llevara a la boca y no sabía si eran venenosos. Cuando por fin logró quitárselos, la mano gordinflona del niño se lanzó a atrapar uno de sus pendientes.
¿Cómo iba a luchar con el niño y al mismo tiempo tomar una decisión como ésa? Podía rechazar con frialdad la invitación de Trevor, por muy encantador que se hubiera mostrado él al hacérsela. Nunca había tomado un pedido que estuviera dirigido a ella misma, pero tanto encanto en un hombre que apenas conocía la inquietaba.
Lo cierto era que le debía un favor, y si aquello era una cena de negocios…
– ¿Entonces no se trata de una cita? -se aventuró.
– No.
– Porque no quiero que luego haya equívocos.
– Entiendo.
– Quiero decir que soy viuda y no salgo con hombres.
– Ya me lo has dicho en otra ocasión.
Cierto. Entonces ¿por qué le daba tantas vueltas? Él iba a empezar a pensar que le estaba dando demasiada importancia a una simple cena.
– Está bien, te acompañaré.
– Estupendo. Te recogeré el sábado a eso de las siete. Y no te olvides de las orquídeas.
– ¿De verdad quieres que las encargue?
– Pues claro. Adiós, Aaron -pellizcó la barbilla del niño-. Hasta el sábado por la tarde, Kyla.
Segundos después de que hubiera desaparecido detrás de la puerta batiente, apareció Babs.
– «Hasta el sábado por la tarde, Kyla». ¿Ha dicho eso?
– Sí, voy a ir con él a una cena de negocios.
– Fantástico -aprobó Babs, dando palmaditas-. ¿Qué te vas a poner?
– Nada especial -al ver que su amiga abría la boca sorprendida, suspiró con resignación-. Quiero decir que no tiene importancia, porque no es una cita, no vamos a salir los dos solos para ver si nos gustamos, ¿entiendes?
– Claro, claro.
– Pues eso. Es una cena de negocios y me ha pedido que vaya con él para presentarle gente y ayudarlo a integrarse en la ciudad.
– Ajá.
– ¡Eso es lo que me ha dicho!
– Ajá.
– No se trata de la típica cita chico-chica.
– Ajá.
– Él mismo lo dijo, que no era una cita.
Pero parecía un cita.
Kyla no recordaba haberse puesto tan nerviosa mientras se vestía para su primera cita de adolescente, ni tampoco para el baile de graduación ni para su boda. No quería pensar en Richard ni en su boda. Pero no querer pensar en ello implicaba que aquella «cita» con Trevor Rule significaba algo, y no hacía más que repetirse que no era así.
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