Mary Clark - Noche de paz

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Catherine Dornan y sus dos hijos se preparan para pasar unas Navidades muy amargas en Nueva York, ya que su esposo y padre debe afrontar una delicada intervención quirúrgica. Pero lo que no imaginan es que la Nochebuena se convertirá en una pesadilla desde el momento en que, inocentemente, se detienen en una esquina a escuchar villancicos…

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Sabía que las cosas tenían que andar muy mal si él deseaba que el pelmazo de su hermano, que a veces era un auténtico latazo, estuviera allí con él; y eso era precisamente lo que quería en aquel momento.

Mientras tragaba, a pesar de la sensación de que tenía algo en la garganta, casi se le cayó de la mano el vaso de plástico. Se dio cuenta de que Jimmy había cambiado de repente de carril.

Jimmy Siddons maldijo en voz baja. Acababa de pasar junto a un coche patrulla de tráfico detenido detrás de un deportivo. La vista del policía lo hizo sudar; pero, de todas formas, no debía haber hecho ese cambio de carril tan brusco. Empezaba a ponerse nervioso.

Brian, sintiendo la animosidad que brotaba de Jimmy, metió el resto de la hamburguesa y el refresco en la bolsa y, moviéndose con lentitud para que Jimmy viera qué hacía, se agachó y la dejó en el suelo. Volvió a su posición, se acurrucó en el asiento y se cruzó de brazos. Los dedos de la mano derecha tantearon hasta que se cerraron sobre la medalla de San Cristóbal, que había dejado al lado, sobre el asiento, cuando abrió la bolsa de la comida.

Apretó la mano con una sensación de alivio, y se imaginó al corpulento santo que llevaba al Niñito sobre sus hombros para cruzar el río, y que había cuidado de su abuelo, y que haría que su papá mejorara y que… Brian cerró los ojos… No terminó el deseo, pero se vio mentalmente a hombros del santo.

Bárbara Cavanaugh esperaba a Catherine y Michael en la sala verde del Canal 5.

– Habéis estado formidables -dijo en voz baja. Entonces, viendo el agotamiento en el rostro de su hija añadió-: Catherine, por favor, volvamos a casa. La policía nos avisará en cuanto sepan algo de Brian. Pareces a punto de desmayarte.

– No puedo, madre,-dijo Catherine-. Sé que es una locura esperar en la Quinta avenida. Brian no volverá allí solo; pero mientras estoy fuera siento que hago algo para encontrarlo. No sé muy bien lo que digo, excepto que cuando salí de tu apartamento, mis dos hijitos iban conmigo, y que ellos entrarán conmigo también cuando regrese.

Leigh Ann Winick tomó una decisión.

– Señora Dornan, ¿por qué no se queda aquí, al menos de momento? Esta sala es muy cómoda. Le mandaremos un poco de sopa, un bocadillo o lo que quiera. Pero como usted misma ha dicho, es absurdo que esperen en la Quinta Avenida.

Catherine lo pensó.

– ¿Y me encontrará la policía aquí?

– Por supuesto -respondió Winick señalando el teléfono-. Ahora dígame qué quiere comer.

Veinte minutos más tarde, Catherine, su madre y Michael tomaban una sopa caliente mientras miraban el monitor de la sala. El avance informativo hablaba de Mario Bonardi, el guardián herido. Aunque seguía grave, se había estabilizado.

El periodista estaba en la sala de espera de la unidad de vigilancia intensiva, con la mujer de Bonardi y sus hijos adolescentes. Cuando la entrevistaron, una agotada Rose Bonardi dijo:

"Mi marido sobrevivirá. Quiero dar las gracias a todos cuantos han rezado hoy por él. Nuestra familia ha pasado muchas Navidades felices, pero ésta será la mejor porque sabemos lo que hemos estado a punto de perder".

– Eso será lo que nosotros también diremos, Michael -dijo Catherine llena de determinación-. Papá sobrevivirá y encontraremos a Brian.

"Conectamos de nuevo con los estudios, Tony", dijo el periodista del hospital.

"Gracias, Ted. Me alegra saber que todo va bien. Es la clase de relato de Navidad que todos queremos contar.

– La sonrisa del locutor se desvaneció-. No hay rastro de Jimmy Siddons, el agresor de Mario Bonardi, que estaba a la espera de juicio acusado de asesinar a un policía. Fuentes policiales manifiestan que podría dirigirse a México para reunirse con su amiga Paige Laronde.

Aeropuertos, estaciones de tren y terminales de autobuses están bajo estricta vigilancia.

Hace casi tres años, Siddons, mientras huía de un robo a mano armada, hirió de muerte al policía William Grasso, que lo había parado por una infracción de tráfico. Siddons va armado y está considerado como extremadamente peligroso."

Mientras el locutor hablaba, la pantalla mostraba fotografías policiales de Jimmy Siddons.

– Parece malo -comentó Michael mientras estudiaba los fríos ojos y los despectivos labios del fugitivo.

– Sin duda-coincidió Bárbara Cavanaugh. Miró el rostro de su nieto y le sugirió-: Mike, ¿por qué no cierras los ojos y tratas de descansar un rato?

– No quiero dormir -respondió él, sacudiendo la cabeza.

Faltaba un minuto para las once.

"No tenemos más información sobre el paradero del niño de siete años Brian Dornan -decía el locutor-, que ha desaparecido poco después de las cinco de hoy. En esta noche tan especial les rogamos que continúen rezando para que Brian vuelva sano y salvo con su familia, y les deseamos, a ustedes y a todos sus seres queridos, una muy feliz Navidad."

"Dentro de una hora será Nochebuena -pensó Catherine. Brian, tienes que volver, han de encontrarte.

Tienes que estar conmigo por la mañana para que vayamos a ver a papá. Brian, vuelve, por favor, vuelve."

En aquel momento, la puerta de la sala se abrió y Winick entró, acompañaba a un hombre alto, seguido del agente Manuel Ortiz.

– El agente Rhodes quiere hablar con usted, señora Dornan -dijo Winick-. Si me necesitan, estaré ahí fuera.

Catherine, que vio la expresión grave en el rostro de los dos hombres, sintió que el miedo la paralizaba. No podía hablar ni moverse.

Ambos se dieron cuenta de ello.

– No, señora Dornan, no es eso -se apresuró a decir Ortiz.

– Vengo de la jefatura, señora Dornan -intervino Rhodes-. Tenemos información sobre Brian. Pero, antes que nada, he de comunicarle que, por lo que sabemos, se encuentra bien.

– Pero ¿dónde está? -exclamó Michael-. ¿Dónde está mi hermano?

Catherine escuchó con atención mientras el agente Rhodes les explicaba que la hermana de Jimmy Siddons había encontrado su monedero. Su mente se negaba a aceptar que Brian hubiera sido secuestrado por el asesino cuyo rostro acababa de ver en la pantalla del monitor.

"No, eso es imposible", pensó.

– Acaban de informarnos que es probable que ese hombre se dirija a México -dijo señalando el monitor-. Brian desapareció hace seis horas. Ahora mismo podría encontrarse en aquel país.

– En la jefatura no creemos esa historia -le explicó Rhodes-. Pensamos que se dirige a Canadá en un coche robado. Y hemos dirigido la búsqueda en esa dirección.

De pronto, Catherine no sintió nada. Fue como si estuviese en la sala de partos, acababan de ponerle una inyección y todo el dolor desapareció como por arte de magia.

Levantó la mirada y vio a Tom, que le guiñaba el ojo. Tom, siempre a su lado. "Así está mejor, ¿no es cierto, cariño?", Le preguntó. Y su mente, sin el peso del dolor, se aclaró. En ese momento le ocurrió lo mismo.

– ¿En qué coche van?

Rhodes se sintió incómodo.

– No lo sabemos -respondió-. Suponemos que van en coche, aunque estamos casi seguros de ello. La policía de tráfico de Nueva York y de Nueva Inglaterra está avisada y busca a un hombre que viaja con un niño con una medalla de San Cristóbal colgada al cuello.

– ¿Lleva la medalla? -exclamó Michael-. ¡Entonces se salvará! La abuela dijo a mamá que la medalla cuidaría de Brian como cuidó de mi abuelo.

– Armado y peligroso -repitió Catherine.

– Señora Dornan, si Siddons va en coche es probable que escuche la radio. Es muy listo. Ahora que Bonardi está fuera de peligro, Siddons sabe que no se enfrentará a la pena de muerte. La pena capital no había sido restablecida todavía hace tres años, cuando mató al policía. Y le dijo a su hermana que dejaría a Brian en libertad mañana temprano.

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