Mary Clark - Noche de paz

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Catherine Dornan y sus dos hijos se preparan para pasar unas Navidades muy amargas en Nueva York, ya que su esposo y padre debe afrontar una delicada intervención quirúrgica. Pero lo que no imaginan es que la Nochebuena se convertirá en una pesadilla desde el momento en que, inocentemente, se detienen en una esquina a escuchar villancicos…

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– Tendrá unas ganas locas de ver qué le va a traer Papá Noel, ¿no? -dijo, señalando al niño.

Jimmy asintió con la cabeza y trató de sonreír mientras tendía la mano para recoger la bolsa.

La mujer se asomó un poco más y echó un vistazo dentro del coche.

– Dios mío, ¿lleva una medalla de San Cristóbal? Mi padre se llama así, y siempre da mucha importancia a ese asunto, pero mi madre se burla de que hayan echado a San Cristóbal del santoral. Mi padre dice que es una lástima que mi madre no se llame Filomena, que es otra santa que el Vaticano ha dicho que no existe.

La mujer lanzó una carcajada y le tendió la bolsa.

Mientras volvían a la autopista, Brian abrió los ojos. Sintió el olor de las hamburguesas y las patatas fritas, y se incorporó con lentitud.

Jimmy lo miró, los ojos fríos, el rostro tenso. A través de los labios apenas entreabiertos, le ordenó en voz baja:

– Quítate esa maldita medalla del cuello.

Cally tenía que hablar con él sobre su hermano y el niño desaparecido. Mort Levy, después de prometerle que enseguida iba para allá, colgó el auricular con gesto perplejo. ¿Qué vínculo habría entre Jimmy Siddons y el niño desaparecido en la Quinta Avenida?

Llamó a la furgoneta de vigilancia.

– ¿Lo habéis grabado?

– ¿Está loca, Mort? Es imposible que se refiera al niño Dornan. ¿Quieres que nos la llevemos para interrogarla?

– ¡Eso es justamente lo que no quiero que hagáis! -estalló Levy-. Ya está demasiado asustada. Quedaos quietos hasta que yo llegue.

Tenía que informar a sus jefes, empezando por Jack Shore, sobre la llamada de Cally Hunter. Vio que éste salía del despacho del inspector jefe en ese momento y se dirigía a su escritorio.

– Entra otra vez -le dijo cogiéndole del brazo.

– Te he dicho que te tomes un descanso -replicó Shore dando un tirón-. Acabamos de tener noticias de Logan, de Detroit. Hace dos días, una mujer que coincide con la descripción de la amiguita de Siddons alquiló un coche con chofer para dirigirse a la frontera, a Windsor. Los hombres de Logan creen que comentó con su amiga lo de California y México para despistar. Han interrogado a la chica de nuevo y esta vez ha recordado que le ofreció comprarle el abrigo de pieles a Laronde, ya que en México no lo iba a necesitar, pero que ella no quiso vendérselo.

"Nunca me he tragado lo de México", pensó Mort Levy mientras casi arrastraba a Shore, sin soltarle el brazo, hacia el despacho del inspector.

Cinco minutos después, un coche patrulla se lanzaba a toda velocidad por East Side Drive hacia la avenida B y la calle Diez. A Jack Shore, amargamente frustrado, le habían ordenado esperar en la furgoneta de vigilancia, mientras Mort y el jefe, Bud Folney, subían para hablar con Cally.

Mort sabía que Shore nunca le perdonaría su insistencia de que se quedara fuera.

"Jack-le había dicho-, cuando fuimos a su casa, yo sabía que ella nos ocultaba algo. La has asustado de una manera terrible. Cree que eres capaz de cualquier cosa para verla otra vez entre rejas. Por todos los santos, ¿no puedes tratarla como a un ser humano? Tiene una niña de cuatro años, su marido ha muerto, fue encerrada sin la menor piedad cuando cometió el error de ayudar al hermano que prácticamente había criado."

Mort se volvió hacia Folney.

– No sé cómo Jimmy Siddons puede estar relacionado con el niño desaparecido, pero sí sé que Cally tenía demasiado miedo para hablar. Si ahora nos cuenta lo que sabe es porque cree que el Departamento… usted… no la encerraran.

Folney asintió. Era un hombre de voz suave, delgado, de casi cincuenta años y rostro de docente. En realidad había sido profesor de instituto durante tres años, antes de descubrir que su pasión era la actividad policial. En el cuerpo de policía, todos pensaban que un día llegaría a comisario jefe. Y, de hecho, ya era uno de los hombres más poderosos del Departamento.

Mort Levy sabía que si alguien podía ayudar a Cally, suponiendo que ésta se hubiera visto obligada a encubrir a Jimmy otra vez, era Folney. Pero el niño desaparecido… ¿qué relación tendría con Siddons?

Era una pregunta que todos estaban impacientes por hacer.

Cuando el coche patrulla se detuvo detrás de la furgoneta de vigilancia, Shore hizo un último intento:

– Si no abro la boca…

– Sugiero que te quedes, Jack -respondió Folney-. Ve a la furgoneta.

Pete Cruise estaba a punto de dar por terminado el día.

Había descubierto dónde vivía Cally Hunter cuando trató de entrevistarla después de que ésta saliera de la cárcel, y ahora esperaba que su hermano apareciera. Pero nada había que observar, salvo la nieve que caía y paraba a intervalos. Al menos parecía que había parado del todo.

La furgoneta, sin duda de la policía, seguía aparcada enfrente del edificio de Cally, pero seguramente lo único que hacían era grabar las llamadas. La probabilidad de que Jimmy Siddons se presentara en casa de su hermana era casi tan remota como que dos desconocidos tuvieran el mismo código genético.

Todas esas horas rondando el edificio de Hunter habían sido una pérdida de tiempo, decidió Pete. Desde que Cally llegó, poco después de las seis, y los dos agentes entraron a eso de las siete, nada había ocurrido.

No cesaba de mover el dial de su poderosa radio entre la banda de la policía; la WYME, la emisora en que él trabajaba, y la emisora de noticias WCBS. Nada se sabía de Siddons. Y era una lástima lo del niño desaparecido.

Cuando la WYME difundió el informativo de las diez, Pete pensó por centésima vez que la locutora parecía una idiota. Pero al hablar de la desaparición del niño de siete años notó auténtica emoción en su voz. "Quizá necesitemos que desaparezca un niño todos los días", se dijo Pete, sarcástico, pero enseguida se avergonzó de sí mismo.

Había mucha actividad en el edificio de Cally, con gente entrando y saliendo. Muchas iglesias habían trasladado la Misa del Gallo de las doce a las diez de la noche.

Pero citaran a la hora que fuera, algunas personas llegaban siempre tarde, pensó Pete mientras veía a una pareja de ancianos que salía deprisa del edificio y doblaba por la avenida B, probablemente en dirección a Saint Emeric.

La mujer que había llevado a la hija de Hunter apareció por la esquina. ¿Iba a casa de Cally? ¿Acaso ésta pensaba salir?, Se preguntó.

Pete se encogió de hombros. Quizá Hunter tuviera alguna cita o pensara ir a la iglesia. Resultaba obvio que ése no era el día en que lograría la noticia que lo convertiría en un periodista famoso.

"Pero lo conseguiré -se prometió-. No pienso pasarme la vida trabajando en esta emisora de mala muerte."

A un amigo que trabajaba en la WNBC le encantaba tomarle el pelo con lo de su empleo. Su broma favorita era que la audiencia de la WYME estaba compuesta por dos cucarachas y tres gatos callejeros.

Pete puso el motor en marcha. Estaba a punto de arrancar cuando vio que un coche patrulla se detenía delante del edificio de Cally.

Entrecerró los ojos. Vio que tres hombres bajaban del vehículo. Uno de ellos, que reconoció como Jack Shore, cruzó la calle y entró en la furgoneta. Después, con la luz del vestíbulo, vio a Mort Levy. No distinguió al tercero.

Algo iba a pasar. Apagó el motor, súbitamente interesado otra vez.

Mientras esperaba a Mort Levy, Cally sacó los regalos para Gigi de detrás del sofá, donde los tenía escondidos, y los puso delante del árbol de Navidad. Decidió que el cochecito de segunda mano para la muñeca, con la colcha y la funda de almohada azul de satén, no tenía ya tan mal aspecto. Le pondría la muñequita que le había comprado por un par de dólares el mes anterior, a pesar de que no era tan bonita como la que hubiese comprado al vendedor de la Quinta Avenida, que tenía el dorado cabello castaño de Gigi y llevaba un vestidito de fiesta azul. Si no hubiese buscado a aquel vendedor, no habría visto el monedero, y el niño no la habría seguido, y…

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